Queridos lectores:
El pasado sábado 14 de septiembre de 2019, al menos 10 drones atacaron las instalaciones petrolíferas de Arabia Saudita en Abquaiq y Khurais, afectando gravemente refinerías, depósitos de almacenamiento y sistema de distribución en esos lugares. Como consecuencia de esos ataques, la producción de petróleo saudí se ha reducido a menos de la mitad, o lo que es lo mismo en más de 5 millones de barriles diarios (Mb/d). Dado que la producción total de todos los líquidos del petróleo es de unos 95 Mb/d, eso supone retirar del mercado mundial algo más del 5% del petróleo que se consume hoy en día. Las milicias hutíes que combaten a Arabia Saudita en Yemen han reivindicado el ataque, aunque los EE.UU. se han apresurado a señalar con el dedo a Irán como probable financiador y cerebro de la operación. Ésta es, más o menos, la descripción oficial de lo que ha pasado.
Existen muchas dudas sobre el verdadero origen y naturaleza de los ataques. Las instalaciones petrolíferas de Arabia Saudita llevan ya tiempo siendo objetivo de ataques por parte de grupos radicales que buscan desestabilizar a la monarquía saudí atacando al corazón de su economía, y por ese motivo estas instalaciones están dotadas de numerosos sistemas de vigilancia, control y defensa, que en el caso particular de los drones incluye inhibidores de frecuencia y sistemas antiaéreos. Hasta la fecha se habían producido más de media docena de ataques con drones de origen yemení que habían sido completamente inefectivos gracias, justamente, a esos sistemas de defensa. Resulta por tanto sorprendente la eficacia, simultaneidad y número de estos ataques, que han dejado a Arabia Saudita de rodillas. Yo no quiero entretenerme a discutir aquí otras hipótesis alternativas sobre lo que realmente ha pasado, pero sí que querría apuntar diversos datos para su consideración. Por una parte, Yemen es hoy en día un país devastado por una terrible guerra civil, guerra que agrava la participación de una coalición extranjera con Arabia Saudita a la cabeza y que pretende un objetivo nada claro. Eso hace muy difícil que los hutíes puedan disponer de algo tan sofisticado como unos drones militares tan precisos. Mantener la premisa de que han sido los hutíes lleva al corolario de que necesariamente han sido ayudados desde el exterior, al menos financieramente; el problema es que no hay sospechosos razonables. Para los iraníes, embarcarse en una campaña de destrucción de las instalaciones petrolíferas de su gran rival en la región es prácticamente suicida, ya que ellos también tienen muchas instalaciones igualmente vulnerables; además, Arabia Saudita permanece bastante tibia frente a las acusaciones a Irán, lo cual indica que el reino de Saud no ve probable que los iraníes estén detrás (y el propio presidente Trump ya ha dejado claro que no piensa atacar Irán, aunque lo vigilarán de cerca). Hay quien ha indicado que el ataque podría ser un atentado de falsa bandera de los EE.UU. para catapultar el precio del petróleo y así favorecer la industria del fracking estadounidense. Sin embargo, es dudoso que tal maniobra fuera beneficiosa para el gigante americano: como comenta Matthieu Auzzaneau en su último artículo, la producción de petróleo de los EE.UU. probablemente ya ha tocado techo y la previsible escalada de precio del petróleo poco va a ayudar a resolver ese problema. Además, una subida del precio del petróleo muy brusca probablemente generará una recesión económica global, que tampoco beneficia a los EE.UU. Por acabar, Arabia Saudita es un aliado estratégico de los EE.UU. en la región y no parece sensato poner en peligro esa relación especial, cuando sería mucho más conveniente ejecutar ataques de ese estilo en el lado iraní para conseguir el mismo efecto de subida de precios. Además, significativamente Arabia Saudita tampoco ha señalado con el dedo a los EE.UU.. Existe una tercera posibilidad bastante más agobiante, y es que en realidad este ataque haya sido un sabotaje de una facción de los propios saudíes, que buscan desbancar del poder al actual príncipe y sus previsibles herederos. Si fuera un conflicto interno saudí (en el que posiblemente ni hubiera habido drones, lo que explicaría la precisión y simultaneidad), todo el mundo tendría interés en crear cortinas de humo mientras la situación se aclara internamente. Sea como sea, éste es terreno abonado para la especulación y sin demasiado interés para las cosas que prefiero discutir.
