lunes, 24 de junio de 2013
Un futuro sin más (III): La nueva energía
[Las personas y situaciones que aparecen en este relato son completamente ficticias. Cualquier parecido con personas o hechos reales será siempre mera coincidencia]
[Capítulos anteriores de este relato: primero y segundo]
Tras un día entero de viaje Jan Palermo y David Ros llegaron por fin a su destino. No tenían tiempo que perder: en tan sólo seis meses la primera planta de demostración de la "energía de Tesla" tenía que estar en marcha.
Jan se aplicó a la tarea desde el primer día, con un plan de trabajo en el que había pensado mientras iban en el camión. Aprovechando que David tenía formación en ingeniería le confío la dirección de las obras de perforación; en las instalaciones había suficientes soldados para accionar las perforadoras (el combustible escaseaba y el capitán le dijo que era preferible usar fuerza humana para perforar la tierra, y si era preciso traerían trabajadores forzados - David se estremeció al oír eso). Jan pidió que le trajeran alzados geológicos de la zona para estudiar qué áreas resultarían más favorables para la instalación de sus ingenios que, según Jan decía, proporcionarían grandes cantidades de energía "proveniente de las entrañas de la Tierra y de forma renovable, infinita". Los dispositivos que Jan Palermo quería construir él mismo los bautizó como "Tremogeneradores de Tesla". En cuestión de unos pocos días los trabajos de perforación pudieron empezar en las zonas que Jan designó; los pozos se perforaban hasta una profundidad máxima de 100 metros, hasta tocar la roca madre. El agua de los acuíferos era convenientemente bombeada a mano, en agotadores turnos de día y noche, lo cual implicó finalmente traer trabajadores forzados para espanto de David.
David no entendía muy bien qué estaban haciendo allí; suponía que el profesor Palermo quería desviar la atención mientras preparaba un plan de fuga. Lo cierto es que Palermo pasaba día y noche en una fragua que había improvisado en los talleres mecánicos de aquel campamento (porque al final la instalación de máxima seguridad había resultado ser eso, un campamento militar sin más), ayudado por varios herreros de la comarca. También hizo varios viajes por la capital y a algunas viejas fábricas en busca de los metales convenientes para las aleaciones "hiper-sensibles" que según él iban a permitir aprovechar los microsismos de la corteza terrestre. David seguía sin decidir si su profesor era un loco o un genio, pero los días pasaban y sus posibilidades de escapar no parecían mejorar.
Había, además, otra cosa que preocupaba a David. En el campamento había conocido una chica, Colette. Ingeniera como él, francesa de origen, llevaba mucho tiempo en el paro, vagando de aquí para allá por media Europa buscando trabajo, y había tenido la suerte de haberse incorporado al equipo que dirigía la perforación y la instalación de las carcasas de acero que iban saliendo del taller del profesor Palermo. Cuando David vio a Colette la primera vez quedó azorado por su belleza; era una joven aproximadamente de su edad (luego supo que un par de años más joven) y las primeras instrucciones que le dio fueron torpes, en parte por la vergüenza y en parte por la falta de fluidez con el idioma. La chica se enfadó con él, pero su torpeza al disculparse fue tan grande que consiguió que ella se riera. Con Colette David se sentía a gusto ya que hablaban un lenguaje común, el de la ingeniería y el de la técnica. Tampoco ella entendía qué querían hacer allí si no eran unos meros pozos, y David tampoco sabía responderle porque el profesor le había dejado completamente al margen de las piezas centrales que tenían que entrar en aquellos armazones que estaban montando. Suponía David que el profesor no quería involucrarle más de la cuenta si al final no podían escapar y se veía que el proyecto era un gran bluff. Cuando los sentimientos que Colette y él sentían el uno por el otro no pudieron ser disimulados por más tiempo, David empezó a sufrir no ya por el posible fracaso de su huida, sino por la misma posibilidad de escapar. Se encontró deseando que aquella pantomima que había ideado Jan Palermo realmente sirviera para alguna cosa con tal de poder seguir con Colette, aunque su cabeza le decía que era imposible. Cuando quedaba un mes para la entrega de los tremogeneradores David todavía no veía manera de escapar de allí: sus pasos siempre eran vigilados por al menos dos soldados próximos, incluso cuando paseaba con Colette (lo que dio un nuevo sentido a la expresión "ir de carabina). Eso sí: el trabajo avanzaba bien y ya habían instalado el primero de los aparatos diseñados por Palermo, pero nada de eso consolaba a David sabiendo como sabía que todo aquello era mero atrezzo: ni siquiera habían hecho pruebas con el primer dispositivo, ya que Palermo aseguró que todo funcionaría como la seda y que era mejor no arrancar los módulos demasiado pronto puesto que necesitaban un tiempo para "mejor sintonizar la vibración telúrica" - todo un disparate.
David estaba especialmente apesadumbrado por los eventos que veía ya demasiado próximos: el Ministerio había fijado la semana siguiente para la puesta en marcha. Era entonces o nunca, y vio claro que iba a ser nunca. David miraba a las estrellas por la noche cuando llegó el camión cargado de materiales, de vuelta de otro más de los viajes que hacía Jan (el comandante de aquel destacamento no estaba demasiado contento con aquel derroche de gasoil, pero desde el Gobierno le habían dejado claro que tenía que colaborar). Jan bajó de buen humor del camión, y se encontró de bruces con un nebuloso David.
