miércoles, 30 de enero de 2019

Usted va a pagar el coche eléctrico, aunque nunca tenga uno

Usted va a pagar el coche eléctrico, aunque nunca tenga uno

Lo que nos dicen
Hay que quitarse de encima los coches de diésel porque contaminan y son malos para el medio ambiente. También hay que deshacerse de los de gasolina. Con el tiempo, incluso tendremos que prescindir de los híbridos. Todos queman petróleo y eso no es bueno para el planeta, nos dicen (y es cierto).
Todos estamos de acuerdo con que hay que proteger el medio ambiente. Pero necesitamos el coche. Para ir trabajar, para ir a buscar a los niños, para ir a hacer la compra, incluso para alguna escapadita.
Así que, vale, usemos coches eléctricos. Pero los coches eléctricos aún no se han popularizado, no hay tantos sitios para recargarlos y aún son caros. Todos estamos de acuerdo con que hay que preocuparse por el planeta, pero sin empujar. Todo el mundo está de acuerdo que hace falta tiempo para desarrollar los coches eléctricos. Hace falta tiempo para hacer el cambio.
Y sin embargo todo son prisas. Más impuestos, más anuncios de que se prohibirán los coches de diésel y gasolina, más restricciones para entrar en el centro de las ciudades. Parece que de repente todo el mundo se ha vuelto loco por cambiar ya al coche eléctrico.

Lo que pasa
En realidad, estas prisas repentinas con los coches de diésel no son solo por la preocupación medioambiental, sino porque la producción mundial de diésel está disminuyendo. No es que se vaya a acabar de hoy para mañana: la caída durará décadas, pero cada vez habrá menos y tendremos que ver cómo se va repartiendo. Así que da la impresión de que se ha decidido que se le va a ir quitando ya a los coches. Es normal: el diésel también lo utilizan los camiones, los tractores, la maquinaria y pronto los barcos. Así que es mejor reservarlo para eso, pero preferiríamos que nos explicasen la verdad.
Esto que le pasa ya al diésel le acabará pasando a la gasolina dentro de pocos años, así que la solución tampoco pasa por los coches de gasolina. Aquí también se tendrá que ir pensando cómo se irá repartiendo la caída de la producción, que también durará décadas. Todo el mundo tendrá que ir conduciendo menos, o dejando el coche.
Eso explica la prisa por deshacerse de los coches con motor de combustión interna y mantener el negocio con la fabricación de otro tipo de vehículos.
Parece que en realidad el cambio no se hace tanto voluntariamente porque nos importe el planeta, sino principalmente obligados porque el petróleo va para abajo. No nos queda otra que pasarnos al coche eléctrico, ¿verdad?


Los problemas del coche eléctrico que nadie explica
Pongamos números sencillos, para entendernos.
La energía que contienen las baterías se mide en kilovatios-hora (kw·h). El kilovatio-hora es la energía que carga una batería si la conectas a un cable con una potencia de un kilovatio durante una hora (eso suponiendo que no haya pérdidas, que siempre las hay, aunque sean pequeñas).
Imagínese que tiene un coche con una batería con capacidad para 50 kw·h. No es un coche pequeño, pero tampoco es de los grandes. Un coche para toda la familia y para ir al trabajo. Con esa batería, el fabricante le dirá que su coche puede llegar a hacer 250 km con una carga completa de la batería, pero los fabricantes siempre exageran. En la práctica, en condiciones de conducción real, la mayoría de las veces se podrán hacer unos 150 km (si hay cuestas, si se usa el aire acondicionado o la calefacción, si la batería ya tiene un tiempo…). Pero imaginemos que esos 150 km le son suficientes para el día a día, le dejan el coche no demasiado caro y se decide a comprárselo.
El problema viene a la hora de cargar el coche. Es un sudoku de lo más complicado. No es imposible, pero hay que calcular mucho, y hay que andarse con ojo.
Pongamos que en su casa tiene contratada una potencia eléctrica de 4,4 kw, que es una potencia contratada bastante habitual en los hogares españoles. Con eso, las cargas completas son complicadas. Incluso aunque pusiera a cargar el coche cuando prácticamente no haya otro aparato consumiendo electricidad en su casa (de noche, cuando todos duermen), para cargar completamente los 50 kw·h del coche necesitaría más de 11 horas usando toda la potencia eléctrica de la casa.