Dentro de la confusión en parte deliberada, aún no sabemos cuánto tiempo llevarán las reparaciones de las instalaciones afectadas. Algunos analistas apuntan a que harán falta muchas semanas, lo que puede acabarse traduciendo en unos cuantos meses, y eso suponiendo que se pueda mantener un clima de estabilidad adecuado. La cuestión de la estabilidad social del reino no es menor porque Arabia Saudita no puede permitirse perder tantos ingresos de manera prolongada. Comentábamos ya hace unos años que para mantener su balanza fiscal equilibrada Arabia Saudí necesita que el precio del barril de petróleo se mantenga consistentemente por encima de los 100 dólares. Pero desde 2014 el precio medio es aproximadamente la mitad, lo cual ha hecho que Arabia Saudita haya conocido sus primeros déficit fiscales en décadas, que vinieron acompañados con ciertos recortes sociales que hicieron crecer el malestar. Pero una reducción de la producción de petróleo a la mitad, sobre todo si es prolongada, puede ser catastrófica para Arabia Saudita, un país con muchas desigualdades. Si la situación se prolonga demasiado, el riesgo de que haya una revolución aumentará. Si se produce un segundo ataque tan exitoso como éste, la revolución será prácticamente inevitable. Así que una pieza clave de la siguiente fase del declive energético pende, literalmente, de un fino hilo.
Se debe tener en cuenta, además, que Arabia Saudita está probablemente llegando ya, si no estaba allí aún, a su máximo de producción de petróleo. Hace años comentábamos que Arabia Saudita no sacaba al mercado el petróleo de su campo de Manifa, a pesar de que se podían extraer hasta 1 Mb/d de él, debido a que ese petróleo estaba excesivamente contaminado por vanadio. Se esperaba entonces que las nuevas refinerías, que tendrían que estar listas a finales de la década de los 20, podrían procesar este crudo. Pero la situación de la producción saudí no pudo esperar tanto tiempo, y ya en 2014 el campo de Manifa se puso en producción. ¿Cómo se resolvió el problema de su baja calidad? Simplemente, mezclándolo con el resto de crudos saudíes, rebajando la calidad global de su petróleo pero manteniéndolo en unos niveles que eran aceptables para las refinerías. Pero después de Manifa ya no quedan ni se esperan nuevos grandes yacimientos. Los ataques del pasado sábado van a servir, entre otras cosas, para cubrir con una sábana el elefante de que uno de los mayores productores de petróleo del mundo ha pasado ya su peak oil. Cuando pasen los años y la producción de Arabia Saudita nunca se recupere del todo se alegará que todo es culpa de aquellas instalaciones destruidas y con eso podremos ocultar la realidad quizá diez años más y ganar otra década de excusas.
Mirando ahora el panorama global, un descenso del 5% de la producción mundial de petróleo hará que la crisis (cada vez más reconocida) que se avecina sea extremadamente aguda. Cuando se produjo la crisis de 2008 la caída del consumo de petróleo fruto del parón económico fue solo del 2%, así que pueden imaginarse qué efecto sobre la actividad puede tener un caída del crudo disponible de más del doble.
Hace ya algunos años, David King y James Murray publicaron un artículo en Nature en el cual analizaron, entre otras cosas, cuál era la elasticidad de la producción del petróleo, es decir, la capacidad de la producción de petróleo de responder a los incrementos de demanda.
El artículo fue publicado en 2012, con lo que obviamente no se tiene en cuenta la capacidad del fracking de mejorar un poco esa elasticidad. De acuerdo con la estimación de King y Murray, la elasticidad de la producción de petróleo se encuentra en torno a los 25 $/barril por cada Mb/d adicional que se quiera producir. Por tanto, una caída de la producción de 5 Mb/d tiene el potencial de hacer subir el precio 125 $ más de lo que estaba hace unos días, es decir, hasta los 185$. Aceptando que el fracking haya conseguido reducir la elasticidad quizá a solo 20 $/barril por cada Mb/d, estaríamos igualmente ante una subida potencial del precio del petróleo de unos 100$ $/barril, hasta los 160 $/barril. Es decir, la situación actual, de prolongarse, tiene el potencial de llevar el precio del barril por encima de los máximos absolutos de 2008, justo cuando se desencadenó la Gran Recesión. De momento, tanto Arabia Saudita como EE.UU. van a movilizar sus reservas de petróleo almacenadas, pero eso solo puede conceder un balón oxígeno momentáneo, de un par de meses. Si la reparación de las instalaciones saudíes se prolonga más de ese período (lo que es probable) la subida del precio inmediato (no las especulaciones a futuro, que es lo que se está viendo ahora mismo) será inevitable y muy fuerte.
La coincidencia temporal entre esta caída súbita de la producción y la recesión ya inminente va a agravar esta última. Si no hay una forma rápida de reparar las refinerías y depósitos saudíes, la subida de precio del petróleo durante las próximas semanas va a acelerar nuestra caída en la recesión. Justamente porque la recesión está ya a las puertas resulta improbable que la subida de precio del petróleo llegue a su máximo potencial (los 185 $ por barril que comentábamos antes) porque la demanda va a caer fruto de la recesión y el precio no podrá llegar tan alto; pero a diferencia de 2008 el precio del petróleo no va a caer hasta los 40$ por barril en el momento de más intensa recesión económica, sino que se va a mantener alrededor de los 100$, en el umbral del dolor para la economía mundial. Cómo se va a conjugar con la crisis saudí y con la siguiente ronda de recesión, y los posibles conflictos dentro de los países y entre ellos, es algo que iremos descubriendo en los próximos meses.
Salu2.
AMT
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