miércoles, 31 de marzo de 2021

El fin del plástico y los chips baratos

 

Queridos lectores:

La crisis de la CoVid-19 que se desató durante 2020 ha supuesto un cambio radical de nuestra sociedad; es, en muchos sentidos, un evento que marca una era o, más bien, el fin de una era y el comienzo de una nueva. Aparte del grave problema sanitario que plantea, la pandemia ha acelerado  procesos que ya estaban en marcha, y ha agrandado grietas que ya estaban abriéndose; pero es mucho más que eso. Esos procesos van ahora a tal velocidad que no tienen vuelta atrás, no hay punto de retorno. Se ha comenzado una espiral de cambios tremendos y profundos que van a derruir las bases de la actual sociedad industrial de una manera tan completa que lo que se pueda crear después tendrá que ser radicalmente diferente. Y lo más inquietante de todo ello es la profunda indolencia y casi autocomplacencia general de la sociedad, ignorante de la rápida destrucción de sus cimientos.

Mientras vivimos ajenos a ello, se está operando un profundo cambio del mercado en las materias fundamentales que moldean el mundo moderno. En el post de hoy hablaré de dos de ellas: los plásticos y los chips. 

El fin del plástico y de los chips baratos es un tema de una extraordinaria complejidad con muchísimas facetas que son difíciles de abarcar por completo, así que este post es solamente una primera y muy somera introducción al tema. Solo sobre el tema de los chips y la electrónica moderna, Félix Moreno ha escrito con gran extensión en su blog, aparte de haber publicado ya varios libros; y el maestro Beamspot nos ofrecerá desde estas páginas durante las próximas semanas su visión sobre el mismo (y complejísimo) tema.

Empecemos por el plástico.

A principios de este año saltaba la noticia de que, debido a las inclemencias meteorológicas de febrero en el estado de Texas, el precio de los plásticos se había disparado debido a la escasez global que había originado. Un mes más tarde, los precios siguen altos: ¿tanto llegaron a afectar los problemas de Texas? 

En realidad, no. La noticia del impacto sobre la producción de plásticos de las heladas de Texas es simplemente una de esas noticias prefabricadas para dar explicaciones absurdas y rápidas a los problemas que se van presentando, como si fueran resultado de sucesos fortuitos y desconectados en vez del devenir lógico de un mismo problema. Son noticias sin fundamento, de usar y tirar, que se generan para distraer a la opinión pública y lo peor es que algunas personas se quedarán de manera duradera con una idea equivocada del asunto. Dos ejemplos de noticias señuelo sobre este mismo tema: "Los operadores están creando una escasez artificial de plásticos" (6 de diciembre de 2020); "Los mercados globales de polietileno esperan un exceso de suministro en la primera mitad de 2021" (4 de diciembre de 2020). Lo interesante de esas noticias es que demuestran que en diciembre de 2020 ya había escasez de plástico, dos meses antes de las heladas de Texas; y también es destacable la disparidad de opiniones y previsiones.

Lo cierto es que ya en diciembre de 2020 ya se sabía que venía una escasez de plásticos, y rascando más en la noticia y no quedánse en la superficie se ve que diversos fabricantes estaban "acaparando" materia prima porque veían venir los problemas. Mientras tanto, algunos fabricantes, en mensajes claramente dirigidos a sus inversores, apuestan porque en el futuro se va a incrementar el reciclaje (sin comentar la verdadera razón por la que se recicla tan poco hoy en día, que son los elevados costes del proceso); vamos, el típico movimiento de apostar por cambios estructurales cuando ya es demasiado tarde para abordar los problemas largo tiempo larvados (es tan común esta manera de proceder que creo que voy a acuñar un término para ello: santabarbarismo). El sector comienza a aceptar que la escasez de plástico no se va a resolver hasta finales de año.

Si uno bucea un poco más, se encuentra que ya desde mediados de 2020, con la recuperación incipiente de la economía después del cierre estricto de la CoVid, se había comenzado a notar la escasez de plásticos.

¿Podría ser que este problema se estuviera gestando desde incluso antes?

