miércoles, 22 de mayo de 2019

Hecho y opinión



Queridos lectores:

Hace unos días fui consultado por una persona vinculada con un movimiento ambientalista sobre cuáles debían ser, en mi opinión, las medidas que se deberían proponer a cierta administración española para hacer frente a la emergencia climática. Al empezar a leer su mensaje pensé por un momento que me invitaba a comenzar una discusión sobre cuáles son las causas últimas de los problemas y qué medidas se podrían proponer para empezar a atacarlos de verdad. Sin embargo, en su mensaje esta persona circunscribía toda la discusión a decidir qué porcentaje anual de reducción de emisiones de CO2 se tendría que producir hasta 2030, y en paralelo cuál debería ser el porcentaje del presupuesto de esa administración a destinar a tal fin. De hecho, el margen de discusión, tal y como lo planteaba, me pareció aún más estrecho, circunscribiéndose a si yo consideraba que una reducción de emisiones de CO2 del 7% anual era el adecuado o si debía ser aún mayor.

Lo cierto es que el planteamiento de ese email me desconcertó bastante, como expliqué a mi interlocutor (por demás, una persona muy correcta a la que agradezco su consideración al pedirme mi opinión). Centrarse en la reducción de emisiones de CO2, como si éstas estuvieran desconectadas de la realidad física de un sistema económico y social cuyo objetivo es crecer sin parar (lo cual implica el crecimiento constante del consumo de energía), me pareció un planteamiento completamente absurdo. Lo cierto es que es dudoso que podamos no ya aumentar, sino simplemente mantener nuestro consumo de energía mientras va descendiendo el consumo de combustibles fósiles, cuya quema produce el denostado CO2. Las energías renovables, que son lo que debería sustituir a los combustibles fósiles, tienen límites que raramente son tenidos en cuenta. Hacer la sustitución energética es algo complicado, que requiere grandes dosis de planificación y coordinación internacional y tener herramientas adecuadas para planificarlo (por ejemplo, el modelo MEDEAS). Incluso haciendo la sustitución de la manera correcta, existen multitud de dificultades y problemas logísticos que deben ser solventados (particularmente en el transporte) y en última instancia sería para acabar en un sistema económico estacionario, sin crecimiento, y en el que se debería ejercer un control muy férreo sobre las materias primas no energéticas para evitar degradarlas en demasía (como ya indicaba nuestro trabajo de 2012).

Frente a esta realidad, la de la dificultad y complejidad de la transición energética, y el inevitable cambio de un sistema económico basado en el crecimiento a uno de estado estacionario, nos encontramos con una banalización de la discusión. Mayoritariamente, las asociaciones ecologistas y ambientalistas dan por hecho que lo que hay que hacer es pasar de los combustibles fósiles a las renovables, como si fuera una cuestión de simple sustitución. En el colmo de la confusión, no son pocos los que han abrazado, como gran solución a los males que aquejan a nuestra sociedad, al coche eléctrico, sin entender que no soluciona nada de lo que realmente importa y que en realidad, con el modelo que se plantea hoy en día, sería una transferencia de renta de los más pobres hacia los más ricos.

La cosa, en realidad, es mucho peor. Como explicaba en el post anterior, la verdadera emergencia es la energética. Estamos en medio de una crisis energética de grandes dimensiones, y en medio del creciente ruido sobre el hundimiento económico del fracking estadounidense, y de las reiteradas advertencias de la Agencia Internacional de la Energía de que se va a producir un problema de suministro de petróleo a escala global en los próximos meses, nadie, absolutamente nadie en esas asociaciones concienciadas con nuestros problemas de sostenibilidad, ni mucho menos en nuestros gobiernos, está hablando del verdadero problema, el energético. Solo 10 años separan las dos siguientes gráficas, ambas de los respectivos informes anuales de la Agencia Internacional de la Energía: la del informe de 2008, donde se preveía que la producción de petróleo crecería sin parar hasta 2035,



y la del informe de 2018, que prevé una caída de la producción de un 34% sobre la demanda prevista para 2025 si no se produce un milagro con el fracking (lo cual, vistas las últimas noticias, no va a pasar).



¿Nadie está prestando atención? ¿Nadie en los respectivos gobiernos o asociaciones se lee los informes de la AIE? Si los leen, ¿nadie los entiende?

El gran problema aquí es que ya se han establecido los términos de la discusión, y el problema energético solo entra de una manera muy concreta: la sustitución completa de las energías fósiles por las renovables. Poco importa si las energías renovables tienen la capacidad real de cubrir el hueco que dejan detrás las energías fósiles, y menos aún si el inevitable descenso de la producción fósil por razones físicas y geológicas marca un calendario muy acelerado de sustitución que ni de broma es abordable con energía renovable. Eso no entra en la discusión. Y ello es debido a que se ha fijado un marco de opinión sobre este tema, en el que se puede adoptar una posición o la contraria, pero siempre siguiendo un eje unidimensional que no describe en modo alguno la mucho más rica y compleja realidad.

El estrechamiento de la discusión no solo se produce en la fijación de qué y cómo se puede discutir (con dos opiniones aparentemente contrarias pero ambas instrumentales a intereses no siempre claros). Cuando alguien como yo quiere mostrar que hay más direcciones en las que moverse para abordar una discusión (en el caso de la transición ecológica, el eje de la crisis energética) se enfrenta al problema de la relativización de los hechos. Básicamente, que todo es considerado como opinable o como una opinión, aún cuando en realidad sea un hecho o se fundamente en hechos. Éste es el problema que querría discutir esta semana.