- Profesor, - le dijo David en su lengua materna y bajando la voz - no entiendo por qué está de tan buen humor. Sólo nos queda una semana.
- Justamente - dijo Jan, y su voz delataba una contenida alegría - ya he encontrado todos los materiales que me faltaban. Estos cacharros funcionarán sin problemas durante por lo menos un par de años.
Definitivamente, Jan Palermo se había vuelto loco.
- Profesor, - insistió, sin mucha convicción David - sabe perfectamente que aquí no hemos hecho nada. ¡Nada! Sólo cuatro agujeros enormes en la tierra, en la construcción de los cuales, por cierto, han muerto cuatro personas: una por agujero. Cuatro agujeros y varias chimeneas y galerías auxiliares, eso es todo. Por no haber hecho no hemos ni escapado. Y yo... y yo... y yo quiero vivir, profesor. Yo... quisiera algún día ser feliz... fundar una familia... volver a una vida más o menos normal.
- ¿Y casarte con Colette? - Jan le miraba fijamente a los ojos, aún sonriendo; en un gesto de familiaridad insólito en él, le golpeó cariñosamente ambos hombros con las palmas - No te preocupes, muchacho: te casarás con esa francesita. Por cierto que es una chica preciosa, pillín.
Si no estaba bebido es que definitivamente estaba loco, concluyó David, lo cual le sumió en más negras reflexiones. Pero Palermo adivinó sus pensamientos y le dijo:
- Tranquilo, David, tranquilo. Sé lo que piensas, pero no soy estúpido. Los tremogeneradores funcionarán, pero no con el mecanismo imbécil que le he explicado a todo el mundo y que tú sabes que es imposible. Con el truco que he ideado podremos vivir sin que nos molesten el resto de nuestras vidas, aunque ciertamente esto no solucionará el grave problema energético de la República de manera duradera. Pero, chico, nosotros lo que queremos ahora es vivir, ¿verdad?
David le miraba fijo, las pupilas dilatadas por la oscuridad le daban un aire aún más indefenso, y asentía levemente con la cabeza.
- Pues ya está, muchacho. No te preocupes, que vivirás para hacer feliz a esa muchacha. Tú haz bien tu trabajo y déjame a mi hacer bien el mío. Y ahora a dormir, que mañana nos espera una dura jornada de trabajo - y Jan estiró los brazos a ambos lados.
Mientras observaba a David irse a su tienda, acompañado como siempre por sus dos guardianes, Jan pensó que más le habría valido abandonarle en la capital de su país natal. Ahora no tendría que sufrir esta angustia vital, esa incertidumbre por el desenlace de lo que pasaría la semana siguiente.
Y la semana tardó en pasar exactamente siete días, siete días casi sin descanso en los que en el taller de Jan Palermo se trabajó día y noche fabricando y probando los dispositivos. Al anochecer de la víspera de la recepción oficial el último de los cuatro tremogeneradores estaba ya en su sitio. Paralelamente, y sin mucha convicción, el comandante, instruido por Palermo, había preparado focos y alternadores que se conectarían a los tremogeneradores para iluminar la noche de gala en la que celebrarían la nueva era de la energía.
La mañana se levantó tibia y soleada. Jan estaba radiante y sonriente, David mantenía el tipo aunque a ratos dudaba y apretaba con fuerza la mano de Colette, quien le dedicaba la mayor de sus sonrisas, un poco forzada; sin duda, la formación técnica de Colette le hacía ver que allí había algo que no iba bien. La comitiva oficial la encabezaba el Ministro de Economía e Industria, seguido de cerca por la imponente figura del Fiscal General, que iba flanqueando al Ministro de Justicia. Ni el Presidente de la República ni el Primer Ministro habían querido recepcionar la obra por temor a que fuera un nuevo fiasco de un científico.
Jan estaba locuaz y ejerció de maestro de ceremonias. Hizo un discurso técnico plagado de términos inventados y de conceptos imposibles, sobre la genialidad de Nikola Tesla intuyendo la capacidad humana de aprovechar los microsismos y la necesidad de contar con aleaciones hiper-sensibles que Tesla no había podido fabricar pero que ahora eran accesibles. Aseguró que la instalación de esos cuatro tremogeneradores proporcionaría inicialmente no menos de 100 kilovatios de potencia sostenida salvo por paradas de mantenimiento esporádicas, y que con el tiempo esa misma instalación podría llegar al medio Gigavatio. Delante de la impaciencia de la comitiva oficial, el profesor Palermo ofreció al Ministro de Economía que accionara la palanca que pondría en marcha el dispositivo. El Ministro bajó la palanca y no pasó nada. Absolutamente nada. Al cabo de un par de minutos los asistentes se miraban nerviosos y David bajaba la cabeza pensando que efectivamente había confiado en un loco al que había creído cegado por intentar conservar a Colette. Jan Palermo permanecía tranquilo y confiado en el mismo sitio, diciendo que había que dejar unos minutos para que los tremogeneradores acumulasen suficiente vibración telúrica como para que arrancasen. El Comandante se disponía decir algo que seguramente no era agradable cuando alguien dijo: "¡Mirad!". Una nube de vapor, inicialmente muy tenue pero que en seguida se volvió vigorosa, salía por la chimenea central. Prácticamente al tiempo los ejes de los tremogeneradores comenzaron a girar, cada vez más rápido, y en unos minutos las luces y maquinaria eléctrica de toda la base, apagadas desde hacía años, comenzaron a funcionar. Algunos soldados se asustaron al ver de repente las luces de sus barracones encenderse, pues habían perdido la memoria de lo que era la luz eléctrica. Jan estaba exultante, David eufórico, y hasta los Ministros y el Fiscal General se felicitaban mutuamente y felicitaban a Jan y a un David que no cabía en sí de tanta felicidad.
