lunes, 23 de noviembre de 2020

La Fiebre del Hidrógeno 2.0 (II)

Queridos lectores:

Beamspot vuelve a la carga con esta segunda entraga de su análisis sobre la nueva fiebre del hidrógeno y sus consecuencias.

Salu2.

AMT


La Fiebre del Hidrógeno 2.0

Parte II.


  

En la anterior entrada, estuvimos viendo lo que era la electrólisis para obtener hidrógeno, y cómo éste se podía utilizar en vehículos eléctricos.


Sin embargo, me dejé una cosa en el tintero: si bien los trenes, camiones y barcos utilizarían pilas de combustible, en los aviones de lo que se está hablando es de quemar el hidrógeno directamente en las turbinas, bien turbohélice, bien turbofán. De esa manera, se ahorra la batería, la celda de combustible y otros elementos que añaden mucho peso innecesario en un avión que ya irá sobrecargado directamente con los depósitos de hidrógeno. Y eso que los aviones, igual que los barcos, suelen trabajar, al revés que los coches, con regímenes de potencia muy constantes y fijos.


Y, aun así, se está hablando de alcances reducidos, no de vuelos intercontinentales: en la página web hablan de 1600 Km de autonomía. De todas maneras, es un balón de oxígeno para un medio de transporte muy derrochador pero muy utilizado, que en los tiempos del Covid está claramente de capa caída.


Por supuesto, sí que habría la posibilidad de hacer aviones de alcance intercontinental… para pocos pasajeros, que invariablemente tendrían un poder adquisitvo elevado. O poder, a secas. No para el común de los mortales.


En la siguiente sección, se va a abordar una opción diferente, mucho más eficiente, y que apunta mucho más en la dirección real que nos vamos a encontrar primero, que ya algunos de los artículos que motivaron mi interés en el tema explicaban de forma más o menos clara.


Se trata de inyectar el hidrógeno recién hecho en la red de distribución de gas natural, que cubre casi toda Europa, mezclado con el propio gas natural.



 Uso en la red de distribución.

Ante los problemas explicados en la entrada anterior, hay otra alternativa más interesante y lógica, con mucho más sentido común y razón de ser, pasa por no almacenar el hidrógeno en absoluto. O en todo caso, hacerlo poco (relativamente) y a baja presión.


La idea es irlo metiendo en la red de distribución de gas natural para su uso ‘inmediato’. En todo caso, lo que se almacenaría sería el gas natural, cosa mucho más fácil, comprobada, en funcionamiento en la actualidad, y de sobras conocida.


A todas luces, es una apuesta ganadora en frente al tema de los vehículos a hidrógeno:


  • Ya hay infraestructura para la distribución, aunque en algunos casos habría que cambiar parte de las tuberías con nuevos liners para reducir pérdidas.

  • Su uso inmediato disminuye las pérdidas por almacenaje y difusión.

  • Las necesidades de presión son más bajas, con lo que el rendimiento en todos los apartados tras la generación de hidrógeno sale muy beneficiado.

  • La inversión es más baja, puesto que sólo se trata de añadir la capacidad de producción y poco más.

  • La amortización es más rápida, debido a la baja inversión.

  • Los ‘beneficios’ se pueden apreciar desde el momento en que se pone en marcha la misma planta de generación.


En cuanto a pérdidas, ya se ha visto que el almacenamiento es algo que ‘consume’ mucha energía que se contabiliza como pérdida. Dado que las presiones a las que trabaja la red de suministro de gas no son tan elevadas, esas pérdidas se reducen.


Si tenemos en cuenta que los depósitos de hidrógeno tienen pérdidas por almacenar el mismo, aunque las tuberías tienen pérdidas también, estas son menores porque el gas está menos tiempo dentro, amén de que están a menor presión.


Con estas ventajas, visto así, con esta presentación, parece un caso estupendo y maravilloso.


Habría que ver la posibilidad de almacenar Hidrógeno disuelto dentro del Gas Natural Licuado, cosa que sería interesante. Entre otras cosas, porque ya existe infraestructura de almacenamiento de GNL: véase la foto que encabeza esta sección.


