miércoles, 25 de octubre de 2017

Decrecimiento y complejidad: elementos para un posible consenso.



Queridos lectores,

Eduardo García Díaz ha escrito su contrarréplica a las críticas de Carlos de Castro y de Luis González Reyes a su primer artículo sobre complejidad. Un debate relevante, puesto que da pistas sobre cuál puede ser la sociedad que sucederá al descenso energético cuando éste se afiance en los próximos años.

Les dejo con Eduardo.

Salu2,
AMT



Decrecimiento y complejidad: elementos para un posible consenso.

Eduardo García Díaz

En primer lugar, agradezco a Luis González y a Carlos de Castro sus interesantes aportaciones al debate, y a Antonio Turiel la oportunidad que nos da de continuarlo. También que hayan resaltado que hay elementos comunes en nuestros discursos que permiten consensuar posturas.

Antes de entrar en una “réplica a las réplicas” me gustaría contextualizar muy brevemente nuestros interés por esta temática (y digo nuestro porque soy un mero portavoz del trabajo de un colectivo más amplio). Creo que es posible, y necesario, para avanzar en la construcción de modelos teóricos que guíen nuestra práctica “decrecentista”, que personas que trabajamos en ámbitos diferentes negociemos el significado de determinadas ideas e intentemos construir consensos. Yo, en concreto (junto con compañeros y compañeras de la Red IRES), trabajo desde hace cuarenta años en el ámbito educativo (educación ambiental y didáctica de las ciencias). Y una de nuestras preocupaciones básicas ha sido siempre cómo complejizar el conocimiento cotidiano predominante en la población, complejización (entendida en los términos de Edgar Morin) que, según la evidencia empírica obtenida en nuestras investigaciones, aparece como un factor clave para superar los obstáculos y barreras mentales asociados a una socialización alienante en la ideología propia del neoliberalismo. Por tanto, desde la perspectiva de mi comunidad de práctica teórica y de activismo ecologista, éste era un tema esencial y de ahí nuestro interés por abrir un debate sobre la relativización de uno de los axiomas más populares dentro de la vanguardia del movimiento ecosocial: la descomplejización (deseada o/y inevitable).

Del Titanic y de los botes salvavidas

Creo que la metáfora del Titanic es muy adecuada para mostrar de manera muy gráfica el choque del sistema capitalista con los límites biofísicos (cambio climático y agotamiento de los recursos). Pero no me parece pertinente para el tema en discusión. En mi artículo, motivo de este debate, en ningún momento me he referido al sistema-Titanic en su conjunto (o por lo menos no era mi intención), sino que he tratado de comparar sistemas de similar escala: una comunidad de vecinos organizada en apartamentos unifamiliares frente a otra organizada como una comuna que comparte los usos domésticos y los cuidados, un agroescositema industrial frente a otro organizado según los principios de la permacultura, o los sistemas de ideas predominantes en la población frente a sistemas de ideas “alternativos” más complejos. Es decir, he considerado el Titanic como un sistema heterogéneo en cuanto a idearios, formas de organización social, intereses de clases sociales, etc. donde conviven “lógicas” diferentes. Si admitimos esa diversidad, la pregunta clave sería ¿qué subsistemas debemos luchar por “complejizar” y cuáles debemos dejar que se “descomplejicen”?

Creo, por tanto, que un primer punto que deberíamos consensuar es el de la escala, pues precisamente los movimientos de transición vienen trabajando desde hace años en el desarrollo de cambios en subsistemas concretos más que en revoluciones globales. Y también deberíamos consensuar el tema de los tiempos, aunque aquí entramos en un terreno aún más especulativo. Carlos indica que esta sería una cuestión clave, pues no es lo mismo diagnosticar que “ya hemos chocado” o que “aún no se ha producido el choque”. Mi postura personal es que es un tema sobre el que no tengo suficientes datos rigurosos y contrastados como para manifestarme en uno u otro sentido (y si alguien los tiene que los muestre) y que tampoco tengo datos para predecir que sistema “global” sustituirá al del Titanic, pero si ceo en algo: estemos más o menos cerca del choque, resulta imprescindible la creación de referentes (aunque sean parciales) que nos ayuden a minimizar las consecuencias del impacto.

Además del tema de la escala, hay otro argumento a considerar en el uso de la metáfora del Titanic: qué idearios existen en la población que lo habita. Un primer asunto clave es que en el Titanic la uniformidad era total sobre la no percepción de lo que se les venía encima. Los pasajeros no tuvieron ninguna oportunidad para prepararse ante el impacto, ni tenían referentes que les orientaran para sobrevivir a la catástrofe. Y cuando hablo de oportunidades para la supervivencia no estoy hablando del elemento tecnológico. En todo el artículo en discusión subyace una idea: la solución al problema del choque con nuestros límites biofísicos no es tecnológica, es social. Y, aunque minoritarios, tenemos cada vez más referentes sociales que incrementan la resiliencia de la población (por ejemplo, dedico un amplio apartado de mi artículo al tema de la eficiencia energética de distintos modelos organizativos sociales que ya se están experimentando dentro de nuestro Titanic).

Tampoco comparto que sea homogénea la respuesta insolidaria y egoísta (Carlos habla de un sesgo del sistema en ese sentido), pues habría que aclarar en qué medida es un sesgo creado por los intereses del 1% (o como queramos denominarlos) y en qué medida dicho sesgo ha calado en toda la sociedad. Aunque minoritaria, existe en una parte de nuestra población una visión diferente a la del ideario capitalista (solidaridad y altruismo frente a egoísmo e individualismo, etc.). No comparto en el análisis de las posibles reacciones de la población ante una situación de emergencia, que la respuesta sea siempre competitiva y del tipo “sálvese quién pueda”. No voy a entrar en la abundante literatura biológica sobre el papel clave de la complementariedad frente a la idea (interiorizada por el ideario capitalista) de que en la naturaleza predomina la competencia y la lucha de todos contra todos  y que ése es el motor básico de la vida. Tampoco en el abrumador consenso que existe en psicología sobre el carácter cultural de las tendencias egoístas o altruistas. Solo que los datos sociológicos constatan que la respuesta ante una emergencia depende de cómo esté organizado un determinado grupo social, y que al igual que se da el antagonismo también se da la complementariedad.