Pero cargar el coche completamente es un caso extremo, es verdad. Imaginemos que no necesita cargar del todo la batería porque solo hizo 60 km: aún así se necesitarían cuatro horas y media en las que apenas se podría usar nada eléctrico en su casa.
No seamos tan cenizos y vayamos a un caso más favorable. Pongamos que es Vd  el usuario medio, el que hace unos 35 km al día. De acuerdo con el fabricante eso debería corresponder a un consumo de 7 kw·h, pero ya hemos comentado que en condiciones reales el coche le va a gastar más, pongamos unos 11 kw·h: son aún dos horas y media de alimentar el coche con toda la potencia de la casa. Puede preparar la instalación eléctrica de su casa para reservar una parte de toda la potencia, digamos 3 kw, para cargar el coche de noche (y que así no le salten los plomos al encender la luz). Con eso recargaría lo que gastó para hacer esos 35 km en unas cuatro horas. Se puede hacer, pero hay que calcular mucho: cuidado con hacer más de 35 km – y si lo hace que cuente con tiempo extra para recargar lo gastado de más -, cuidado con poner la lavadora de noche, acuérdese de conectar el coche al llegar a casa y programar la carga, y asegúrese que se esté las cuatro horas que necesita, y que no tenga que coger el coche para una urgencia…
Si no quiere vivir con tanto estrés y tanto cálculo, podría contratar más potencia a su compañía eléctrica para no ir tan justo. El problema es que le saldría carísimo cada mes.
Pero, espere, quizá la cosa es mucho peor.
Quizá usted es de los que no tiene garaje y tiene que dejar el coche en la calle. Millones de coches duermen en la calle en nuestro país. Para poder recargar esos coches durante la noche haría falta poner un poste eléctrico por cada 5 metros de acera, aproximadamente. Si fueran postes de 22 kw, como los que quiere poner el Gobierno en las gasolineras, en 125 metros de calle se tendría que poner el cableado y los postes para poder suministrar más de un megavatio (Mw) de potencia. Eso es lo mismo que suministra un aerogenerador pequeño. Una ciudad como Madrid, que tiene más de 1.000 km de calles, necesitaría cableados, subestaciones eléctricas y sistemas de control para disponer de unos 8 Gw de potencia (es decir, como todas las centrales nucleares de España). Extrapolando para el resto de España, estaríamos hablando de más de 100 Gw (es decir, como la capacidad eléctrica máxima de España). Así planteado es una obra enorme, algo inimaginable, así que intentemos hacer algo más modesto. Podemos imaginar que se usen postes de mucha menos potencia (por ejemplo, de 4,4 kw en vez de 22 kw), y también que no todas las calles estén cableadas. Igualmente estamos hablando de una infraestructura colosal: incluso si la redujéramos a la décima parte de lo que calculamos más arriba, a “solo” 10 Gw, estaríamos hablando de una instalación enorme que requiere levantar un montón de calles y gastarse un montón de dinero. Y para que luego los usuarios se den de tortas para pillar un poste de ésos libre cuando vuelves tarde de currar y no pudiste recargar el día anterior. Y que no vengan vándalos a cortar los cables, o aprovechados que te quiten la manguera para cargar su coche en doble fila… ¿Y quién paga la recarga? ¿Y cómo se paga? ¿Y el mantenimiento?
La alternativa sería recargar el coche en las electrolineras que se vayan instalando. Los postes de 22 kw que propone el Gobierno recargarían completamente nuestro coche familiar pero sin pretensiones en dos horas y media, lo cual es demasiado lento. Si lo enchufamos solo media hora (lo que daría como para unos 30 km) es aún demasiado lento, sobre todo si hay otros coches esperando para recargar delante de nosotros: simplemente con dos coches por delante ya nos implica esperar una hora y media (una hora a que se carguen ellos y media a que se cargue el nuestro). Y que no se les ocurra recargar más que para 30 km. ¿Se imaginan las colas que se podrían llegar a formar? ¿Y qué harán los propietarios de las estaciones de servicio? ¿Cuántos minutos nos dejarán cargar el coche para que las cuentas les salgan, para que puedan ganar dinero?
Veamos otras alternativas. Podríamos usar postes de carga rápida. De éstos no habrá en todos los sitios, porque son más caros de instalar y mantener, pero con uno de ellos podríamos cargar la batería completamente en media hora, o tan solo cinco minutos para recargar lo suficiente para 30 km. Eso ya comienza a ser más razonable. El problema es que esos postes de alta potencia fuerzan las baterías y eso acorta rápidamente su vida (se calientan mucho). Si usted visitara frecuentemente estos postes, la batería de su coche podría durar solo dos años. Incluso menos. Por eso los puntos de recarga de alta potencia no son una buena opción, y eso sin contar los peligros de usar potencias tan elevadas.
Y esto no se acaba aquí. Las baterías llevan fatal el calor: cuando la temperatura pasa de 35ºC se comienzan a deteriorar, y si pasa de 40ºC se degradan muy rápido, incluso aunque no esté usando el coche. Algo a tener muy en cuenta en España. Intente aparcar el coche a la sombra, y mejor con un ventilador.
Y eso por no hablar de las limitaciones en la producción de litio y cobalto, de los costes prohibitivos, de las prestaciones escasas… Y tampoco hemos comentado cómo subiría el precio de la electricidad, si de repente hay tantos coches eléctricos para cargar y al tiempo disponemos de menos petróleo.
¿Qué significa todo esto? ¿Es imposible pasarse al coche eléctrico para todos? Imposible no lo es, pero haría falta una coordinación extrema para hacerlo posible. Si todos actuáramos de una manera perfectamente coordinada y cuidadosa los números salen; justitos, pero salen. Al menos sobre el papel salen. Ahora bien, ¿se cree usted que nos vamos a organizar tan bien? ¿O esto va a ser el follón habitual?