Desde un enfoque muy simplista, los argumentos que se pueden usar en una discusión pueden ser opiniones o hechos. Un hecho es una descripción de una realidad objetiva (y que, por tanto, existe al margen de las preferencias de los interlocutores). Un opinión, sin embargo, es una afirmación basada en percepciones personales. Las opiniones pueden ser discutibles, pero los hechos no.

Por supuesto, esta visión tan simplificada que acabo de presentar requiere de muchos más matices. Un hecho ha de estar bien contrastado para poder ser tomado como tal. Una opinión puede estar basada de manera lógica y consecuente sobre hechos (opinión fundada) o no (opinión infundada). En última instancia, existen multitud de problemas epistemológicos que se derivan de todo esto: si es posible determinar la frontera entre la opinión y el hecho (y dónde está); si existe una realidad objetiva u objetivable; si el hecho es el hecho en sí o depende de su descripción, la cual es totalmente opinable... 

De manera muy grosera se podría decir que la ciencia se basa en hechos y la (praxis) política en opiniones. La ciencia se basa en la objetivización de hechos y de las consecuencias que lógicamente se derivan de ellos, y por tanto aspira a hacer una descripción e inclusive predicción de la realidad de manera objetiva. En cambio, en la práctica política hoy en día (y quizá siempre) la realidad es siempre interpretada bajo el prisma de la percepción interesada o afín a los intereses de grupo, y por tanto se centra más en la interpretación o valoración subjetiva de los hechos que en su realidad objetiva. Se podría decir por tanto que la ciencia y la práctica política tienen puntos de vista contradictorios e irreconciliables sobre la realidad.


Por supuesto la ciencia no es infalible, y no está escrita en piedra. Ciertamente a veces se producen cambios radicales de paradigma en la ciencia, porque la ciencia, como cualquier otra verdad humana, es forzosamente provisional y revisable -  y tales cambios se han producido no pocas veces en la historia de la Humanidad. Como todo científico que se precie sabe, es necesario mantener siempre un cierto grado de escepticismo y una disposición a abandonar viejos paradigmas cuando los nuevos demuestren su mayor o mejor pertinencia. Y aquéllos que se aferran irracionalmente a paradigmas dados, que convierten los resultados científicos en verdaderos postulados de fe, no están adoptando una posición verdaderamente científica, sino todo lo contrario.

Ese carácter provisional connatural a la ciencia, ese estado de permanente construcción y revisión, es usado a menudo por los diversos agentes políticos para manipular los hechos científicamente validados como si éstos fueran materia más de opinión que de hecho, más fruto de la subjetividad que de la objetividad. Y aunque un cierto grado de escepticismo siempre es sano, un exceso de escepticismo es puro cinismo, sobre todo si uno no está abandonando el paradigma científico que le da sentido a los datos. Y si se va a poner en cuestión el paradigma, cabe recordar que afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias; es decir, que se puede sustentar cualquier teoría, con la condición de que sea validada por los hechos.

Con respecto al cambio climático, como sabemos existen grupos no muy numerosos pero sí muy ruidosos de personas al servicio de grandes poderes económicos que intentan crear una imagen de controversia falaz, calificándose a sí mismos de escépticos (como si dudaran de la interpretación de los hechos) cuando en realidad son negacionistas (niegan ciertos hechos, a veces ignorando lo que no les conviene, a veces manipulando la información y mintiendo descaradamente). Hablando de la crisis energética, yo mismo me he encontrado con ciertas personas - el perfil típico es economista - que basándose en los datos de las reservas de petróleo niegan que pueda haber un problema de suministro (la vieja falacia Q/P); o bien, que afirma sin despeinarse que en realidad estamos llegando a un cenit de demanda de petróleo (cuando es evidente que tal cosa no pasa).

Lo malo de estas discusiones, que siempre tienen lugar en foros públicos, es que tanto estos señores (porque sí, siempre son varones) como yo somos presentados indistintamente como "expertos". Y siguiendo con la tónica del debate de ideas, sobre todo en los medios de comunicación, se contraponen, en pie de igualdad, las "opiniones de los expertos". Dado que hay una renuncia intelectual de la sociedad a entender los conceptos en discusión, a intentar comprender de qué se discute, se hace imposible que nadie valore el mayor o menor mérito de los argumentos que se exponen, lo mejor o peor fundadas de las opiniones que se dan, y la corrección o no de los hechos expuestos. Nada de eso importa: todo es simplemente etiquetado como "opinión" y se transmiten en bruto, sin valoración, sin contexto; y sin que se pueda saber, cuando dos argumentos son aparentemente contradictorios, cuál es cierto o cuál es falso, o si ambos son paradójicamente ciertos o desafortunadamente falsos ambos. La discusión se emborrona y no aporta nada a los desconocedores, y solo reafirma a los ya convencidos de antemano.

Contribuye a esta degradación de la discusión pública (que no es exclusiva de cuestiones tan graves como las que aquí tratamos, afecta a todos los temas) la velocidad de transmisión a la que se obliga, el consumo acelerado de contenidos. No hay tiempo ni espacio para la discusión sosegada y en profundidad de problemas que por su naturaleza son complejos. La industrialización de la producción de contenidos, sean información o mero entretenimiento, obliga a una producción creciente que satisfaga las expectativas de crecimiento de la inversión inherente al capitalismo. Y si ya es malo que los temas no se aborden con calidad, aún peor es que los ciudadanos, rebajados a meros "consumidores de contenido", se han acostumbrado tanto a estas digestiones ligeras de conceptos que toleran mal otros formatos más extensos. ¿Cuántas veces no habré leído críticas a mis artículos porque son "demasiado largos"? ¿Demasiado comparados con qué? ¿Con la capacidad de retentiva y atención del usuario medio de internet? Si una persona no es capaz de mantener su atención los cinco minutos que en media se necesitan para leer un artículo mío, ¿qué comprensión de la realidad puede tener una persona que no puede parar cinco minutos a reflexionar sobre un tema complejo?