Y es que se trataría de ir almacenando GNL en lugar de H2, cosa que ya hemos comentado que es bastante provechosa, con infraestructura que ya existe, etc.


Obviamente, ese caso es uno de los principales usos que se están promoviendo en las políticas europeas, como veremos en el siguiente apartado.


Lo primero que uno puede pensar, es que, con esas ventajas, y vistos los inconvenientes del almacenamiento, es algo que tiene mucho potencial de ahorro.


Sin embargo, recordemos el principio: a fecha de hoy, el hidrógeno está a como 14$/Kg, es decir, unos 35 centavos de dólar el KWh, que podríamos aproximar a 0.3€/KWh siendo favorables al hidrógeno.


En comparación, el gas natural, tarifas varias en España, está rondando en el peor de los casos 0.1€ (para los excesos sobre tarifas planas), o incluso por debajo de 0.05€ por KWh en tarifas ‘normales’ o ‘no planas’.


Es decir, el hidrógeno, obtenido a partir de gas natural, es entre tres y seis veces más caro que el gas natural.


Obvio.


Y recuerdo que el hidrógeno se obtiene de gas natural porque hacerlo de agua (dulce en su mayoría) es más caro aún (si contamos todos los costes).


Y es que es obvio. El hidrógeno, especialmente el obtenido de agua, es más caro que el gas natural: el mercado lo ha demostrado hasta la saciedad, sobre todo, por el coste de la electricidad, o, de forma menos directa, por el coste de la energía necesaria para generarlo.


Pensémoslo bien. Hoy en día hacemos electricidad barata quemando gas natural, con un rendimiento particularmente bueno en las centrales de ciclo combinado del orden del 52%.


Esta idea piensa hacer justo lo contrario: utilizar electricidad para generar un gas con un rendimiento del orden real del 60% o menor… para luego ¿qué? ¿Hacer más electricidad?


¿O para quemarlo en la calefacción de casa con un rendimiento total inferior al 50%, cuando usando electricidad y bombas de calor se tienen rendimientos superiores, incluso (para calefacción) al 200%?


Habida cuenta que el calor se puede almacenar durante un tiempo si se hace bien: la inercia térmica de una casa se nota, y puede durar días si está bien aislada. Así que se puede ir acumulando calor en los momentos en que la producción renovable es alta (de día en caso de la fotovoltaica) para mantener el calor cuando no está disponible. Y se puede hacer usando bombas de calor (eléctricas) con rendimientos mucho más elevados.


Eso ya se hace hoy en día para acumular calor de noche con tarifa eléctrica más reducida, e ir ‘soltando’ el calor durante el día. Los depósitos de agua caliente sanitaria además cumplen una función similar.


Nos ahorraríamos todas las pérdidas por conversión, compresión, transporte y quemado, que, en el mejor de los casos, estaría por debajo del 50%, y encima obtendríamos rendimientos reales del orden del 200% (¡¡¡incluyendo las pérdidas por transmisión!!!), es decir, por el mismo kWh de electricidad generado, obtendríamos cuatro veces más calor en casa (o dónde haga falta calefacción o calor a baja temperatura, ojo con ese detalle, que no vale para cocinar).


Este concepto, que es precisamente el que se promueve en la imagen de encabezamiento de este artículo, es obvia y totalmente absurdo.


Pero volvamos al tema precio. Suponiendo que el coste del hidrógeno incluye presurización, transporte y demás, el hecho de meterlo junto al gas natural en las canalizaciones del mismo probablemente bajaría su coste… en algo.


Pero sigue siendo ilógico el pensar que saldrá más barato que el gas natural al que pretenden reemplazar (impuestos y subvenciones aparte)… si contamos todos los gastos de hacerlo, las pérdidas, etc.


Otra cosa es quién pagará en realidad las facturas.


Y aquí hay que tener en cuenta que hay casos que permiten ‘descontar’ precios de forma fácil: el primero, es ‘eliminar’ los gastos de inversión y amortización. El segundo, es eliminar el gasto de energía necesario para crear dicho hidrógeno y comprimirlo y demás.