¿Es el coche eléctrico un coche para ricos?
Lo cierto es que parece difícil generalizar el coche eléctrico para todo el mundo. Caro, poca autonomía, vida de las baterías limitada, y si se generaliza sería una locura para poderlo recargar. Así que el secreto está, quizá, en que no se generalice. En que haya relativamente pocos. Quizá pasar de los 27 millones de coches que hay ahora en España a un millón (o quizá menos).
A lo mejor el negocio de las automovilísticas (lo poco que quede) está en hacer coches de gama alta, sedanes con baterías de 200 y 300 kw·h, con autonomía de muchos cientos de kilómetros, coches que se aparcan solos y que hasta se conducen solos, y el más barato de los cuales se vende por 100.000 euros.
Quien se compra un coche de ésos seguro que tiene un buen enchufe en su casa, y seguro que no tiene problemas para contratar en su casa una potencia de 15 kw de electricidad, o 20 kw, o lo que necesite para mantener todo encendido y el coche cargando cuando le dé la gana. Incluso puede tener un par de coches, para usar uno mientras se recarga el otro.
Pero hay algo que estos conductores adinerados necesitan: puntos de recarga por el camino. Porque cuando hagan un viaje largo necesitarán poder repostar en algún lugar. Y para eso ha de haber puntos adecuados de recarga.
Y no parece que sea rentable poner puntos de recarga para solo un millón (o quizá menos) de coches, al menos no desde la perspectiva de los propietarios de las gasolineras. Así que esos puntos de recarga se tienen que subvencionar, si se quiere que estén ahí. El Estado los tiene que avalar, incluso tiene que obligar, a que se construyan.
Si el coche eléctrico no se generaliza (y como hemos dicho, es difícil que esté al alcance de todo el mundo), apostar por poner muchos puntos de recarga por todo el territorio nacional, invirtiendo para ello mucho dinero público y dando subvenciones al coche eléctrico, podría acabar convirtiéndose en una transferencia de dinero de los pobres a los ricos. Así que antes de lanzarse a esta aventura, en la que todos están haciendo como si todos los problemas del coche eléctrico estuvieran solucionados o a punto de solucionarse, convendría hacer un análisis mucho más pormenorizado y con planteamientos mucho más realistas. Porque no está claro que esto del coche eléctrico nos interese a todos.


¿Realmente interesa apostar tanto por el coche eléctrico?
Nos están vendiendo un futuro deslumbrante de movilidad eléctrica, pero lo que hay ahora mismo es algo mucho más limitado. No está claro que se pueda generalizar el coche eléctrico privado para todos. Probablemente no se puede, y más probablemente aún no resulte rentable hacerlo.
Se insiste, una y otra vez, en que el coche eléctrico es el futuro, como si fuera una verdad evidente e indiscutible, cuando en realidad tendríamos que aclarar unas cuantas cosas antes de lanzarnos a invertir en una nueva burbuja que va a empeorar aún más las condiciones de vida de la mayoría para que solo se beneficie una minoría.
Los defensores de esta transición al coche eléctrico tendrían que plantearse si en realidad no se está promoviendo que se subvencione, con cargo al erario público, un medio de transporte reservado a las clases más pudientes (subvenciones directas al coche eléctrico e indirectas por la vía de las estaciones de carga o los privilegios de uso del espacio público).
Sin duda, hay que tomar medidas contra la contaminación, el cambio climático y el agotamiento de los combustibles fósiles. Pero por lo menos a día de hoy el coche eléctrico no parece que sea la medida adecuada para ello.