Aquí me gustaría poner dos ejemplos sobre la importancia de la variable información/organización (sin desdeñar, por supuesto, el papel clave de variables como materia y energía) ante una situación de colapso.  Naomi Klein citaba en su obra “Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima” un ejemplo muy bonito de cómo la variable “organización” es clave ante una situación catastrófica (de disminución radical de los recursos). Se refería a un estudio sobre el comportamiento de dos comunidades humanas diferentes de la costa este de Estados Unidos azotadas por una misma tormenta tropical. Los datos indicaban algo ya conocido en al ámbito de la psicología y la sociología: la comunidad con un tejido social más estructurado, con referentes previos de actuaciones organizativas solidarias, etc. superó mucho mejor el reto de la falta de agua, electricidad y alimentos, cooperando en la resolución de los problemas y redistribuyendo los recursos existentes. Mientras que en la otra comunidad, más desestructurada y con menor experiencia en actividades cooperativas, sí se dieron casos de insolidaridad, situaciones de violencia, o competencia por los recursos.

Otro ejemplo muy interesante aparece en el conocido documental “Mañana”: hay una secuencia de imágenes muy impactantes sobre cómo están utilizando todas las zonas baldías de la ciudad de Detroit (ejemplo actual de ciudad en colapso) como huertos urbanos gracias al desarrollo de redes ciudadanas de autoabastecimiento.

Creo que la pregunta central del documento en discusión es ¿el problema son los recursos o el uso de los mismos? En otros términos, en mi artículo nunca  he negado el decrecimiento, ni los límites biofísicos, lo que sostengo es que el reconocimiento de dichos límites biofísicos no debe suponer una traslación sin más del concepto de límites (tal como se entiende en física, por ejemplo) al ámbito social.

Si queremos consensuar argumentos sobre el tema de los límites, hay que aclarar bien de qué perspectiva partimos. Cuando en el artículo he pretendido relativizar la interacción materia-energía-información (organización) lo he hecho no desde una perspectiva estrictamente termodinámica, sino ecológica, asumiendo que en cada nivel de organización de la materia aparecen propiedades emergentes singulares, propias de cada nivel, de forma que sería reduccionista explicar lo que sucede en los eco-socio-sistemas solo en términos físicos ( y sobre este tema hay una amplia literatura en el campo de la epistemología de la ecología en particular y de la ciencia en general). Evidentemente, como señala Carlos, existen límites sociológicos, pero, desde mi perspectiva, esos límites son de naturaleza diferente a los biofísicos.

Tanto es así, que algo que desde una perspectiva física lo consideramos como un factor limitante (por ejemplo, menor disponibilidad de energía) no tiene porque serlo en la organización social. Pensemos en la siguiente hipótesis: el choque con los límites biofísicos podría suponer una liberación (extralimitación) por el colapso del sistema capitalista, que sí impone unos claros límites sociales al desarrollo de las personas y de las colectividades. Ruptura que podría ser revolucionaria, pues de hecho  todas las revoluciones sociales se han asociado en la historia de la humanidad a los momentos de crisis, momentos en los que se extreman las contradicciones y cambian las condiciones objetivas para que las poblaciones adopten otros modelos organizativos.  

Desde mi punto de vista el tema no es un debate termodinámico. En ningún momento he cuestionado que cualquier sistema esté sometido a la ley de la conservación de la energía. Ni voy a entrar en el debate de si habrá pérdida o no de complejidad en el sistema humano global (entre otras cosas porque sigo manteniendo que el concepto de complejidad es relativo y sobre todo, porque soy capaz de comparar subsistemas concretos ya existentes, pero no el actual Titanic con una sociedad futura que está por ocurrir).

Lo que he pretendido expresar en mi artículo, no sé si con acierto, siguiendo el camino trazado por Edgar Morin o por ecólogos como Margalef, que es quién afirma que el sistema se ordena de una determinada forma, de manera que, aunque la energía fluye (y pierde “calidad”), nos quedan estructuras que van a condicionar el uso posterior de ese flujo de energía (enunciado asumido por la ecología actual y que rechaza Luis a pesar de que Margalef en su frase no niega en ningún momento que un ecosistema es un sistema complejo en un estado de equilibrio “inestable” que necesita de un continuo flujo de energía para reorganizarse), es que hay que relativizar el papel de los recursos en el tema del decrecimiento, pues las relaciones biocenosis-biotopo (aquí incluyo materia y energía) no son relaciones de causalidad lineal sino que son interacciones (y eso es un consenso científico en la ecología actual), que la organización (más o menos compleja) es un factor clave en el uso de la energía disponible y que, dentro de las posibilidades energéticas de un mundo en decrecimiento, hay margen de maniobra para intentar (¿no es ese nuestro interés básico?) que sobreviva la mayor parte de la población, aspectos sobre los que entraré a continuación.

¿Cómo categorizamos la complejidad?

¿La pérdida de energía neta supone siempre disminución de complejidad y colapso? Si queremos llegar en este debate a posiciones de consenso, lo primero sería definir bien las categorías que empleamos a la hora  de decidir cómo debe ser una gradación desde lo simple hacia lo complejo. Es lo que plantea Luis como elemento central del debate, proponiendo cuatro indicadores o criterios (y admitiendo también que indicadores como el PIB o la jerarquía no serían indicadores de complejidad):

• Número de nodos del sistema. Cuantos más nodos tenga, más complejo es. En una sociedad estaríamos hablando, por ejemplo, de personas.
• Interconexión entre los nodos. Si esos nodos no están interconectados en realidad no podríamos hablar de un sistema y, cuántas más interconexiones existan, mayor complejidad habrá.
• Especialización de los nodos. En realidad este indicador lo que habla es de la diversidad de nodos. Cuanto más diversos sean, mayor será la complejidad del sistema.
• Información que existe y fluye. Finalmente, cuanta más información fluya y esté presente en el sistema más complejo será.