El resto del día se lo pasaron revisando los aspectos técnicos de la instalación: potencia y estabilidad de la salida, tiempos de arrancada y de detención, características de los metales usados en la aleación - una astuta mezcla de acero al carbono, cobre, aluminio y magnesio, especialmente preparada en el taller adaptado por Jan, que mostró con todo lujo de detalles... Todo tenía un aspecto técnico impecable, y los dispositivos funcionaban de maravilla, con una potencia estable de 100 Kw regulable entre 50 y 150 Kw. Los cuatro tremogeneradores ocupaban un área modesta, de unos centenares de metros cuadrados, y Jan explicó que cuando pasasen a las plantas de gran escala en una hectárea se podría generar suficiente energía como para alimentar toda la industria y los usos domésticos de la capital; la clave era buscar las localizaciones más favorables y usar los materiales más idóneos, según explicó. David iba siguiendo las explicaciones del profesor con la comitiva, y aunque sabía que lo que decía no tenía demasiado sentido quería creer en él. Palermo había conseguido que los tremogeneradores funcionasen en contra de toda lógica; quizá sí que era un genio después de todo, quizá sí que conseguiría crear esa fuente de energía mágica que todos necesitaban, también él para poder tener una vida con Colette. Se acordó, sin embargo, de su conversación de la semana pasada: aquí había truco, le había dicho el profesor, pero un truco que les permitiría vivir el resto de sus vidas. A David eso le bastaba y le sobraba.
La cena fue modesta dado el emplazamiento y la poca fe del Comandante en el éxito de la demostración; la luz que provenía de los cuatro generadores se mantenía estable, limpia, intensa. Los representantes del Gobierno brindaron felices por el éxito de la empresa y Jan recibió la mayoría de los brindis en su honor.
Aquella noche, Jan y David se quedaron un buen rato despiertos, por fin solos - salvo por sus escoltas - mirando a las estrellas, en una oscuridad perfecta sólo rota por la claridad de los focos alimentados por los tremogeneradores. Estaban tumbados sobre la hierba, en una noche templada que invitaba a disfrutar de ella.
- Profesor - dijo al fin David - por más que pienso en ello no lo entiendo. ¿Cómo lo ha hecho? ¿Cómo lo ha conseguido? Es simplemente sorprendente.
- It's a kind of magic - dijo Jan Palermo con una sonrisa picarona, guiñando un ojo, entonando una canción pop antigua.
David seguía perplejo. Jan Palermo se sentó, las manos cruzadas sobre las rodillas, y miró a su joven ayudante.
- No es magia, tranquilo. Es MAGIC; bueno, no exactamente igual que aquel dispositivo que inventaron los japoneses a principios de este siglo, pero algo parecido - se sacó un esquema del bolsillo de su chaqueta y continuó su explicación - Es un dispositivo que combina el agua que viene de los acuíferos con magnesio que está contenido en los tubos de rotación, los cuales son huecos. Los tubos tienen forma de tornillo, y por unos agujeros conveniente colocados, que se abren con sólo girar una palanca en su parte superior, se va liberando magnesio en polvo. En realidad el magnesio está en bloques compactos y se va pulverizando por la acción de la rotación de los tremogeneradores: internamente tienen unas cuchillas como los ralladores de queso. El magnesio reacciona con el agua, se genera hidrógeno que en seguida se quema y el vapor hace girar los tremogeneradores. El hidróxido de magnesio resultante se recupera por estas catas a diversas profundidades y el vapor de agua sale por la chimenea, donde una gran parte se condensa para volver al acuífero. La verdad es que estoy bastante orgulloso del diseño; funciona muy bien.
- ¿Y por qué en su día no se explotó a escala masiva un sistema tan ventajoso? El magnesio es un metal muy abundante en la corteza terrestre, si recuerdo bien - quizá era el vino de la cena, pero David seguía perplejo.
- Es el octavo elemento químico más frecuente en la corteza terrestre, efectivamente. Y si nunca se explotó tal tipo de motor es porque estos dispositivos no son rentables. Ni económica ni energéticamente. Pero es perfecto para engañar a nuestros carceleros. El magnesio no se presenta en forma metálica pura en la Naturaleza, siempre aparece en forma de óxido o de sal. Para extraer el magnesio se tiene que electrolizar las sales o reducir los óxidos, lo cual consume más energía que la que luego podrás recuperar; ya sabes: consecuencias del Segundo Principio de la Termodinámica, aunque a estos ceporros eso les suene a sánscrito.
