lunes, 30 de junio de 2014

Consideraciones sobre el apocalipsis (II)



CONSIDERACIONES SOBRE EL APOCALIPSIS II  

Por Edgardo F. (Parroquiano)


                                                   Si no esperas lo inesperado no lo reconocerás cuando llegue
Heráclito


Al final del día me he quedado con 3 alternativas para un posible evento apocalíptico y que corresponden a las de probable génesis humana. Crisis o guerra nuclear, colapso financiero mundial y crisis sanitaria. Por alguna razón, llámese simple ignorancia o sentido común, estas tres, aunque cada una en distinta medida, me hacen ruido. Por de pronto una prevención, yo no soy ni economista, ni científico, ni, en último término, estratega militar; por lo tanto, el desarrollo analítico de estas tres situaciones son las de una persona común y corriente. Invito, por lo mismo, a quienes tienen los pergaminos para un estudio y análisis más exhaustivo y cabal de alguna de ellas, a complementar y eventualmente confirmar o subvertir las afirmaciones que “desde la calle” realiza este servidor. Bueno, comenzare por la que, estimo, tiene menos asidero de realidad de las 3; a saber:   
1) Crisis sanitaria: Entiendo este posible (que no probable) Evento Apocalíptico, como el desarrollo de una peste, epidemia o pandemia mortal que en un plazo acotado de tiempo (días, semanas meses) puede extenderse por extensas áreas geográficas y siempre con un alto índice de mortalidad. Es la que,  desde mi sentido común, considero como la más improbable. Aunque los virus, las enfermedades y las  pandemias existen, algunas de ellas con el carácter de cotidianas e inclusive altamente ominosas, la posibilidad de que un agente patógeno pueda, en poco tiempo, infectar y matar partes importantes de la población de uno o más continente y de esa manera tener el carácter de Evento A. es más bien improbable, más cerca de la fantasía hollywoodense (Guerra Mundial Z, Amenaza de Andrómeda, Epidemia) que de una realidad mínimamente objetiva. Desconozco lo que guardan los laboratorios militares y/o civiles repartidos en el mundo, pero, en efecto, la imagen cinematográfica de un centro de comando bajo tierra, en el que mandos militares y civiles observan en una pantalla como una gran mancha roja les muestra cómo se expande un virus mortal por el mundo  mientras “el jovencito y la reportera” buscan una cura, está más cerca de la distorsionada imagen que también Hollywood nos ha impuesto sobre los científicos, tipos locos y maquiavélicos que esperan una oportunidad para satisfacer su sed de poder esparciendo el caos y la muerte por el globo . Es cierto que la ciencia no es neutra;  el 99% de armas nucleares, biológicas químicas o simplemente convencionales no surgieron por generación espontánea. Tras ellas hay miles de horas de trabajo en laboratorios; pero que un científico loco pueda destruir la mitad de la población esparciendo un virus mortal, que los hay, es estirar demasiado el argumento. Y si bien el descarte no es absoluto, lo veo como un escenario muy poco probable. Sin mucho más que agregar, reitero la invitación a alguien con más conocimiento en estos temas, de suyos técnicos, para que ahonden en la temática planteada. Por ahora prosigo.
Entonces, al final del día, me  voy quedando con las últimas dos: Crisis o guerra nuclear y colapso financiero mundial, a las cuales les quiero prestar un poco más de atención. Permítanme, primero, realizar algunas apreciaciones generales sobre las mismas ¿Porque me parecen merecedoras de atención? Bueno, porque precisamente ambas engloban fenómenos que a) son reales. Evidentemente lo son las guerras en general y particularmente, en estas últimas dos  décadas, las guerras por recursos energéticos. Por su parte la realidad de las crisis económicas es incuestionable, aunque solo reparemos en ella cuando nos toca directamente el bolsillo (Por ahí hay un viejo chiste de economistas que refleja muy bien esta situación, dice “Crisis económica es cuando tu vecino se queda sin trabajo, depresión económica es cuando tú te quedas sin trabajo”) y  b)  porque ambas tienen conexión directa con el fenómeno del peak oíl y el declive energético.
