miércoles, 15 de julio de 2015
Frente al saqueo
Queridos lectores,
Hace no tantos siglos como nos gustaría, en esa época en la cual las naciones europeas estaban aún forjándose, cada vez que las arcas de sus amos se vaciaban los ejércitos de conquista de estas naciones solían financiarse mediante el saqueo y el pillaje de las poblaciones donde guerreaban. A veces, la perspectiva de conseguir un buen botín hacía que los asaltantes mantuvieran largos asedios de las amuralladas ciudades, que acababan por caer más por razón del hambre que por las escaramuzas militares. En algunas ocasiones, los defensores se resistían a su destino final y, quizá movidos por la desesperación, lanzaban un osado ataque a los sitiadores con la esperanza de romper el asedio; en los muchos casos en que esta medida precipitaba la caída de la ciudad, el saqueo se volvía más despiadado, con un peaje de víctimas indefensas superior al que los asaltantes se habrían cobrado si el arrojo de los asediados no les hubiera enardecido y el rencor por las propias bajas sufridas no los hubiera cegado de furia. Así los pueblos frecuentemente asediados aprendían una dura lección: por mal que causase el pillaje final, a veces era muy inferior al que sobrevenía si te resistías.
Estos días pasados me han venido a la cabeza estas imágenes de asedios medievales (y no tanto) al leer tantas noticias sobre lo que está pasando en Grecia y ver cómo evoluciona la situación de este país aún europeo y reputado como la cuna de la democracia.
Asumo que están Vds. al tanto de las principales noticias, así que me permitirán que haga un resumen de los hechos con un enfoque un tanto diferente al que han oído en los noticieros de estos días.
Como comentábamos en un reciente post, la ratio de endeudamiento público al PIB de Grecia ha crecido a buen ritmo durante los últimos años, hasta llegar a ser el 177% del PIB de ese país. Y eso ha pasado a pesar de que los sucesivos gobiernos de ese país (incluyendo el tecnocrático que se impuso en 2011 con un golpe de Estado blando) han aplicado a rajatabla el recetario que le ha ido marcando el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Central Europeo (BCE) y la Comisión Europea (a veces travestida de "EuroGrupo" o grupo de ministros de finanzas de la UE). Estos tres organismos se han constituido en una especie de organismo tripartito, denominado en la prensa "la troika", que esencialmente está representando los intereses económicos de los grandes poderes económicos que tienen la mayoría de la deuda griega (y de otros países). En vez de representar los intereses de una mayoría de ciudadanos, esta troika está representando a los intereses privados de una minoría, eso sí, muy poderosa.
El caso es que los griegos, cansados de tantos recortes y tantas medidas de austeridad (como también lo están tantos ciudadanos europeos, de Londres a Berlín, de París a Dublín, de Madrid a Lisboa, y de Roma a Bruselas), decidieron confiar en un nuevo partido, Syriza, calificado habitualmente al menos en los medios españoles de "izquierda radical" (aunque si uno mira su programa parece más bien socialdemocracia bastante clásica pero, eso sí, democrática, que parece que es eso lo que ya no se lleva). Y resulta que ese Gobierno nombró como ministro de economía a Yanis Varoufakis, doctor por la universidad de Essex, profesor de economía en varias universidades del Reino Unido, Australia y últimamente de Atenas, y por encima de todo un autor reputado por su condena del ultraliberalismo económico que asfixia el mundo. Así que cuando este profesor asumió el cargo pensó que se podía convencer a la troika con argumentos lógicos y razonados de que las medidas que estaban imponiendo a los griegos eran un suicidio económico y que llevarían a una situación de endeudamiento insostenible; y que por el contrario otra política haría viable la economía griega y el pago razonable de la deuda. Tras muchos encontronazos con los responsables de la troika llegó el momento de renegociar un paquete de deuda que Grecia tenía contraída con el FMI y que vencía el 30 de Junio de 2015.
Renegociar, según la troika, consistía en pedir un nuevo crédito (con su plazo de vencimiento y sus intereses) para poder pagar la deuda que vencía. Pero, como cualquier hijo de vecino puede darse cuenta, financiar deuda vencida con más deuda es la receta segura hacia el desastre, pues los intereses hacen crecer la cantidad adeudada a un ritmo exponencial. Pues no se engañen: si la deuda supone ahora el 177% del PIB de Grecia no es porque los griegos sean unos manirrotos o unos vagos. Los ejemplos concretos de abusos y despilfarro cometidos por administraciones griegas, que por lo demás podrían encontrarse por toda la geografía europea si se toman la molestia de buscarlos, se convierten en los medios de comunicación en categorías universales, como si esos excesos explicasen todo el drama griego; pero no es verdad. Lo que verdaderamente ha llevado la deuda pública griega a la estratosfera (y también lo que la hace crecer enormemente en los demás países europeos) son dos factores: por un lado, el absurdo de financiar deuda con más deuda, y por el otro, la transferencia de deuda privada de los bancos hacia el sector público mediante el truco aberrante de pedir prestado a bajo interés al BCE para después prestarlo al estado griego a un interés mayor.