Antonio Turiel
Enero de 2019

miércoles, 23 de enero de 2019

El colapso y la Realpolitik de las urnas

Queridos lectores:

Javier Pérez ha escrito un breve y provocador ensayo sobre cómo se pervierte la democracia en función del poder de presión de diversos colectivos en un contexto de deprivación energético en el que no todo el mundo va a valer lo mismo.

Les dejo con Javier.


Salu2.
AMT


El colapso y la Realpolitik de las urnas




Uno de los signos visibles más notorios del colapso, después de la necesidad de contar cuentos bonitos para que los niños se duerman,  es la dificultad para manejar el incremento de complejidad de las sociedades. Porque la complejidad lo es todo, y su incremento, más que el incremento de los bienes y servicios producidos, es el auténtico signo de que se avanza.
De hecho, para mí, no hay síntoma más claro del colapso que esa dificultad para avanzar en el más difícil todavía, aunque empiezo desde ya por decir que, hasta el momento,  sólo he observado esa cojera en pocos temas y en muy pequeña medida.
Sin embargo, creo que hay un hecho, ya visible, que empezará a ganar volumen en el horizonte de los estrategas políticos y que no deja de ser consecuencia de esta incapacidad para gestionar la complejidad. Un hecho que se pesará tras las cortinas, como se analiza cada casilla entre analistas de ajedrez, aunque luego haya que presentar al público explicaciones más vistosas.  Me refiero al distinto valor de los votos, y no dependiendo de su procedencia geográfica, como muchos señalan al referirse a nuestra ley electoral, sino de su procedencia social.
¿Qué los votos no valen igual según la clase del votante? Seguro que intuitivamente nos suena, y que todos pensamos que los ricos tienen de algún modo más influencia, incluso con sus votos, aunque no podamos demostrarlo. Pero no va por ahí. Lo siento, amigos, pero conmigo nada es tan sencillo.
Me refiero, en realidad, a que los votos también valen según la energía que contienen. Su energía cinética y su energía potencial, y creo que tales magnitudes serán tema central de la estrategia política REAL, aunque dudo que se hable de ello públicamente.
¿Qué es la energía cinética de un voto? Lo lejos que ese votante puede llegar para defender sus ideas, los riesgos que está dispuesto a correr y los costes que está dispuesto a asumir para sostener, defender o apoyar a una determinada opción política. Si tus votantes te han elegido porque el resto daba asco, tu energía cinética es casi nula, porque esos votantes, que se suman como cualquiera, no están dispuestos ni ir a la vuelta de la esquina por ti.
¿Y qué es la energía potencial de un voto? La fuerza, la virulencia con que está dispuesto ese voto a combatir a sus adversarios. Y no se confunda con el caso anterior, porque una cosa es lo que la gente está dispuesta a hacer por los tuyos y otra, muy distinta, lo que esa misma gente está dispuesta a hacer CONTRA sus adversarios. La energía potencial de un voto la determina lo difícil que son tus votantes de ser captados por otro partido, otra idea, u otra opción, y hasta qué punto formarán fuerzas de choque en caso de necesidad contra ideas enfrentadas.
Esas son las dos variables que determinará en el poder real en las democracias. Fijémonos en Francia y en su revuelta de los chalecos amarillos, por ejemplo. Un presidente que ha obtenido el sesenta por ciento de los votos, se ha visto obligado a dar marcha atrás en buena parte de sus medidas y, más recientemente, en publicar una carta presidencial intentando negociar las reivindicaciones de los revoltosos. ¿Por qué?
Porque Macron tiene votos, pero no tiene quién le defienda. La gente le votó por negación de otros, por no votar a Hollande, por no votar a Le Pen. ¿Pero quién demonios le quiere a él? Nadie, y los estrategas de los movimientos opositores lo han detectado y lo van a hacer albóndigas, verdadero picadillo, el tiempo que intente resistir en el Elíseo. Sus votos están tan muertos como Victor Hugo y su jorabado de Notre Dame: mucha fama, mucho brillo, y poca vida. Sus votos limitan su energía cinética a los banqueros que piensan dar sablazos a sus conciudadanos y se quedan en nada, prácticamente, si hablamos de energía potencial.
¿Y en España? ¿quién puñetas apoya a Pedro Sánchez? Lo contrario: poca energía cinética, porque nadie tiene claro qué se puede ganar con semejante tío y no lo quieren ni en su guardería, pero una notable energía potencial, porque la otra opción, que era el PP, ahora es el PP más el petit Macron Naranja, más VOX. Una energía potencial de la leche, que lo mantiene, extrañamente a flote. Pero sin capacidad e movimiento, porque carece de energía cinética. ¿Lo vamos viendo?
Los votos no valen nada si quienes los dejan en la urna no están dispuestos  hacer nada más que depositar ese papelito. Los votos no pueden seguir considerándose opiniones muertas, porque la dinámica actual, de referendo encubierto constante, no permite semejante cosa.
Y ahora, para concluir, echadle un ojo a nuestra pirámide demográfica y decidme si no nos encaminamos, de no estarlo ya, a una apabullante gerontocracia. Pues bien: en teoría sí. En teoría los pensionistas juntan y juntarán tal número de votos que serán una fuerza electoral formidable. Capaz de imponer sus necesidades de pensiones y gasto asistencial sobre cualquier otra necesidad e nuestra sociedad. En teoría pueden capturar rentas y voluntades…. ¿Pero de veras se puede sostener un Gobierno con el apoyo simplemente electoral de los viejos? ¿De veras es eso posible, con los conceptos que acabamos de introducir, si los jóvenes salen a la calle?
¿Qué sucederá con esas enormes masas de votantes a los cuatro días de huelga general, o a los tres días de apagón por los sabotajes de quienes no ven futuro? La democracia dice una cosa, y la realidad otra. Los viejos tienen voto, pero carecen de energía cinética y carecen de energía potencial. Quien sólo sepa contar, se encontrará con la bombilla apagada, y un montón de gente con garrote a su puerta.
La máxima complejidad, la mayor de todas, la más sutil y difícil de nuestra actual sociedad, estriba en desarmar a la fuerza de razones, en esterilizar la fuerza, en convertir la violencia en un hecho inútil y sin sentido. Hasta ahora se ha conseguido, pero poco a  poco será más difícil desactivar esa energía primitiva, radical y primigenia que quiere imponerse porque se siente con derecho, derecho natural a ello. En esta dinámica de energía menguante, cada día será más difícil olvidar que el derecho a la inviolabilidad del domicilio no procede la ley, de la constitución ni de los tribunales: procede del padre de familia, con un hacha, a la puerta de casa. Y lo otro vino luego, poco a poco.
Lo otro es complejidad, y a medida que la complejidad se desmorona volvemos a las razones últimas de las cosas: al padre de familia, acompañado de sus hijos, guardan la puerta de casa con un hacha en la mano. Las naciones que se quedan con los recursos porque pueden aplastar al otro, las tribus que conquistan territorios de caza… Y los viejos que aconsejan, pero no deciden.
    No habrá gerontocrcia, no temamos. Los votos de los viejos sólo se cuentan. Sólo eso. Podría ser de otro modo, pero ya no queda energía pare ello.
Javier Pérez