Vistas desde una cierta perspectiva ambos fenómenos –guerra y crisis económica-  son las caras de una misma moneda. Por un lado las sociedades organizadas en macro sistemas (países, continentes, alianzas regionales de países, ej: Mercosur, Unión Europea, ALCA.) cada día estarán más dispuestos a tomar medidas drásticas (o si se quiere dramáticas), por acceder a niveles de energía que les permitan mantenerse cohesionadas. Actualmente dichas acciones han pasado sin pundonor, del ámbito económico y diplomático, (Mercosur, UE, Alca, Nafta, Aladi; Ocde, UNASUR, Pacto Andino)  al ámbito militar, (Irak, Afganistán, Libia, Siria, Sudan, Mali, Rep. Centroafricana y, ya más cerquita de vuestro barrio, Ucrania). Recordemos que la energía  es la sangre que mantiene viva a una sociedad y, en un tiempo y espacio determinado, la que posibilita su crecimiento, su desarrollo y mantenimiento; en último término su supervivencia. En ese contexto no debemos hacernos ninguna ilusión, la utilización del conflicto diplomático y comercial por sobre el militar, estará, como ha estado, supeditado a su simple eficiencia, no a un altruismo pacifista…por esa misma razón en la misma medida en que la energía decline, la guerra, como medio de ultima ratio será cada vez más frecuente, seductor y lamentablemente necesario (No hay  nada nuevo bajo el sol, dice el refrán…excepto lo que ha olvidado…si la historia no miente, Luis XIV hizo gravar esta leyenda en sus cañones “ultima ratio regum”, “este es el último argumento de los reyes”). Hacerse de recursos energéticos que le permitan atomizar o mitigar el efecto que esa misma falta de energía necesariamente provoca a nivel interno: la desintegración. El fenómeno interno de desintegración (des-cohesión), entendida como caos y desorden social se combate energéticamente excluyendo del reparto de energía a todos los sectores sociales que se consideren prescindibles. Así, clases medias y bajas tendrán, por tanto, menos salud y educación cuantitativa y de peor calidad, menos ayudas sociales, menos seguridad y justicia, en definitiva menos Estado y más mercado…la afirmación no es ideológica, el mercado es la forma (más menos) “civilizada” en que se aplica la  ley del más fuerte. Lo anterior, en términos energéticos, es un axioma simple: la mayor cantidad de energía posible para el menor número de personas posible. Así se está dibujando  naturalmente el futuro cercano. En este punto, una crisis mundial con carácter de Evento Apocalíptico, producto de una guerra o crisis nuclear, o un colapso financiero mundial, seria naturalmente el acelerante de un proceso necesario para la sobrevivencia de sistema o alguno de sus componentes –sociales, económicos o políticos- en tiempos del peak oil.
Ahora bien, las verdades muchas veces son solo un asunto de perspectivas. La verdad del Apocalipsis no escapa a ello… Alguno de nosotros lo esperamos en diez años, otros en cien, otros tantos lo creen improbable… ¿Y si alguien nos dijera que este ya llegó?, ¿qué tan cierta sería esa información? No hemos visto desatarse la tercera guerra mundial; los mercados no se han desplomado, ni lo ha hecho el dólar: La gente no corre a saquear los supermercados, ni se montan barricadas en las esquinas; ¿será que aquí, todavía, los rascacielos ocultan las llamas, los trajes a los uniformes, los maletines a las armas, las bocinas y motores a los disparos? ¿Existe, objetivamente, una realidad menos tranquilizadora a la ahora de ponderar lo probable de un evento apocalíptico?
Actualmente en el mundo existen, algo así ,como 12 conflictos de alta intensidad (aquellos con más de 1000 muertos al año) y 40 conflictos  de baja intensidad  (menos de 1000 muertos al año) cuyas poblaciones involucradas suman sobradamente 300 millones para el primer segmento (Afganistán, Somalia, Siria, México, Irak, Libia, Sudan del Sur, entre otros); mientras que los conflictos de baja intensidad suman 1.200 millones de personas como población involucrada, y desarrollados en extensa zonas del Asia Central y Meridional, gran parte de África, casi todo Medio Oriente. En esas mismas zonas la economía de subsistencia, de sobrevivencia, y la disolución del aparato estatal campea en mayor o menor grado. Lo anterior, ya sea producto del estado de conflicto surgido en el tiempo presente en algunos casos, y, en otros, porque siempre han vivido así. Digamos, para ser objetivos, que el estado actual en que se encuentran sumidas las poblaciones de esas regiones, no tiene  que ver con un solo elemento, sino que con la convergencia de muchos factores, económicos, sociales, históricos, políticos, etc. No quiero ahondar demasiado en el tema, que es solo parte del argumento del tema central, al que luego vuelvo;  aunque estimo que todos sabemos a quienes nos estamos refiriendo, países y/o naciones con economías pobres y primarias, religiones volitiva y materialmente influyentes, estructuras estatales que existen de manera muy tenue, o son simplemente los últimos retazos de civilidad en medio del caos.  