El embrutecimiento de la capacidad crítica de los ciudadanos no se limita a su incapacidad de mantener su atención fija en un tema por un tiempo no infinitesimal; también se emborrona el debate a la hora de atribuirle la categoría de experto a cada persona que participa en él. ¿Quién designa a los expertos? ¿Quién valora su mérito? ¿Quién a posteriori audita la calidad de su contenido, de sus exposiciones, para saber si es sensato seguir considerando a esa persona como un verdadero experto? La realidad es que los medios de comunicación configuran su selección de expertos basándose más bien en consideraciones superficiales, a veces meramente estéticas. En el fondo, ¿qué importa? Nadie se queja y los contenidos funcionan, se producen bien. ¿Por qué se deberían preocupar si la producción no se detiene y se gana dinero?

Esta falta de rigor a la hora de plantear los debates facilita la inclusión de expertos que en realidad son sicarios al servicio de intereses económicos determinados. Discutir con estas personas, aparte de una pérdida de tiempo, es una experiencia francamente desagradable y descorazonadora. Es norma encontrarse en esos "expertos" una total falta de honestidad en las discusiones, en las que presentan sin rebozo datos falsos o manipulados, al tiempo que simulan desconocer datos que desmontan su posición. Y es que estas personas no buscan la verdad, sino defender a su señor. Por ello no es extraño que la discusión, en vez de circunscribirse a un intento honesto de delimitar cuáles son los hechos y sus consecuencias, acabe siendo un ataque a las personas que hablan de esos hechos: delante de la imposibilidad de cambiar los hechos se intenta desacreditar al mensajero, para que lo que esta persona presenta se vea como una mera opinión fruto de sus sesgos e inconfesables intereses - es decir, achacan a los demás sus propios vicios. Es por ese motivo que de manera machacona se recurre a las falacias del hombre de paja y ad hominem (me las encuentro a menudo en el foro de este blog y en muchos otros); y es una práctica tan extendida y aceptada que muchas veces los moderadores dan por hecho que los propios intereses de todos los contertulios dominan la discusión y que por tanto no intentan alcanzar una verdad más o menos objetiva, sino que se limitan a expresar las opiniones que mejor casan con sus preferencias. Por ello mismo, los escasos puntos de consenso son interpretados como los hechos objetivos, cuando en realidad esa convergencia puede ser fruto de un sesgo en la elección de los expertos (esto es lo que pasa con el actual consenso de que el problema de la transición ecológica se reduce a cambiar fósiles por renovables y que ese cambio puede ser hecho de manera progresiva).

La enorme perversión de nuestra civilización es la de relegar todo a la categoría de opinión y aceptar que no hay hechos sino intereses personales. La opinión se convierte en el sustituto del hecho. Las opiniones se ponen en el mismo plano que las cuestiones factuales. Ese relativismo moral e intelectual es el que nos condena a nuestra ruina, pues permite a los grandes poderes económicos fijar el marco de las discusiones, como comentábamos más arriba, y aplastar cualquier intento de abordar los problemas de manera diferente.

Volviendo al tema con el que abría el post, hace unos años mostramos en un artículo científico que, si se quisiera mantener el crecimiento económico, solo para compensar el declive del petróleo el número de nuevas instalaciones renovables debería crecer a un ritmo de al menos el 7% anual en media hasta 2040. Por supuesto las emisiones de CO2 se reducirían mucho menos del 7% anual que proponía mi interlocutor, pero ya aumentar un 7% anual de media las instalaciones renovables es tremendamente ambicioso. ¿Podemos hacer simplemente eso? Yo creo que no - y sin embargo aquí no se trata de un ritmo de cambio que podamos escoger, porque de lo que se trata es de compensar la caída natural del petróleo. Seguimos hablando de reducir las emisiones de CO2 cuando el problema es otro. Las emisiones se van a reducir, drásticamente, porque no hay petróleo asequible. Nuestro problema no es la reducción de emisiones, sino escapar del Horizonte 1515. ¿Queremos hablar seriamente de la transición energética? Pues empecemos por plantear esto.

Piensen que, a pesar de todos los problemas que hemos tenido estos años, la producción de petróleo continuó subiendo hasta ahora; renqueante, con limitaciones, pero subió. Es decir, a pesar de las crisis, a pesar de la devaluación interna, hasta ahora todo iba bastante bien. Es a partir de ahora, en los próximos años, meses incluso, que las cosas se van a empezar a torcer y mucho. Y en este momento crítico, en el que además se habla con intensidad de la necesidad de la transición energética, nadie está planteando esto en el debate público.