Aceptando estos cuatro criterios yo añadiría, por su interés en un momento de decrecimiento/colapso, un quinto criterio “transversal”: el grado de resiliencia (y la eficiencia energética asociada) entendida aquí cómo la capacidad de un sistema social para autoperpetuarse y mantener un cierto equilibrio al enfrentar una fuerte perturbación ( en nuestro caso el choque con los límites biofísicos).

Si Carlos acepta los criterios propuestos por Luis vamos a realizar un ejercicio de comparación para intentar relativizar el concepto de descomplejización e intentar llegar a un cierto consenso. Pero como he enunciado más arriba, no voy a discutir sobre aumentos o descensos de complejidad en la totalidad del sistema social sino, al estilo de los movimientos de transición, me voy a centrar en susbsistemas concretos.

Comparando sistemas de ideas

Como trabajo en el ámbito educativo, permitidme que comience argumentando sobre la complejidad en el caso de los modelos mentales y de los sistemas de ideas.

Número de nodos del sistema. La investigación educativa nos indica que el modelo predominante en la población (la mayor parte de los pasajeros del Titanic)  es el pensamiento simplificador que nos describe en sus trabajos Edgar Morin. Es decir, un pensamiento caracterizado por la atomización del conocimiento, la falta de coherencia interna en los sistemas de ideas, el reduccionismo, las visiones parciales y centradas en lo concreto y evidente, etc. En conclusión: hay pocos nodos porque no hay redes bien organizadas. Sólo una minoría adopta formas de pensamiento “complejas” (sistemas de ideas bien organizados en el sentido de mentes bien ordenadas), forma de pensamiento que sería un referente indispensable en una situación de colapso.
Interconexión entre los nodos. En el pensamiento simplificador las conexiones son pocas y muy simples. En el ideario colectivo predominante encontramos relaciones causales lineales sencillas (no hay interdependencias, recursividades y otras formas de causalidad compleja). No hay nociones estructurantes  que organicen campos del saber sino listas de contenidos disociados unos de otros, ni visiones sistémicas del mundo (se reconocen algunos de sus elementos constituyentes pero no las interacciones entre los mismos y el carácter organizador de tales interacciones ), ni una percepción coevolutiva del cambio (se trata de un mundo estático, y de una actitud conformista).
Especialización de los nodos. Si como indica Luis lo entendemos como diversidad de nodos, lo característico del pensamiento simplificador es la uniformidad, la incapacidad para adoptar distintas perspectivas, la falta de un pensamiento divergente (la falta de creatividad y espíritu crítico en definitiva).
Información que existe y fluye. Aquí habría que distinguir entre “cantidad” y “calidad” de la información. Evidentemente en nuestra sociedad-Titanic fluye mucha información, pero de muy baja “calidad”.  Pongo un ejemplo: todos los habitantes-pasajeros  interactúan mediante el WhatsApp ¿debemos considerar solo el número de conexiones o habrá que considerar qué contenido se comunica en esas conexiones? Si introducimos la variable contenido habría que analizar que informaciones ayudan a organizar mentes bien ordenadas capaces de enfrentar problemas complejos como el cambio climático o el agotamiento de los recursos. En otros términos ¿hablamos de información que organiza e incrementa nuestra resiliencia o de mero ruido? ¿de dedicar miles de horas en los sistemas de comunicación al cotilleo y al pensamiento superficial, y en el sistema educativo al desarrollo de la sumisión y a la acumulación de conocimientos irrelevantes y poco significativos, o de usar esos sistemas para tratar de resolver los problemas del mundo?

Lo que planteo es que, en el caso del ideario colectivo predominante,  no podemos hablar de descomplejización provocada por el choque con nuestros límites biofísicos, pues ya el pensamiento predominante en los pasajeros, antes del choque, ha sido convenientemente descomplejizado por los mecanismos de alienación  propios del capitalismo.

En consecuencia, y si consideramos el criterio de la resiliencia, mi argumento es que la mayoría de los pasajeros del Titanic carecen de la capacidad de investigar y resolver los problemas de supervivencia que deben enfrentar. De ahí que sea tan relevante  que los colectivos que constituyen la vanguardia ecologista hablen menos de volver al “pensamiento sencillo” y más de cómo desarrollar en la población la transición desde un pensamiento simplificador hacia otro complejo. Transición que debe entenderse como un cambio hacia:

  • Una perspectiva más sistémica del mundo, superadora de la visión aditiva de la realidad y de las formas de actuación y de pensamiento basadas en lo próximo y evidente, en la causalidad mecánica y lineal, en las dicotomías y los antagonismos, en la idea estática y rígida del orden y del cambio. Al respecto, habría que considerar todos los posibles elementos, relaciones y variables que están implicados en cada problemática, adoptando una perspectiva integradora que contemple a la vez lo global y lo local, que evite los planteamientos reduccionistas y que supere la dicotomía entre los aspectos naturales y los sociales.  

  • Una integración de los diferentes tipos de conocimientos (conceptual, procedimental y actitudinal) entre sí y con la acción, estableciendo conexiones entre la ciencia y el ámbito de las actitudes, los valores y las emociones.

  • - Una mayor capacidad para ir más allá de lo funcional y concreto, para abandonar lo evidente y para ser capaces de adoptar diferentes perspectivas, a la hora de interpretar la realidad y de intervenir en la misma, superando las visiones egocéntricas, sociocéntricas y antropocéntricas. La perspectiva compleja supone describir cualquier evento desde la triple perspectiva (simultáneas) del mesocosmos (lo perceptible, evidente y próximo a nuestra experiencia), el microcosmos (lo no perceptible por ser muy pequeño) y el macrocosmos (lo muy grande). Y otra perspectiva  del cambio y del tiempo, considerando el cambio del mundo como un cambio evolutivo (más bien una coevolución de los distintos sistemas complejos que lo habitan) e irreversible, que supere los enfoques fijistas, estáticos, fatalistas y cíclicos.

