Queridos lectores:
Hace tiempo que le vengo dando vueltas a la conveniencia o no de discutir en este blog sobre la artificial polémica inflada desde un partido político español contra algunos miembros de la academia española, entre los cuales por desgracia me cuento yo mismo. Hasta ahora he sido bastante reacio a comentarlo, más que de vez en cuando en el momento en que me preguntan por ello en las conferencias, porque no me ha parecido que fuera tema de discusión técnica (que a mi entender es en la que me tengo que centrar) y porque además, al afectarme a mi personalmente, mi visión no puede ser imparcial. Sin embargo, en vista de que la tempestad no amaina sino que arrecia, que esta monserga dura ya más de un año, y por las implicaciones que tiene para nuestro futuro, he creído conveniente escribir esta entrada en mi bitácora para dar mi punto de vista sobre tan desgraciado asunto, máxime porque de otro modo solo se oye el continuo runrún de nuestros detractores sin que en ningún momento nos defendamos nosotros mismos. Va por delante, quede claro, que éstas son solo mis impresiones personales por los hechos que relataré, tal y como los he vivido y entendido yo, y que por tanto es visión de parte: además de esto, lea el lector lo que considere conveniente y sáquese su propia impresión.
Como digo, mi visión sobre este asunto es muy subjetiva, y para entender mejor mi punto de vista haré mi relato cronológico de los hechos que creo relevantes.
El problema se centra en una persona concreta, Emilio Santiago Muiño, aunque algunas otras personas (como Héctor Tejero, Xan López o Jaime Vindel) han tenido un papel destacado en esta historia. Emilio Santiago es en la actualidad Científico Titular del CSIC en el Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. Su tesis doctoral versó sobre el Período Especial en Cuba y de cómo la falta repentina de petróleo proveniente de la Unión Soviética tras su colapso indujo un reverdecimiento forzoso de la revolución cubana. Durante años, Emilio Santiago ha estado vinculado a los grupos académicos que han trabajado sobre la crisis ecosocial y la llegada de nuestra civilización a los límites planetarios. Yo le conocí de la mano de Jorge Riechmann, con quien colaboraba, y nuestra relación fue siempre cordial. Con el tiempo fuimos coincidiendo en más seminarios y actos, e inclusive él me invitó a participar en algún acto del colectivo "Rompe el círculo" de Móstoles, la ciudad madrileña donde reside, o el año pasado en un curso organizado en su centro.
En un momento determinado, Emilio Santiago comenzó a implicarse en la política institucional, y me da la impresión de que fue a partir de entonces que la cosa empezó a torcerse. Le nombraron director técnico en el Ayuntamiento de Móstoles y a partir de aquí comienza a involucrarse en profundidad en el partido Más Madrid. En algún momento conoció a Héctor Tejero (quien, según sus propias palabras, lleva más de 20 años trabajando en política) y escribieron juntos un libro que probablemente es la piedra fundacional de su apuesta política personal.
El libro de Santiago y Tejero, que en su día leí (con cierto esfuerzo, dado lo plúmbeo de su prosa y lo escaso de su contenido real) hace una apuesta decidida por lo que ellos denominan el Green New Deal, y de paso denostan las ideas del decrecentismo por no ser "políticamente fértiles" y "propias de las torres de marfil de la academia". A mi, en su día, cuando leía estas cosas, me daba igual, por varios motivos, pero el más importante era porque creo que nadie está en posesión de la verdad, yo tampoco, y quién sabe si su proyecto podría tener éxito: al final, lo mejor es que cada uno intente tirar adelante sus ideas y esperar que entre todos se pueda construir algo mejor. Yo por supuesto les deseaba lo mejor en sus emprendimientos.
Se tiene que decir, empero, que su elección de términos no podía ser más desafortunada. Green New Deal es el mismo término que utiliza la UE para referirse a su iniciativa de capitalismo verde 2.0, e incluso en los EE.UU. es un término que no tiene las mismas connotaciones que tenía para Santiago y Tejero. Su proyecto fue recibido con ésta y otras críticas (yo lo comenté un poco lateralmente), y poco más sucedió.