Sin esforzarse mucho, uno puede ver que ya en 2017 había problemas con el nailon, y que hacia 2019 se hizo bastante agudo. En 2018 se sabía que el problema principal del nailon se encontraba en que en todo el mundo solo tres empresas fabricaban un reactivo fundamental para hacer nailon, el adiponitrilo,  y esto creaba un cuello de botella en la producción. Lo curioso del adiponitrilo es que no es una sustancia especialmente difícil de sintetizar, aunque al ser tóxica e inflamable debe ser manipulada con cuidado. ¿Por qué se ha concentrado tanto la producción de esta sustancia, en unas pocas fábricas de tan solo tres compañías en todo el globo? Es simple: la continua maximización del beneficio necesita una continua reducción de costes, y una manera de conseguir esa reducción es aplicando la lógica de las economías de escala hasta sus últimas consecuencias. Si el nailon tiene que ser barato, el adiponitrilo se tiene que producir a grandísima escala en unas pocas fábricas  y no se pueden poner más porque entonces el coste aumenta. Y el nailon tiene que ser barato porque si no algo tendría que dejar de crecer. No se podrían vender más camisetas, o suéteres, o calcetines. Los precios de las cosas tienen que mantenerse al alcance de una clase media occidental cada vez más esquilmada para que todo el entramado social se sostenga. Pero no se puede adelgazar indefinidamente la pared de una casa sin que ésta se caiga. Y el problema es que no estamos adelgazando solo una pared.

Comentábamos en el último post que las grandes compañías petroleras están desinvirtiendo desde hace 7 años en el negocio del petróleo porque ya no es rentable. Pues resulta que las compañías químicas están siguiendo un proceso similar. No he tenido tiempo de buscar más enlaces, pero si uno lee y busca con atención encontrará una gran cantidad de noticias sobre este proceso de desinversión en los últimos años (Total en junio de 2020, Aliaxis en marzo de 2020, Polytec en noviembre de 2020, BASF en febrero de 2019 y en septiembre de 2020, Covestro en septiembre de 2019, ...).  ¿Qué está pasando?

Está pasando que la industria química está dejando de ser rentable. Las empresas químicas están dejando de tener fe en su sector, a causa de dos problemas estructurales.

El primer problema es semejante al del diésel: nos estan quedando cada vez menos hidrocarburos líquidos aptos para la producción de ciertas sustancias. Empieza a faltar materia prima. La crisis de la CoVid, con la caída global de la demanda, ha camuflado el problema, pero debido a la caída acelerada de la producción de petróleo que comentábamos en el último post, empieza a haber ya tirantez en el suministro. No es que nadie esté acaparando materia prima: es que ya no llega para todos.

El segundo problema es lo que yo denomino la Ley de Liebig de las refinerías. Cuando se introduce petróleo es una refinería, se obtiene un porcentaje de cada tipo de producto refinado, según el tipo de petróleo o mezcla que se procese y según la refinería. Por pintar un cuadro simplista, digamos que puede ser un 50% de gasolina, un 20% de diésel, un 20% de destilados medios y un 10% de alquitranes. Con pequeños ajustes en la mezcla de entrada y en el propio proceso de refinado podemos disminuir un poco al gasolina y aumentar el diésel. Haciendo ya algunas inversiones en la refinería podemos apurar un poco más los márgenes, de modo que aumentemos más algunos de los productos refinados a expensas de los otros. Pero, al final,  hay siempre un límite mínimo de cada categoría de producto que se tiene que producir. Aunque no te haga tanta falta, sacarás siempre un cierto porcentaje de gasolina. Aunque no lo quieras para nada, tendrás siempre una cierta fracción de chapapote con alto contenido de azufre. Aunque no sepas qué hacer con ello, tendrás una mínimo de alquitrán como producto residual. Antes de la CoVid, se había conseguido un (precario) equilibrio entre lo que se extraía y lo que se demandaba para los diversos usos. Ahora ese equilibrio se ha roto porque no todos los sectores económicos han sido golpeados igual y porque no hay la misma necesidad de unas cosas que de otras. Las refinerías, operando con normalidad, se encuentran que tienen que almacenar gasolinas y/o fuel oils y/o alquitranes que nadie quiere. La necesidad obliga a agudizar el ingenio, y así últimamente se está mezclando ese keroseno que no queman los aviones con el diésel, en la proporción justa para no causar problemas. Pero, como todo lo demás, tiene un recorrido limitado. Y aunque las refinerías pueden tirar un tiempo acumulando los productos sobrantes, al final se ven obligadas a ir reduciendo su actividad para equilibrar su producción con la del producto del que tienen menos demanda. Ésta es la ley de Liebig de las refinerías. Y como el sector de las refinerías también está sufriendo una falta crónica de inversión, al final la producción de las refinerías está cayendo, aunque sea por debajo de lo necesario para abastecer ciertos productos más demandados. Por eso faltan diésel y ciertos productos necesarios para la industria química.