David estaba comenzando a entender el truco. Le parecía que efectivamente Palermo era un genio: había ideado todo esto en un par de días tan sólo, quizá en menos, desde el momento en que llegó al acuerdo con el Fiscal General.
- Pero, profesor - dijo al fin, aunque estaba seguro que Palermo ya había pensado en ello - ¿de dónde sacaremos el magnesio para que los "tremogeneradores" sigan funcionando? Al fin al cabo el magnesio sólo es un vector donde almacenar energía, pero no una verdadera fuente de la misma porque, como dice Vd, se gasta más energía en la síntesis del magnesio que la que luego nos va a retornar.
- El magnesio tiene una gran densidad de energía en volumen y en peso. Con los centenares de kilos que tengo en el almacén podremos ir recargando estos tremogeneradores de aquí durante años. He puesto un indicador de nivel para saber en qué momento hace falta recargar; la primera recarga no tendrá que hacerse hasta dentro de un mes. Lo que es importante es cortar las piezas de magnesio a la medida de los tubos para evitar obstrucciones, lo cual implica una disminución adicional de la TRE.
- ¿Se refiere Vd. a la Tasa de Retorno Energético, profesor? - David ya hablaba tranquilamente en un tono de voz normal; aunque alguno de sus vigilantes hablase su idioma la jerga técnica le resultaría ininteligible, aparte de aburrida.
- Efectivamente. Incluso si uno tuviera un suministro de magnesio en forma metálica y no tuviera que sintetizarlo, para que salga a cuenta explotarlo es preciso que los dispositivos que lo usan como combustible produzcan más energía aprovechable que la se ha usado en su fabricación, instalación, operación y mantenimiento. La relación entre la energía producida por una determinada fuente y la energía consumida por los dispositivos para su aprovechamiento es lo que se denomina Tasa de Retorno Energético, o TRE. Para que te hagas una idea, en 1900 el petróleo tenía una TRE de 100, es decir, que producía 100 veces más energía que la que se usaba para extraerlo y refinarlo. A finales del siglo pasado varios estudios mostraron que una sociedad para mantenerse estructurada tiene que tener una TRE media, contando todas sus fuentes de energía, del orden de 10. Sin embargo el petróleo hoy en día tiene una TRE muy baja, del orden de 5 o menor, porque sólo quedan recursos de petróleo muy malos y de extracción y procesado difícil, como las arenas bituminosas, el petróleo de alta mar o el petróleo de roca compacta explotado por fracking, que aquí en Europa no se explota pero que aún queda algún campo residual en Estados Unidos. Justamente, la caída de la TRE de las fuentes que alimentaban nuestra sociedad es lo que ha hecho que progresivamente ésta se haya degradado, porque ya no ha podido permitirse escuelas públicas, asistencia sanitaria universal, pensiones de jubilación y demás privilegios de la difunta sociedad del bienestar que conocimos cuando éramos jóvenes; bueno, conocí - dijo Jan al darse cuenta de que para David todo eso debían ser vagos recuerdos de la infancia.
- ¿Y cuál es la TRE del magnesio? - dijo David, y en seguida se corrigió a si mismo - Quiero decir: ya sé que si tuviéramos que producir magnesio metálico la TRE de todo el proceso sería menor que 1. Pero mi pregunta es: si explotamos todos los bloques de magnesio metálico puro que están abandonados en las acerías de la República, ¿qué TRE tendrían nuestros tremogeneradores?
- Buena pregunta. Yo estimo que usándolo con estos tremogeneradores debe estar entre 7 y 10, y seguramente se puede aumentar con mejoras en el diseño - seis meses no es suficiente para hacer la mejor ejecución posible, ¿sabes?. En todo caso, su TRE es superior a la de las fuentes que tenemos hoy en día a nuestra disposición, si exceptuamos las centrales hidroeléctricas que aún están operativas. Mientras podamos seguir alimentando los tremogeneradores con magnesio metálico todo el mundo creerá que hemos vuelto a los días de gloria de la sociedad industrial de mediados del siglo XX.
- ¿Podremos poner en marcha los nuevos tremogeneradores tal y cómo desean éstos? - David estaba empezando a sentir como propio el plan del profesor Palermo.
Jan Palermo se quedó un par de segundos callado, reflexionando, y al final dijo:
- Hay mucho magnesio metálico en acerías abandonadas; se usaba para hacer aleaciones de aluminio-magnesio, que son muy ligeras y resistentes. El magnesio metálico es un material bastante estable: aunque reacciona con el aire y con el agua (de hecho, nos estamos aprovechando de su reacción con el agua en los tremogeneradores) expuesto al aire se forma una fina capa de óxido superficial que lo aísla y evita que reaccione el resto del material. A pesar de los años transcurridos podremos encontrar bastante magnesio desperdigado por aquí y por allá. Hace unas semanas encontré un inventario de antiguas acerías de la República y cotejando esta lista con lo que hemos encontrado creo que podríamos conseguir magnesio como para producir unos 5 gigavatios de potencia media durante unos 20 años. Si importamos magnesio de otros países seguramente podríamos aumentar tanto la potencia como la duración. Eso sí, es vital que otros países no conozcan la clave de la "tremogeneración", porque si no ellos mismos consumirán su magnesio. Al fin y al cabo estamos quemando los restos de la era industrial, una energía embebida que se almacenó en un cierto material cuando el petróleo era barato y la energía abundante. No es una energía abundante, y sólo podrá aprovecharse una vez, así que debemos ser discretos.