Pasó el tiempo. El GND de Santiago y Tejero nunca llegó a tener ninguna repercusión más allá de ciertos cenáculos de la izquierda más exquisita. Entre tanto, la incipiente crisis energética hacía que los medios de comunicación de España prestasen más atención al trabajo de algunos académicos y divulgadores españoles, y al mío entre ellos. Comenzó entonces un goteo constante de entrevistas, artículos, apariciones en radio y televisión... Poco a poco, el concepto de decrecimiento comienza a ser más conocido en España, quiero creer que en parte por las menciones que conseguimos colar por aquí y por allá.
En un momento dado, Emilio Santiago anunció a los transitábamos por allá que abandonaba una lista de correo que fundamos hace ya muchos años diversas personas de instituciones y asociaciones preocupadas por la crisis de los recursos y particularmente por los energéticos, aparte de por otros problemas de sostenibilidad. Decía no sentirse cómodo con los planteamientos que en ella a veces se hacían, y que en ocasiones se sentía atacado. En aquel momento me apenó tal decisión, pero al poco supe que había "fichado" de manera más formal por Más Madrid, y entendí que pertenecer a aquella lista de email de frikis pirados podía ser comprometido para su carrera política.
En junio de 2022, Juan Bordera, Alfons Pérez y yo publicamos un artículo en CTXT sobre los previsibles planes de los países del norte de Europa de usar España y otros países del sur como colonias energéticas. Ese artículo fue respondido por otro, publicado en la misma revista, firmado por Emilio Santiago, Héctor Tejero y Xan López, con un tono que solo puede ser clasificado de salvaje y despectivo. A mi me sorprendió y me desagradó el tono tan agresivo de la respuesta, máxime cuando los argumentos en la misma brillaban por su ausencia. Para más inri, se permitían la licencia de decir que con nuestros argumentos les dábamos alas a la ultraderecha: poco más o menos nos venían a acusar de vendidos al capital. Replicamos, claro está, y ahí quedó la cosa, aunque yo ya veía que algo estaba mal, muy mal...
A principios de julio de 2022, un redactor de El País de cuyo nombre no quiero acordarme me solicitó una entrevista para conocer de primera mano mi opinión sobre la transición renovable y por qué yo veía tantos obstáculos. Aprovechando que yo tenía que ir a Madrid, quedamos en un café cerca de Atocha y conversamos durante una hora y cuarto. Durante esos 75 minutos yo desgrané con mucha minuciosidad los problemas e inconvenientes que plantea el modelo de Renovable Eléctrica Industrial que se nos quiere imponer como único modelo posible y solución de todos los males. En un momento de aquella larga conversación, me preguntó mi opinión sobre el colapso, y yo le dije que ése era un tema que no me interesaba. Como quiera que insistiera, le dije lo mismo que hace años que digo: que el colapso es un proceso, que viene causado por el empecinamiento de las sociedades en soluciones que no funcionan y que siempre es reversible si se abandonan aquellas prácticas que le hacen daño a la sociedad. Nuestra conversación sobre el colapso debió ocupar un par de minutos de aquellos 75 de conversación.
En agosto de 2022 se destapa el pastel: se publicó el reportaje en El País, y fue absolutamente vergonzoso e indignante. Ya el título del artículo dice muy claramente de qué va y con qué intención se ha escrito: "El discurso del colapso divide a los ambientalistas españoles" - no esperen encontrar el enlace aquí, es política de este blog no poner enlaces a medios españoles. En el texto, se me presenta a mi como poco menos que el padre de los colapsistas españoles. De una manera ventajista - y concertada, como se vio en los meses que siguieron - en ningún momento se define el término. Como suele decir Manuel Casal Lodeiro, ya ni siquiera estamos de acuerdo en una definición de lo que es un colapso para empezar. Pero para seguir, ¿qué es un colapsista? ¿Una persona que estudia el proceso del colapso desde una perspectiva académica? ¿Una persona que atisba el riesgo de colapso e intenta prevenirlo? ¿O alguien que desea morbosa y enfermizamente que llegue ese colapso? En ese artículo, como en el abusivo uso que las personas implicadas han hecho del término después, no se dice, pero es obvio que quieren dan a entender la tercera opción. Es decir, un colapsista es una mente enferma y desquiciada que desea que pase lo peor.