  • - Un mayor control y organización del propio conocimiento, de su producción y de su aplicación a la resolución de los problemas complejos y abiertos de nuestro mundo, superándose, por una parte, la dependencia de la cultura hegemónica y de sus valores característicos (con el desarrollo de actitudes de tolerancia, solidaridad, cooperación, etc.) y, por otra, la sumisión a los dictados del experto (técnicos, políticos). Supone, sobre todo, trabajar la transición desde la perspectiva del antagonismo (el motor de las cosas es el enfrentamiento, el egoísmo, la competencia, el dominio, etc.) hacia la de la complementariedad (solidaridad, altruismo, defensa de lo común, la unión hace la fuerza, la acción más eficaz se basa en la cooperación, todos dependemos de todos...).

Comparando comunidades locales

¿Es más compleja una comunidad humana local con una estructura organizativa jerárquica y piramidal que una comunidad con un tejido social más estructurado en redes democráticas basadas en la cooperación y la ayuda mutua?

En relación con el número de nodos puede haber empate: en ambos modelos tendríamos el mismo número de habitantes. Es más problemático el segundo criterio: la interconexión entre los nodos. ¿Es un problema de número de conexiones o de la cualidad de esas conexiones? Como analizamos en el apartado precedente la clave está en la naturaleza de las interacciones: en mi opinión, lo que mejor define una red no es el número de conexiones sino el tipo de interacciones que la organizan. Esta cuestión es clave desde la perspectiva de la resiliencia de ambos sistemas. Pensemos en una organización social piramidal (jerarquizada) y en una organización social en redes locales interconectadas y coordinadas. En la primera, la eliminación de un nodo puede significar la desorganización del conjunto (dada su verticalidad y las relacionen en cadena lineal). En la segunda, la eliminación de un nodo lo que lleva es a una reorganización de la red (por el predominio de la componente horizontal) que no supone poner en peligro su autoperpetucación.

Analicemos el tercer factor: la especialización de los nodos (diversidad). Aquí , de nuevo, caben dos interpretaciones (que se corresponden con los dos modelos comunitarios antes mostrados). La primera es que la diversidad se corresponde con la especialización de cada nodo en un aspecto concreto de la actividad humana (en definitiva, un  mundo dividido entre expertos competentes que saben y deciden y novatos incompetentes que no saben ni deciden).  La otra interpretación, es la de la polivalencia. Es decir, se trataría de potenciar al máximo la diversidad de capacidades que cada nodo pueda desarrollar. Evidentemente, en caso de colapso el primer modelo es mucho menos resiliente que el segundo. Y desde mi perspectiva, menos complejo.

Último criterio citado: cuánta más información fluye más complejo será el sistema. Pues depende de la perspectiva que utilicemos. Tal como he intentado mostrar antes, la calidad de la información es más importante que la cantidad, luego también ahí debemos optar ¿es más compleja una comunidad con muchísima información (lo que hay en la actualidad) pero de muy baja calidad (desde la perspectiva de una comprensión y actuación ajustada a los problemas del mundo), que otra que maneje menor cantidad de información pero mucho más significativa y relevante de cara a la resolución de dichos problemas?

Comparando agroecosistemas

¿Es menos complejo un grupo social organizado según los principios de la permacultura que otro grupo organizado según los principios de la agricultura industrial? Luis afirma que el capitalismo no es ineficiente (eficiencia energética) y que volviendo al caso de una empresa, en general son organizaciones diseñadas para aprovechar a tope el trabajo de las colectividades. Más adelante indica que las sociedades permaculturales que describe Eduardo son menos complejas (según los indicadores que uso) y, claramente, más deseables y resilientes. Pues bien, analicemos según sus propios criterios la complejidad y la eficiencia de una explotación agraria industrial (una empresa capitalista) y de un huerto en permacultura.

Número de nodos. En un bancal profundo en permacultura, que facilita el desarrollo de los sistema radicales de cada planta más en vertical que en horizontal, podemos poner plantones a muy corta distancia, con lo que el número de nodos por unidad de superficie es muy superior al del agroecosistema industrial. Y no digamos si por nodos nos referimos a los componentes del suelo: un compost de permacultura contiene innumerables oligoelementos de los que carece un abonado industrial. O de la propia naturaleza del suelo (en el industrial el suelo es un mero soporte inerte, en permacultura es un ecosistema rico en elementos vivos y no vivos).

Interconexión entre los nodos. En el industrial la complejidad de relaciones posibles se simplifica muchísimo. De hecho se pretenden eliminar las interacciones de todo tipo destruyendo el suelo, aportando solo los nutrientes más indispensables, potenciando el monocultivo, eliminando todo tipo de especies acompañantes que puedan beneficiar a nuestro cultivo, extinguiendo especies polinizadoras como ocurre con las abejas, creando ecosistemas uniformes y no ecosistemas en mosaico interconectados, y lo que es más grave: disociando el transporte de materiales (que se vuelve básicamente horizontal) de los ciclos naturales (por ejemplo,  ciclos de nutrientes en los que predomina el componente vertical). Todo lo contrario de los que ocurre en permacultura, donde se potencia al máximo la interacción de todo con todo  y el ajuste a los ciclos naturales (sin entrar en el tema de la riqueza de las relaciones interpersonales propias de uno y otro sistema, asunto que requeriría otro nuevo artículo).

Tercer criterio: la especialización de los nodos (diversidad). En permacultura, frente al monocultivo industrial, se potencia la biodiversidad, se emplean en un mismo bancal gran variedad de especies que se complementan y rotan cumpliendo con distintas funciones (aporte de nitrógeno, defensa ante plagas, atracción de insectos polinizadores, protección ante el viento para evitar la desecación, bosque de alimentos que mantiene la humedad y evita la insolación excesiva en verano, etc.). Además se busca la diversidad genética (como garantía de supervivencia) frente a la uniformidad genética del agroecosistema industrial, se crean suelos “vivos” (con acolchado protector) que coevolucionan con las plantas cultivadas, etc.