El gran pecado de Varoufakis fue creer que, porque tenía la razón de su lado, podría argumentar con un discurso construido a fuerza de datos y hechos y mostrando un plan alternativo y viable que llevaría a Grecia a un futuro mucho mejor de lo que le proponía la troika. Lo que se encontró delante fue un ejército de matones disfrazados de ministros y altos funcionarios que hacían el trabajo sucio a ciertos intereses que en realidad no son los de ninguna nación, sino los del gran capital. Como él mismo contaba en una reciente entrevista, daba igual lo que dijera y que hasta sus interlocutores reconocieran que Varoufakis tenía razón: iban a machacarle. Con la opinión pública europea en contra, retratados por los medios occidentales como poco menos que una pandilla de descerebrados radicales incapaces de comprender la inexorable y evidente lógica del ultraliberalismo, el Gobierno de Alexis Tsipras convocó de urgencia un referéndum para consultar al pueblo griego para saber si aceptaba las condiciones del acuerdo de "rescate" ofrecido por la troika; y a pesar de que los medios occidentales anunciaban una y otra vez que el referéndum sería reñido la realidad mostró que casi dos tercios de los griegos rechazaban las condiciones que se les quería imponer.
Al convocar el referéndum el Gobierno de Syriza había cruzado un punto de no retorno para la troika. Al apelar a la voluntad del legítimo poseedor de la soberanía griega para que decidiese sobre un asunto de tanta enjundia para su futuro, Tsipras dejaba claro que la troika era un organismo no sólo no democrático, sino contrario a la democracia. El daño a la imagen del FMI, el BCE y la CE ha sido grande, pues, a pesar de toda la cantidad de ruido mediático volcado para intentar confundir a los pueblos soberanos del resto de naciones europeas, no son pocos ya los ciudadanos europeos que están convencidos de que la troika es solamente una pandilla de extorsionadores a sueldo. Así que la canciller alemana dejó claro que no quería ningún trato con Grecia hasta que se supiese el resultado del referéndum, con la esperanza de que éste fuera desfavorable a Tsipras y así se viese obligado a dimitir y convocar elecciones. No tuvo suerte, pero para la troika el objetivo prioritario fue, desde ese momento, derribar al gobierno griego. Y el proceso ha sido implacable: primero consiguieron forzar la dimisión de Varoufakis y después endurecieron aún más el paquete de medidas que exigen a Grecia. ¿Qué lógica tiene que, después de recibir un mandato popular tan claro (que no sólo obliga al Gobierno Griego sino a la Comisión Europea, pues Grecia es parte de la UE) la troika decida que tal mandato puede ser avasallado y, a modo de escarmiento, decide incrementar el pillaje? El caso es que, con la probable complicidad del Banco de Grecia (no olvidemos que las personas en el gobierno de estas instituciones centrales suelen pertenecer al mismo grupo de intereses), consiguieron asustar lo suficiente a Tsipras para que sucesivamente echase a Varoufakis y después aceptase un paquete de medidas peor que el que su pueblo rechazó no hace ni dos semanas. En este mismo momento el Parlamento griego vota en una tempestuosa sesión la implementación de tales medidas, que serán aprobadas con el apoyo de la oposición y de la mitad de Syriza que aún es leal a Tsipras, mientras su Gobierno salta por los aires, las protestas se multiplican en la calle y el país se ve abocado a unas nuevas elecciones en unos pocos meses; elecciones en las que su partido será enterrado junto con las ilusiones que se albergaron durante estos pocos meses.
¿Qué ha pasado aquí? ¿Cómo puede ser que se hayan torcido tanto las cosas? ¿Cómo puede haber fracasado en un lapso tan breve el único Gobierno que se ha atrevido a plantar cara a los matones financieros?