miércoles, 9 de enero de 2019

Reseña de "Iv"


7 años después de la publicación de "El Oráculo de Gaia", Erawan Aerlín (pseudónimo de una persona muy conocida en el ámbito de la crisis energética y ambiental) nos ofrece una nueva novela, "Iv", que es en cierto modo su continuación. Y ciertamente hay una lógica que conecta ambos libros, a pesar de sus enormes diferencias estilísticas, narrativas y cronológicas. Así, si "El Oráculo de Gaia" era un libro cronológicamente circular que no se podía ubicar en un tiempo concreto aunque daba vueltas en el entorno cercano del colapso de nuestra civilización industrial, "Iv" es una novela completamente lineal y mucho más estándar, con un claro inicio y final de su acción principal, y además en un tiempo muy distante del momento actual. Si "El Oráculo de Gaia" tenía algo de libro sagrado de una nueva religión gaiana (podría bien ser la nueva biblia de un tal credo), en el caso de "Iv" se trata de una novela de acción (mucha más acción que "El Oráculo") que en realidad viste un ensayo muy profundo sobre la trascendencia ecosistémicas y supraecosistémicas de la acción no ya del ser humano, sino de todos los seres vivos (y en el cual la acción humana se va volviendo en realidad cada vez más irrelevante con el paso del tiempo). Pero ambos libros conectan un único discurso: el desarrollo de la idea de Gaia como supraorganismo, yendo mucho más allá de la idea original de Lovelock y abriendo un marco conceptual extraordinariamente profuso. 

