jueves, 24 de octubre de 2013

Burbujas de cemento y carne



Queridos lectores,

Hace unos días Ugo Bardi publicó un artículo con una interesante perspectiva histórica sobre las raíces psicológicas del acaparamiento (de oro inicialmente, pero también al final de cualquier bien con un valor más allá del que da su utilidad). Dentro de ese post había un enlace a otro artículo perturbador, con un análisis de las burbujas inmobiliarias que se están formando en Europa después de 2008. Viviendo como vivo en un país que aún se está recuperando de la peor burbuja inmobiliaria de su historia, y sabiendo como sabemos que la crisis actual comenzó con los excesos de las hipotecas subprime en los Estados Unidos, me resulta sorprendente ver cómo a pesar de los pocos años transcurridos fuera de EE.UU. y de España la lección parece no haber sido aprendida. Y si no miren las siguientes gráficas, sacadas del mencionado artículo:


Evolución de los precios de la vivienda en Londres


Evolución del precio de la vivienda en Francia (curva negra), París (curva roja), región de París (rosa) y en el resto de Francia (azul)


Evolución en Alemania


Evolución en Suiza
Evolución en Bélgica
Evolución en Holanda


Evolución en Luxemburgo
Evolución en Austria


Evolución en Dinamarca


Evolución en Suecia
Evolución en Noruega
Evolución de Finlandia
Evolución en Islandia


En algunos casos, como en el de Inglaterra, Francia o Dinamarca, se ve que el estallido de la crisis en 2008 supuso una pausa en el crecimiento de los precios; el caso de Alemania es peculiar, ya que la evolución del precio llevaba a la baja mucho tiempo (la resaca de la reunificación). Lo curioso es ese gran número de países donde las turbulencias de 2008 tienen un impacto mínimo. En algún caso concreto, como el de Finlandia o el de Austria, las subidas en estos últimos cinco años han sido dramáticas. Lo cierto es que la evolución del precio de la vivienda en todos los países de Europa es muy preocupante.

Pero no es problema genuinamente europeo, sino que se repite por todo el mundo: en Perú...



en Colombia... 

en Brasil...


en China...



e incluso en el epicentro de la crisis subprime: ¡¡ Los Estados Unidos !!  
 
Gráfico cortesía de Juan Carlos Barba



Parece que el capital busca oportunidades de crecimiento donde sea, incluso donde ya no las hay en realidad. La presión por encontrar sectores en expansión es tan fuerte que una y otra vez se recurren a las mismas fórmulas, que giran entorno a un mercado de un producto (el inmobiliario) que en realidad es de primera necesidad, convirtiéndolo en un absurdo vehículo de inversión sin comprender que su valor lo da la demanda física, lo cual lleva a absurdos como el del dragón avaro que describe Bardi. Y como toda burbuja ésta no podrá tener un final feliz.

¿Qué está pasando? ¿Cómo hemos olvidado tan rápidamente la lección de las hipotecas subprime? En realidad, esa lección no fue nunca aprendida porque el episodio de las subprime tenía un precedente bien conocido y deliberadamente ignorado por los gurús económicos: Japón.

Durante la década de los 80 del siglo pasado Japón experimentó una burbuja inmobiliaria en todo análoga a las que estamos describiendo aquí. En aquel tiempo Japón era una gran potencia industrial con un increíble empuje en sectores como la automoción y la microelectrónica; su población aún crecía a buen ritmo y el suelo urbanizable escaseaba, con lo que el precio de la vivienda alcanzó en poco tiempo alturas estratosféricas. Todo iba viento en popa hasta que en 1991, coincidiendo con el derrumbe de la URSS, se desató una intensa crisis económica mundial que duró un año y medio, debida en parte a la escasez momentánea de petróleo. La crisis echó el freno a la pujante industria nipona: algunas fábricas cerraban y Japón sufría en sus carnes un castigo casi desconocido en aquellas latitudes: el paro.

