miércoles, 24 de agosto de 2016

Aspectos éticos y políticos de la divulgación científica: el caso del peak oil





Queridos lectores,

A raíz de la publicación del último post se ha suscitado una pequeña discusión con los lectores, en la que se abordaron diversas cuestiones. De entre todas ellas, hay una especialmente que quisiera comentar esta semana. En el transcurso de la conversación, un lector comentaba que a él no le gusta el sesgo ideológico que, según él, yo demuestro en ese artículo en cuestión, y que según parece hace bastante tiempo que demuestro claramente, hasta el punto que según su opinión al menos una parte de lo que hago no se puede distinguir de la mera propaganda. Este sesgo, al decir de este lector, compromete la utilidad del trabajo de divulgación que hago, y por ello él se quejaba de que mis artículos no proyecten un punto de vista más neutro y técnico; peor aún, que quizá yo estoy abusando de mi condición de científico para propagar ideas de mi propia agenda política, de acuerdo con cierta ideología que yo tengo (aunque este lector no pudo o no quiso identificar).

La cuestión de fondo, al final, es la conveniencia de que yo escriba y publique posts en los que doy una valoración bastante personal de cuestiones que no son directamente técnicas (en el caso del último post, los problemas éticos que suscita viajar a destinos prefabricados en países distantes). Digamos que para el gusto de este lector, y probablemente para el de muchos otros, lo preferible es que me centre en analizar datos y más datos, extrayendo de ellos las conclusiones directas, y probablemente sin deducir las previsibles consecuencias a más largo plazo de mantener las actuales tendencias negativas. Vamos, que lo ideal es que me centre en posts áridos y difíciles de digerir, sin tratar de sacar lecciones para el futuro, dejando a otras personas (nuestros líderes, me imagino) el utilizar esa información para diseñar las políticas adecuadas que las tengan en cuenta.

En una sociedad educada, la discrepancia en algún aspecto no impide que el lector, informado y con criterio, pueda escoger aquello que encuentra útil y desdeñar aquello que considera accesorio o incluso equivocado. Sin embargo, hoy en día se considera normal que cualquier persona que intenta aportar a la discusión organizando la información, incluso quien lo hace pro bono en su tiempo libre como es mi caso, tenga una especie de obligación implícita de cumplir con unos estándares de calidad. Aparte de la dificultad de conseguir llegar a ese nivel de calidad (no siempre lo que escribo está a la altura siquiera de mis propias expectativas, por falta de tiempo principalmente), lo curioso es que las quejas suelen venir no tanto por la fiabilidad de los datos o de los análisis como por la derivación de conclusiones que van más allá de los números fríos. En suma, que lo que parece más inapropiado y polémico es entretenerse en razonamientos de naturaleza ética y política, hasta el punto de que algunos consideran tal proceder impropio de un científico y que me desacredita por completo.

Yo discrepo absolutamente de esa visión, y en particular afirmo rotundamente que mi trabajo de divulgación tiene, por encima de todo, una naturaleza ética y una naturaleza política; las cuales son tan esenciales a lo que hago que, de hecho, si no fuera por ellas simplemente no existiría. Y me parece alarmante que algo que debería ser por un lado evidente y por el otro algo natural y comprensible sea considerado como algo "impuro" en un trabajo de divulgación científica, incluso como algo obsceno que hace que todo lo que digo se vaya al traste. Hay dos razones que explican ese "horror por la condición ética y política de la divulgación científica". El primero es la confusión de lo que significan los términos "ética" y "política", que hace que el lector desavisado confunda lo que digo con otros usos más sobados y desmadejados de esas palabras. El segundo, más perverso, es el trasfondo ideológico de la corriente de pensamiento que domina nuestra sociedad, que pervierte el papel de la ciencia como algo instrumental a su servicio y que convierte en algo desviado todo aquello que lo cuestione, incluso si es una simple conclusión lógica. Seguidamente analizaremos estas dos cuestiones.
 