David sopesó las implicaciones de lo que le decía Jan Palermo, sobre todo las implicaciones morales. Una sola vez, para después dejar un futuro con todavía menor esperanza.
- Han muerto personas para abrir esos agujeros, que en el fondo son sólo una tapadera. Podíamos haber montado todo el tinglado simplemente usando un curso de agua, un río, incluso un riachuelo; sería menos costoso en términos económicos, energéticos y de vidas humanas - dijo por fin, y no pudo evitar que en su voz hubiera un cierto tono de reproche.
- Es verdad - dijo Jan, y se encogió de hombros - pero hemos hecho lo que se esperaba que hiciéramos; más aún: hemos hecho lo que querían que hiciéramos. ¿Sabes de dónde saque la idea y el nombre de los "tremogeneradores capaces de captar la energía microsísmica"? De una novela que leí hace muchos años y que describe una situación muy parecida a la que vivimos hoy en día; y le añadí "de Tesla" porque estos garrulos es lo que esperan oír. Necesitaba crear una parafernalia convincente de "energías libres que necesitan ser liberadas" - dijo imitando el tono de voz del Fiscal General - para disimular el hecho de que en realidad estamos haciendo lo que siempre hizo la Humanidad: quemar algo, en este caso magnesio. No se me ocurrió otra puesta en escena.
A pesar de su discurso, un cierto sentimiento de culpa pesaba sobre Jan Palermo, que había clavado su mirada en el suelo, un palmo por delante de la punta de sus pies. Ninguno de los dos dijo nada durante un rato, y al final fue nuevamente Jan Palermo quien rompió el silencio:
- Ellos han escogido esta vía estúpida de la esperanza infundada antes que la de la verdad desnuda - dijo Jan, y se encogió de hombros una vez más - Este país ha encarcelado o matado a sus científicos y ahora es presa de charlatanes.
- ¿Nosotros somos charlatanes? - preguntó David.
Un momento de reflexión.
- Sí - dijo por fin Jan
Después de aquel día tan extraordinario y aquella noche tan esclarecedora las cosas evolucionaron rápidamente durante los años siguientes. Las instalaciones de tremogeneradores de Tesla fueron un éxito fulgurante y se extendieron rápidamente por el país. David, con la ayuda de Colette, se convirtió en muy poco tiempo en jefe de operaciones de todas las instalaciones Tesla de la República, e introdujo nuevos modelos "capaces de extraer la energía plasmática del agua", es decir, haciendo reaccionar discretamente el magnesio con cursos de agua superficiales, con lo que disminuyó enormemente el coste de instalación y mantenimiento y mejoró la eficiencia y la potencia; al tiempo, fue introduciendo otros reactivos provenientes de los restos industriales del país. Durante esos años David Ros mostró finalmente su garra y su ingenio, y sus plantas fueron cada vez más versátiles y productivas, para beneficio de una República donde la actividad industrial volvió a recobrar parte de su pujanza pasada. David y Colette se casaron durante esos años de vino y rosas, y antes de que pasaran cinco años ya tenían dos hijos preciosos.
Por su parte Jan fue nombrado director del Centro de Investigación en Energía Tesla y asesor permanente del Ministro de Industria y Economía. Su vida resultaba bastante cómoda, frecuentando los mejores restaurantes al lado de los Ministros del Gobierno y siendo una persona de gran prestigio en todo el país. Tras muchos esfuerzos consiguió retomar las investigaciones sobre las verdaderas energías renovables que había dejado abandonadas en su país de origen, aunque sus esfuerzos fueron mirados comiserativamente por los Secretarios de Estado y Ministros a los que les explicaba sus resultados, puesto que las plantas Tesla de diversos tipos tenían rendimientos y potencias muy superiores, y muchas menos limitaciones. Para su sorpresa, eso no ponía contento a Jan Palermo, y los pocos amigos que tuvo en aquella época explicaban que cada vez se le veía más preocupado mientras la República prosperaba a un ritmo exponencial.