El artículo está estructurado de modo que hay dos bandos: los colapsistas, que son los villanos, y los no-colapsistas, que son gente que está haciendo cosas útiles y tienen una actitud positiva para abordar los problemas que tiene nuestra sociedad. En el bando de los villanos, aparte de un servidor, se encuentra Juan Bordera, Margarita Mediavilla y Alicia Valero; del bando de los héroes, Eloy Sanz, Pedro Fesco, Héctor Tejero y Andreu Escrivá. Es decir, los villanos son un científico, dos profesoras universitarias y un activista ambiental, mientras que los héroes son un profesor universitario (un tanto peculiar, si le conocen), dos cargos políticos y un divulgador ambiental. Aquí ya se ve un rasgo distintivo de la campaña de acoso que comienza con este artículo: el objetivo son principalmente académicos disidentes. Pero hay una perla que redondea el artículo: al final aparece el testimonio de alguien que fue colapsista pero ahora se ha pasado al bando de los héroes. Un arrepentido que ha venido a hacer justicia. Efectivamente, es Emilio Santiago.
En su momento el artículo me pareció un insulto y un atropello, y así lo expliqué en un hilo de Twitter, en el cual acabé ofreciendo al redactor de El País la recompensa de Judas Iscariote (para mayor recochineo, se hizo el ofendido, él, y desde entonces veta mi nombre en cualquier cosa que se envíe a El País: lástima, otro diario en el que nunca se publicará nada de mi). Y aunque me pareció muy sospechosa la coincidencia Tejero-Santiago, no le di más importancia y seguí a mis cosas.
Desde entonces, el acoso ha sido continuo. En cualquier ocasión que pueden, este grupo de personas, con Emilio Santiago a la cabeza, nos moteja de "colapsistas". Parece haber además la consigna de no decir lo que realmente somos (y que es lo que verdad les molesta), "decrecentistas". Se trata de crear un clima de opinión desfavorable contra nosotros, y en ese sentido son tremendamente prolíficos en escritos y artículos, aunque afortunadamente usan una prosa tan pedante y engolada que casi nadie se los lee, solo los de su cuerda. En un momento determinado me di cuenta de que usaban cuestiones que conversábamos en la lista de distribución que había abandonado Emilio Santiago meses antes, o sea que alguien les estaba pasando información, y siempre con el objeto de humillarnos y desacreditarnos. Les tendí una trampa muy burda, poniendo un mensaje muy vejatorio en esa lista, y a las pocas horas el propio Emilio Santiago me envió un larguísimo mensaje de refutación a mi email, demostrándome así que toda la información de la lista le llegaba puntualmente. Tras eso, obviamente y a mi pesar, tuve que abandonar la lista.