Pongamos dos supuestos: el precio o gasto de construir la planta, que ‘desaparece’ porque no lo paga la empresa, sino nosotros todos en base a impuestos, vía subvenciones.


El segundo supuesto, es que la electricidad es ‘gratis’.


Esas son las dos grandes claves (que abordaremos más adelante) pero… queda una tercera, un ‘pequeñito detalle’ que no nos cuentan.


Dicen de mezclar el hidrógeno con el gas natural hasta el 20/80% de H2/GN (por cierto… un Pareto en toda regla). Mezcla variable según ciertas condiciones que veremos más adelante.


Pero tomemos, para demostrar el punto, que es efectivamente 20%.


Y es que ese ‘pequeño detalle’ es que el gas que consumimos en casa se mide en m3, pero luego ‘convierten’ esos m3 a KWh. Pero resulta que el hidrógeno es muy poco denso en comparación con el gas natural. Si aplicamos para la medida las condiciones normales (0ºC, 1Atm) habituales sobre la ley de los gases ideales resulta obvio el tema.


Básicamente, el m3 de H2 tiene una energía de 3.53KWh. Mientras, el mismo volumen de CH4 tiene 11.11KWh, 3.15 veces más. Resulta obvio: el CH4 tiene exactamente el doble de hidrógeno, ya demás el carbono, siendo ambos combustibles.


Por tanto, el m3 que nos factura la compañía de gas tiene aproximadamente ese valor, que es el que ponen en la factura, con ligeras variaciones que apenas influyen. De hecho, nos cuentan algo más: 11.7KWh.


Sin embargo, con la mezcla mencionada, el poder calorífico real por m3 es de 9.594KWh, un 13.6% menos… que se traduce en qué para conseguir el mismo efecto, necesitamos quemar un 15.8% más.


La cuestión aquí es simple: ¿nos harán el cálculo con el mismo valor, metan lo que metan de hidrógeno? ¿O cómo nos harán el cálculo? ¿Nos van a tener en cuenta la variabilidad? ¿Vamos a tener que cambiar el contador por otro que nos mida cuando consumimos qué para tener en cuenta diferentes precios según el porcentaje de mezcla? ¿Los equipos que funcionan a gas natural necesitan ser modificados para que puedan funcionar con la mezcla?


Cómo se puede ver, de la afectación o efectos sobre la población, hay muchas dudas que arrojar, pero que nadie pregunta y que menos aún sale en los medios de comunicación.


Y es que sólo hace falta que encima nos cobren al mismo precio, mientras en determinados momentos nos suministran claramente menos energía forzándonos a gastar más m3.


Así podemos ver pues una tercera vía de financiar el invento (o sea, hacer que Pedro le pague las facturas a Pablo) y hacerlo rentable pasándonos, como de costumbre, la factura al resto de la población.


Por supuesto, está la opción ‘honesta’: que nos cambiemos el contador (que tendremos que pagar de nuestro bolsillo, probablemente con un ‘alquiler’ mensual) y pongamos uno con discriminación horaria. Invariablemente, irá enchufado a la luz, y en caso de corte de suministro de la misma nos quedaríamos sin gas.


Una pena, porque ahora podemos cocinar si tenemos gas natural (o butano), aunque se vaya la luz. Con esta medida, nos pasaría lo que a muchos sitios donde se cocina con gas (todo el sector de la restauración, que tanto está sufriendo con el Covid), que cuando se va la luz, aunque podrían cocinar igual, les cortan el gas.


Una vez más, se supeditan otras formas de energía a la electricidad.


Peor aún. La factura del gas ahora pasaría a depender del momento en que lo consumes. Es decir, que, en invierno, que es cuando hace frío porque no hace sol, es decir, justo cuando la fotovoltaica no nos va a generar gas ni electricidad; de noche, una vez más cuando no hay sol, y que es cuando encendemos las luces y hacemos la cena, cuando mucha gente está en casa tras la jornada laboral… entonces el gas será más caro. Igual que la electricidad.


Por tanto, pasaremos de un tipo de energía más o menos estable, con poca variación, y que podemos consumir más o menos a discreción, a un tener que ir mirando en qué momento la consumimos, como ya estamos haciendo con la electricidad.