Un día de un otoño tórrido, extensión de otro verano fallido, David Ros fue a la capital a visitar a su antiguo mentor. David vivía en una ciudad de provincias que se había reindustrializado gracias a un pasado lleno de factorías, acerías y de reactivos químicos para reutilizar fuera de la vista de todos. Hacía tiempo que no iba por la capital si no era por visitas políticas o técnicas de corta duración; David amaba su familia e intentaba que esas visitas fueran lo más cortas posibles, y teniendo en cuenta que el transporte en tren no era tan rápido como cuando era niño esto le dejaba poco tiempo libre para otra ocupación que no fuera el asunto concreto que le trasladaba al centro político de la República. Mientras el vagón traqueteaba suavemente al entrar en la Estación del Oeste David intentaba recordar cuándo exactamente había visto a Jan Palermo por última vez. Hacía poco más de 5 años desde la demostración de los tremogeneradores de Tesla, y Jan se había trasladado a la capital pocos meses depués, en cuanto le hubo enseñado todo sobre el diseño de los tremogeneradores a David. Antes de marcharse, Jan se había dedicado con ahínco a recuperar valiosos libros con tablas sobre potenciales químicos, reactividades, esteoquiometrías, entalpías y demás zarandajas técnicas; conocimiento valiosísimo sobre los elementos químicos que conforman nuestro mundo y que hacía tiempo que se pudría en bibliotecas ahora abandonadas y cubiertas de moho. Jan hizo una selección excelente de los libros fundamentales que ayudarían a David a mantener en marcha el timo de los tremogeneradores durante una larga temporada, y después se marchó. Dijo que no tenía interés en alimentar la bufonada, que quería hacer investigación de verdad en las fuentes de energía que realmente podrían darle una esperanza a la Humanidad, y se marchó a la capital y a su Centro de Investigación en Energía Tesla, el CIET, que en realidad era una tapadera de un centro de investigación en energías renovables. Con mucho esfuerzo y paciencia Jan había conseguido que las autoridades le dejasen reclutar para su centro los mejores científicos que pudo rescatar de los campos de trabajo de la República y de otros países que habían sucumbido a la barbarie, incluido del país de origen de Jan Palermo. La plantilla del CIET era la más disciplinada y agradecida que Jan hubiera podido soñar, y todo el mundo allí trabajaba con ahínco para intentar dar una alternativa real a los tremogeneradores, pues a nadie allí se le escapaba que la fantasía envuelta en papel de celofán marca Tesla no duraría para siempre. El Gobierno de la República tenía destacados en el CIET algunos comisarios políticos que supervisaban todo el trabajo de los científicos, lo cual hacía un poco más pesada la comunicación interna, sobre todo por la necesidad de incorporar términos idiotas de vez en cuando para maravilla de los ignorantes comisarios. Jan tenía el acuerdo con David Ros de que cada vez que el último incorporase una mejora a las plantas de reactivos los planos pasasen primero por el CIET para "vender" a la República que en realidad aquello era fruto del esfuerzo investigador de la nutrida plantilla de rescatados de la barbarie y así les dejasen en paz. Esta "transferencia de tecnología al revés" molestaba un poco a David, porque le quitaba el mérito a su trabajo, que realmente era muy bueno, pero de tanto en tanto Jan o los otros investigadores aportaban mejoras sensibles a sus diseños iniciales y al final el arreglo era muy conveniente para todos: David se había convertido en un hombre muy rico - había conseguido que se le diese un porcentaje de explotación por cada planta que ponía en marcha- mientras que Jan jugaba a buscar la energía infinita cobrando un relativamente modesto sueldo y capitaneando aquella tropa de desarrapados. Además, pensaba David bajando del tren, al final es Jan quien asume el riesgo cuando todo falle.
Cuando todo falle, se repitió mentalmente. Como ahora. Porque aquella era la razón real por la que venía a ver a Jan Palermo. No para reprocharle que no hubiera honrado la última invitación a visitarles para celebrar el comienzo del verano y el primer aniversario de su hijo menor, ni para discutir un nuevo plano. No. Los problemas comenzaban a ser serios, los reactivos comenzaban a escasear en la República mientras el Gobierno presionaba cada vez más a David para mantener el crecimiento incesante, rápido, exponencial... La República tenía prisa en volver a su pasado industrial, sobre todo ahora que habían podido mitigar las hambrunas causadas por el nuevo clima gracias a una remecanización de un campo necesitado de todo. De hecho, los economistas habían vuelto a calcular el PIB, y el comercio exterior iba viento en popa. Pero la República necesitaba más, y más, y más, y en cinco años había sido capaz de agotar lo que inicialmente Jan estimaba que había de durar veinte.
Jan escuchaba atento las cuitas de su antiguo pupilo, aunque no había nada en ellas que realmente le pudiera sorprender. Se habían saludado cordialmente cuando David llegó al despacho de Jan. Jan había envejecido un poco, ya había entrado en la cincuentena pero se mantenía vigoroso gracias a sus largos paseos y a la natación. David había madurado; era un hombre recién comenzada la treintena y había ganado un poco de peso y un mucho de aplomo de hombre importante, de esos que te hacen sentir disminuido con la forma de hablarte, aún estando sentado delante de ti como lo estaba David delante de la mesa del despacho de Jan. "El hábito de dirigir a otros hombres", pensó Jan al remarcar este rasgo de su pupilo. Al cabo de unos minutos Jan se puso de pie, y siguió escuchándole mientras miraba por el amplio ventanal del despacho. No, no le sorprendía nada. Al final se volvió y dijo:
- "El mayor defecto de la especie humana es su incapacidad para comprender la función exponencial".
David pronunció un "¿Qué?", como volviendo de un sueño profundo y pegajoso.
- Nada importante - continuó Jan - o quizá sí, lo más importante en realidad. Pero no es eso de lo que tú me has venido a hablar hoy, y sé que eres un hombre ocupado e importante. Dime qué es lo que quieres de mi.
David agradeció la franqueza y el pragmatismo de su antiguo profesor.
- Profesor - hacía años que David no le llamaba así, pero esta vez lo hizo - necesitamos algo para reemplazar el magnesio, el sodio y los demás reactivos. Pronto el Gobierno se dará cuenta de que no hay energía libre ni Tesla ni nada más que un sueño efímero.
