sábado, 24 de febrero de 2018

El viento frío



Queridos lectores,

En primer lugar, quisiera disculparme por el inusual y no anunciado receso de dos semanas que me he tomado en el blog. Hace aproximadamente ese tiempo me avisaron del hospital, ya que por fin me iban a efectuar la operación de hernia umbilical de la que llevaba pendiente hacía un año, y desde ese momento no he tenido tiempo disponible para nada. Los días previos a la intervención los dediqué a arreglar mis papeles (y suerte tengo de contar con un equipo competente y capaz que ha acabado mis tareas mucho mejor de lo que lo habría hecho yo mismo) y después de la operación poca cosa más he podido hacer. Solo me he operado dos veces en mi vida. Tras la primera - hace cuatro años - una gran complicación casi me mata y obligó a una segunda intervención de urgencia y a muchos días de baja. En esta ocasión, una pequeña complicación - la hernia era más grande de lo esperado - me ha retenido un par de días en el hospital y ha hecho un poco más penosos los primeros días de la recuperación. Pero ahora por fin empiezo a estar mejor y al menos tengo el humor de sentarme delante de este teclado de nuevo. Y lo cierto es que se me acumula una multitud de temas muy urgentes y perentorios que querría tratar en las próximas semanas, dado que hay muchos signos de aceleración en la crisis global de sostenibilidad en la que está inmersa nuestra civilización. Hoy querría hablar de algunos aspectos sociales, dejando para otros días la discusión de cambios muy profundos y peligrosos que se están produciendo en la explotación de algunas materias primas.

Cualquiera que haya seguido la actualidad española de los últimos días habrá visto signos muy preocupantes de retroceso en algunas libertades fundamentales: raperos condenados a prisión por sus (ciertamente desagradables e inapropiadas) rimas, libros que llevan años en las estanterías secuestrados por orden de un juez a causa de un par de frases más o menos discutibles, censura de obras de arte en las que se denuncia la puesta en prisión de personas por sus acciones políticas no violentas (y no hablo solo de las cuatro personas vinculadas al reciente episodio separatista catalán)... y todo ello mientras cada día es más notorio y escandaloso el entramado de corrupción que afecta a altas instancias del Estado y también a la de comunidades autónomas como la de Cataluña (pues no hay que olvidar que la corrupción en España no ha sido cosa solamente del Estado central). No quiero detenerme en la anécdota concreta de cada caso, ni en analizar hasta qué punto es o no pertinente la denuncia o la alarma de cada circunstancia: mucho se ha escrito en los medios generalistas sobre estos temas, cada uno desde su particular óptica, y la discrepancia de opiniones es enorme, hasta el punto de que parecería que hay gente que vive en mundos diferentes. Pero muy poco me interesa a mi profundizar en esos aspectos. Lo que realmente me interesa analizar es cuál es la causa última de toda esta agitación, más allá de las causas inmediatas y obvias.

Que, a raíz de los convulsos meses finales de 2017 en los que el movimiento independentista catalán lanzó un órdago al Estado español, se ha producido un movimiento de reacción es España es algo más que evidente. A algunos esta reacción les parece algo positivo, por lo que tiene de reivindicación del orgullo patrio español. Sin embargo, juntamente con este incremento del patriotismo español (constitucional o de cualquier otro tipo) está resurgiendo una visión totalitaria de la diversa realidad española, una idea-fuerza demasiado simplista de lo que en realidad es algo mucho más complejo. Y es en aras de esta simplificación conceptual que se están tomando medidas muy restrictivas. Peor aún, como reacción a lo que se ha percibido como un ataque continuo a "lo español", se está aceptando una rápida pérdida de libertades públicas e individuales, sacrificadas en aras de ese sentido de urgencia en la defensa del interés nacional.

Lo cierto y verdad es que la defensa de lo español no necesita movimientos tan extremos y tan restrictivos. Peor aún, adoptar puntos de vista demasiado estrechos es contraproducente, pues genera una reacción contraria de todos lo que se sienten agraviados. En realidad, la mejor manera de defender lo español es convertirlo en un proyecto inclusivo y atractivo, que respete las diferentes opiniones pero en el cual todos los que somos españoles nos podamos sentir a gusto.