Durante estos meses he tenido ocasión de hablar con el resto de académicos a los que principalmente Emilio Santiago y a veces sus adláteres se dedican a humillar y a acosar en sus escritos. La impresión general es de disgusto y hartazgo, sobre todo porque cuesta comprender qué les hemos hecho a estos energúmenos para que nos molesten de esta manera, máxime cuando nosotros no hemos entrado en la batalla de poder de los partidos políticos (ni ganas tenemos). Parece ser que esta gente entiende que somos un estorbo porque ocupamos un espacio político que a su entender les debe corresponder por derecho. Lo cual es muy absurdo, porque a nosotros eso nos da igual; y como le comenté a Emilio Santiago hace unos meses, en realidad ellos podrían reivindicar nuestro trabajo como propio y de acuerdo con sus ideas, incluso aunque hubiera contradicciones flagrantes, y nosotros tampoco diríamos nada porque en cualquier caso seguramente les encontraríamos más afines que otras muchas opciones políticas. Pero no. Por algún motivo, eso no les bastó. No les bastaba con que no les obstaculizáramos: tenían una necesidad de derrotarnos completamente, de someternos en el ámbito de una imaginaria batalla intelectual que creen estar librando (en ese sentido, es llamativa la gran cantidad de conceptos bélicos que usan en sus escritos: "ganar", "lucha", "conquista", "batalla", etc).
La guinda del pastel ha sido la reciente publicación de un libro escrito por el propio Emilio Santiago, de infame título: "Contra el mito del colapso ecológico". Todos los grandes periódicos del país han entrevistado a Emilio Santiago sobre su libro, a una o dos páginas, todo un lujo - obviamente el Sr. Santiago Muiño conoce resortes que yo no puedo alcanzar, porque a mi nunca nadie me entrevistó allí por ninguno de mis libros y eso que me da en la nariz de que tienen algo mejor tirada que los de él. El Sr. Santiago Muiño está aprovechando estas entrevistas para seguir echando pestes sobre básicamente toda la gente que en España trabaja a nivel académico y activista desde posiciones que no son la suya propia, tildándolos a todos de "colapsistas", y por supuesto sin definir el significado exacto de ese sambenito.
Yo ni he leído ni voy a leer su libro: ojeé algunas páginas por internet y vi la misma prosa pomposa, plúmbea, autojustificativa (este hombre debe tener muchos remordimientos) y vacía de siempre. Gente con mucho conocimiento y ganas de perder unas horas leyendo esa egocéntrica tabarra han escrito sobre él reseñas muy interesante y completamente demoledoras: Jorge Riechmann, Jordi Marín, Aurora Despierta o Vicente Guedero. Yo comentaré aquí del libro lo único que pienso leer, el título. "Contra el mito del colapso ecológico". Tengo muchos amigos y amigas, investigadores e investigadoras en el ámbito de la ecología, algunos de los cuales han visto literalmente desaparecer el objeto de su estudio, que se han sentido profundamente insultados porque un antropólogo del Instituto de Lengua se atreva a decirles que el problema del que vienen alertando desde hace décadas es un mito. En ese sentido, recomendaría al Sr. Santiago Muiño que por si acaso no pase por ningún instituto ni departamento de ecología si no quieren que le expliquen cuatro verdades, aunque me parece que ya de suyo este señor no frecuenta mucho ningún lugar donde se enseñen o tan solo se comprendan las Ciencias Naturales.
Todo lo que hasta aquí he relatado es mi visión personal y sin duda sesgada sobre lo que ha pasado este último año. Ha sido muy triste, y desagradable: yo a Emilio le consideraba un colega y un amigo, y ahora me ha quedo meridianamente claro que no es ninguna de las dos cosas. Pero con respecto a lo sucedido me gustaría ahora dejar de lado el qué y centrarme en el por qué. Por qué ha pasado esto. Y en particular, por qué exactamente están Emilio Santiago et al haciendo lo que hacen. Obviamente yo no puedo conocer sus razones últimas, pero hay ciertos detalles muy reveladores de la verdadera ideología de estas personas, manifestados en sus escritos y en sus actos.