- ¿Y qué esperabas, David? - le respondió Jan - Teníamos un único tiro, pero hacía falta dosificarlo.
- Los países que tienen reservas de metales reactivos las venden cada vez más caras - siguió David, como si no le hubiera escuchado - y algunos nos exigen que les instalemos tremogeneradores, plantas plasmáticas, magnetovibradores, ...
- Palabrería hueca que usamos para ocultar que simplemente nos aprovechamos de reacciones químicas muy exoenergéticas, el combustible de las cuales está comenzando a escasear - repuso Jan
- Necesitamos alternativas - David continuaba enrocado en su discurso - otros reactivos, u otros medios para conseguirlos.
- ¡Pues tendrá que ser otros medios de conseguirlos! - le dijo enérgicamente Jan, exasperado por la ofuscación de su ex-alumno - ¡Despierta, David! Se acabó la partida. Todo era un timo y ya toca a su fin. Antes de lo que esperábamos, es verdad, pero no contábamos con lo único que es realmente ilimitado en este mundo: la codicia humana. Bueno, eso, y su estupidez.
David se quedó callado unos segundos. Después volvió a hablar, lentamente, con una voz grave, profunda. Gélida, se podría decir. Jan pensó que esa debía ser la voz que usaba para transmitir a sus trabajadores su descontento con un cierto estado de cosas. E infundirles miedo.
- Profesor - dijo David - tenemos que encontrar una alternativa. No podemos fallar. No ahora. Hay demasiadas cosas en juego. Yo tengo mucho en juego: mi familia, mi posición. Vd. si quiere puede jugar a científico idealista, pero yo tengo un deber que cumplir. Y lo cumpliré - e incluso Jan no pudo evitar un estremecimiento al sentir la profunda determinación en las palabras de David.
- Te entiendo, David, o al menos creo entenderte. Pero eres lo suficientemente inteligente para saber que no puedo ayudarte en realidad. Dios sabe que si pudiera lo haría, pero desgraciadamente no puedo. Nuestros sistemas renovables no han conseguido ir más allá de lo que había en la era del petróleo, y sin petróleo barato y abundante simplemente no pueden mantener un entramado social tan grande y complejo como lo que la República - se corrigió - como lo que tú me planteas.
David aún calló unos segundos, y luego, sin hablar se puso de pie y abrió la puerta del despacho. Ahí se detuvo y sin volverse dijo:
- ¿Sabes una cosa, Jan? - volvió al tuteo y a la familiaridad de los últimos años - en realidad sí que me has dicho lo que tengo que hacer. Ahora ya lo tengo claro. Muchas gracias, Jan.
Y se fue sin que Jan supiera a qué se refería. Desde su ventanal Jan le vio alejarse a paso presto. ¿Qué es lo que haría que un hombre inteligente y muy capaz se obceque tanto, se empeñe en un imposible? Por fuerza su razón le debía decir a David Ros que perseguía una quimera, pero sus sentimientos ahogaban la voz de la razón. Quizá era por su familia que David actuaba así. Sin embargo, ¿qué sentido tenía elevarse más y más sobre el abismo? ¿para caer luego desde más alto y más violentamente? ¿qué futuro le dejaría David a sus hijos con su necia huida hacia adelante?
Jan nunca se había casado. No es que no le gustaran las mujeres, pero su entusiasmo por su trabajo no había sido del agrado de sus escasas parejas. ¿Y total, de qué había servido ser un esclavo del trabajo, si al final no serviría para nada? Quizá Jan era el que estaba equivocado, y David tenía razón. Pero Jan no se veía buscando una pareja a sus años y con el muro de distanciamiento que ponía su situación. Formalmente seguía siendo un preso de la República, pensó con sorna, ya que nunca le habían levantado el arresto, aunque iba y venía donde quería y allá donde iba le abrían las puertas, tal era entonces su prestigio. Sin embargo, esa aura de hombre santo, de benefactor, desvirtuaba cualquier aproximación al sexo opuesto, y él detectaba en seguida el excesivo interés en el oropel que le envolvía en la manera afectada con la que se le aproximaban algunas féminas. Y si bien sí que a veces añoraba tener un contacto íntimo, lo que quizá más le pesaba en el alma era no haber tenido hijos, sus propios hijos a los que transmitir su amor por la Naturaleza y su compasión por los hombres.
Al cabo de un rato Jan se rió para sus adentros: ¡pensando en mujeres, después de tanto tiempo! y rió con gana. Tan concentrado estaba en sus pensamientos que, tan observador como él era, no se había fijado en que David no había tomado el camino de la estación de trenes, cual era su costumbre.
Es difícil saber lo que pensaba Jan dos semanas más tarde, cuando un tren nocturno le dejó al otro lado de la frontera, en el pequeño país montañoso que tendría que ser su nuevo hogar. Lo había escogido en su nueva huida porque sabía que era de los pocos lugares en Europa donde no sólo no se había perseguido a los científicos, sino que además se enorgullecían de haber mantenido una Universidad Técnica de alto nivel. Había ido a tiro hecho; durante los años que tuvo una posición más encumbrada había ido recabando información más veraz sobre la nueva Europa, y en más de una ocasión había pensado en este pequeño país como un posible lugar de retiro, lejos de tanto vocerío y necedad.