Nuestra sociedad no está preparada para discutir, pues confunde hecho con opinión. No hay margen para razonar. No se va a plantear ninguna discusión seria sobre la crisis energética porque no se desea hablar de temas que nos desagradan porque no podemos hacer nada para remediarlos, solo podemos adaptarnos. No le gusta a la ciudadanía y no le interesa al poder político y al económico. Por tanto, lo vamos a ignorar. Al borde del tobogán del descenso energético no vamos a hacer nada para cambiar el rumbo, para adaptarnos a la situación. Solo nos queda ir sufriendo las consecuencias de ignorar este problema. Y lo peor es que estoy convencido es que incluso en las primeras fases del duro descenso energético aún encontraremos excusas ad hoc para no aceptar la realidad. Solo cuando caiga la careta de tanta hipocresía y cuando vuelva la honestidad a las discusiones podremos hablar de lo que realmente nos pasa en vez de lo que nos gustaría que nos pasase.


Salu2.
AMT

viernes, 17 de mayo de 2019

Respuestas a la emergencia



Queridos lectores:

Estos días de atrás estuve en Milán, en la gran conferencia que organiza la Agencia Espacial Europea (ESA) cada tres años, el Living Planet Symposium (Simposio del planeta vivo). La sesión inaugural del congreso contó con la participación de altos cargos de la ESA, algunos representantes políticos y un chico joven cuya presencia allá en el estrado, al lado de gente tan trajeada e imponente, resultaba un tanto chocante. Cuando por fin tomó la palabra, se identificó como un integrante de Fridays for future (FFF, Viernes por el futuro), el movimiento de protesta en defensa de la preservación del clima que está arrastrando a miles de jóvenes estudiantes por toda Europa y que pretende presionar a los representantes políticos para que tomen medidas decididas para combatir realmente el cambio climático. "La casa está en llamas", nos decía.

Observo con cierto recelo el creciente protagonismo de FFF, en detrimento de muchas otras organizaciones que llevan trabajando mucho tiempo y con más solidez en los mismos temas, o de otras también de nuevo cuño pero con planteamientos que son menos del gusto de nuestros dirigentes (por ejemplo, Extinction Rebellion). Me parece extraordinariamente positiva la capacidad de FFF de haber movilizado a mucha gente joven en tan poco tiempo, dándoles un proyecto ilusionante y motivador; pero el exceso de protagonismo que se les está dando -inmerecido por su falta de experiencia- me hace temer que el poder político y económico pretende manipular a FFF en su propio beneficio. Quizá no directamente, quizá no para hacerles decir lo que quieren oír; pero posiblemente sí desvirtuando el mensaje de FFF, de modo que con la excusa de que "están haciendo caso a los jóvenes" realmente implementen las medidas que quieren desplegar y que no son precisamente lo que FFF reclama. Para muestra, un botón.

Hace unos días, Cataluña se unía a otras regiones europeas y declaraba el "estado de emergencia climática". Con esta declaración, la Generalitat catalana reconoce que el cambio climático es una amenaza real y presente, contra la que hay que tomar medidas inmediatamente, y en ese sentido propone una serie de actuaciones que ahora analizaremos.

Se ha criticado que la declaración del Govern es más estética que efectiva, ya que, por ejemplo, no propone un calendario concreto para la puesta en marcha de esas medidas. Sin embargo, a mi ese problema me parece mucho más pequeño que el hecho de que las medidas propuestas no son verdaderamente adecuadas ni van a la verdadera raíz de los problemas.

Hay que comenzar por entender una cosa. No estamos viviendo una situación de emergencia climática; en realidad, lo que tenemos es una situación de emergencia energética. El problema ambiental (en general, no solo el cambio climático) es grave y reclama medidas urgentes, pero no es una emergencia. Lo que sí que es una emergencia es hacerle frente al descenso energético que ya tenemos no delante sino bajo nuestros pies. Lo que verdaderamente plantea una emergencia seria para los próximos años es el anunciado declive de la producción de petróleo, el peak oil, como reconoce la propia Agencia Internacional de la Energía.

 
Y como consecuencia de lo anterior, lo que ya está a punto de poner de rodillas al sistema de transporte mundial, base de toda la economía globalizada, es el descenso de la producción de diésel.



El declive rápido del petróleo y el aún más rápido de algunos combustibles que de él se derivan nos lleva  una verdadera situación de emergencia (fíjense en este artículo de Financial Times de esta misma semana), que reclaman una actuación ya mismo. Una actuación que de momento está consistiendo en endosar el peso de estos problemas de manera desigual entre países y dentro de cada país, pero que en pocos años más reclamará que se tomen medidas más drásticas.

Es, por tanto, el descenso energético la verdadera emergencia, y se está utilizando el problema del cambio climático, que ciertamente es grave y reclama medidas urgentes, para justificar actuaciones que en realidad van más conducidas a afrontar el problema del peak oil que el del cambio climático. Eso en sí no sería problemático porque ambos problemas necesitan de medidas similares, pero justamente al ningunear que hay un problema energético el planteamiento que se está haciendo conduce a un modelo de transición que no es ni justo ni igualitario. Peor aún, amparándose en la emergencia climática se pretende hacer un verdadero trágala con cosas que no resistirían el más mínimo análisis si se examinasen desde la perspectiva de la verdadera emergencia, la energética.


Examinemos con algo de detalle qué medidas propone el Govern de la Generalitat para hacerle frente a esta emergencia que han declarado.