Un aspecto muy destacable de "Iv" es que explora aquello que John Michael Greer llama "el futuro profundo". Y es que el marco temporal en el que se mueve dista muchos siglos, algo más de un milenio, del momento presente. Érawan no está interesada en la recreación morbosa de nuestro colapso; de hecho, no hay referencias explícitas a ese momento en todo el libro, puesto que siempre se habla de "antes" o de "después", pero nunca del "durante". Este libro escapa de la ciencia ficción más simplista, del futuro cercano, para mostrarnos un mundo que está comenzando a recuperarse (tan solo comenzando a recuperarse) del cataclismo global que supuso la civilización industrial, la cual de esta manera se mantiene en un plano de igualdad (a mi entender, bastante acertado) al de otros eventos catastróficos que marcaron el devenir del planeta, como la extinción cámbrica o la de los dinosaurios.

Y a pesar de que la acción la desarrollan principalmente los descendientes del Homo Sapiens, la recuperación que nos explica este libro no es la de la civilización humana, sino la de Gaia, entidad que trasciende y que de hecho da sentido a la vida de todas las especies que la componen, la humana incluida. Y es que a medida que se desarrolla la acción se va percibiendo de una manera cada vez más clara que la verdadera importancia del ser humano es mucho menor, y mucho más accesoria, de la que él mismo se atribuye. No quiere esto decir que la humanidad (así, en minúscula) no tenga un papel relevante para Gaia, pero lo tiene en similitud y no más importancia que muchas otras especies, también instrumentales en el plan de Gaia de expandir la vida por el Universo. Por ese motivo, este libro supone una fuerte humillación para los tecnooptimistas que han comprado la idea del Homo Deus: ad astra, sí, pero no por nuestra mano sino más bien a pesar de nuestra impericia, y desde luego sin que nosotros seamos los pilotos.

La complejidad y el alcance de algunas ideas que la autora difunde con la excusa de la novela pasarán desapercibidas a muchos lectores en una primera lectura del libro, y sin embargo todas ellas encajan con una lógica implacable en el devenir de los acontecimientos, con lo que probablemente dejarán un poso en los que lean este libro y una preparación para una discusión más profunda de las numerosísimas cuestiones que se comentan casi de pasada.

Por ese motivo, la trama de la novela está realmente supeditada al objetivo de la difusión conceptual, a la vertiente ensayística de este trabajo. Para poder darle fluidez a la presentación de esos argumentos, a un ritmo que si uno percibe todos los detalles es endiablado, Érawan introduce un tipo de personaje, la Sacerdotisa, que es en muchos sentidos un superhumano. El hecho de que sea una supermujer permite alejarse de algunos paradigmas nietzschesianos ya demasiado manoseados, y así la supermujer lo es también por su extremado amor y piedad. Es a través de la sacerdotisa (porque, aunque parezca lo contrario, en el fondo solo hay una) y de su constante adoctrinamiento de los demás personajes que se puede dar salida a toda la carga conceptual. Las características tan supranaturales de la sacerdotisa y su uso y abuso como vehículo ensayístico hace que este personaje tenga trazos más planos que el resto de personajes. También es cierto que tampoco es una preocupación central de la autora el dotar de demasiada perfilación psicológica a sus otros personajes, porque el objetivo de la novela es otro, pero la simplificación de carácter es extrema en el caso de esa sacerdotisa prácticamente omnisciente y en equilibrio gaiano. Este aspecto le resta, a mi entender, valor literario al conjunto, aunque el libro debería antes tomarse por lo que es, un ensayo sobre Gaia desde una perspectiva verdaderamente gaiana y no humana - justamente desde esa perspectiva, las pequeñas miserias y pequeños triunfos humanos son demasiado irrelevantes para entretenerse con ellos, habiendo asuntos de más enjundia por dilucidar.

Hace años que sigo el trabajo de la persona que ha escrito este libro, y habiendo visto algunas charlas suyas y leído estos dos libros creo que su pensamiento ha llegado a un grado de madurez intelectual que merecería que escribiera un tratado científico de buena extensión desarrollando todas las ideas que nos ha dejado vislumbrar hasta ahora. Quizá ese tratado sería la base de un nuevo pensamiento gaiano que pueda influir en las futuras generaciones.