La clave de todo está en la orientación que Syriza le ha dado y le da a esta crisis. La lectura que hace Syriza, al igual que la que están haciendo otros movimientos políticos surgidos de la protesta popular como el español Podemos y el italiano Movimiento 5 estrellas, es que esta crisis es una estafa del gran capital y que podemos salir de ella con un plan sensato para reactivar la economía y con una mejor distribución de la riqueza; y que de hecho aceptar ese plan también sería del interés del gran capital, porque garantiza un retorno viable de la deuda (en un plazo más extendido, eso sí). Esta lectura de la situación, como ahora explicaré, es profundamente errónea y por eso el resultado más probable para los partidos que la sustentan es el fracaso más estruendoso y la condena a desaparecer rápidamente por ese desagüe de la Historia por donde fluyen las grandes desilusiones.
Fíjense que una de las raíces de la actual crisis griega está en la imposibilidad, debido a la normativa que lo regula, de que el BCE pueda financiar directamente a los países de la zona euro. Según los mil y uno analistas económicos que menudean en nuestras teles, es "evidente" que tal posibilidad debe estar prohibida porque si no los Estados abusarían de la "barra libre" que les daría el BCE. Sin embargo, tal argumento es obviamente espurio, desde el momento en que los bancos privados usan esa facilidad de crédito a buen interés para en cuestión de segundos prestar ese mismo dinero a los Estados a través de la compra de deuda soberana, eso sí, a un mayor interés. Si el BCE fuese un organismo público, no tendría demasiado sentido que favorezca un infundado beneficio privado que se basa en este espurio arbitraje. Y si el BCE fuese un organismo privado, debería ser de su mayor interés ahorrarse los intermediarios y obtener él directamente un mayor beneficio por el dinero que presta. Planteo las dos hipótesis (que el BCE sea un organismo público o un organismo privado) puesto que, como suele pasar con los bancos centrales en Occidente, no está del todo claro qué es; como explica la Wikipedia, se rige por la legislación europea pero tiene capital social y acciones. Esa extraña dicotomía del BCE, análoga en ciertos aspectos a la que tiene el FMI, explica muchas de las cosas que suceden hoy en día, pues mientras que los medios presentan al BCE y al FMI como organismos públicos, en realidad sus medios y fines dejan claro que están al servicio de intereses privados. Sólo desde la perspectiva del interés del gran capital internacional se explica esa extraña normativa del BCE: por medio de la financiación de la deuda pública, el BCE garantiza el negocio de la banca privada, y en caso de emergencia el rescate "invisible" de la misma transfiriendo su deuda privada a deuda pública de países que luego serán acusados de "vagos" e "incumplidores". Un saqueo más perfecto que los de la antigüedad (aunque no menos cruento, puesto que sus víctimas se cuentan por millones).
¿Y por qué el BCE ha pasado de simplemente garantizar un lucrativo negocio a la banca a orquestar un saqueo, que hoy se cobra Grecia, mañana Portugal, Italia y España, y en unos años Francia o Holanda? La razón es, en realidad, bastante simple: porque hemos llegado a un momento histórico del capitalismo, el fin del crecimiento. El crecimiento económico toca a su fin porque, simplemente, la oferta de recursos naturales que ha de impulsar la actividad económica se está estancando, y cuando la oferta caiga así tendrá que hacerlo la demanda y la actividad: es el Peak Everything y su consecuencia, la Gran Escasez. No faltarán los expertos de turno que nos asegurarán que, con el progreso tecnológico y las mejoras en la eficiencia, la demanda material y energética estaría llegando a su máximo sin que eso suponga que la actividad económica tenga que resentirse: es la vieja falacia del pico de demanda. Sin embargo, es difícil argumentar que se esté produciendo una mejora en eficiencia en medio de una crisis económica que no acaba, justamente porque ese (falso) argumento es que la mejora en eficiencia permite producir más con menos; ¿dónde está, entonces, esa prosperidad sin consumo de recursos? Lo que se ve, por el contrario, es la caída económica acompañada de la caída del consumo de recursos (hecho que se disimula tanto como se puede con otra recurrente falacia, la de la mejora de la intensidad energética, la cual se consigue en los países civilizados externalizando a otros países las actividades más sucias y intensivas en recursos para la producción de bienes que luego son transportados para ser consumidos en Occidente, con un mayor gasto energético implicado). En realidad, que la ligadura entre economía y energía es tan estrecha que cualquier mejora tiene un recorrido limitado es fácil de argumentar científicamente, aunque eso no guste a los economistas.