Cuarto criterio: cuánta más información fluye más complejo será el sistema. Parece claro que si entendemos aquí información como organización (es decir, un determinado flujo de energía ha dado forma y creado unas determinadas estructuras que a su vez condicionan el uso de esa energía), es mucho más compleja la organización de un huerto en permacultura/bosque de alimentos que la de una explotación agrícola industrial. Si vamos más allá de lo meramente tecnológico la comparación nos indica que las estructuras sociales basadas en la complementariedad (caso de la permacultura) son mucho más resilientes y complejas, que las estructuras sociales basadas en el antagonismo y la dominación, entre los humanos y entre éstos y el resto del mundo (caso de una explotación agrícola industrial).

En conclusión, creo que habría que relativizar ideas como el enunciado: las comunidades organizadas según los criterios de la permacultura son menos complejas que las comunidades sociales actuales piramidales y basadas en la dominación.

¿Por qué es importante este debate?

En mi ámbito de trabajo, pretendo educar a la población en relación con la temática del decrecimiento. Una de los mayores obstáculos que encontramos para superar el negacionismo y el conformismo, es el conflicto cognitivo y emotivo que se origina cuando una persona tiene que optar entre un razonamiento basado en los abundantes datos existentes sobre los límites biofísicos y el ideario colectivo en el que ha sido socializado (estilo de vida vivenciado, la idea de crecimiento ilimitado, la tecnolatría, etc).

Los datos de investigación nos indican que el cambio solo es posible posibilitando transiciones graduales y progresivas desde el pensamiento predominante hacia formas alternativas que incrementen la resiliencia de la población.  Y que siendo importante aportar los argumentos termodinámicos y ecológicos que ayudan a comprender el decrecimiento y posible colapso civilizatorio, también es esencial insistir en la idea de que tenemos opciones organizativas (sociales) para minimizar las consecuencias del choque (en definitiva, la esperanza como componente emotivo esencial para que se produzca un cambio de mentalidades).

Si se habla a la población de descomplejizar y de volver a formas de vida más sencillas hay que aclarar bien a qué nos referimos, si lo que pretendo es cambiar idearios colectivos.  Pongo un ejemplo. Si yo afirmo sin más el colapso conlleva reducir la población a mil millones de personas (tal como lo enuncia Carlos), posiblemente consiga asustar a mi público, pero tal emoción, por un proceso de disonancia cognitiva, no conseguirá que cambien su modelo mental sino más bien que se reafirmen en su posición negacionista. Creo más conveniente acompañar el argumento colapsista con argumentos “en positivo” que se basen en la idea de que en un contexto de decrecimiento/colapso se pueda mantener e incluso incrementar la complejidad de determinados subsistemas que sean vitales para asegurar la supervivencia de una mayoría de la población. Es decir, el enunciado citado no es más que una hipótesis, que se verificará o no dependiendo de cómo nos organicemos, pues, insisto, el problema no es la energía entrante (que dado que actualmente la despilfarramos en su mayor parte, podría dar de comer a la población actual), sino cómo el sistema utiliza esa energía.

Y a la hora  de educar y concienciar a la población es fundamental  transmitir la idea de que hay formas organizativas sociales de mucha mayor eficiencia energética que las actuales y  que pueden evitar una disminución tan radical de la población. No podemos llegar a la gente con un discurso sin salidas del tipo el colapso conlleva reducir la población a mil millones de personas. En relación con dicho enunciado pongo un ejemplo que empleo en mis charlas y debates sobre el tema: en el caso de los dos millones de habitantes de la provincia de Sevilla sólo con un 3% del territorio cultivado en permacultura podrían alimentarse todos sus habitantes (hay ejemplos de  huertos en régimen de permacultura/bosque de alimentos de  1000 metros cuadrados que dan de comer a cuatro personas). Este dato (junto a otros como la alta TRE de la permacultura, los nuevos modelos de organización puestos en práctica por los movimientos de transición, etc.) es fundamental para que la gente comprenda: primero, que ante los límites biofísicos hay que cambiar de modelo social, y segundo, que es posible (y ya hay referentes) construir nuevos modelos organizativos más resilientes. Es decir, la ciudadanía debe conocer tanto los riesgos como las alternativas que ya están experimentándose.

En definitiva, ¿el choque del Titanic abre o no una ventana al cambio? Parece que estamos de acuerdo en que no queremos la opción de un mundo tipo Mad Max. Entonces, si admitimos que no queremos la barbarie y que el choque es el fin del sistema capitalista (al respecto, otro debate es si en un mundo de baja energía podría mantenerse por mucho tiempo un ecofascismo que requiere mucha energía para sus sistemas de control de la población sean militares, policiales, jurídicos o educativos), ¿por qué no pensar en opciones revolucionarias en vez de dejar para el siglo XXII la posibilidad de otro estilo de vida y otros modelo de organización social más ajustado a la ecología del planeta?

Mi postura es que no debemos esperar a que la cosa evolucione poco a poco hasta un feliz siglo XXII, sino que debemos construir desde ya lo utópico, y pongo un ejemplo concreto. El choque con los límites biofísicos posiblemente se llevará por delante casi todo el sector servicios, tal como hoy lo conocemos, y dentro del mismo todo el sistema educativo institucionalizado. ¿Esto es un desastre u es una oportunidad? Desde mi punto de vista tanto el sistema educativo como otros mecanismos socializadores lo que han hecho hasta ahora es fomentar el pensamiento simplificador que convenía al modelo socioeconómico capitalista.  Es una hipótesis de trabajo; pero por una cuestión de mera supervivencia es posible que las comunidades poscolapso asuman progresivamente, por su mayor resiliencia,  formas de pensamiento más complejas. Y si esto fuera así ¿merece la pena o no crear ahora referentes que ayuden a incrementar la complejidad de los  sistemas de ideas o decidimos sin más que la involución en el conocimiento es algo inevitable? En otros términos ¿luchamos o no por posibilitar esa transición u optamos por dejar que el pensamiento simplificador  nos lleve a la barbarie? No sé si alguien negará que el incremento de la capacidad de resolver problemas, el tener una visión más global de los mismos, el comprender la causalidad compleja (las interdependencias y recursividades), etc. son componentes claves en un incremento de la resiliencia de la población ante el colapso.