Estos dos problemas no son ninguna sorpresa para las grandes empresas. Por eso hace tiempo que venden. Por eso, hace tiempo que se retiran. Saben que ya no queda un negocio de suficiente volumen a hacer aquí. Por pura lógica empresarial, se están retirando, desde hace ya algunos años, de un negocio que saben que ya no va a dar para más. La misma lógica de las petroleras.

Todo esto va mucho más allá de los plásticos. Es toda la industria química la que está en compromiso, la que lleva desinvirtiendo desde hace años. Los plásticos son solo el canario en la mina, la primera señal de aviso (en puridad, fue el nailon el primer indicador). Y dado que el escenario de referencia es una caída de la producción de petróleo de hasta el 50% de aquí a 2025, no es de esperar una caída menor para la producción de la industria química, y en particular para la producción de plásticos. No estamos preparados para hacer frente a una escasez tan repentina de petróleo, y tampoco para afrontar una escasez aún mayor de plásticos, teniendo en cuenta su uso masivo. Miro lo que me rodea, sentado delante de este ordenador, y todo está lleno de  plástico. Los envases, los recubrimientos, los remates de tantos utensilios y aparatos... ¿cómo improvisaremos soluciones delante de una carencia de plástico que puede ser mayor que la del 50% del petróleo tan pronto como en 2025?

Por comparación, la escasez de microchips que también se está dando en este momento puede parecer más inocua, pero no lo es. Al igual que en el caso de los plásticos, se lanzan noticias señuelo para despistar sobre el origen del problema: que si la caída de demanda de chips durante la pandemia ha hecho que las fábricas no estuvieran preparadas y ahora les cuesta volver a arrancar; que si se ha producido un cambio de hábitos de la población, que ahora pasa más tiempo en casa y compra más electrónica para su ocio; que si los mineros de bitcoins acaparan todas las GPUs... Sin embargo, uno luego va y mira las cifras de móviles producidos y ve que están más bien estancadas y en 2020 hubo de hecho un retroceso (la cifra de 2021 es una previsión del sector, bastante optimista, se tiene que decir).


Y en cuanto a los ordenadores personales, tampoco se observa un gran incremento, y en todo caso seguimos por debajo del máximo de 2011.


Lo que sí podemos constatar, de nuevo, es una concentración de la producción mundial de chips en manos de unas pocas compañías y en poquísimas fábricas. De hecho, los chips de más alta tecnología, con regletas de 10 o menos nanómetros, se fabrican tan solo en un par de fábricas en todo el mundo. Pero, al contrario que en el caso del adiponitrilo, aquí se requieren tecnologías muy complejas, cadenas de suministro complejas de materiales muy especializados y una grandísima inversión en capital, que está al alcance de muy pocas empresas en todo el mundo. Aunque el resultado al final es el mismo: economías de escala elevadas a su máxima potencia e imposibilidad física de reducir aún más los costes, y consecuentemente una producción que ya no puede aumentar más. Y aunque aún es difícil de saber si los problemas causados por la escasez de petróleo está afectando a la producción de microchips de una manera tan directa como lo hace en el caso de los plásticos, está claro que pronto le va a afectar: el proceso de fabricación de los chips requiere enormes cantidades de energía y de agua. Con el agravante de que la concentración de la fabricación en pocas factorías aumenta la fragilidad global: un incendio en una fábrica de chips de Renesas puede parar las líneas de producción de muchas fábricas de coches en todo el mundo. Ése es el mundo donde vivimos.