Todo este blog es una cuestión de ética. Nadie me obliga a escribir aquí; no me pagan por ello ni está previsto en mi contrato que me dedique a estas tareas. Las hago cuando acabo con mi trabajo convencional, en mi tiempo libre, a veces quitándome horas de sueño. Precisamente por eso, porque no tengo ninguna obligación de hacer esto, hay algunas personas que buscan explicaciones extrañas, intentando encontrar una justificación un tanto torticera a mis intenciones, típicamente en forma de una agenda oculta. En realidad, mis intereses y motivaciones son bastante simples: dado que entiendo y creo las cosas que explico, me preocupa el futuro de mis seres queridos. De hecho, cuando uno trabaja en diversas ramas de la ciencia (no olvidemos que mi trabajo convencional se desarrolla en un instituto de investigaciones ambientales) es fácil que uno vea situaciones graves y tendencias preocupantes; y es por ello natural que surja el impulso de explicar estos problemas y de intentar ayudar a resolverlos: al menos fue por eso, por intentar resolver los problemas de la gente, que yo hace muchos años decidí meterme a científico. Por tanto, el compromiso de divulgar estos problemas es ético: uno se preocupa por el bienestar de los demás, cree que el curso actual de los acontecimientos es muy peligroso y pretende ayudar para evitar como mínimo lo peor de lo que se está preparando. 

Que adopte la posición que tomo por razones éticas no quiere decir que tenga intenciones moralizantes. A veces me encuentro, cuando doy charlas divulgativas, que algunas personas me comentan que tienen coche, que lo usan por tal o cual motivo, y prácticamente se me disculpan por ello. Lo cual es un tanto absurdo: yo no soy un gurú espiritual, yo no considero intrínsecamente perverso utilizar el automóvil o cualquiera otra de las comodidades del mundo moderno; es más, considero lógico, en el contexto en el que se encuentran la mayoría de las personas, que hagan aquello que está mejor adaptado a su realidad (personal, laboral, familiar). De hecho, no se trata de ser "bueno" o "malo" en un sentido maniqueo; se trata de escoger lo más conveniente y discutir entre todos un plan eficaz para hacer la transición de la manera menos traumática posible. No se trata, por tanto, de esa moralización tonta que hacen algunos grupos ecologistas, intentando convencernos de que debemos cuidar de la Naturaleza como si fuera un ser inferior. Que va. En el caso de los problemas ambientales, al igual que en el caso del peak oil, es por nuestro propio interés que nos interesa hacer cambios (y no sólo ni principalmente individuales, sino colectivos y societarios). Una vez más, creo oportuno rescatar esta viñeta que resume los términos de nuestra situación de manera magistral.



 Todo el blog es, además, político por definición. El uso común de la palabra "política" ha pervertido su significado. De acuerdo con la wikipedia: "La política (< latín politĭcus < griego antiguo πολιτικός politikós, femenino de πολιτική politikḗ [‘de, para o relativo a los ciudadanos’]) es el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados.1 Constituye una rama de la moral que se ocupa de la actividad, en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por personas libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva. Es un quehacer ordenado al bien común.". Por tanto, ya etimológicamente la política trata de las cuestiones que importan a los ciudadanos y, como destaca la wikipedia, es una rama de la moral, que justamente trata de cómo resolver los problemas colectivos. La llegada de la producción de recursos naturales no renovables a su máximo y la incapacidad de sostener un sistema económico y social basado en el crecimiento, amén de los impactos ambientales de este sistema productivo, son cuestiones políticas por definición, pues plantean problemas serios y objetivos para la convivencia colectiva. Una cuestión diferente es la toma de posiciones de tipo partidista, es decir, en favor de una u otra ideología ("conjunto de ideas acerca del sistema social"), que como tal son opinables y convencionales. Yo evito al máximo la toma de posiciones partidistas; yo no me caso con ninguna ideología, con ningún "ismo" (recuerdo hace años como, en un debate en la Universidad de Valladolid, algunas personas del público se escandalizaron un poco cuando dije que a mi no me interesaba el ecologismo y que yo no era ecologista). Como he dicho muchas veces, a mi no me interesan las razones ideológicas, sólo las lógicas; y en suma sólo me interesan los datos y las conclusiones que de ellos se derivan, y definiendo muy claramente su marco de aplicación. Alguien podrá alegar que, si bien la llegada al máximo productivo del petróleo, carbón y demás materias no renovables es un hecho probable, todavía es incierto en qué momento se llegará a ese máximo, si no se ha llegado ya; y tiene razón: justamente de eso va este blog, de la discusión de los datos de los que se dispone y la valoración de los problemas que de ellos se derivan, siempre en continua revisión y reevaluación, pues nada es cierto y seguro por siempre.  