Emilio Santiago presume de trabajar en el ámbito de la ecología política. A mi personalmente el término "ecología política" nunca me ha gustado, porque la ecología es una disciplina bien diferente y en realidad de lo que trata la ecología política son cuestiones de justicia ambiental. Y en esto ya se observa una interesante anomalía en los intereses reales de Emilio Santiago: una cuestión clave cuando se discute sobre justicia ambiental es los abusos del extractivismo sobre el Sur global. En particular, una cuestión que está emergiendo con cada vez más fuerza es cómo la loca carrera de Europa por conseguir hacer "su" transición renovable implica altos grados de destrucción ambiental en el sur del planeta, en la búsqueda masiva de los escasos materiales que son necesarios para esa transición. Cuando se le ha señalado a Emilio Santiago o a otro de sus iguales estos problemas tienen una clara tendencia a mirar hacia otro lado, a "confiar" en que se mejorarán las técnicas extractivistas para disminuir el impacto ambiental y social y, cosa interesante, a decir que nosotros tenemos que ocuparnos de los problemas de aquí, y que ahora la clave es conseguir nosotros hacer nuestra transición (mención aparte merece que también desdeñan la oposición desde el territorio a la implantación de los macroparques renovables). Es decir, su pensamiento tiene un reconocible tufo de nacionalismo del más rancio, desdeñando o ignorando el mal que se hace en otros lados o incluso aquí en pos de "hagamos España grande de nuevo". En ese sentido, da vergüenza ajena ver cómo manosean el término "ecología política" para justificar sus alharacas: hace unos meses celebraron en Barcelona un "gran encuentro de ecología política en España", al que aparte de nuestros héroes acudieron personajes de diverso pelaje. Del mundo académico solo fue, hasta donde yo sé, el ínclito Eloy Sanz; por supuesto no participó ni un ecólogo ni una ecóloga (lamentable para un encuentro de "ecología", por más "política" que fuera). Y para haberse hecho en Barcelona podrían haber contado con alguno de los interesantes académicos de la Ciudad Condal; obviamente no hablo de mi, que además soy el demonio con cuernos, pero podrían haber contado con Jordi Solé (coordinador del proyecto MEDEAS y alguien con mucho conocimiento sobre las transiciones ecológicas), o con alguna de las personas que trabajan en temas de economía ecológica o justicia ambiental, y que son referencia en Europa, como Joan Martínez-Alier, Mario Giampietro o Giorgos Kallis, por poner solo algunos ejemplos. Pero no. Era un evento de ellos y para ellos, en los que no se buscaba saber más, sino justificarse mejor y de paso posicionarse políticamente (la mayoría de los asistentes eran personas del ámbito de la política).
Otra de las claves del pensamiento de Emilio Santiago es el posmodernismo, que en sus versiones más extremas se ha convertido en una corriente tóxica de pensamiento que defiende un subjetivismo de la realidad hasta extremos enfermizos. El posmodernismo afirma que cualquier construcción humana es subjetiva y fruto de la realidad cultural en la que se haga, y de esa manera, en las visiones posmo más radicales hasta la ciencia es una construcción cultural y por tanto opinable. Que la ciencia es un fruto de la cultura es algo conocido y evidente: el entorno cultural condiciona tanto los sujetos de estudio en la actividad científica como los métodos de estudio que se aplican. Pero el relativismo llega hasta cierto punto: en Ciencias Naturales, la aplicación del método científico busca garantizar la reproductividad de los resultados observados, y con todas las salvedades y limitaciones que tiene cualquier conocimiento humano es algo bastante más objetivo de lo que los radicales posmo quisieran aceptar. Yo siempre digo que un cierto escepticismo es bueno, pero un exceso de él es puro cinismo: yo a los radicales posmo les invitaría a saltar por la ventana de un quinto piso, porque al fin y al cabo la Ley de la Gravedad es solamente un constructo cultural. Obviamente no lo harán, lo cual demuestra el absoluto cinismo de sus posiciones: posmodernos, sí, pero no idiotas.
