martes, 29 de agosto de 2017

Vidas low cost


Queridos lectores,

Hace ahora poco más de diez días la sociedad catalana y la española quedaron conmocionadas por el atentado cometido por un fanático, armado con una simple furgoneta, en plenas Ramblas de Barcelona. Un chico muy joven entró en la zona peatonal de la concurrida calle turística de la Ciudad Condal y atropelló a más de un centenar de personas, dejando malheridas a varias decenas y matando a 14 de ellas. Después, se dio a la fuga, robando un coche (previo asesinato de su conductor) y consiguió escapar del cerco que prácticamente de inmediato cayó sobre Barcelona. Pocas horas después, unos compañeros suyos intentaron sembrar el terror en el paseo marítimo de Cambrils pero fueron interceptados letalmente por la policía autonómica catalana, los Mossos d'Esquadra, aunque tuvieron la ocasión de matar a otra persona más. Cuatro días más tarde, los Mossos consiguieron dar con el conductor de la furgoneta en un pueblo al sur de Barcelona y lo abatieron. 

Durante esos cuatro días, las pesquisas policiales fueron frenéticas, y gracias a ellas la policía fue capaz de averiguar muy rápidamente que una célula radical, formada por una decena de jóvenes comandada por un imam fanatizado, eran los responsables de los atentados. Casi todos los participantes de esa célula están ahora muertos, y quedan un par de detenidos, a partir de los cuales se intentará reconstruir todos los pasos que dieron los implicados durante los meses y años precedentes al momento de los atentados. Sin embargo, hay un escaso interés en comprender las causas finales (más allá de asumir una maldad sin límites en estas personas) que les llevaron a cometer estas atrocidades, con un absoluto desprecio no sólo a las vidas ajenas sino incluso a las suyas propias.

Se puede caer en el simplismo de creer que todo es debido al perverso proceso de lavado de cerebro y fanatización al que les sometió el imam radical, pero eso implicaría ignorar un hecho fundamental: no todo el mundo es susceptible de abrazar una visión tan radical y con tal desprecio a la vida humana; los más de dos millones de musulmanes que viven en España, obviamente, ni comparten ni aceptan las atrocidades cometidas por estos energúmenos que dicen ampararse en una visión peculiar y muy sectaria del islam. Para que estos jóvenes fueran proclives a aceptar la visión maniquea y radical con la que el imam les hizo mirar el mundo que les rodea era preciso que ellos mismos fueran gente desarraigada, con poco futuro dentro de nuestra opulenta sociedad y a un paso de la marginación y la pobreza. El imam les dio la oportunidad de volver a ser protagonistas de su vida: en vez de tener que aceptar el relato de la Gran Exclusión a la que todos estamos abocados, tenían la quimérica posibilidad de ser los héroes, a los que al final su sociedad recordaría con orgullo.

Los implicados llevaban cinturones explosivos simulados para asegurarse de que, si se enfrentaban a la policía, ésta se viera obligada a matarlos inmediatamente ante el riesgo de que los activaran. Esto demuestra que le concedían un nulo valor a su propia vida, que la meta que pretendían alcanzar era más importante que su mera existencia física. Como en las épocas más oscuras de la Historia de la Humanidad, el valor de la vida humana se vuelve completamente despreciable en el altar de las ideas totalitarias y salvajes.

Una de las cosas que resultan más chocantes de estos sucesos es la rapidez con la que las investigaciones consiguieron descubrir quién estaba implicado y qué medios habían usado. La razón principal de esta celeridad es la gran cantidad de pruebas que se encontraron en una vivienda de la localidad de Alcanar, al sur de Barcelona, que había explotado justamente la noche anterior. Por lo que se ha sabido, fue precisamente esta explosión accidental lo que precipitó los atentados. Los terroristas estaban preparando una gran cantidad de explosivos que querían cargar en tres furgonetas para cometer tres atentados simultáneos aún más mortíferos, pero su escasa formación en la elaboración y manipulación de explosivos llevó a la deflagración, que mató a varios de los miembros de la célula. Los explosivos se habían elaborado con productos químicos relativamente comunes y sencillos de obtener, aunque muy inestables y poco aconsejables para ningún uso. Pero esta decena de radicales no tenían la formación mínima para trabajar con los explosivos. El atropello múltiple de las Ramblas fue una respuesta torpe y chapucera a la explosión de Alcanar, sabiendo que la policía encontraría rápidamente muchos indicios incriminatorios contra ellos, incluyendo documentación personal que les implicaba (no sólo documentos de identidad, sino también contratos de alquiler y comprobantes de compra de diversos objetos). 

Ésta es una de las características notables de los atentados de Barcelona y Cambrils: no sólo fueron baratos, sino que además fueron chapuceros. La guerra civil de baja intensidad que progresivamente se va extendiendo por todo el mundo tiene dos bandos completamente asimétricos: uno que cuenta con fuerzas de seguridad competentes, armadas y entrenadas, y otro que cuenta con individuos excluidos, fanatizados, ignorantes, mal pertrechados y chapuceros. En la guerra silenciosa que se libra en el mundo, estos marginales optaron por la única cosa que podían, por un atentado low cost, usando como armas herramientas de trabajo comunes, básicamente una furgoneta y cuchillos de cocina. Y la determinación de matar y ser matados.