Los microchips son estratégicos para el mantenimiento de las estructuras de datos y de control de nuestro complejo y complejificado mundo. Por eso Europa y los EE.UU. se están planteando ahora recuperar la soberanía en la fabricación de esta componente fundamental del mundo moderno, pero pronto comprobarán que no tienen una manera asequible de producir chips de alta tecnología. Solo puede haber unas pocas fábricas y tienen que ser enormes, y solo puede haber unos pocos proveedores de los materiales intermedios; si no, el proceso no sale a cuenta económicamente. Si no fuera así, mediante esta concentración masiva del capital, no se podrían vender móviles por unos pocos centenares de euros: tendrían que valer entre 10 y 100 veces más, pero eso mataría el mercado. La concentración y la grandiosidad de estas fábricas es un simple reflejo de que lo que se produce está en el límite de la rentabilidad.

Las empresas de microchips lo saben y se han ido retirando del mercado. Intel ya no fabrica sus microchips. AMD encarga una parte de su producción a esas empresas monstruo. No queda negocio y las empresas se van alejando discretamente de él, sin hacer ruido. 

Es un fenómeno global y, por lo que vemos, multisectorial. Es la Gran Retirada del Capital. La Gran Desinversión. El final de tantas décadas expansivas. El inicio del repliegue antes del batacazo final. Un movimiento que podría parecer paradójico con el Gran Despilfarro, pero no lo es: ambos pretenden preservar (y aumentar) el capital.

Todo esto solo anticipa otras escaseces. Por ejemplo, la de alimentos, que ya comienza a asomar.

Plásticos y chips. Unidos en la escasez y también en su degradación. Como saben, los chips se fabrican a partir de obleas de silicio, que es el elemento que junto con el oxígeno forma la arena (óxido de silicio), aunque en realidad los chips se fabrican a partir de cuarzo porque es más puro en silicio (fabricar chips a partir de arena sería energéticamente prohibitivo). Hoy en día, si Vd. va a cualquier playa, aunque la arena le parezca blanca impoluta, lo más normal es que tenga una gran cantidad de impurezas plásticas en su interior. El polipropileno forma unas bolitas que a primera vista y a segunda le pasarán desapercibidas, pero no son arena: son plástico. Incluso las playas más recónditas del planeta están contaminadas con gran cantidad de plásticos. Dentro de unos siglos, eso quedará de los plásticos y chips que hoy consumimos en cantidades ingentes: arena y polipropileno mezclados en la playa, quizá a partes iguales. Habremos cumplido nuestra función de degradar este planeta, sin ningún otro objetivo identificable más que la degradación por sí misma. Solo somos siervos de entropía.

Salu2.

AMT

sábado, 20 de marzo de 2021

El Gran Despilfarro


 

 Queridos lectores:

Llevo semanas dándole vueltas a la idea de escribir este post . Lo que en él diré no será una sorpresa para mis lectores habituales, aunque sin duda será muy chocante para quien llegue a esta página por pura casualidad.

En este artículo defenderé una opinión que no será nada popular. Peor aún, en el momento actual, lo que diré se considerará por muchos como socialmente inaceptable. Sin embargo, después de años de analizar la crisis energética y material de nuestra sociedad, y cómo se está acelerando en los últimos tiempos, ésta es a la única conclusión a la que puedo llegar, aunque no le guste a nadie.

Dado que es una cuestión compleja y llena de matices, déjenme que empiece por un ejemplo sencillo y cercano.

Hace un par de semanas el Gobierno de España anunció que creará una fábrica de baterías en cooperación con Volkswagen, Seat e Iberdrola. Por supuesto tal fábrica se situará en España, pero aún no se ha anunciado exactamente dónde. En cuanto la noticia trascendió, todo el mundo la saludó como un gran paso adelante, ya que favorecerá la transición de Seat (antigua marca de coches española, actualmente en manos de Volkswagen) hacia el coche eléctrico. A partir de aquí, la discusión (a veces incluso enconada) se ha centrado en el lugar concreto donde se va a ubicar la fábrica: la Generalitat de Catalunya apuesta a que esté cerca de la fábrica de Seat de Martorell, en tanto que la Junta de Extremadura quiere que se coloque en territorio extremeño y así ayude a su industrialización, teniendo en cuenta que, además, se anuncian una nueva mina de litio en ese territorio y de alguna manera esta fábrica daría a los extremeños una compensación por la carga ambiental de la susodicha mina. Es decir, todo el mundo ha dado por hecho que la fábrica es algo bueno, y la discusión se enzarza en el habitual "quién se la queda".