El posmodernismo de Emilio Santiago le ha llevado por derroteros bien curiosos. Sin tener la más mínima idea de física, biología, química, geología o ingeniería se permite la ligereza de juzgar la bondad o falta de acierto de las posiciones en ciertos debates académicos en función de su aceptación cultural. Para Emilio Santiago, que Mark Jacobson y toda su red publiquen 180 artículos demostrando que la transición energética al 100% renovable es factible, fácil y económicamente rentable es prueba suficiente de que la cosa es así, porque a ellos opone la veintena larga de artículos publicados por investigadores españoles en los que se describen las deficiencias y limitaciones que aquejan a ese modelo de transición. Rizando el rizo, se cuestiona Santiago Muiño sobre la anomalía que representa que en España se pueda estar haciendo una investigación puntera sobre este tema "y no en otros países", demostrando un complejo de inferioridad ibérico habitual en las tascas de este país pero que no es de recibo en alguien que trabaja en una institución académica.
A la tesis de Emilio Santiago resulta muy fácil oponer tres argumentos. Primero, en Ciencias Naturales, cuando hay una controversia, la cuestión no se dirime por una especie de votación artículos a favor - artículos en contra. Lo que hay que hacer es examinar con detalle la cuestión, entender cuáles son los motivos de las posibles discrepancias y resolverlas, y eso es así porque no hay múltiples verdades, sino una sola, que puede ser la de un bando, la del otro o la de ninguno de los dos y ser más compleja. Solo el trabajo detallado y la concienzuda aplicación del Método Científico nos llevará a la verdad, a veces tras largos años. Segundo, desconozco los complejos que puede arrastrar Santiago Muiño por su propia actividad en su particular campo de investigación, pero estaría bien que se informara un poco y se enterara de que España es hoy en día un país puntero en múltiples campos de investigación, sobre todo en el ámbito de las Ciencias Naturales. Y tercero, la ofuscación de Emilio Santiago por defender sus posiciones hace que ni se haya molestado en comprobar la literatura científica. En este momento hay un cuerpo creciente de artículos científicos mostrando los múltiples problemas asociados a este modelo de transición energética, publicados por centros de investigación de todo el mundo. Añadir que la reputación de Mark Jacobson ha quedado muy comprometida después del artículo de refutación que escribieron Christopher Clack y otros 20 académicos, al que Jacobson inverosímilmente contestó poniéndole un pleito a Clack y a la Academia Nacional de Ciencias y que le acabó costando a la institución de Jacobson, la Universidad de Stanford, 10 millones de dólares cuando la demanda se consideró improcedente. Quizá también conviene recordar que Jacobson tiene una importante participación económica en una empresa de instalación y gestión de energías renovables y que por tanto tiene un más que evidente conflicto de intereses.
Una de las cosas más cómicas que le he oído a Santiago Muiño a lo largo de los años es el cuestionamiento de la proximidad del peak oil (de nuevo tomado por él como una "anomalía ibérica"), justo en el momento en que nos empieza a azotar con fuerza. La caída de la inversión en upstream de los últimos años garantiza que la producción no va a poder remontar:
y más en un contexto en el que muchas compañías como Exxon y Mobil anuncian sustanciosas caída de beneficios (bien es cierto, viniendo de un 2022 en el que el precio del petróleo tocó los 132$/barril). Por más que los medios intentan hacer creer que la producción de petróleo ha llegado a máximos históricos, lo cierto es que la única categoría de hidrocarburos que se asimilan a petróleo que crece son los líquidos de gas natural, que sólo se parecen al petróleo en que sirven para producir plásticos pero no combustibles líquidos.
Y eso mientras ya se anuncia el declive del fracking en los EE.UU. y la caída de producción se va asentando en el resto del mundo. Y es que, por más posmodernos que nos pongamos, los coches van a seguir necesitando gasolina y diésel para funcionar...
