miércoles, 23 de enero de 2019

El colapso y la Realpolitik de las urnas

Queridos lectores:

Javier Pérez ha escrito un breve y provocador ensayo sobre cómo se pervierte la democracia en función del poder de presión de diversos colectivos en un contexto de deprivación energético en el que no todo el mundo va a valer lo mismo.

Les dejo con Javier.


Salu2.
AMT


El colapso y la Realpolitik de las urnas




Uno de los signos visibles más notorios del colapso, después de la necesidad de contar cuentos bonitos para que los niños se duerman,  es la dificultad para manejar el incremento de complejidad de las sociedades. Porque la complejidad lo es todo, y su incremento, más que el incremento de los bienes y servicios producidos, es el auténtico signo de que se avanza.
De hecho, para mí, no hay síntoma más claro del colapso que esa dificultad para avanzar en el más difícil todavía, aunque empiezo desde ya por decir que, hasta el momento,  sólo he observado esa cojera en pocos temas y en muy pequeña medida.
Sin embargo, creo que hay un hecho, ya visible, que empezará a ganar volumen en el horizonte de los estrategas políticos y que no deja de ser consecuencia de esta incapacidad para gestionar la complejidad. Un hecho que se pesará tras las cortinas, como se analiza cada casilla entre analistas de ajedrez, aunque luego haya que presentar al público explicaciones más vistosas.  Me refiero al distinto valor de los votos, y no dependiendo de su procedencia geográfica, como muchos señalan al referirse a nuestra ley electoral, sino de su procedencia social.
¿Qué los votos no valen igual según la clase del votante? Seguro que intuitivamente nos suena, y que todos pensamos que los ricos tienen de algún modo más influencia, incluso con sus votos, aunque no podamos demostrarlo. Pero no va por ahí. Lo siento, amigos, pero conmigo nada es tan sencillo.
Me refiero, en realidad, a que los votos también valen según la energía que contienen. Su energía cinética y su energía potencial, y creo que tales magnitudes serán tema central de la estrategia política REAL, aunque dudo que se hable de ello públicamente.
¿Qué es la energía cinética de un voto? Lo lejos que ese votante puede llegar para defender sus ideas, los riesgos que está dispuesto a correr y los costes que está dispuesto a asumir para sostener, defender o apoyar a una determinada opción política. Si tus votantes te han elegido porque el resto daba asco, tu energía cinética es casi nula, porque esos votantes, que se suman como cualquiera, no están dispuestos ni ir a la vuelta de la esquina por ti.
¿Y qué es la energía potencial de un voto? La fuerza, la virulencia con que está dispuesto ese voto a combatir a sus adversarios. Y no se confunda con el caso anterior, porque una cosa es lo que la gente está dispuesta a hacer por los tuyos y otra, muy distinta, lo que esa misma gente está dispuesta a hacer CONTRA sus adversarios. La energía potencial de un voto la determina lo difícil que son tus votantes de ser captados por otro partido, otra idea, u otra opción, y hasta qué punto formarán fuerzas de choque en caso de necesidad contra ideas enfrentadas.
Esas son las dos variables que determinará en el poder real en las democracias. Fijémonos en Francia y en su revuelta de los chalecos amarillos, por ejemplo. Un presidente que ha obtenido el sesenta por ciento de los votos, se ha visto obligado a dar marcha atrás en buena parte de sus medidas y, más recientemente, en publicar una carta presidencial intentando negociar las reivindicaciones de los revoltosos. ¿Por qué?
Porque Macron tiene votos, pero no tiene quién le defienda. La gente le votó por negación de otros, por no votar a Hollande, por no votar a Le Pen. ¿Pero quién demonios le quiere a él? Nadie, y los estrategas de los movimientos opositores lo han detectado y lo van a hacer albóndigas, verdadero picadillo, el tiempo que intente resistir en el Elíseo. Sus votos están tan muertos como Victor Hugo y su jorabado de Notre Dame: mucha fama, mucho brillo, y poca vida. Sus votos limitan su energía cinética a los banqueros que piensan dar sablazos a sus conciudadanos y se quedan en nada, prácticamente, si hablamos de energía potencial.
¿Y en España? ¿quién puñetas apoya a Pedro Sánchez? Lo contrario: poca energía cinética, porque nadie tiene claro qué se puede ganar con semejante tío y no lo quieren ni en su guardería, pero una notable energía potencial, porque la otra opción, que era el PP, ahora es el PP más el petit Macron Naranja, más VOX. Una energía potencial de la leche, que lo mantiene, extrañamente a flote. Pero sin capacidad e movimiento, porque carece de energía cinética. ¿Lo vamos viendo?
Los votos no valen nada si quienes los dejan en la urna no están dispuestos  hacer nada más que depositar ese papelito. Los votos no pueden seguir considerándose opiniones muertas, porque la dinámica actual, de referendo encubierto constante, no permite semejante cosa.
Y ahora, para concluir, echadle un ojo a nuestra pirámide demográfica y decidme si no nos encaminamos, de no estarlo ya, a una apabullante gerontocracia. Pues bien: en teoría sí. En teoría los pensionistas juntan y juntarán tal número de votos que serán una fuerza electoral formidable. Capaz de imponer sus necesidades de pensiones y gasto asistencial sobre cualquier otra necesidad e nuestra sociedad. En teoría pueden capturar rentas y voluntades…. ¿Pero de veras se puede sostener un Gobierno con el apoyo simplemente electoral de los viejos? ¿De veras es eso posible, con los conceptos que acabamos de introducir, si los jóvenes salen a la calle?
¿Qué sucederá con esas enormes masas de votantes a los cuatro días de huelga general, o a los tres días de apagón por los sabotajes de quienes no ven futuro? La democracia dice una cosa, y la realidad otra. Los viejos tienen voto, pero carecen de energía cinética y carecen de energía potencial. Quien sólo sepa contar, se encontrará con la bombilla apagada, y un montón de gente con garrote a su puerta.
La máxima complejidad, la mayor de todas, la más sutil y difícil de nuestra actual sociedad, estriba en desarmar a la fuerza de razones, en esterilizar la fuerza, en convertir la violencia en un hecho inútil y sin sentido. Hasta ahora se ha conseguido, pero poco a  poco será más difícil desactivar esa energía primitiva, radical y primigenia que quiere imponerse porque se siente con derecho, derecho natural a ello. En esta dinámica de energía menguante, cada día será más difícil olvidar que el derecho a la inviolabilidad del domicilio no procede la ley, de la constitución ni de los tribunales: procede del padre de familia, con un hacha, a la puerta de casa. Y lo otro vino luego, poco a poco.
Lo otro es complejidad, y a medida que la complejidad se desmorona volvemos a las razones últimas de las cosas: al padre de familia, acompañado de sus hijos, guardan la puerta de casa con un hacha en la mano. Las naciones que se quedan con los recursos porque pueden aplastar al otro, las tribus que conquistan territorios de caza… Y los viejos que aconsejan, pero no deciden.
    No habrá gerontocrcia, no temamos. Los votos de los viejos sólo se cuentan. Sólo eso. Podría ser de otro modo, pero ya no queda energía pare ello.
Javier Pérez

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