Pero yo me planteo si la creación de esa hipotética fábrica es algo positivo. Y ya no entro en la cuestión ambiental (la fabricación de coches aunque sean eléctricos, por más verdes que se diga que son, tiene unos impactos ambientales considerables), sino en la meramente económica. ¿Saldrá realmente a cuenta fabricar baterías?

De entrada, resulta inquietante la implicación directa del Gobierno español en esta iniciativa. Es lógico que el Gobierno actúe directamente en ciertos sectores que considera estratégicos y en los que vea que la ayuda pública puede servir para superar ciertas barreras de entrada. Por ejemplo, podría tener sentido que el Gobierno se implique en una fábrica nacional de placas solares o de microchips para asegurar el suministro doméstico de estas componentes que pueden ser muy necesarias en un futuro nada lejano. Pero, en el caso de las baterías, ¿se identifica la existencia de un verdadero cuello de botella asociado a la falta de capacidad de producción? Es decir, ¿el diagnóstico del Gobierno es que si no se fabrican más coches eléctricos es porque no se producen suficientes baterías?

La realidad es que si no se fabrican más coches eléctricos es porque no se venden más coches eléctricos. Son más caros y tienen peores prestaciones que uno de gasolina, y cargarlos tampoco es una tarea sencilla a no ser uno tenga un alto estándar de vida. Además, hay cuellos de botella físicos perfectamente identificados, que están en la extracción de litio y cobalto. Un reciente artículo del Departamento de Ingeniería Química y Procesos de Minerales de la Universidad de Antofagasta, Chile, muestra que, aún aceptando que la producción de litio pudiera experimentar crecimientos porcentuales como los de la última década, la producción de carbonatos de litio no sería suficiente para satisfacer la demanda de litio esperada si se aumenta el número de vehículos eléctricos como se prevé.

Producción histórica de carbonatos de litio (hasta 2019) y proyecciones según dos escenarios de alta y baja demanda.

 En cuanto a la producción de cobalto, por su parte, se está viendo que es difícil de incrementar, e inclusive podría haber tocado o estar a punto de tocar su máximo.

Gráfico sacado de Statista, https://es.statista.com/



El verdadero marco en el que discutir el futuro del coche eléctrico, aparte de sus muy numerosas limitaciones, es el final de la automoción privada. El pasado mes de enero,  la caída de las ventas de coches (de todo tipo, y obviamente mayoritariamente movidos por diésel o gasolina) rondó el 50% en España con respecto a enero de 2020. Por supuesto, el planteamiento generalizado es que esta caída es consecuencia de la crisis de la Covid, pero que una vez que la superemos las ventas de coches remontarán y, con un poco más de tiempo, superarán los niveles de antes de la criss.

Cuando superemos la crisis de la Covid. Todo se fía a cuando superemos la crisis de la Covid.

Pero nadie se plantea que nunca vamos a superar la crisis de la Covid. Y la razón es simple.

Hace 7 años que las compañías petroleras están desinvirtiendo en la búsqueda de nuevos yacimientos de petróleo. En este momento, la caída de inversión, con respecto al máximo de 2014, es de más del 60%.

La razón de esa desinversión es la falta de rentabilidad de los yacimientos de petróleo que quedan en el mundo. Las petroleras multiplicaron por 3 su esfuerzo en poner en línea nuevos yacimientos de 1998 hasta 2014, para aumentar la producción poco más de un 20%. Y lo peor es que de 2011 a 2014 perdieron dinero a un ritmo de 110.000 millones de dólares al año,

y eso en un período en el que el precio medio anual del petróleo, 110$, era el máximo histórico, incluso teniendo en cuenta la inflación.


Es por eso que la inversión en buscar y poner en línea nuevos yacimientos baja: ni con el máximo precio se gana dinero. Porque además ya sabemos que 110$ es aproximadamente el máximo precio que puede soportar la economía mundial, so pena de entrar en recesión económica. Recesión que además haría caer la demanda de petróleo y por tanto bajar el precio, así que realmente esos 110$ actúan como barrera no franqueable de manera duradera.

Y llegó la Covid y se perdió la esperanza en el último recurso, el fracking estadounidense, que acumula ya pérdidas de más de 300.000 millones de dólares en quiebras.