  • Simplificación administrativa: Para la Generalitat, una de las barreras en la transición energética es el fárrago administrativo al que tienen que hacer frente las diversas medidas (no explicitadas) que deberían reducir las emisiones de CO2 y conducir a la transición energética. Si bien es cierto que en España los trámites administrativo resultan a veces redundantes y generalmente pesados, eso es así igual para cualquier actividad. La insistencia en las diversas leyes, tanto de ámbito estatal como autonómico, en esta "simplificación administrativa" específicamente para estos fines (cuando debería desearse para todas las actividades) hace pensar, más bien, en un deseo de eliminar controles y favorecer ciertos negocios, probablemente oligopólicos, en los que ya se está pensando.
  • Incrementar incentivos y priorizar políticas: De nuevo muy inconcreto, con el único aspecto de contenido que es que se habla explícitamente de "desnuclearización" - esto puede resultar inapropiado para algunos sectores, pero es una consecuencia lógica del cada vez más indisimulable "pico del uranio". De nuevo, esto parece más bien preparar el desvío de recursos públicos a esta "lucha", lo cual puede favorecer, según el modelo renovable al que se dice tender, el acaparamiento por unos pocos.
  • Priorizar en las políticas aquellas opciones de menor impacto climático: El sobreénfasis en la parte "climática" del problema más amplio, el ambiental, es bastante preocupante, porque es bien conocido que algunas de las opciones tecnológicas ahora denominadas "verdes" tienen un alto impacto ambiental, generalmente porque implican el uso de materiales (por ejemplo, tierras raras) que se explotan en condiciones de verdadera devastación ambiental. Aunque, claro, no aquí sino a miles de kilómetros de distancia. De momento.
  • Adoptar medidas para detener la pérdida de biodiversidad y para recuperar ecosistemas: Nada que objetar al fin perseguido, pero esto es algo que se quiere desde hace décadas y nunca se ha hecho nada efectivo. ¿Qué se va a hacer esta vez que vaya a dar un resultado diferente? ¿O es que este punto -muy breve, encima - se pone aquí para figurar?
  • Identificar y acompañar aquellos sectores de la economía que tienen que hacer la transición para que se adapten, promoviendo la economía circular y los puestos de trabajo verdes: Casi se podría decir "todo mal" en este punto. En primer lugar, no hay un solo sector de la economía que no tenga que hacer la transición. Que se plantee que se tienen que identificar ya nos da una idea de que lo que se pretende es solo centrarse en algunos aspectos, que por supuesto son aquellos que se van a ver más comprometidos: la industria del automóvil, el transporte por carretera, la minería del carbón y las centrales térmicas asociadas,... y seguramente poco más. Existe la impresión de que realmente no hay que transformarlo todo, solo algunas cosas clave, al menos durante los primeros años: aquellas cosas a las cuales el peak oil va a golpear primero. El problema es que el declive de la producción energética, si se mantienen las previsiones, puede ser demasiado rápido y entonces esta idea de "evolución lenta" puede fracasar estrepitosamente. Y lo de promover la economía circular es un brindis al Sol: una economía verdaderamente circular, por definición, es incompatible con el crecimiento exponencial que necesita el sistema económico actual, y nadie se está planteando seriamente abandonar el paradigma capitalista tal y como se concibe hoy en día; y ejemplo de eso mismo es la referencia a los puestos de trabajos verdes: se está pensando en el capitalismo verde, una falacia en sí misma pues nada que crezca indefinidamente puede estar en verdadero equilibro ecológico. No se quieren abordar los cambios realmente necesarios, solo poner parches para aguantar unos años más.
  • Adoptar medidas para reducir los impactos sobre los colectivos más vulnerables tanto al cambio climático como a la transición energética: Aunque lo que se dice no deja de ser un brindis al Sol (¿Qué medidas? Si se conocieran, ¿no se estarían aplicando ya?) lo verdaderamente interesante de este punto es el reconocimiento de que la transición energética va a perjudicar a determinados colectivos, que típicamente serán todos aquellos que dependan en mayor o menor medida de los coches, pero que en general acaban siendo toda la clase media por el sobreesfuerzo económico que se tendrá que hacer para pilotar una transición que puede estar más pensada para los intereses de las clases pudientes que para los de las trabajadoras.
  • Asumir un nuevo modelo de movilidad urbana: Se menciona explícitamente el clásico transporte público (ya saturado en las grandes urbanas y sin posibilidad real de progresión); pero se introduce también el vehículo compartido (una necesidad creciente de las clases medias, dada la tendencia al encarecimiento del coche), la micromovilidad (bicicletas y patinetes, a veces eléctricos, que es por donde claramente va a ir la apuesta de movilidad de las grandes ciudades para las clases medias) y los vehículos de emisiones cero (verbigracia coches eléctricos, que serán los vehículos de las clases pudientes).
  • Declarar estratégicas las instalaciones fotovoltaicas más avanzadas: Ésta es una de las propuestas más curiosas, porque, ¿qué quiere decir que sean "estratégicas"? Sin duda, que gozarán de ciertas subvenciones y privilegios, que solo estarán al alcance de personas de alto status socioeconómico - lo que denunciaba Beamspot en su artículo sobre la bomba fotovoltaica de riqueza.
  • Desarrollar una estrategia para la implantación de sistemas fotovoltaicos y eólicos: Aquí se ve que el modelo en el que se piensa es en el capitalismo verde: vamos a cambiar fósiles por renovables. ¿Alguien les ha dicho que las renovables tienen límites y que aunque se consiguiera hacer la transición requerirá mucho esfuerzo y se tendrán que modificar los objetivos de la sociedad, y en particular abandonar la idea del crecimiento económico? ¿Que planificar esa transición es algo muy complejo, que requiere mucho estudio previo (como lo que hacemos con el proyecto Medeas)? ¿Que acumular sin más nuevos sistemas de generación no es necesariamente ir en la buena dirección?
  • Hacer cada año un pleno monográfico sobre el cambio climático en el Parlament: Eso en sí no es malo; hará falta ver la calidad de las discusiones.
  • Revisar la legislación para detectar qué normas favorecen las emisiones de CO2: Ya se lo digo yo: todas. Al menos, todas las de carácter económico. Desde el momento en que el objetivo de la política económica sea el crecimiento, se necesitará siempre consumir cantidades crecientes de energía (pues el ahorro y la eficiencia no sirven si el objetivo es crecer por culpa de la Paradoja de Jevons).