En mi opinión, la transición desde las formas de pensar reduccionistas, parciales, egoístas, antagonistas, etc. hacia estas otras formas de pensar es un incremento clarísimo de complejidad, y creo que en esa batalla debemos estar todos y todas, y si no hay tiempo para llegar a la mayoría de la población intentemos al menos dejar un legado teórico y práctico que permita a las generaciones futuras enfrentar mejor un mundo con menos recursos que el actual.

miércoles, 11 de octubre de 2017

Saliendo de cuentas




Queridos lectores,

Hubiera preferido no volver a hablar del conflicto que se vive en Cataluña durante una larga temporada, pero el devenir y acumularse de los acontecimientos, y la importancia que tienen para mi vida futura, me mueve a hablar una vez más de uno de los temas que se están volviendo más recurrentes en este blog. Blog, que, no olvidemos, está dedicado al análisis de la crisis económica y social que genera la progresiva escasez de recursos naturales, y principalmente de energía. Pero como justamente una de las cuestiones principales asociadas a la crisis energética es el colapso de las sociedades industriales, y como parece que el problema catalán será la forma concreta que ese colapso tomará cuerpo en España, parece lógico volver una vez más a lo mismo.

Como digo, el tema de Cataluña ha sido abordado en repetidas ocasiones aquí, la última vez hace unas tres semanas en el post "Modelo para recortar/model per retallar" (en el cual podrán encontrar enlaces a los posts anteriores). A mi me da cierto reparo hablar de temas que se alejan del dominio de las ciencias naturales por varios motivos. En primer lugar, porque mi opinión no es más cualificada que las de la de cualquier otro en estos temas y en todo caso lo será mucho menos que la de verdaderos expertos en estas materias. En segundo lugar, porque por más que intente hacer un ejercicio de autocrítica e introspección, es inevitable la presencia de ciertos sesgos en mis opiniones, los cuales restarán sin duda objetividad a mis afirmaciones. Y en tercer lugar, porque al tocar tan de cerca estos temas a puntos sensibles para algunos lectores, éstos podrían enfadarse por ciertas afirmaciones que yo pueda hacer y ocasionar que todo lo que se cuenta en este blog caiga en descrédito a sus ojos, incluso los análisis más técnicos y objetivados. Sin embargo, como observo una degradación de los argumentos que se usan desde los dos bandos más claramente identificados, creo que hacer algunas reflexiones, aunque imperfectas y seguramente sesgadas, puede tener su utilidad, no perdiendo de vista las limitaciones que tienen (que a mi modo de ver son menores que algunas de las cosas que escucho).

Comencemos por una breve glosa de qué es lo que ha pasado desde mi último post (de hace tres semanas, recuerdo).

Después de que el Govern de la Generalitat estuviese jugando al gato y al ratón con las fuerzas de seguridad españolas (Policía Nacional y Guardia Civil), escondiendo urnas y papeletas para que no fueran requisadas, y tras múltiples amenazas, registros y allanamientos, el 1 de octubre la mayoría de los colegios electorales abrieron para que la gente pudiera votar en el referéndum de autodeterminación al cual el Govern de la Generalitat había llamado a los ciudadanos. Un referéndum sin las garantías adecuadas y con muchas irregularidades, un referéndum que el Gobierno de España ya había descalificado por su falta de legalidad. Y a pesar de eso cientos de miles de ciudadanos acudieron a votar, en lo que podría tomarse por un ejercicio de una protesta contra un estado de cosas. La mayoría de los ciudadanos que fueron a votar pensaban que la policía del estado, desplegada días antes específicamente con el fin de evitar este referéndum, no osaría atacar a los centenares de personas que se agolpaban en los colegios electorales y que al ver el gentío desistirían de causar daños mayores. Se equivocaron por completo: las imágenes del salvajismo policial, las cargas indiscriminadas, el apalizamiento de ciudadanos corrientes que sólo resistían pacíficamente el embate, dieron la vuelta al mundo y no proyectaron una imagen muy positiva de la gestión española de la crisis secesionista. Al final, sólo una pequeña fracción de urnas fueron intervenidas, la gente se reorganizó para fortalecer la defensa de los colegios, y por fortuna en un momento dado alguien ordenó detener la represión, pero el daño ya estaba hecho. De acuerdo con los datos de la Generalitat votó en aquel referéndum alrededor del 43% del censo electoral, con una mayoría abrumadora de síes. A los dos días, una jornada de huelga paralizó Cataluña y se vieron impresionantes manifestaciones en contra de la represión policial en toda Cataluña (ver la imagen que abre el post). Durante los días siguientes continuó la actividad judicial contra todo el entramado secesionista pero hubo dos importantes novedades. La primera, el acoso a los policías alojados en diversos hoteles para que los abandonaran; y el pasado domingo, una gran manifestación en favor de la unidad de España y en contra de la secesión recorrió el centro de Barcelona. El último jalón (hasta ahora) de esta singladura fue la declaración hecha ayer por el President de la Generalitat en el Parlament de Catalunya, anunciando la proclamación de la república de Catalunya y acto seguido suspendiendo la independencia durante unas semanas para dar tiempo al estado español a negociar con la Generalitat "de tú a tú". Mientras esto escribo se anticipa que el Gobierno de España pondrá en marcha el procedimiento para anular la proclamación suspendida, lo cual probablemente sería respondida por la Generalitat con la finalización de esa suspensión y proclamación efectiva de la república, lo que nos llevaría a un estado práctico de guerra (no necesariamente de alta intensidad).

Como pueden ver, un embrollo de dimensiones ciclópeas y consecuencias imprevisibles pero cada vez más probablemente funestas.

Como comenté más arriba, en la discusión de este conflicto asistimos a una confusión generalizada por la lasitud con la que se emplean los términos y por muchas ocultaciones interesadas. No nos engañemos, todos los actores implicados mienten en mayor o menor medida, y la gente repite argumentos mal fundados a los que se oponen otros iguales o peores, llevando a la incomprensión y al inconsistencia de todo lo que se dice, haciendo imposible un acuerdo porque todo el mundo ha renunciado a transitar por tierra firme y camina sobre arenas movedizas. Como antes dije, yo no soy experto en estos temas y por ello quizá alguna de las cosas que ahora diré no es correcta por mi falta de conocimiento; si es el caso por ello pido perdón. Únicamente espero aportar a centrar el debate en las ideas y abandonar ciertos esencialismos bastante poco útiles para progresar.