Pasivo acumulado por las bancarrotas del sector petrolero hasta septiembre de 2020.

Por eso, de los cuatro escenarios que nos dibujaba la Agencia Internacional de la Energía en su último informe, estamos siguiendo el peor de todos, el de no inversión o casi. Un escenario que augura una caída de la producción de petróleo de hasta el 50% de aquí al 2025 si no se reacciona para impedirlo.


Con una caída del 50% desde 2020 hasta 2025
sobre la mesa, cada año perderemos aproximadamente un 10% del total actual. Justamente, en ese momento y por culpa de la Covid, el consumo de petróleo es un 10% más bajo que en 2019. Es decir, lo que va a caer la producción de petróleo este año. Por eso a finales de este año o a principios del otro el precio del petróleo se disparará. Y éste será el primero de diversos picos de precio: la contracción económica subsiguiente al shock petrolero hará bajar la demanda, pero como la oferta seguirá bajando se volverán a encontrar y se producirá otro pico. Y así hasta que los Estados tomen cartas en el asunto y comiencen a tomar medidas drásticas, que no detendrán la caída pero al menos la ralentizarán.

Por todo eso, no vamos a salir de esta crisis. No va a haber recuperación duradera. Y las ventas de coches no se van a recuperar. No. Al contrario: se van a hundir, progresivamente, cada vez más. Aunque en ese contexto de crisis económica, la mala evolución del mercado del automóvil será tan solo uno de muchos otros y graves problemas...

Entonces, ¿para qué invertir en una fábrica de baterías? ¿Qué sentido tiene centrarse en crear una infraestructura productiva que realmente no tiene demanda, que de hecho cada vez tendrá menos, y que encima se verá amenazada por la escasez de los materiales necesarios y por la carestía del transporte al faltar petróleo? 

Podríamos pensar que quizá los promotores de esta fábrica creen que con la creación masiva de baterías se podría electrificar no solo la automoción sino también el transporte (en camión) y también la minería. Sin embargo, los proponentes de esta fábrica son perfectamente conscientes que es imposible el camión eléctrico, y que la maquinaria pesada electrificada (conectada directamente a la red eléctrica) solo se puede usar en minas muy concretas en países con un buen grado de desarrollo, que no son la mayoría de las minas de este mundo.

Entonces, ¿qué sentido tiene todo esto?

Fíjense quienes están detrás de este proyecto: Seat, Volkswagen e Iberdrola. Todo grandes empresas. Si esta fábrica fuera tan buen negocio, ¿no podrían montarla ellos solos sin necesidad de ayuda del Gobierno de España? 

En realidad, esta fábrica no sirve para nada de lo que se pretende. Desde el punto de vista de estas empresas, esta fábrica es solo una tapadera para recibir dinero público mientras se hace ver que se está haciendo algo útil, aunque en realidad su única utilidad es inyectar dinero a estas empresas. A Seat sobre todo y a Volkswagen porque ya están en una situación crítica, y a Iberdrola porque sus cuentas ya no están tan saneadas como solían, sobre todo si tenemos en cuenta que el consumo de electricidad en España hace años que está bajando.

Y para el Gobierno de España, esta fábrica le sirve para demostrar que "está haciendo algo", aunque en realidad no sirva para nada o para muy poco.

Al igual que con el ejemplo de la fábrica de baterías, la mayoría de los proyectos que están proliferando en España al calor de los fondos europeos para la recuperación económica no tienen ninguna utilidad real. No tiene sentido sembrar el territorio nacional de nuevos parques eólicos o fotovoltaicos en un país donde el consumo de electricidad se contrae desde 2008, porque la electricidad es una forma de energía minoritaria (alrededor del 20% del consumo de energía final) y subsidiaria del impulso que dan el resto de energía final, sobre todo la alimentada con combustibles fósiles. Todo el esfuerzo debería estar centrado en primer lugar en ver cómo se puede electrificar ese casi 80% de la energía final que no eléctrico, y si no se puede buscar formas diferentes (no eléctricas) de aprovechamiento de la energía renovable. Pero ya sabemos que esos modos de aprovechamiento renovable, aunque más eficientes, son contradictorios con el modelo crecentista y por eso no se contemplan. Por eso se prefiere optar por el total absurdo termodinámico y económico del hidrógeno verde, aunque a estas alturas se sabe más que de sobra que el hidrógeno no puede ser un combustible a gran escala, solo para usos concretos. Pero eso es igual: se ha desatado la fiebre del hidrógeno verde, y los cazadores de subvenciones ya están batiendo el campo.