Hace ya cinco años, cuando este blog iniciaba su andadura, apuntaba a una hipótesis que cada día va cobrando más sentido: si el crecimiento se detiene y, peor aún, comienza el decrecimiento forzoso, las inversiones financieras, sin fundamento en el mundo material, simplemente no tienen sentido. Los agentes financieros más poderosos intentarán, por tanto, ir liquidando activos financieros y los irán convirtiendo en activos tangibles, bienes físicos, mientras la situación económica a su alrededor se va progresivamente agravando. Analicen a la luz de esta última reflexión la situación actual de Grecia: en el paquete de medidas que la troika conseguirá imponer en el altar de la inmolación política de Syriza está la obligación de que Grecia ponga activos públicos por valor de 50.000 millones de euros en un fondo que será gestionado por la troika y que servirá como aval en caso de impago. Impago que está asegurado, en realidad. Si estuviéramos en el siglo XIV, los asediados dirían que los asaltantes están penetrando por la brecha de la muralla de Atenas. Pero estamos siete siglos más tarde y los griegos no tienen la suerte de verse con los almogávares.
Los hechos que vemos y estamos viviendo nos indican que, en realidad, el capital es perfectamente consciente de la llegada del fin del crecimiento. Ya no basta con saquear países considerados periféricos por el gran capital, como se hizo en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI (lo que magistralmente retrataba el documental "Memoria del saqueo"). Agotados los objetivos menores, los saqueadores van más hacia el Norte, y eso ya no nos gusta, porque no nos vamos a beneficiar de ello sino que lo vamos a padecer. En cierto modo se podría decir que el capital internacional es plenamente decrecentista, pues entienden el momento que estamos viviendo y propone medidas para él razonables con el fin de adaptarse al decrecimiento inevitable. Adaptarse a su manera, claro está, y con una estación de llegada a la que seguro no queremos ir.
Y ésa es la gran paradoja de nuestro tiempo: posiblemente el gran capital internacional es la única gran institución decrecentista del mundo (como mínimo, la mayor). Como su plan de decrecimiento incluye una activa desinformación (puesto que su plan de liquidación de activos no podría prosperar si todo el mundo comprendiera que el decrecimiento es inevitable), la población está completamente confundida sobre qué es lo que pasa. Y como consecuencia, tampoco los partidos políticos son capaces de tomarle el pulso al momento.
Desde los partidos de derecha, la comunión con los preceptos del liberalismo económico es tan generalizada que la simple mención a la necesidad de decrecer económicamente o simplemente a ser más sostenible lleva aparejada un aluvión de críticas descarnadas, muchas veces sustentadas argumentalmente por los expertos a sueldo de los intereses del capital. Lo peor es la tergiversación de los argumentos: así, un día sale el consejero de turno diciendo que "el decrecimiento lleva a la destrucción del empleo y a la pobreza", mientras que otro día el ministro nos enseña que los partidos que tibiamente coquetean con el decrecimiento "quieren la redistribución de la miseria", dándole propagandística pero efectivamente la vuelta al cada vez más conocido concepto de "redistribución de la riqueza". Lo más triste del caso es que se necesitan opciones decrecentistas "de derechas"; de hecho, con el tiempo acabarán surgiendo, puesto que el decrecimiento es un hecho físico y por tanto transversal a cualquier ideología. Sin embargo, el baño de propaganda hace que estos partidos aún no recorran el necesario trecho, y por fuerza se irán separando cada vez más de un electorado cada vez más menguado.
En cuanto a los partidos de izquierda, sobre todo los de nuevo cuño, falta aún la voluntad decidida de apostar por el decrecentismo, a pesar de que no pocos decrentistas militan ya en sus filas. Estos partidos intentan aún negociar con el sistema, en el convencimiento de que la única manera de ganar una amplia base electoral es tener un discurso más moderado y convencional. Sin embargo, el ejemplo de Syriza nos demuestra que no se puede negociar con el actual sistema económico y financiero, que la actual manera de funcionar y lo que está pasando no es una casualidad, y que cuanto más tiempo se pierda intentando contemporizar se avanza más en la dirección del fracaso político de estas opciones y en el descrédito generalizado de toda la clase política. Lo cual, por otra parte, conviene al gran capital, ya que el desgobierno político le favorece.
Si de verdad queremos hacer frente al saqueo, si de verdad queremos sobrevivir como sociedad frente al mayor desafío de nuestras vidas, tenemos que estar decididos a plantar cara, con la fuerza de la razón pero también con la de la voluntad, y simplemente decir que no. Que no pagaremos. Que no nos someteremos. Que no nos rendimos. Que no tenemos miedo. Tomar el libro de la Historia y escribir nuestro destino de nuestro puño y letra.
Salu2,
AMT
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