A pesar de lo anteriormente dicho, hay quien considera, como mi lector, que yo muestro cierto sesgo ideológico en mis análisis y escritos, y posiblemente en la elección de temas  y por supuesto la manera de presentarlos. La presencia de tal sesgo es posible, pues yo soy humano y aunque intento dar un tratamiento el más ecuánime posible a las cosas de las que hablo y centrarme en las cuestiones factuales y descriptivas, inevitablemente algún sesgo debo tener. Debo decir, empero, que me cuesta identificarme ideológicamente, pues discrepo profundamente con todas las corrientes de pensamiento que conozco, aunque con algunas más que con otras; así que me resulta un tanto chocante la facilidad con la que algunos parecen adjudicarme una u otra etiqueta. A no ser, claro, que el sesgo ideológico esté en el lector, que interpreta como sesgado ideológicamente aquello que contradice su sistema de creencias.

Y aquí entra la otra cuestión que explica el "horror por la condición ética y política de la divulgación científica": la de la contradicción del discurso socialmente hegemónico. De acuerdo con la visión del mundo comúnmente aceptada en la sociedad moderna, la ciencia tiene un carácter meramente instrumental: la ciencia es el paso previo para el desarrollo tecnológico. Es por eso que hoy en día a los sistemas de ciencia se les conoce como sistemas de I+D (Investigación y Desarrollo, a los que en España originalmente se le añade un "+i", de "innovación", con minúscula por algún motivo). Esto deja claro lo que se espera de la ciencia: que ayude a construir los inventos del mañana. Lo último que se espera de la ciencia, por tanto, es que muestre límites e imposibilidades, y lo que ya es intolerable es que la ciencia demuestre la imposibilidad de continuar con el sistema económico vigente, precisamente porque en el modelo social actual se le ha dado a la visión imperante de la economía el papel de agente principal de toda la sociedad, con el mercado en su centro. Por tanto, aquellas actividades científicas que entran en contradicción con la visión imperante suelen ser relegadas en dotación de recursos (véase el caso de lo que pasó con los estudios de dinámica de sistemas después de la publicación del denostado "Los límites del crecimiento"). Aquellas disciplinas que durante tiempo fueron bien financiadas (por el interés del sistema) y por tanto crecieron fuertes, pero que al final han entrado en conflicto con el discurso hegemónico son ahora denostadas y usando para ello muchos recursos (es el caso de la ciencia del cambio climático). Y, en general, cualquier estudio que analice, precisamente, la inviabilidad y sostenibilidad de la sociedad actual suele ser caracterizado como "poco neutral", "sesgado ideológicamente" e incluso "poco científico". Porque en suma lo que requiere el  discurso hegemónico es que la ciencia se centre en crear nuevas máquinas y cosas útiles para mantener el crecimiento económico. Por otro lado, en aquellas disciplinas en las que inevitablemente se observa la degradación ambiental del planeta o se muestra la imposibilidad material de mantener el crecimiento, lo que se pide a los cienficos es que se mantengan "neutrales", es decir, que practiquen una suerte de esquizofrenia que les permita permanecer indiferente por la suerte de la Humanidad, incluyendo la de sus seres queridos y de ellos mismos; así, se espera que expliquen la degradación de los bosques de la Amazonia, la desecación de mares y ríos o los cambios en el Ártico y su impacto en el clima del Hemisferio Norte de la misma manera que el empleado de un almacén recitaría el recuento del último inventario. Y por supuesto se considera inaceptable y poco riguroso que se extraigan conclusiones triviales de los hechos observados.

Y aquí entra el trasfondo último, ético y político, de esta cuestión. ¿Se debe aceptar como verdad indiscutible unas premisas sociales cuando nuestro trabajo nos muestra los problemas que se están causando? ¿No tiene uno que reaccionar delante de tanta barbaridad? Como se suele decir: ¿es saludable estar bien adaptado a un sistema enfermo? Y aún una implicación ética más urgente y grave: ¿no se vuelve uno cómplice de un sistema suicida si, viendo de manera evidente los problemas, ni siquiera los denuncia?