Poco tiempo ha hecho falta para que nuestros fanáticos "de aquí" hayan comenzado a vociferar, clamando que ésta es una guerra entre la cultura occidental y la árabe, entre la religión cristiana y la musulmana, entre nuestra civilización y "la de ellos". Por supuesto, tales afirmaciones no resisten el más mínimo análisis crítico. Las repetidas muestras públicas de condena de la comunidad musulmana nacional e internacional muestran que la mayoría de los musulmanes se sienten horrorizados por la barbarie, demostrando que la de estos bárbaros no es una visión representativa del islam. Se ningunea el hecho, también, de que año tras año más del 90% de los atentados, y más del 95% de las víctimas, de atentados extremistas tienen lugar en países de mayoría musulmana y los que los sufren son, en una amplia mayoría, árabes y/o musulmanes, lo cual sería contradictorio con la visión de choque de culturas, de religiones o de civilizaciones. Pero los hechos le son igual al radicalismo fascistoide que se reivindica como "100% español". En su simplismo totalitario, el radicalismo identitario español considera que un español no puede ser de raza árabe o de religión musulmana, ignorando toda una fracción de nuestra sociedad que son españoles (y no son ninguna otra cosa) y pertenecen a esa raza y/o a esa religión, y a los cuales nuestra Constitución ampara como ampara a cualquier otro español de cualquier otra extracción. Aún cuando la mayoría entiende más o menos esta realidad, el radicalismo identitario español va cuajando entre las clases medias cada vez más depauperadas, cada vez más amedrentadas porque comienzan a entender que de esta crisis no saldremos nunca y que el único destino que se les prepara desde el BAU es La Gran Exclusión. Que en el plan general al que nos aboca nuestra inevitable declive energético, y por tanto material y económico, es al de que nuestras vidas no valgan más que la de los fanáticos de las Ramblas de Barcelona, que sean también vidas low cost como las de ellos, vidas que se pueden sacrificar y aplastar impunemente. Ese miedo a perder nuestro status, nuestra seguridad occidental, nos lleva directamente a la rabia. Una rabia que, como la Historia demuestra, es una pésima consejera y que hace que poco a poco vaya calando la explicación simplista, la que elude nuestra propia responsabilidad, la del radicalismo fascista emergente que podría acabar cogiendo fuerza, y que no es mejor que la de los fanáticos que se creen luchando en una Guerra Santa o Yihad pero que no son más que unos imbéciles de la peor y más canalla especie.

Los asesinos de las Ramblas y de Cambrils no podían estar más equivocados en el método escogido para luchar contra las injusticias del mundo, pero conocían bien y apuntaban certeramente a su objetivo. España, como Estado-nación, no es una institución inocente de la desgracia que sufren los países ricos en recursos naturales (y pobres en todo lo demás), recursos que Europa ambiciona en su loca huida hacia adelante. De acuerdo con el Ministerio de Defensa español, España mantiene actualmente 17 misiones militares en el extranjero que movilizan a más de 2.400 soldados, y en las que España generalmente participa como parte de algún contingente europeo. Muchas de estas misiones tiene como propósito velar por el mantenimiento de algún precario alto el fuego o la distribución de ayuda humanitaria, pero alguna de ellas tienen una justificación o un contexto algo menos respetable (por ejemplo, la cobertura en Malí que da actualmente España a Francia en su guerra por el control del uranio de Níger). Son estas misiones militares, y otras muchas desarrolladas en el pasado, las que consolidan en el delirante imaginario extremista la estampa de una España imperialista y belicosa (al que se añade, en algunos casos, el aún más rocambolesco y alucinado sueño de "recuperar Al-Andalus"). Es por eso que, una vez identificada España como enemigo a combatir, los terroristas han intentando atacar al corazón económico del país, el turismo, y por ello no es casual que hayan atacado la calle más turística de la ciudad española más conocida en el extranjero, Barcelona, que es a la sazón es el destino turístico internacional más importante de España. El sentido de la lucha que plantean los extremistas es aberrante y los métodos son chapuceros e inefectivos a sus pretendidos fines, pero el objetivo está claro y correctamente identificado. Eso hace temer que futuros ataques intenten incidir en el mismo tipo de blanco, que tiene la ventaja de ser más vulnerable que cualquier otro sector. Porque las víctimas de este atentado son gentes de esa clase media occidental que se resiste a desaparecer, que simplemente disfrutaban de un paseo en una zona pintoresca de una ciudad europea, un pequeño placer que aún les resultaba asequible. Vidas low cost que estaban al fácil alcance de unos locos con vidas también low cost.

Es cierto que hay una guerra, pero no es de religiones, de razas o de culturas. Aunque los medios se esfuercen en negarlo, hay una guerra global, sí, y es una guerra de pobres contra ricos. Y de momento ganan los ricos, porque lo que están consiguiendo es que los pobres luchen entre ellos porque les están haciendo creer que lo que importa, lo que explica el sufrimiento y el dolor de todos, es la diferente religión, raza o cultura. Pero no, no es eso. Miren hacia arriba. Miren cómo se codean y comparten mesa los monarcas cristianos con los musulmanes, los jerarcas arios con los árabes, los de la orilla norte del Mediterráneo con los del Creciente Fértil. Mírenlos y comprendan que la lucha es contra la miseria que nos van imponiendo a todos, a los pueblos del Sur antes y más que a nosotros, pero que a nosotros también se nos está imponiendo y más que se nos impondrá. Si quieren buscar un enemigo, dejen de mirar al hermano que tienen enfrente y miren hacia arriba, a esos con vidas premium que consideran que nuestras vidas no valen nada.

Salu2,
AMT

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