Pero, ¿por qué coloco sobre la mesa estos datos en particular? Porque, a la luz de estos someros datos, quiero dejar en evidencia que cuando decimos que no creemos posible la existencia de un evento apocalíptico, en el corto o mediano plazo, estamos realmente  diciendo que “no creemos que un fenómeno de los que efectivamente puedan provocarlo harán que las condiciones económicas y sociales propias de lo que conocemos como  apocalipsis y en la cual se encuentran actualmente sumidas una cuarta parte de la humanidad nos alcancen dentro de un plazo racionalmente prudente”. No, no me pierdo, el argumento no es ningún caso moral, ni debe serlo; si 500 millones de habitantes europeos vivieran sin sanidad, sin educación, sin un gobierno central, sin alcantarillado, criando animales en su casa y cultivando sus patios para sobrevivir, nadie dudaría que se trata de un apocalipsis en regla. Sin embargo, el que 1000 millones de personas, en África y Asia, padezcan, actualmente, la misma situación,  ni siquiera está en nuestro horizonte intelectual al momento de plantearnos la posibilidad de un apocalipsis como algo eventualmente real…y ahí está la trampa… NATURALMENTE actuamos eliminando de nuestro campo de visión todo aquello que nos es desagradable o contradictorio. Claramente esta forma de pensar no está condicionada ni por nuestra maldad ni por nuestra indolencia, sino por un simple y necesario mecanismo de defensa y supervivencia. Natural y cotidianamente, tendemos a considerar como inexistente lo que no es evidente, o aun más, lo que siendo evidente y desagradable no podemos eliminar o cambiar, ej: la pobreza. Si esas condiciones se dan  en comunidades o países que están en las antípodas del globo mayor razón para pensar que son inexistentes. PERO, hay una diferencia del porte de una montaña entre afirmar que las armas de destrucción masiva no existen pero pueden  existir, a  afirmar que existen pero que no serán disparadas. Y nosotros aunque aceptamos, racionalmente, como verdadera la segunda frase del axioma, vivimos cotidianamente como si la cierta fuera la primera…y eso es peligroso. Lo mismo sucede con lo que consideramos condiciones de vida apocalípticas, las pensamos como si no existieran y pudieren en algún momento existir, pero la verdad es que existen, son reales y no  un escenario hipotético o de pura fantasía alarmista.  Están a 1000, a 5000 a 10.000 kilómetros, en sociedades, regiones o países que las han padecido desde siempre (Afganistán, África subsahariana) hasta países que han caído ellas en apenas los últimos 10 o 5 años o meses (Libia, Siria…Ucrania). Debemos, entonces, hacernos cargo de esa realidad, aunque no sea la nuestra, porque ello nos permitirá hacer la pregunta correcta  cual es ¿cuánto podría demorar aquella parte de la población mundial que no vive actualmente las condiciones que definen un apocalipsis en caer en ellas? y ¿qué evento podría desencadenar o acelerar dicha situación? Y aquí llegamos a  uno de los puntos centrales de este pequeño ensayo, esto es preguntarnos si las actuales condiciones sociales, culturales, políticas y económicas en que desarrollamos nuestras vidas se mantendrán el tiempo suficiente, y en el espacio suficiente, como para permitirnos no tener que preocuparnos por la velocidad del cambio
Permítanme una reflexión seria, he creído descubrir que para cada uno de nosotros ese tiempo suficiente, ese plazo racional y prudente en el que pudiera sobrevenir un Evento Apocalíptico, siempre considera, como tiempo medio para que NO se manifieste, lo que nos queda por vivir. Así, aunque parezca gracioso, aceptamos de buen grado, en teoría, que destruyan -o se destruya-  el mundo en los próximos treinta años, pero no aceptamos que lo puedan hacer en dos o tres. Y también el elemento espacial cae en ese relativismo cómodo. Al final, lo que verdaderamente decimos y esperamos del futuro, es que se desencadene el apocalipsis en todo el globo… lo negaremos si no se desencadena en nuestro  país y el tiempo que a mí me queda de vida
Así, la mayoría de las personas estima que no, que no hay razones de peso como para preocuparnos por un cambio brusco e inmediato de nuestras condiciones de vida. En lo que refiere a los dos hipótesis finales de trabajo (Guerra nuclear o Crisis financiera mundial) ambas son descartadas rápidamente, tal y como se hizo con todas las anteriores. El ciudadano medio cree, firmemente, que no habrá guerra nuclear, ni un catastrófico colapso económico mundial, y nos ganamos el adjetivo de racionales y prudentes. Como contrapartida aquellos que estiman que esas, u otras causas, que pueden provocar un Apocalipsis son inminentes y se concretaran en algún momento del futuro inmediato, los llamamos apocalípticos.  Si  además, le agregan la llegada de los Annunakis  les damos el mote de frikis y si auguran que el Apocalipsis llega producto de la implantación del NWO los motejamos de conspiranoicos… y nos reímos un poco y muy orondos nos quedamos con la certeza que nuestro futuro seguirá igual, levemente direccionado al vacío, a ese largo declinar que nos resigna y nos da tranquilidad…pero, ¿es así?, ¿tenemos razones para tener, incluso por esperanza, la amarga certeza del  lánguido  menguar?     

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