Sin embargo, no es una casualidad que se produzca justo ahora esta involución, esta imposición paulatina de restricciones que comienzan siendo una más que defensa, imposición, de una cierta idea de lo que es España y acaba siendo una persecución de ideas que discrepan de una cierta visión que se dice "común" o "sensata". Porque lo que está pasando no solo le está pasando a España, es un fenómeno generalizado en Occidente, aunque no se esté manifestando con la misma intensidad en todas partes. Hay lugares, como Hungría, donde el giro nacionalista es aún más fuerte y por eso se reivindican a sí mismos como guardianes de las esencias de la Cristiandad Europea (como otrora hiciera la España de Franco); y otros lugares, como Francia, donde la deriva es aún lenta aunque perceptible en el descontento social de ver que el líder que se eligió hace menos de un año aplica precisamente aquellas reformas que propuso al ser elegido. En todos los casos, sin embargo, lo que hay es un crecimiento de la intolerancia social, un aumento de la autocensura delante de los patrones bienpensantes que insensiblemente se imponen, y un auge del autoritarismo.

Nada de esto es nuevo ni inesperado. Las sociedades sometidas al descenso material y energético al que estamos inexorablemente abocados son presa fácil del autoritarismo y el populismo. Como ya explicamos en su momento, en un futuro próximo Europa probablemente optará por la guerra como medio de garantizarse el suministro de aquellos recursos que considere esenciales, pero para poder mantener un frente exterior, que será costoso en vidas y recursos, será necesario mantener un férreo control interior. Ir allanando al disidiencia, ir amoldando los discursos a una retórica hipernacionalista, vacía pero estúpidamente triunfal, prepara el camino que Europa parece querer seguir en los próximos años.

Volviendo al caso de España, no es una casualidad que todos estos movimientos se producen con uno de los Gobiernos más débiles que hemos conocido en la reciente democracia, sostenido como está por una minoría parlamentaria (el gobernante PP más el partido de nuevo cuño Ciudadanos) a la que el partido socialista deja hacer, más o menos, con su abstención. El complejo laberinto catalán y cómo lo ha gestionado han hecho que el Gobierno no tenga suficientes apoyos para aprobar los presupuestos generales de este año, y eso lleva, más que a una prórroga, a una sensación de interinidad, de tiempo intermedio hasta que se fragüe una nueva mayoría (como el ascenso de Ciudadanos en las encuestas parece augurar). Y en medio de esta parálisis institucional, que se intenta camuflar con el flamear de banderas, miles de jubilados de toda España se han lanzado a la calle para protestar por lo exiguo de las pensiones. Lo que ha terminado de crispar el ánimo de los pensionistas es lo muy reducido del último aumento de su retribución, cuando llevamos tres años de pánfilo triunfalismo económico (España es el país la UE que más crece) que no se ve acompañado por una mejora objetiva de las rentas más bajas. Y eso, en un país donde muchas familias dependen de lo que puedan aportar sus mayores para poder salir adelante, es un peligroso detonante social.

Todo el precario equilibro social se edifica sobre la poco distribuida recuperación económica. La posibilidad de que se produzca pronto una nueva recesión no entra obviamente en los cálculos de nadie, a pesar de que sigue siendo algo muy probable y particularmente este año. Si en una situación de relativa bonanza (al menos para las grandes cifras de negocios) se producen estos retrocesos sociales, ¿qué pasará cuando venga la siguiente recesión? ¿Estallarán revueltas en las calles? ¿Se adoptarán medidas aún más represivas?

No solo la sociedad, también la meteorología está alterada. Estos días estamos sufriendo una continua intrusión de masas de aire frío septentrional que están barriendo Europa y que están consiguiendo que este invierno sea digno de tal nombre. Mientras los medios generalistas reciben las repetidas olas de frío con epítetos a todas luces exagerados si uno mira las hemerotecas de hace 20 o 30 años, pocos miran más al norte y se fijan en que esas masas de aire frío que bajan a nuestras latitudes dejan detrás una anomalía de temperatura, un incremento de hasta 30 grados centígrados en algunas zonas del Círculo Polar Ártico, que no presagian nada bueno. De manera análoga, ese viento frío que ahora azota nuestra sociedad es fruto de un ardiente vacío que queda detrás y al cual pocos miran.

Salu2,
AMT

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