En resumen: muchas expresiones de buena voluntad y muchas medidas que intentan parchear un sistema económico que hace aguas pensando en una sustitución energética que nunca podría ser completa de la manera que se plantea pero que sí que favorecerá las desigualdades, tal y como se plantea. Lo peor que es con estos planteamientos todos tendremos que aceptar esa manera injusta de repartir el esfuerzo de la transición, en aras de ese objetivo mayor, como sacrificio para poder superar la "emergencia climática".

¿Qué se tendría que hacer?

Habría que empezar por reconocer la verdad. Habría que empezar por decir que tenemos una crisis energética que amenaza nuestra estabilidad como sociedad y que se va a desarrollar con mucha intensidad durante los próximos años. Habría que empezar a decir que hay que hacer cambios profundos, no simplemente cosméticos. Habría que explicar que una verdadera propuesta de futuro ha de contener una reforma radical de toda la sociedad, empezando por el sistema financiero y productivo. 

No se trata de adoptar ningún plan propuesto por alguna parte, pero al menos se tendría que empezar a discutir seriamente sobre los problemas y las posibilidades. La alternativa es no hacer nada, es decir, dejar que el plan actualmente trazado siga su curso y que por tanto nos lleve a algo bien concreto. Algo que no nos va a gustar.

Salu2.
AMT

viernes, 3 de mayo de 2019

Repartiendo el peak oil



Queridos lectores:

Vuelvo al trabajo de divulgación de este blog después de una semanas de receso (motivadas por acumulación de trabajo, motivos personales y, por qué no decirlo, vacaciones), con la esperanza de poder retomar el ritmo de publicación más o menos habitual. El post de esta semana será, sin embargo, algo menos analítico que los que suelo escribir, en buena medida por esa falta de tiempo a la que antes aludía.

Hace unos pocos días, un importante representante de la industria hizo una afirmación bastante curiosa. Se estaba hablando sobre el futuro de la producción y suministro de gas natural en los EE.UU., y él, comentando sobre las dudas y reparos que generaba esta cuestión, dijo: "Estas dudas parecen propias de cuando creíamos en el peak gas". Afirmación curiosa por varios motivos. Primero, porque plantea que el pico del gas es una materia de opinión o, peor aún, de creencia, cuando en realidad la única cosa que es cuestionable es la fijación de la fecha precisa en la cual se producirá esa efemérides. Otra cuestión que plantea esa afirmación es que en última instancia está presuponiendo que la cantidad de gas disponible para su uso industrial en la Tierra es virtualmente infinito, cuando eso es una aberración lógica que además sería indeseable por el problema ambiental que se generaría. Pero en realidad lo que es interesante de esta afirmación es el esfuerzo que se está haciendo en Occidente en negar una realidad que no es ya inminente, sino que ya estamos inmersos en ella.

Podría decirse que la afirmación de que el gas natural es virtualmente infinito (algo completamente absurdo) está motivada por la necesidad. La necesidad es la que plantea la ya indisimulable llegada al peak oil, o máximo de producción de petróleo. Para entender mejor dónde estamos, conviene aquí hacer un pequeño repaso de cómo han evolucionado las previsiones sobre la producción de petróleo que la Agencia Internacional de la Energía (AIE) - la cual, recordemos, siempre ha intentado ser muy optimista en sus proyecciones de futuro - ha formulado durante los últimos años.

En 2010 la AIE reconocía por primera vez que la producción de petróleo crudo había tocado techo hacia 2005-2006. De acuerdo con la previsión de aquel año, se esperaba que la producción de petróleo crudo se mantuviera estable, constante alrededor de los 70 millones de barriles diarios (Mb/d), hasta 2035 y que por tanto el crecimiento de la producción de petróleo en los años ulteriores al 2010 dependía de la capacidad de producir otros hidrocarburos líquidos alternativos, lo que habitualmente se conoce como "petróleos no convencionales".



En 2012 la AIE reconocía (con bastante discreción, eso sí) que la producción de petróleo crudo ya estaba bajando lentamente, asumiendo que para 2035 la producción de petróleo crudo sería 5 Mb menor que en 2005 (una caída de solo el 7%). Evitar el peak oil de todos los líquidos del petróleo quedaba por tanto fiado a la evolución de los hidrocarburos no convencionales.



En 2013 la AIE, en vista de los anuncios de la industria sobre la reducción de su inversión en la exploración y desarrollo de nuevos yacimientos petrolíferos, mostraba una gráfica tremebunda, en la cual se observaba una caída muy rápida de la producción de todos los líquidos del petróleo si no llegaba una inversión suficiente a tiempo. Aún no era la previsión central de la AIE, simplemente un toque de atención: todo un aviso a navegantes que sin embargo no hizo cambiar los planes de desinversión por parte la industria, la cual obviamente no quería inmolarse por un bien común mayor.