Una de las discusiones repetidas es sobre qué significa democracia. He visto repetidas veces estos días que democracia es votar, y que por definición votar es democrático. A partir de ese punto la gente se suele internar en un fangal inconmensurable sobre quién tiene derecho a votar qué y sobre cuáles son los límites de lo que se puede votar. Dado que éste es uno de los puntos básicos me gustaría empezar por aquí.

Por definición, democracia es un sistema político (es decir, de organización social) que defiende que el poder, todo el poder, emana del pueblo. Para conocer la opinión de este pueblo se debe votar, y la elección de los representantes del pueblo debe suceder en comicios transparentes, pero votar no es la democracia sino su síntoma. Democracia significa que sólo se reconoce el poder que emana del pueblo.

¿Y qué es el pueblo? El pueblo, las gentes, es un concepto del tipo primer principio, es decir, es una abstracción que no se puede definir a partir de otros conceptos anteriores. Es un punto de partida, una verdad que aceptamos convencionalmente porque no podemos definirla a partir de cosas más básicas. De manera genérica y un tanto vaga, para poder hacer algo útil pero como definición muy imprecisa, un pueblo es un conjunto de personas que habitan un determinado territorio, que se reconocen a sí mismas como comunidad, con un deseo de convivir juntas y regirse por unas reglas comunes que ellos mismos definen y se otorgan. No es por tanto casual la mención repetida en el preámbulo de la Constitución española al pueblo español: es del pueblo español que emana todo el poder, la soberanía.

Un pueblo soberano se define no tan sólo por sí mismo sino también por el reconocimiento de otros pueblos soberanos, otros pueblos que se reconocen a sí mismos y que reconocen al otro como un igual. No siempre es así: a veces el pueblo A somete o simplemente contiene al pueblo B, tal como lo entiende el pueblo B; por supuesto el pueblo A no reconoce la existencia del pueblo B, sino que dice que el pueblo A tiene todo el derecho al territorio y la población reclamados por el pueblo B como parte del pueblo A. El reconocimiento internacional es por tanto una herramienta muy importante para asegurar la soberanía de los pueblos.

En el conflicto catalán, desde el Estado español se invoca repetidamente como único marco de discusión la legalidad española, es decir, la que emana de la Constitución española, en la cual sólo se reconoce al pueblo español como único sujeto político de derecho. Sin embargo, los secesionistas justamente están poniendo en cuestión esa unidad del sujeto político, afirmando que hay otro sujeto, el pueblo catalán. Dado que cuestiona el fundamento mismo de la Constitución española, la reclamación independentista ha de contradecir forzosamente la legalidad española y por tanto queda necesariamente fuera completamente de ese marco. A pesar de que la Constitución española contempla mecanismos para su propia reforma y eventualmente una reforma constitucional podría aceptar el derecho de autodeterminación de Cataluña, tal cosa sería siempre una concesión del pueblo español (o sus representantes), concesión que bien podría hacer pero que más bien no hará porque no le reportaría ninguna ventaja. Así pues, es inane insistir en que la única vía a la independencia de Cataluña es la reforma constitucional española, porque tal aproximación se basa en la negación del pueblo catalán como sujeto de derecho y soberanía.

Como ya he repetido en otras ocasiones, el problema aquí no es de legalidad, sino de legitimidad. Eso no quiere decir que la legalidad no valga para nada, y que cualquier cosa es válida y se pueden hacer todas las aberraciones posibles. No se contradice el principio de legalidad, sino que se cuestiona cuál es la legalidad que se debe aplicar, si la que emana de un pueblo soberano o la de otro.  ¿Es el pueblo catalán un sujeto legítimo de derecho? De nuevo volvemos al concepto de pueblo, y partiendo de la resbaladiza y difusa definición que he dado arriba, el pueblo catalán debería, como mínimo, reconocerse a si mismo como tal, y como algo diferente del pueblo español. ¿Pasa tal cosa? ¿Los catalanes creen que son - o quieren ser - algo diferente al pueblo español? La única manera de resolver esa duda sería preguntándoles, es decir, haciendo un referéndum. De hecho, un verdadero demócrata español debería ser exactamente eso lo que debería querer, puesto que un pueblo es aquel que decide soberanamente convivir y fijar unas reglas, unas leyes, comunes para todos ellos. Si hay indicios razonables de que una parte consistente del pueblo español se siente un pueblo diferente y no quiere convivir con el resto, es completamente lógico asegurarse de si es así y en tal caso permitirle constituirse en pueblo soberano. Porque, ¿quién quiere convivir con alguien que no desea convivir contigo?

El Congreso de los Diputados español podría convocar un referéndum en Cataluña para preguntar a los ciudadanos de esa región si quieren constituirse como un país independiente, y si la respuesta fuera "sí" sería ése el momento de comenzar a estudiar los mecanismos legales y constitucionales para consagrar esa separación. No tendría sentido hacer una reforma antes, porque si la respuesta fuera "no" sería un trabajo innecesario. 

En cuanto a tener indicios razonables de que tal referéndum debería ser planteado, las elecciones autonómicas de 2015 enviaron un mensaje bastante claro: la victoria de una coalición de un partido de derechas y otro de izquierdas, con un único punto en su programa político - la secesión - y con más del 40% de los votos era un indicio más que razonable para pensar que era conveniente convocar tal referéndum, al estilo de lo que hizo el Reino Unido con Escocia en 2014. De hecho, ése era el mejor momento, visto desde un punto de vista de los defensores de la unidad, porque con una buena campaña de las ventajas de la unión con mucha probabilidad el "no" hubiera ganado con alrededor del 60% y el problema catalán se hubiera quedado aparcado durante décadas. Pero no estamos en 2015, por desgracia.