Una pena, porque por ahora lo de comprar energía embotellada en forma de bombona de butano va a ser algo interesante de ver en el futuro. La única forma de aislarse un poco de la variabilidad en la facturación.


En el fondo, este esquema es otra forma de racionamiento energético encubierto.


Y de subirnos la factura de la energía. Ya lo han hecho con la luz (y lo que te rondaré morena), y ahora van a intentar hacer lo mismo con el gas.


Recordemos que llevan años diciendo que la electricidad de origen renovable abarata la electricidad. Sin embargo, la factura que se paga al final no ha parado de aumentar cuanta más energía renovable se produce. Es más, las bajadas de la misma se deben más a las bajadas del gas y otros combustibles fósiles en los últimos años que no por la penetración de las renovables.


Intentad contratar electricidad de una distribuidora que mienta ofrezca ‘electricidad de origen renovable en exclusiva’, y mirad el precio del kWh que os cargan, y veréis que es más elevado que el del resto. Ergo cuando dicen que la electricidad de origen renovable es más barata que la de origen fósil, es puro cinismo si nos atenemos a los precios que nos cargan por dicha electricidad.

 


Obviamente, de esta forma sí que saldrá rentable… para las empresas. Claro que la factura real, como de costumbre, la pagaremos los de a pie justo en una época que se está caracterizando por las bajadas salariales, aumento del paro, crisis económica, subidas del precio de la comida (y ahí hay otros detalles que comentar que dejo para otros artículos) mientras la cantidad de dinero que tenemos es cada vez inferior.


Eso sí, a bombo y platillo que nos venderán los beneficios y las subidas del IBEX mientras una oleada de pobreza arrasa con la población.


Bienvenidos a la nueva distopía. 

 


 Un caso particular.


Aunque en el último enlace ya se explica por dónde van los tiros, nada como un ejemplo práctico real para poder entender toda esta charada.


Hay un puñado de países en el centro de Europa que tienen un gran potencial eólico, y que, casualmente, son los grandes impulsores de todas estas tecnologías. Claro que España y Portugal no se andan a la zaga a ver si pueden pillar algo, especialmente dada su capacidad solar.


Pero son los países continentales que tienen salida al Mar del Norte los que nos importan: Países Bajos, Holanda, Dinamarca, y, sobre todo y über alles, Alemania


Centrémonos en Deustchland, un país con sólo el 70% del tamaño de España, con el doble de población (y unos sueldos también aproximadamente el doble de los españoles), y con una gran cantidad de MW de energía eólica ya instalada en el norte, mucha, además, off-shore (marítima).


Para los que no lo sepan, además, hay en construcción un nuevo gasoducto que trae gas natural desde Rusia directamente a la costa de Alemania, Nordstream II, contra la que los americanos están despotricando mucho y encima ‘castigando’ a Alemania con la retirada de tropas estacionadas en ese país (con el consiguiente bombeo de dólares de la OTAN hacia Alemania).


Ese gaseoducto pasa cerca de las instalaciones eólicas por allí presentes, tanto las alemanas como las de los países vecinos, y, además, todos estos parques están cerca de conexiones gasistas, ya que ese gaseoducto se enlazará como puerta de entrada y distribución del gas proveniente de Rusia.


Y desde dentro de poco, también de distribución de hidrógeno.


Obviamente, en España, dado que tenemos una buena red de distribución de gas, con una conexión de gas que viene de Argelia, y que además suministra gas a Francia, pues también hace el tema apetitoso, aunque con tanta costa (o sea, potencial eólico) los puntos de generación pueden estar más lejos de puntos de acceso adecuados.


Hasta aquí, un par de puntos obvios. Ahora a por los menos obvios.


Resulta que, en Alemania, la mayor parte de consumo de energía eléctrica (y buena parte de la de gas) es el sur, no el norte. Eso causa que la mayor parte del tiempo, los parques eólicos del norte estén parados… porque hay serios problemas para usar la electricidad que generan.


Pero no sólo en Alemania: esto afecta a los países limítrofes.