Pero ya ha quedado claro que la realidad física del mundo donde vivimos no le interesa a Emilio Santiago y sus compañeros de travesía. Como he explicado al principio del post, una parte muy destacada de la actividad de estas personas durante el último año ha sido el acoso y el desprestigo de los académicos del Estado español (del CSIC, de la Universidad de Valladolid, de la Universidad de Zaragoza, de la Universidad de Barcelona...) que somos críticos con el modelo de transición renovable. Particularmente destacable es la obsesión de Emilio Santiago conmigo, haciendo referencias continuas a mi persona en incontables artículos, siempre para poner de manifiesto mis errores tanto técnicos (qué sabrá él...) como políticos (de nuevo, qué sabrá él, por más que se crea). Yo hasta el día de hoy no había escrito ni una línea sobre esta persona, y espero sinceramente no volver a hacerlo nunca más; pero él me tiene continuamente en su boca y me temo que ahí seguiré. Yo hice un esfuerzo para conseguir una tregua, llamando a un debate amplio sobre el modelo renovable, pero la respuesta fue con el típico tono arrogante, arrogándose para ellos la elección del qué se podía discutir y el qué no.
Complementariamente a este continuo, infundado e inmoral acoso a los académicos que expresan sus dudas sobre la panacea del Green New Deal, hay otro rasgo interesante del pensamiento político de Santiago Muiño. En una conferencia reciente en León, una persona del público (que luego me informaron que tenía vinculación con este colectivo) me preguntó sobre qué pensaba de la afirmación de Emilio Santiago Muiño de que no se debe decir la verdad a la población, porque eso causa parálisis por culpa del miedo que generan las malas noticias sobre la crisis climática y demás crisis de sostenibilidad. Mi respuesta a esta pregunta es que a mi me causa repugnancia que alguien se crea en el derecho de ocultar información a la población y tomar decisiones "por su bien". Máxime cuando me parece de una soberbia sin límites creerse facultado para tomar esas decisiones sin consultarlo a nadie, y no te digo nada si éstas nacen de un enfoque posmo de la realidad. Desde entonces, y viendo repetida la exposición de este enfoque en alguna entrevista que le han hecho, entiendo que una de las cosas que le molesta particularmente a Santiago Muiño es que esos académicos disidentes divulguemos esa información que él considera que, cierta o no, es mejor ocultar. Eso también explica su enfermiza obsesión conmigo, porque yo soy una persona que he conseguido alcanzar cierta visibilidad en esa divulgación. Lo que me parece ya alucinante es que el Sr. Santiago Muiño se crea en el derecho de intentar reprimir la divulgación de la información, de momento con los limitados medios que tiene pero que estoy seguro que si tuviera responsabilidades de gobierno no dudaría en usar métodos más ejecutivos (y expeditivos).
Así pues, sinteticemos las bases del pensamiento cálido de Emilio Santiago Muiño y sus afines: nacionalismo a ultranza, defensa de un Estado fuerte, relativismo en los aspectos técnicos supeditada a la propia visión (fuertemente ideológica) de cómo se debe hacer la transición, acoso y represión del pensamiento disidente por todos los medios posibles, ocultación de la verdadera situación a la población y toma de decisiones por un élite autoescogida y autoproclamada.
Esto tiene un nombre muy claro: ecofascismo. Los postulados ideológicos en los que se basa el pensamiento de Santiago Muiño son los mismos que los del ecofascismo. Él simplemente ha encontrado una coartada narrativa para justificarlo. El libro de Emilio Santiago, en el que él sintentiza y presenta de manera ordenada estas ideas, será probablemente el Mein Kampf del ecofascismo ibérico.
La procedencia de Santiago Muiño mantiene confundidas a algunas personas en el mundo ambiental, activista y político, que creen que Emilio Santiago sigue siendo uno de los suyos y una referencia legítima en las discusiones sobre la transición ecológica. Lo triste, por duro que sea de aceptar, es que ya no lo es. Él escogió un camino más fácil que cree que le dará más poder, aunque para ello tenga que sacrificar sus amigos y sus ideas.
Salu2.
AMT
P. Data: Al final, por más paciencia que se tenga, llega un momento en el que hay que decir basta. Basta ya de atropellos y abusos.
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