De no haberse alimentado una burbuja inmobiliaria tan gigantesca Japón hubiese sorteado la crisis como lo hizo el resto del mundo occidental y hacia 1993 hubiera vuelto a crecer. Sin embargo, la parada en seco de las perspectivas de crecimiento provocó el hundimiento del castillo de naipes inmobiliario, arrastrando al país hacia abajo, mucho más hacia abajo de lo que nadie hubiera sospechado. El país ya estaba superpoblado y lo que unos años antes parecían perspectivas maravillosas se habían convertido en una losa imposible de remontar.

Evolución del precio inmobiliario según el tipo de uso en el mercado japonés. Fuente: wikipedia.



A pesar de lo disciplinado del pueblo japonés, de su conocida capacidad de aceptar el sufrimiento colectivo y de su laboriosidad sin tacha el PIB de Japón fue incapaz de remontar durante los diez años siguientes, en lo que se dio en llamar "la década perdida". En realidad sólo parecía que comenzaba a remontar hacia 2008, cuando de repente la nueva crisis mundial ha vuelto a tirar de las riendas de la economía japonesa, con lo que podemos ya hablar de dos décadas perdidas en Japón. 
Evolución del PIB del Japón. Fuente: Mind the gap.



Para terminarlo de agravar, el tsunami de 2011 y los problemas con la central de Fukushima han terminado de destruir las bases económicas del país: en una decisión histórica Japón cerró todas sus centrales nucleares y el país tiene ahora déficit comercial, cosa que no se veía en décadas, a causa de sus importaciones de gas y petróleo necesarios para cubrir sus necesidades energéticas, al tiempo que la población acepta, resignada, restricciones en el consumo energético. Una población entregada y sacrificada como pocas, que acepta, por ejemplo, sacrificar una parte importante de sus ahorros para apuntalar la deuda pública su país, lo cual permite que Japón, a pesar de su deuda que equivale al 200% del PIB del país, aún se pueda sostener.

Todo eso son datos bien conocidos referentes al caso del Japón, pero hay una cuestión menos descrita que explica también por qué Japón no es capaz de salir del hoyo: su estancamiento demográfico. Japón prácticamente no ha crecido en población durante las dos décadas perdidas. Y no ha crecido mucho porque resulta ya físicamente imposible crecer más. Cuando a principios de los 80 la Organización Mundial del Comercio se quejaba de que para no aumentar aún más los desequilibrios comerciales el Japón debía trabajar un poco menos y consumir un poco más la población nipona fue progresivamente lanzándose disciplinadamente a consumir más, sobre todo de bienes electrónicos (pues abultan menos en un lugar donde el espacio es escaso). Ese consumo interno favoreció que el PIB de Japón continuase creciendo mientras su comercio exterior seguía viento en popa. Pero al llegar la crisis de los 90 su comercio exterior se hundió temporalmente en tanto que su comercio interior se vio lastrado por la burbuja inmobiliaria. El sector exterior nunca pudo recuperarse completamente por la irrupción de la fuerte competencia de China y otras potencias emergentes, que han restringido la competitividad nipona al campo de los productos tecnológicamente más avanzados. Mientras,  el comercio interior estaba aún más hundido. Se podía pensar que gracias a la inflación al cabo de diez años los efectos de la burbuja inmobiliaria deberían haberse prácticamente desvanecido; sin embargo, la contención salarial y el apuntalamiento del Estado vía la compra de deuda pública por parte de los ciudadanos han hecho que su renta disponible no haya aumentado. La situación es cada vez más insostenible, con un Estado cada vez más endeudado; un comercio exterior muy potente pero encasillado en un sector con el crecimiento limitado y el aliento de la nueva fábrica del mundo, China, en el cogote; y una población con renta disponible congelada. La única salida que tenía Japón era aumentar su población para aumentar su consumo interior y romper así la espiral mortal. Pero su población no puede crecer más; con tan malas perspectivas y el alto coste de la vida, y tan poco espacio vital, la población de Japón se mantiene estacionaria, condenando al país a un lento declive macroeconómico que el tsunami de 2011 no ha hecho más que acelerar.