Y es que, aunque sea un país de dimensiones reducidas, los efectos relativistas de la distribución de la electricidad obligan a que las redes tengan un tamaño de alrededor 600 a 1000 Km de diámetro. Es decir, tamaño país europeo.


Y aun así, la producción se suele centralizar, habitualmente suele estar lo más cerca posible de los centros de mayor consumo. Eso no sólo aporta estabilidad (la explicación se sale del ámbito y alcance de este artículo), sino que también reduce las pérdidas por transmisión.


Pues bien, en Alemania lo que tenemos es que hay una gran producción al norte, y un gran consumo en el sur. Y a pesar de ser una distancia relativamente corta, los problemas derivados de la limitación en la velocidad de la luz causan serios problemas (por ser demasiada la distancia) de inestabilidad en el corto plazo, del orden de los milisegundos.


Sí, hay líneas de transmisión que interconectan grandes redes, como por ejemplo España y Francia (y eso que España es algo básicamente ‘aislado’). Pero uno de los elementos clásicos aquí es que en ambos extremos de las interconexiones hay grandes sistemas (relativos: potencia generada respecto de potencia transvasada) que controlan la estabilidad (generalmente medida de forma indirecta en Hercios o décimas del mismo, Hz).


Pero en Alemania, eso no basta. Así que los listillos alemanes han tomado dos medidas importantes: exportar fuera la inestabilidad, a sus países vecinos próximos a esos generadores (Polonia, todo el Benelux, Dinamarca), mientras que ha ‘capado’ la capacidad productiva, llegando a pagar para que no produzcan electricidad. La producción fotovoltaica privada conectada a red se capa al 70% en verano precisamente por esta razón.


No sólo es un problema alemán, en el Reino Unido pasa exactamente lo mismo.


De hecho, pasa en todos los lados: cuanta más renovable, más problemas hay de inestabilidad, y por tanto más recortes. En China, con un 3.2% de penetración de las renovables eléctricas intermitentes, los recortes de producción de las mismas son del orden del 15% debido a este efecto.


La razón china es similar a la alemana: la enorme distancia entre la producción y el consumo. Sólo que en el caso de China, la gran producción está lejos de la costa, en un desierto: el Gobi. Por definición, parco en agua (para hacer hidrógeno) y aún más en población (y por tanto, consumo).


El hecho que los países limítrofes, especialmente Polonia, ha puesto freno a este problema poniendo sistemas que evitan y cortan la energía que les meten los alemanes cuando ésta presenta inestabilidad, es una de las razones por las que la Energiewende se paró hace ya unos años, y desde entonces no se ha retomado.


En el caso de Dinamarca, Alemania les paga para recortar su producción. Y eso que los daneses pagan a Noruega para que les haga balanceo de sus renovables con sus hidroeléctricas (que se cobran bien), pero aun así… los noruegos están demasiado lejos, así que los mismos problemas relativistas aplican.


Dado que este tema es complicado, tanto que se les escapa a los leguleyos (y a muchos ingenieros eléctricos y electrónicos, que incluso lo han estudiado en la carrera, así que no debe sorprendernos), la población no la entiende, así que, en caso de llegar a enterarse, se lo toman como excusas y otras cosas que en realidad son meramente técnicas: la limitación de la velocidad de la luz pone límites a la electricidad.


Parece ser que eso no es del gusto de mucha gente… así que se ‘olvida’ convenientemente.


La solución a esto pasa por dos factores: el primero, montar nuevas redes de distribución carísimas, que no se acaban de justificar (no ‘producen nada’, como argumento de no venta al público) y que incluso podrían empezar a levantar sospechas de que algo pasa con todo esto de las renovables. El segundo, dado que no basta con montar líneas de transmisión, es la necesidad de poner sistemas de estabilización en ambos extremos de dichas líneas.


En la parte del consumo, no es excesivamente difícil, ya que cuentan con una buena capacidad de producción local que es intrínsecamente estabilizadora (aunque hay sistemas específicos de estabilización que, nada curiosamente, sólo se utilizan en pequeñas redes basadas en renovables y bastante aisladas: los volantes de inercia, supercondensadores, packs de baterías).