Todos esos parques eólicos, todos esos huertos solares, todas esas plantas de electrólisis, y todas las instalaciones auxiliares que necesitan, los que se lleguen realmente a construir, quedarán cubiertos de polvo y de olvido dentro de unos años. No son necesarios y no nos ayudan para capear las dificultades que se nos vienen encima. Son las soluciones equivocadas al problema que no tenemos.

Pero, además, estas instalaciones representan un importante coste de  oportunidad. Aquellos recursos que se destinen a esto no se podrán dedicar a otras cosas, justo cuando de hecho deberíamos estar invirtiendo en tantas cosas que realmente vamos a necesitar, desde la adaptación de nuestras infraestructuras para los retos del cambio climático y de las dificultades de suministro hasta la creación de sistemas de producción lo más locales posibles que garanticen el abastecimiento de lo más fundamental. Todo eso requiere recursos y los requiere urgentemente, porque no tendremos tiempo para construirlos cuando vengan los problemas: no debemos esperar a tener sed para construir el pozo.

Por si fuera poco, dado que las empresas van a utilizar estas inversiones para recapitalizarse, obviamente inflarán los costes. Se consumirán más recursos (sobre todo, capital) para hacer menos.

Y para más INRI, se dice que todos estos proyectos son "sostenibles" y "resilientes", demostrando un desconocimiento del significado profundo de estas palabras o bien una clara voluntad de tergiversación. Merecería la pena tomar cada proyecto, uno por uno, desglosando todas sus partes y las actividades que implican, comenzando desde el principio: la extracción minera de los materiales, su procesamiento, su transporte, su uso en la manufactura de las diferentes componentes, más transporte, instalación y mantenimiento (y eventualmente desmantelamiento al final de su vida útil) más el daño directo causado al entorno. Merecería la pena hacerlo para mostrar que no son inocuos y que tienen unos impactos ambientales que deben ser valorados para tomar una decisión informada de si estas instalaciones son adecuadas o no; y todo eso sin entrar en la cuestión de su inutilidad práctica que comentaba más arriba. Pero no: nada de eso se va a hacer. No hace falta: estos proyectos son "verdes" y por tanto "necesarios". Precisamente porque son "verdes", porque nos llevan a la "descarbonización", porque son "necesarios para la lucha contra el cambio climático", aunque eso no sea evidente y aunque en algunos casos sea rematadamente falso. Pero da igual: basta con decir estas flagrantes mentiras para que cualquiera que se oponga a ellas sea "insolidario" e "insensible al problema ambiental". El enemigo del pueblo. Se activan los sistemas de culpabilización social y se intenta atacar desde la base cualquier intento de resistencia a este latrocinio, a este Gran Despilfarro. Por eso tiene mérito que iniciativas alentadas por ciudadanos de base de diferentes territorios como es ALIENTE se atrevan a decir que no, que no es éste el camino, que otra vía es posible.

Este Gran Despilfarro, este gasto loco e incontrolado, solo busca, a la desesperada, volver a la normalidad, es decir, a la anormalidad anterior. Una anormalidad que lo es en escalas históricas y también en escalas temporales más próximas. Se intenta recuperar la locura del derroche irreflexivo anterior, esa indolente despreocupación de cuando en los países ricos consumíamos como si no tuviéramos que preocuparnos por el mañana, hasta que no hemos tenido mañana por el que preocuparnos. 

La gran tragedia de esta situación es que no hay ningún otro plan que no sea hacer esto, es decir, el Gran Despilfarro. Si esto no funciona (y no puede funcionar) entonces estamos perdidos. No hay alternativa. No se da alternativa. No se permite plantear alternativas.

Todas las piezas están ya en su sitio. No vamos a hacer nada. Es así como afrontaremos el Gran Descenso que tiene darse de aquí al 2025. Y esperemos que este descenso no signifique la llegada del invierno para la democracia.


Salu2.

AMT