Los años que vendrán plantearán dilemas éticos continuos, cada vez mayores. Como tantas veces se ha discutido en este blog sabemos que, si no cambiamos nuestra manera de hacer, se producirán más guerras, hambrunas, revueltas y muerte. ¿Qué debemos hacer? 

¿Debe el científico dejar de extraer consecuencias sociales de sus análisis? Al margen de que éstas se puedan calificar de científicas o no. 

Pero el problema no es sólo para el científico.

¿Debe el periodista manipular groseramente la información, a veces más sutilmente sesgando la agenda, o contar la verdad y toda la verdad, aunque eso le pueda costar el trabajo?

¿Debe el policía reprimir a los manifestantes que reclaman una vivienda digna, si así se lo ordenan? ¿Y a los que protestan por los desahucios producidos al amparo de leyes abusivas aprobadas por parlamentos que parecen estar antes al servicio de los grandes capitales que de los ciudadanos que los han elegido? Se podría decir que todos esos colectivos tienen otros cauces para conseguir sus fines, pero, ¿qué pasará cuando haya revueltas por falta de suministros básicos? ¿Cuando haya hambre, enfermedades y muertes?

¿Debe el médico omitir la asistencia al necesitado sin recursos? ¿Y debe callar ante las cada vez más clamorosas deficiencias materiales y de personal de los servicios?

¿Debe el maestro aceptar que cada año se cambien los libros de texto, aunque a las familias les cueste comprarlos? ¿Y es aceptable que se cierren los comedores escolares durante el verano, a pesar de que algunos niños sólo reciben una comida decente en el colegio gracias a las cada vez más exiguas becas de comedor?

¿Debemos aceptar, cada uno en nuestro lugar de trabajo, que se contrate a gente por un sueldo cada vez menor para hacer un trabajo igual que el nuestro, sin protestar, sin reaccionar, contentos con nuestra suerte y rezando para que el día de mañana no nos encontremos en esa misma situación, o incluso en el paro? ¿Y qué será de nuestros hijos?

En resumen, ¿es aceptable cerrar los ojos delante de desmanes previsibles? ¿es lógico callarse mientras los problemas se van haciendo cada vez peores? Esa pasividad es la que nace de aquella visión tradicional en España, propia de la generación de mis padres: "Hijo mío, no te metas en líos". Demasiado tarde: ya estamos metidos en muchos líos (crisis, paro, guerras, hambrunas, atentados) y más que van a venir, precisamente por no haber hecho nada durante todos estos años, por haber permitido que un sistema claramente insostenible, suicida y temerario se ensoree de nuestras vidas. Como se ha visto, ser pasivo no evita los problemas; al contrario, los favorece. No tiene sentido seguir siendo sumiso a unos intereses que no dudan en sacrificarte en cuanto lo necesitan, como ya se ha demostrado tantas veces. Por eso yo, personalmente yo y no otra persona, hace ya unos cuantos años decidí pasar de ser servil a intentar servir, y estar al servicio de la sociedad que me ha dado todas las oportunidades para formarme. Para ayudar a conseguir el cambio que todos necesitamos, un cambio que nos permita vivir en equilibrio con nuestro planeta. 

Ahora, querido lector, examine sus propias opciones y considere qué es lo que debe hacer Vd.


Salu2,
AMT


miércoles, 17 de agosto de 2016

Gente que no quiere viajar a Cancún



Queridos lectores,

Hace unos cuantos meses (casi un año) di una charla en Madrid y después de la misma varios de los asistentes, que hace tiempo que me siguen, propusieron que fuéramos a tomar algo y así podíamos seguir charlando un rato. Yo tenía que regresar pronto a casa (me esperaba una reunión al día siguiente y quería ver a mi familia en Madrid), pero no me pude negar a pasar un momento con ellos. Nos instalamos en una terraza de un pequeño bar no muy lejos del lugar de la charla y comenzamos a hablar. 