Llevaba una pequeña maleta, con suficientes objetos de valor como para permitirle vivir cómodamente durante una larga temporada, y debajo de la axila el periódico que había precipitado su fuga. En grandes titulares y con frases triunfantes el diario anunciaba la invasión por parte de la República de su país natal. En medio de tantas mentiras y clarines de victoria Jan pudo leer varias veces el nombre de David Ros y alcanzó a comprender su papel central en los eventos. Al parecer, había convencido directamente al Presidente de la República de que el Ministro de Comercio estaba siendo demasiado débil y que las demás naciones querían arrebatarle a la República el secreto de las plantas Tesla, imponiendo precios abusivos a las materias primas que la República tan imperiosamente necesitaba. Y el Presidente (un necio redomado que en la República de cuarenta años atrás no hubiera jamás pasado de ser un rufián de taberna) no sólo hizo caso a David, sino que le nombró Ministro de Materiales Estratégicos y Energía de Tesla - pobre Nikola Tesla, cuántas veces su nombre se pronunciaba en vano - con una cartera que quitaba competencias esenciales a la de Comercio - que desparecía - a la de Economía y, para mayor espanto de Jan, de Guerra. Todo eso había comenzado el mismo día que David había estado en su despacho y se había desarrollado durante los días posteriores, pero Jan, ensimismado en sus investigaciones, no estaba al caso de los cotilleos de la capital. Ahora comprendía a qué frase suya se refería David: "Conseguirlo por otros medios". Si no son los del comercio, serían los de la guerra.
La República, régimen autoritario como era, estaba bien pertrechada militarmente, y de hecho el Ejército era un gran consumidor de energía y materias primas. La República se había preparado para la guerra; de hecho, llevaba tiempo preparándose para la guerra. David sabía muy bien que conseguiría poner el país en marcha para apoderarse de los recursos de sus vecinos si simplemente decía que era necesario. "Otra vez más he sido un completo necio", pensó Jan. "No lo he visto venir. ¿Me volverá pasar lo mismo en este nuevo exilio?"
Como formalmente el arresto nunca fue levantado, en cuanto trascendió la noticia de su escapada se le consideró prófugo y se le puso en busca y captura. En cuanto la bota de la República hubo subyugado su país le buscaron por cada rincón, pensando que al comenzar la guerra se había cambiado de bando para ayudar a la defensa de su nación natal. Al saber en la prensa extranjera de estas elucubraciones, pensando en no perjudicar a su compatriota David - más bien, en no perjudicar a Colette y a los niños - envió una carta desde su nuevo hogar explicando que estaba cansado y que sólo buscaba el retiro en un país pequeño, neutral y perdido entre las montañas. Una semana más tarde y para su sorpresa comprobó que el diario más importante de la República (que podía comprar fácilmente en su nuevo exilio) le dejaba finalmente en paz, explicando que todo había sido una confusión y que se había retirado a aquel pequeño país. En la rapidez con la que se desmontó la campaña en su contra probablemente influyeron las gestiones de David, quien según el diario pasó a ser el nuevo director del CIET, además de acumular en su persona media docena de cargos diversos, incluido el de Ministro. Al girar la página del mismo diario vio una foto, una de las pocas fotos que los diarios publicaban en cada número. Era una imagen de mala calidad de su ciudad natal, de la pequeña población donde vivió su niñez, después de la guerra. La imagen estaba tomada desde una de las calles principales. La ciudad estaba arrasada; las tropas invasoras habían arrojado bombas incendiarias, y los precarios medios de extinción de aquella época no habían sido capaz de contener fuegos tan dispersos y bajo los disparos enemigos. Jan Palermo se quedó helado. Su ciudad, simplemente, ya no existía. Sintió rabia y al tiempo una tristeza como nunca había antes experimentado, y se asombró al darse cuenta de que estaba llorando.
Resultaba que después de todo el viejo profesor tenía escrúpulos y tenía decencia. Sobre su conciencia cayeron de golpe todas las personas que habían muerto para que Jan pudiera vivir: los cuatro que murieron en los tremogeneradores iniciales, toda la gente que murió después en las obras de las demás instalaciones, los que a consecuencia de la guerra habían muerto en su país natal, en su ciudad natal, y los que tendrían que morir en otros países que serían atacados en un futuro... Era una carga terrible. Se había escudado en que quería salvar a David, pero en realidad se quería salvar a él mismo, y de hecho había perdido a David, convertido en un monstruo, reflejo grotesco de lo que podía haber sido. Hasta ese momento había dejado que el miedo, el instinto de supervivencia, tomaran el control, quizá por haber estado tantas veces perseguido y al borde de la muerte; y por culpa de ello mucha gente había muerto y mucha más tendría que morir. Hay personas que es igual lo que haga en la vida, porque no mueven a los demás, y así pueden permitirse el lujo de ser egoísta sin consecuencias. Pero hay otras personas que por su carisma y capacidad son líderes natos, y Jan era uno de ellos. Sus vicios y sus errores tenían repercusiones que se extenderían durante años, durante décadas. Tenía que ser mucho más cuidadoso; tenía la obligación moral de ser mucho más cuidadoso. En aquel momento se prometió que nunca más volvería a ser un cobarde. Aunque quizá ya era demasiado tarde.
Antonio Turiel
Junio de 2013
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