En 2016, por primera vez la AIE muestra una previsión en la que se ve decrecer la producción de todos los líquidos del petróleo. Para no hacer la cosa aún más alarmante la gráfica no muestra la previsión para los siguientes 25 años (que es el horizonte temporal que usa la AIE en sus previsiones) sino que lo dejaba en 9 años escasos, hasta 2025. Con todo, la gráfica era muy significativa.




Y en 2018 la AIE parece arrojar definitivamente la toalla. De entrada, preve que de aquí a 2025 la producción de todos los líquidos del petróleo sea hasta un 34% inferior a la demanda esperada para aquel año, guarismo que se podría reducir a un aún grave 14% si EE.UU. pudiera multiplicar su producción de petróleo de fracking por 3 y se produjeran algunas otras mejores inverosímiles en el resto del mundo. En este contexto, la AIE alerta que una sucesión de picos de precios de aquí a 2025 es inevitable.


En el mismo informe de 2018 se muestra una gráfica, ésta sí sobre el horizonte de 25 años, que enseña como evolucionaría la producción de petróleo si no se recupera la inversión. Creo que la gráfica se comenta sola.


Por tanto, hay una cosa que debe de quedar clara: la discusión ya no es cuándo se va a producir el peak oil. La fecha exacta puede todavía variar en algunos meses, pero de manera práctica ya se ha producido. Es algo que ya está aquí. Seguir discutiendo cuándo se va a producir es contraproducente. No solo eso: es una distracción. Una distracción que a algunos interesa, pero que en realidad no sirve a nadie. Porque en este momento la cuestión no es cuándo va a comenzar a bajar la producción de petróleo, sino cómo se va a repartir ese descenso de producción. O, dicho de otro modo, quienes tendrán que asumir una mayor reducción de su disponibilidad de petróleo mientras que otros mantienen la suya intacta o incluso crece.

El reparto del peak oil no solo no es una cuestión accesoria, sino que de hecho va a ser lo más importante en la discusión. Los medios de comunicación están transmitiendo y continuarán haciéndolo una imagen confusa de la realidad, lo cual no solo es lo más conveniente para los grandes poderes económicos, sino que por desgracia  acomoda bien con los intereses de las clases medias de Occidente, que van a preferir creer que no pasa nada hasta que la debacle petrolera les llegue de pleno. Como tantas veces me he encontrado, mucha gente en España asume que el problema del peak oil ni es tan importante ni es tan urgente porque simplemente no les está afectando a ellos, a pesar de que, como digo, no es algo que esperemos sino que ya ha pasado.

El reparto del peak oil se está haciendo, y se va a hacer, en dos frentes: uno externo y otro interno. O si lo prefieren, uno entre países y otro dentro de cada país.

Lo que le corresponde a cada país en el reparto internacional es bastante diferente, pero en absoluto tiene nada que ver con la suerte o la mala gestión, que son las excusas que se suelen utilizar para explicar por qué pasa lo que pasa. Analicemos primero la cuestión de los países productores de petróleo.

Hay países que esencialmente se consideran agotados y prescindibles. Es el caso de Yemen que, de ser productor significativo de petróleo, ha pasado a ser abandonado, cuando no llevado al exterminio. No es ninguna coincidencia: la caída de producción en Yemen fue muy abrupta por razones geológicas (petróleo somero y de fácil acceso, lo cual permitió llegar a altos niveles de producción pero que también llevó a una caída rápida de la producción una vez superado su peak oil). Yemen ya solo podría servir como consumidor y como consumidor no interesaba. Éste es también un destino cercano y  probable de Sudán y de Sudán del Sur, que explicaría los movimientos que actualmente tienen lugar en ambos países. Éste sería también, con el tiempo, el destino probable de Argelia o de Nigeria.

Hay otros países productores de petróleo que muestran graves síntomas de agotamiento, pero que por diversas razones no conviene o no se pueden hundir en guerras de exterminio. Es el caso de Venezuela o de México. En el caso de Venezuela, la estrepitosa caída de la producción de petróleo (que de ser más de 2,5 Mb/d a principios de siglo se encuentra ya por debajo de 1,3 Mb/d actualmente) está llevando a una gravísima crisis económica, crisis que se agudiza por el hecho de que la mayoría del petróleo que actualmente producen procede de los petróleos extrapesados de la Franja del Orinoco (petróleo de bajísima calidad y con escaso rendimiento energético y económico). Aún así, las inmensas reservas venezolanas de ese mal subproducto del petróleo y la cercanía geográfica parecen seguramente tentadoras a los EE.UU., que necesita petróleo pesado para combinar con su petróleo extremadamente ligero proveniente del fracking. Así pues, en vez de dejar a Venezuela sumirse en el inevitable caos de su bancarrota petrolífera, hay un cierto interés internacional, y particularmente de los EE.UU., en meter las narices en los asuntos venezolanos. Una situación diferente es la de México: con una producción petrolífera también en caída libre desde hace más de una década (sobre todo por la agonía del campo supergigante de Cantarell), pero que por su proximidad a los EE.UU. no interesa que se suma en el caos en el que están los países del primer grupo (so pena de desencadenar un flujo migratorio hacia el norte muchas veces mayor que el actual). El caso de México es interesante, porque las diferentes reformas energéticas (ahora en signo contrario con la llegada de un nuevo presidente de mayor sensibilidad hacia los temas sociales) están evidentemente fracasando en su objetivo de evitar el inescapable descenso energético, a pesar de que casi nadie dentro de México se dé cuenta de que ésa es la causa principal de sus problemas, más allá de gasolinazos y huachicoleo. Este grupo de países van camino de convertirse en Estados fallidos, donde restos de estructuras de poder mantendrán un cierto orden pero en los que las condiciones de vida de la mayoría van a degradarse (como ya lo están haciendo).