Lo cierto es que una reunión de peakoilers es una cosa bastante deprimente vista desde fuera, y también desde dentro: había un general asentimiento de que la situación económica y social sólo podía ir a peor y una cierta resignación por la extendida incomprensión pública de los problemas que se tratan de explicar (aún hoy me encuentro por la red comentarios que resumen mi posición diciendo que yo predigo que el petróleo llegará a los 250 dólares por barril, a pesar de que desde el principio del blog de lo que hablo es de volatilidad). El diagnóstico más común de los peakoilers era que el colapso sera inevitable, así que en ese contexto yo resultaba, prácticamente, ser el más optimista.

En eso estábamos cuando se nos acercaron unas chicas bastante jóvenes y nos pidieron dinero para una conocida ONG, no recuerdo ahora cuál. La razón con la que pretendían mover nuestras consciencias era el drama de los refugiados sirios, en aquel momento en auge mediático (las escenas de barcazas abarrotadas y niños ahogadas ocupaban los telediarios en aquel entonces; ahora que los refugiados están confinados en campos de concentración la cosa es menos visible). Lo interesante del caso es que, a cambio de nuestra aportación económica, las muchachas nos ofrecían unos boletos con los que participaríamos en el sorteo de un viaje a un lugar tropical, no recuerdo si Punta Cana, Cancún o las Bahamas, tanto da. Sin ponernos de acuerdo, todos nosotros les dimos el dinero que nos pedían, más incluso de lo que correspondía por boleto (y por tanto de la aportación esperable) pero pedimos, explícitamente, que no nos dieran el boleto de marras. La estupefacción de las chicas era bien visible en sus caras, e insistían en que debíamos quedarnos con los boletos pues habíamos pagado por ellos. Nosotros insistimos en que no los queríamos, que queríamos aportar el dinero pero sin recibir nada a cambio y menos que nada un sorteo para un viaje que no deseábamos; incluso yo les propuse que se quedasen los boletos para ellas mismas si así lo deseaban. Al final, viendo que realmente no queríamos los boletos y encogiéndose los hombros por la extrañeza, cogieron nuestro dinero y se marcharon.

No puedo hablar por los otros, aunque creo que sus razones para no querer un posible viaje a Cancún no eran muy diferentes de las mías. Está, por supuesto, lo inconsciente y poco solidario con las generaciones futuras que resulta desperdiciar recursos y degradar un poco más el medio ambiente para pasar unos días en un paraíso artificial recreado para satisfacer unas expectativas alienadas de unos alienados occidentales. Además, sabiendo los retos tan importantes que nos depara el futuro, sobre los cuales no se está haciendo nada (por más que los medios a veces difundan noticias para adormecer conciencias), es bastante frívolo (y un tanto culpable) dejarse tentar por una cosa tan fútil y poco interesante como una breve escapada de la realidad. Así mismo, tal escapada sólo es posible si uno anula su capacidad crítica, pues si no verá que detrás del escenario de cartón piedra hay una realidad mucho menos edulcorada.

En el caso concreto de Cancún, la realidad que se encuentra detrás es la de México, una gran nación con un gran potencial pero también con muchos problemas sociales no resueltos en muchas décadas, con grandes desigualdades sociales y con problemas económicos crecientes. Una parte de los problemas económicos de México es debido al inevitable descenso de la producción de petróleo desde hace una década, como se muestra en el siguiente gráfico. 



Como ven, medida que la producción de petróleo del país disminuye, también lo está haciendo tanto el consumo interno como las exportaciones, lo cual no es un patrón habitual de los países productores de petróleo (generalmente el consumo sigue subiendo hasta que producción y consumo se cruzan). Esta desviación del patrón más comúnmente observado en los países productores demuestra que en México, a pesar de las deficiencias que suelen señalar sus propios nacionales, los gobernantes son bastante conscientes de lo que significa la llegada del Peak Oil y, a la chita callando, sin nunca explicar qué es lo que en realidad está pasando, están adaptando al país a la nueva realidad. Piensen que patrones de este estilo (consumo de petróleo cayendo al tiempo que su producción) son los que presentan países industrializados y más diversificados como, por ejemplo, el Reino Unido, en tanto que países completamente dependientes de las exportaciones petrolíferas y no diversificados se suelen dirigir sin dudar contra el muro de quedarse de golpe sin exportaciones (como el trágico caso de Yemen).