Pero en la parte productorala situación es mucho peor: no hay potencia instalada con capacidad de estabilización, es decir, fuentes despachables. Y las necesidades hacen que instalar baterías del tamaño adecuado sea todavía (y probablemente sea así siempre) carísimo. Volantes de inercia no son algo bien visto y no está ‘en la lista Kosher o Halal’ de las ‘recetas verdes’.


Y eso que el tema de las baterías está que arde: más de 20 sistemas en Corea del Sur ardieron durante 2019. Qué raro: eso no aparece en las noticias normalmente, no.


Un problema de futuro, y que ya se puede ver en California, pasa cuando el aumento de generación inestable, intermitente e incontrolable reduce la capacidad de producción controlable que la estabiliza por debajo del nivel mínimo necesario para mantener la red estable. Así que lo que hacen los californianos es cortar consumos sistemáticamente cada verano… lo cual ya nos da una idea de lo que nos espera.


Filosofía que tiene mucho que ver con la mala gestión medioambiental… y que es la causante de los grandes incendios que otra vez tienen los Californianos (por mucho que culpen a los demás de ser la causa).


Ah, y esa filosofía se está imponiendo en muchos casos, como recientemente en las Baleares: desde que tienen el interconector con la península (e interinsular) pretenden que toda la generación local sea renovable, y pasarles todo el peso de estabilización ‘al otro lado’ del interconector. Encima, ‘insultando’ a los que producen esa electricidad por ‘sucios fosilistas’… y cerrando los ojos ante la evidente dependencia que eso genera.


Dependencia que, para el caso de California, ya ha demostrado que genera especulación de precios.


Sello personal de los políticos y de los defensores públicos de este tipo de políticas: nunca asumir la culpabilidad (y costes) de sus errores, y echar las culpas (y facturas) a los demás.


Así que se les ha ocurrido utilizar los generadores de hidrógeno con agua de mar como ‘resistencia variable’ que consuma toda la energía sobrante y así se pueda estabilizar la generación eléctrica lo suficiente como para verterla al máximo en la red eléctrica.


Obviamente, eso no quita que no haya planes para instalar redes de transmisión eléctrica reforzadas que lleven la producción estabilizada del norte al sur. Sólo que éstos no ‘venden’.


Pero sí que permite que el sobrante de la estabilización llegue al resto del país a través de las convenientemente próximas canalizaciones de gas.


Que eso es más ineficiente que generar y gastar directamente la electricidad y cambiar la calefacción de la gélida Alemania a bombas de calor (con diferencia, el sistema más eficiente posible), es lo de menos.


No se trata de eficiencia. Ni de energía.


Esto va de negocios.


La finalidad de esto es múltiple:


Por un lado, estabilizar la generación eléctrica intermitente que es intrínsecamente inestable, y con ello, no sólo reducir el coste de las líneas de transmisión norte-sur, sino también aumentar la capacidad de las mismas, y con ello, aumentar la cantidad de energía eléctrica que es vertida en la red.


De forma indirecta, al permitir volcar más energía en la red, permite el aumento de instalaciones renovables que ahora no se podrían absorber, y por tanto reactivar el mercado potencial de Siemens y Siemens – Gamesa (tanto en eólicas como en turbinas de gas de respaldo).


Segundo, reducir el consumo de gas proveniente de Rusia, consiguiendo con ello no sólo apaciguar la relación con los USA, sino también tener un arma de negociación (presumiblemente).


Tercero, y más importante, bombear una cantidad indecente de dinero (público, de nuestro bolsillo) a ciertas empresas, ninguna de ellas pequeñas. Entre ellas figura Siemens (y Siemens-Gamesa), donde obviamente se beneficia la división de turbinas eólicas, pero a la vez, la de turbinas de gas, ya que no todas son capaces de trabajar con las elevadas temperaturas del hidrógeno, amén de ser necesarias para aportar estabilidad a la red eléctrica, especialmente dada la variabilidad de la producción que implica la intermitencia de las renovables.