Están también los países que aún exportan o pueden producir cantidades significativas de petróleo. Estos países gozan aún de cierto respeto, pero su futuro en los próximos años es muy incierto, y en general es más probable que acaben como países del primer tipo que como del segundo. Tenemos en este grupo a Libia, donde las recientes ofensivas militares despiertan ahora mayor interés de los medios que toda la guerra civil que se desarrolla desde 2011, quizá porque se ve que Libia aún tiene un gran potencial para producir petróleo de calidad en un momento en que nos comienza a faltar. Tenemos también en este grupo a los países de Oriente Medio en general (con la ostensible excepción de Yemen, comentado arriba), principalmente Irak, Irán y la propia Arabia Saudita. Son países que van a ser respetados durante un tiempo, pero cuyo futuro es más bien negro (y no por el color del petróleo precisamente).

Tenemos, por último, los países productores pero que necesitan importar grandes cantidades de petróleo para mantener su pujante industria. En este grupo se encuentran básicamente los EE.UU. y China, las dos grandes potencias que se van a disputar la hegemonía del mundo, con Rusia (que aún exporta petróleo y tiene su propia potencia industrial y militar) como fiel de balanza.


Recuerden: la disminución de la producción de petróleo de todos estos países poco o nada tiene que ver con la buena o mala gestión que realizan de ella. Es un fenómeno de naturaleza geológica, que se ha verificado en decenas de países en todo el mundo, de todo tipo, y de la que no escapa ni Arabia Saudita. El único país que ha conseguido invertir esa tendencia es EE.UU., y eso a costa de arruinarse económicamente, porque en realidad están explotando un petróleo que no sale ni nunca podrá salir a cuenta. No se dejen engañar por los economistas engolados que salen por la televisión. Aquí quien manda es la ciencia, y la Economía no es una ciencia.
 
Por el lado de los países importadores de petróleo, la clasificación es mucho más simple. Están los países que van a ser arrinconados o lo están ya, y están los países que, por su potencial industrial y militar conseguirán estar algún tiempo más en el candelero. De estos últimos los países de Europa son los mejores representantes. Europa, sin embargo, está condenada a sufrir grandes cambios en las próximas décadas e incluso se arriesga a acabar sojuzgada por un poder superior. Y es que todo aquello que permitió a Europa dominar el mundo en el siglo XIX no solo hace tiempo que se ha desvanecido, sino que en el siglo XXI Europa es probablemente, debido a sus niveles de consumo, un lujo suntuario que el mundo ya no se puede permitir. Cuando más tiempo se tarde en comprender que la actual stravaganza europea no tiene futuro en un mundo agobiado por los límites biofísicos peor le irá a Europa.

Es precisamente en Europa, y en general en Occidente, donde tendrá mayor importancia el frente interno de la repartición del peak oil. Porque la mejor manera de conducir a las masas dócilmente por el camino del descenso inevitable de su consumo es adormecerla con quimeras imposibles y mentiras mientras se va consumando el declive de las clases medias y por ende el de su nivel de consumo. Por eso, se vende la idea absolutamente quimérica e irrealizable de que todo el mundo tendrá un coche eléctrico cuando, al mismo tiempo, se prevé encarecer y mucho los coches en general, las empresas automovilísticas anuncian nuevas rondas de despidos y los gobiernos preparan nuevos impuestos al diésel y demás carburantes (como hace poco ha anunciado el gobierno socialista en España). No se va a explicar que realmente ya falta diésel (primera consecuencia del peak oil) y que no hay planes adecuados de alternativas energéticas porque, simplemente, el saco de los milagros está vacío. En vez de explicarle la verdad a la ciudadanía, se prefiere ir tomando medidas aparentemente no conectadas pero que todas ellas redundan en un descenso del consumo, a veces justificándose en la necesaria lucha contra el cambio climático. Cualquier cosa antes que reconocer que nuestro descenso es inevitable y que sería imprescindible debatir cómo vamos a repartir lo que queda. 
 
Estamos en el umbral de la gran crisis. Una crisis que, los que abordamos los problemas de sostenibilidad de nuestra sociedad, llevamos años explicando. Algunas personas que nos han acompañado en estos largos años han comenzado a abandonar o como mínimo cuestionar la causa justo en este momento. Es normal: todos somos humanos, y, al cansancio de mantenerse en esta lucha, se une el lógico y normal deseo de encontrar salidas menos onerosas en lo personal, aunque ese deseo no tenga sustento racional. Dadas las circunstancias, es un momento poco oportuno para la defección, justo cuando los problemas de los que hemos hablado durante tantos años están a punto de mostrarnos su peor cara. Pero, como digo, es algo humano; en realidad, es otra consecuencia del desigual reparto del peak oil. Los que estamos mejor situados en esta sociedad decadente tenemos todos los incentivos para negarnos a creer aquello que puede echar a perder nuestras cómodas vidas. En cambio, quienes se han adentrado sin remedio en la senda del descenso energético, y los jóvenes, a los que ya no se les va a dar ninguna otra opción más que el descenso, comprenden que ésta es la lucha necesaria. A aquéllos que ahora marchan solo me resta decirles que les estaremos esperando aquí, con los brazos abiertos, cuando la realidad y la cordura se impongan.


Salu2.
AMT