Un viajero de verdad debería tener interés en conocer el México real, pero en tal caso, aparte de las maravillas que guarda ese país y las buenas gentes que allí habitan, se encontraría con la dura realidad de la guerra entre los grandes narcotraficantes y el Estado, o las desapariciones masivas de personas, o el genocidio de mujeres en tantos estados mexicanos, o la sistemática violación de los derechos de los campesinos en otros. Y ver esa dura realidad de primera mano, más el transfondo de la crisis económica a la que la caída de producción de petróleo unido a la caída de precios arrastra a México, llevaría a un verdadero viajero a hacerse preguntas. Preguntas incómodas sobre cuál es el papel de otros países, y en particular el nuestro, en todos estos problemas; y se cuestionaría cosas de nuestra sociedad, cosas que todo el mundo da por sentadas y como correctas pero que, cuando se piensa un poco, se ve que no lo son. Y así le pasaría en tantos otros destinos turísticos internacionales: si uno mira por encima de la valla no sólo verá muchas disfuncionalidades, sino que detectará qué parte de la culpa de esas disfuncionalidades se puede atribuir a sí mismo. Es por eso que los grandes destinos turísticos están estandarizados y convenientemente disociados del entorno de su implantación, para mantener un ambiente aséptico que evite, justamente, cuestionarse todo. Aquellos que dicen que el turismo es importante para la economía de todos esos países deberían de ver que quizá este tipo de turismo de masas, deshumanizado y que alienta ciertos desequilibrios (desde el esquilmado de recursos, pasando por la degradación ambiental y llegando incluso a la explotación sexual) no es el que más les interesa a los países receptores, y quizá sí uno que recuperara sus esencias, aquello que les diferencia en vez de esos escenarios de cartón piedra, y que también mostrara aquellas fealdades que el modo de explotación occidental provoca y que al quedar expuestas seguramente terminarían.

Esa tendencia a la trivialización y a la plastificación de los entornos de ocio no se da sólo en destinos distantes, sino a veces muy cerca de nuestra casa. Hace unos días pasé un fin de semana en la Cerdaña y puede comprobar como el éxodo masivo de personas del área metropolitana de Barcelona a esta comarca de montaña ha configurado una realidad muy diferente de la tradicional, de manera semejante a como sucede en la Sierra de Madrid y en tantos entornos más vivibles de grandes ciudades, modificando el urbanismo, los servicios y tantas otras cosas. En algunos casos los nuevos habitantes de esos entornos exigen que se detengan actividades tradicionales de la zona, típicamente agropecuarias, para evitar molestias olfativas, auditivas o incluso estéticas. No lo digo de broma; me constan, por ejemplo, casos en los que se ha conseguido evitar que un payés abone con estiércol en determinadas zonas, o que le quite el cencerro a las vacas para que no hagan ruido, o que no suene de noche el campanario que lleva siglos tocando, o que se obligue a un payés a tener su parcela "más limpia y ordenada" porque su aspecto ofende a sus vecinos (y, supongo, deteriora el valor de sus propiedades). Así, poco a poco, los que huyen del infierno de la gran ciudad en busca del paraíso de la naturaleza lo van deformando para que se parezca a su ideal pulcro e irreal.


Jorge Riechmann tiene un libro llamado "Gente que no quiere viajar a Marte", en la que critica esta visión centrífuga y tecnooptimista que se transmite recurrentemente desde los medios de comunicación, abogando por la huida de un planeta que no hemos sabido cuidar y en busca de otros paraísos que arruinar. Delante de ese "progresismo" que se sueña todopoderoso pero que solamente es tododestructor, Jorge opone una idea simple: es que algunos no queremos seguir esa absurda senda, no queremos viajar a Marte. Pero es que ni siquiera queremos viajar mucho más cerca. No queremos ir a Cancún, ni a Punta Cana, ni a cualquier otro paraíso artificial con el que, nos prometen, podremos escapar momentáneamente del infierno en que se ha convertido nuestro inmediato entorno, un entorno donde nos sentimos explotados, esclavos, ninguneados y oprimidos. Pues no, no queremos viajar a un paraíso prefabricado en plástico y sufrimiento a medio mundo de aquí; reivindicamos y queremos convertir este infierno de aquí en algo más vivible, quizá no un paraíso pero al menos una tierra.

Salu2,
AMT