En este sentido, hace falta observar que dicha intermitencia obliga a usar un tipo diferente de turbinas de gas, menos eficientes (<45%), y que están especializadas en funcionar ‘a ratos’, especialmente, en los momentos en que las intermitentes e impredecibles renovables no son capaces de mantener la producción: se les llama ‘peakers’, es decir, las que cubren los picos (‘peaks’) de demanda.


Obviamente, Siemens es una perfecta conocedora y beneficiaria de esta tecnología.


Una cuarta razón es más propagandista. El concepto este permite justificar ante el público que se está avanzando en la ‘transición energética’ a la vez que esconden que en realidad se ha llegado a un límite de penetración de las renovables que no permite continuar introduciéndolas si no es empezando a parchear la situación. Precisamente esta fiebre por el hidrógeno es un parche.


Un parche que sirve para tapar varios hechos importantes que públicamente no se reconocerán, incluso se negarán:


  • Que se ha llegado un punto en que el aumento de la potencia renovable no se puede aumentar sin acometer cambios muy sustanciales en la red eléctrica, algunos de los cuales son muy difíciles de justificar.

  • Que la intermitencia y la inestabilidad que producen las renovables se ha convertido en un problema de facto de muy difícil solución.

  • Que tenemos cada vez más dependencia energética de los combustibles fósiles y sus proveedores (el cuento del hidrógeno es está usando como presunta vía para la independencia energética, o, más concretamente, gasista).

  • Que no tenemos maneras viables de soslayar el problema de la intermitencia que no pasen por una prolongación del uso de combustibles fósiles.

  • Que la electrificación es mucho más costosa que lo públicamente aceptado.

  • Que la electrificación es mucho más difícil de lo públicamente aceptado, y que por tanto hay procesos que no queda otro remedio que adaptar. Concretamente ciertos usos industriales del calor de muy altas temperaturas, como el reciclado del vidrio. No se puede electrificar.

  • Que la electrificación del transporte no lleva el ritmo esperado y que será más complicado de lo previsto, especialmente del transporte de mercancías a largas distancias. Vamos, los camiones (ojo, que en Alemania el Deustche Bahn  - DB transporta una gran cantidad de mercancías por tren electrificado, pero esto tampoco está dentro del ‘menú verde’ que se nos ha servido, a pesar de cuadrar con muchas cosas). Por eso lo del transporte alimentado por hidrógeno.

  • Que las baterías tienen ciertos límites que a medio plazo hacen inviable su uso para ciertas cosas como almacenar energía en cantidades suficientes como para aguantar la intermitencia diaria, menos aún la eólica estacional, así como su uso para camiones de gran tonelaje y largas distancias.

  • En suma, que la transición energética es un fracaso incluso ahora que aporta menos del 10% de la energía mundial… si contamos la hidroeléctrica (que apenas es intermitente, amén de ser muy controlable), porque si nos ceñimos a la eólica y la fotovoltaica, estamos hablando del orden del 2%... y sin embargo ya están en los límites máximos de penetración en estos países del norte.

  • Que Europa, que ya perdió la batalla industrial de la fotovoltaica (apenas quedan fabricantes de fotovoltaica fuera de China), ahora no piensa perder el de las renovables (eólica, léase Siemens, Gamesa y compañía, ninguna de ellas hermanitas de la caridad) eólicas, ni de las turbinas de Gas (otra vez Siemens, con los ‘peakers’) ni de la industria del hidrógeno (que, en realidad, poco futuro tiene).

  • Que todo esto va de negocios de grandes empresas. Por mucho que digan, las renovables no tienen nada de democráticas. Los mayores aportadores son la hidroeléctrica y la eólica, todas en manos de grandes empresas, al igual que la gran producción fotovoltaica, donde el ocasional panelillo privado en el tejado es meramente anecdótico en cuando a contribución energética. Y en todo caso, el que más contribuye de forma privada, no es el obrero de barrio, sino el ricachón con un chalé enorme donde poner los panelillos visibles junto al Tesla, para que luzcan y demuestren su virtud divina, su superioridad moral (y status).


Sin embargo, la pintura está lejos de ser completa.


Ampliaremos el panorama en la próxima entrega.


Beamspot.