Evolución de la población de Japón. Fuente: ljhsdwheeler


El alto impacto del aumento de población en el crecimiento del PIB es una de esas cosas que a los economistas más liberales no les gusta enfatizar, enfrascados como están en enfatizar el papel del ingenio humano sin límites como creador de valor y del mercado como único regulador de las relaciones humanas, sean del tipo que sean. Y sin embargo el incremento de población es, posiblemente, la variable que individualmente tiene más peso en el crecimiento del PIB en circunstancias macroeconómicas típicas. 


Comparar España con Japón proyecta una sombra alargada y negrísima. España creció rapidísimamente en la década precedente al estallido de la crisis, en 2008, impulsada por una descomunal burbuja inmobiliaria y un grandísimo crecimiento de población vía inmigración. Pero España no es un país tan productivo ni tan disciplinado como Japón, con lo que el desmoronamiento económico ha sido bastante más rápido y por la cabeza de un español de a pie no pasa ni por asomo la idea de apuntalar la deuda pública del Estado, que ya el año que viene llegará al 100% del PIB oficial.  

Lo verdaderamente dramático del caso español es que la falta de oportunidades y lo limitado del sector productivo está empujando a una proporción creciente de la población, alguna recientemente inmigrada y otra completamente autóctona, hacia la emigración. España se descapitaliza así muy rápidamente de sus activos humanos de mayor potencial: gente joven y en muchos casos muy bien preparada. Al contrario que el pueblo japonés, que aguanta dos décadas de angustia económica manteniendo el nivel de población, España puede perder varios millones de habitantes durante la década posterior al estallido de la crisis. Si el estancamiento de la población de un Japón que aún es una gran potencia comercial les ha llevado al estancamiento e incluso a un leve declive, ¿qué creen Vds. que le pasará a España? En este día en que el Gobierno de España se vanagloria por la exigua disminución del paro estimado con la Encuesta de  Población Activa, conviene recordar que la población activa en España cae a ritmo acelerado en alas de una emigración no reconocida. Emigración que se ceba justamente en los que de quedarse engrosarían las listas del paro. Vamos, que el paro disminuye por la creación de puestos de trabajo, sí, pero no en España.




Evolución de la población activa en España, cortesía de Juan Carlos Barba


Este fenómeno, en realidad, es algo repetido en la Historia de la Humanidad: los países que pierden población a través de la emigración entran en una espiral de empobrecimiento, a pesar de las remesas de los emigrantes (que en muchos casos acaban siendo la fuente de ingresos principal del país), y no son capaces de salir de ella por sus propios medios. La España de los años 60, con la que tantas veces oigo hoy comparar la situación presente, seguía el mismo camino de decadencia y empobrecimiento que tantas otras naciones habían transitado antes, y de no ser por la fuerte inversión extranjera nunca habría salido de ese hoyo. El único pobre consuelo que le queda hoy a España es que cuando las burbujas inmobiliarias que el capital internacional está creando por doquier estallen no habrá ya sitio donde emigrar.

En España hoy, como pronto en el resto del mundo, la burbuja no sólo fue inmobiliaria: también lo fue de población. Explotó ya en España, y explotarán en los próximos años por doquier, estas burbujas de cemento y carne. El cemento se queda, ocupando un espacio inútil quizá por décadas. La carne, en cambio, se va, dejando un vacío afectivo y económico difícil de llenar. 


Quizá no estaría de más recordar que tras el estallido de la burbuja la carne duele más que el cemento.

Salu2,

AMT

1 comentario:

  1. La caída del ahorro en Japón y su alto endeudamiento público le precipita en un abismo fiscal: en The Automatic Earth.

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