Desafortunadamente, el discurso que ha predominado en España (o al menos el que ha sido más ruidoso) es el de que la innegablemente gran masa de ciudadanos de Cataluña que se manifiestan en favor de la independencia están siendo manipulados, aludiendo repetidamente al perverso rol de los medios de comunicación y a la escuela. Tal pretensión es un tanto ridícula por una sencilla razón: quien la formula se arroga una superioridad moral sobre aquéllos a los que considera equivocados pero que en realidad simplemente defienden una opinión diferente. La televisión manipula, es verdad, pero, ¿no lo hace también la televisión que mira quien eso afirma? ¿Sólo él puede tener capacidad crítica para no dejarse manipular? Y en cuanto a la escuela, emerge en quienes eso afirman el esencialismo español del que hablaba en el post anterior. No sé si existe tal manipulación, desde luego yo no lo he visto en los libros de mis hijos y la mayor ya está en 6º de primaria - a expensas de comprobar si ésta es intensa en la secundaria y el bachillerato me inclino a pensar que no debe ser tanta (sin negar que algún docente pueda ser peculiar, como tantos docentes peculiares tuve que aguantar yo cuando era niño). La obsesión con la escuela catalana, me temo, tiene más que ver con la desafortunada frase del entonces ministro de educación Wert, quien proponía "castellanizar a los alumnos catalanes", cosa que tiene más que ver con relegar a la lengua catalana que a otra cosa. Y si algo sé de los años que hace que vivo aquí es que esta gente es orgullosa de su lengua y de su cultura, y si quieren hacer que el nacionalismo llegue a las nubes no hay mejor manera que atacar al idioma catalán.

Otro aspecto que merece la pena de ser discutida es la indiscriminada e injustificada represión del día 1 de octubre. La visión restrictiva de lo que es democracia (error común en ambos bandos, hay que decir) ha llevado, en el caso de ciertos sectores de la sociedad española, a tomar a las personas que fueron a votar el día 1 de octubre por delincuentes (ya que querían votar en un referéndum considerado ilegal). Ese razonamiento tiene una componente muy peligrosa: si damos por buenos los datos de la Generalitat y realmente fueron a votar 2,2 millones de personas, estaríamos diciendo que hay 2,2 de personas que actúan al margen o en contra de la ley. Pero si en última instancia la ley son unas normas de convivencia que el pueblo se da a sí mismo, y no una imposición de un gran señor, querría decir que hay una gran parte del pueblo, en un territorio concreto, que no está de acuerdo con esa ley, que no considera que se la haya concedido a sí misma sino que le viene impuesta de fuera. ¿Y no es eso un reconocimiento implícito de que una parte del pueblo español no se siente pueblo español?

Cayendo en el error de considerar delincuentes a esos cientos de miles de ciudadanos que querían votar el 1 de octubre se entiende en parte la represión desenfrenada. Con todo, el comportamiento de la Policía Nacional y la Guardia Civil falla en dos aspectos básicos: la proporcionalidad de la acción policial y la resolución del conflicto en la protección de bienes jurídicos. La proporcionalidad en el uso de la fuerza debe corresponder a la importancia de lo que se quiere proteger. A un ciudadano que se acaba de saltar un semáforo en rojo y que por tanto ha cometido una ilegalidad no se le dar una paliza sino que se le pone una multa. Si el referéndum ya se sabía que era ilegal y por muchos motivos una farsa sin garantías, ya me dirán por qué era tan importante evitar, usando tanta fuerza como se quisiera, impedir que la gente votase, con grave riesgo para la integridad de las personas. De hecho, la juez que ordenó impedir la votación no dio carta blanca para que se evitara a toda costa, sino que con buen criterio advirtió justamente que se hiciera sin recurso a la fuerza inmoderada. Y con respecto a la protección de bienes jurídicos en contradicción, se trataba de elegir entre respetar la integridad de las personas o cumplir la orden del juez de evitar una votación igualmente invalidada. Sólo alguien muy fanatizado dudaría sobre cuál era el bien superior, entre esos dos. 

Conviene recordar que la policía tiene como cometido proteger el orden público y velar por el bienestar de la ciudadanía. Por el contrario, una fuerza de represión tiene como cometido el castigo de los comportamientos no tolerados sin atender a otros principios. El espectáculo de las manifestaciones espontáneas delante de los cuarteles de donde partieron los efectivos que iban a Cataluña (ese indecente "¡A por ellos") y chistes abominables como el que reproduzco debajo de estas líneas dejan claro que la Policía Nacional y la Guardia Civil fueron enviadas a Cataluña como fuerzas de represión, lo cual sin duda ha causado gran malestar y pesar en ambos cuerpos.



La enorme torpeza del Gobierno de España, primero violentando sus propias leyes con los allanamientos y detenciones de septiembre, y después con el uso de la represión (y el poco afortunado discurso del Rey, que ni tuvo palabras para los heridos el 1 de octubre) ha probablemente incrementado el independentismo, empujando a él personas que rechazaban el procés por sus muchas deficiencias y su ventajismo, pero que más aún rechazan un Estado que se cree con el derecho de usar la violencia contra los que no piensan como él. Como pusieron de manifiesto las concentraciones del día 3, a estas alturas el independentismo está, probablemente, por encima del 50% de la población de Cataluña. No obstante lo cual, el apoyo al independentismo tiene una componente bastante efímera: uno de los lemas del procés es "tenim pressa", tenemos prisa; y es lógico que la tengan, pues ellos tienen un objetivo y saben que la ventana de oportunidad de la que disponen es estrecha. Sin todos estos años convulsos de crisis y desencuentros, el independentismo catalán aún estaría por debajo del 20% de la población que nunca fue capaz de sobrepasar; y solamente en alas del hastío y la desesperación de la clase media en retroceso ha conseguido llegar a los niveles actuales. Pero la élite que encabeza ahora mismo el proceso de secesión no representa tampoco a esa clase media candidata a la Gran Exclusión, y tarde o temprano el soporte actual podría desmoronarse, sobre todo si el movimiento se frena o incluso si no acelera. También conviene recordar que hay al menos un 30% de catalanes rotundamente unionistas, quizá incluso un 40%, y toda esa gente no puede ser simplemente ignorada o arrinconada (y ese 5 o 10% que no estamos en ninguno de esos dos lados por supuesto no contamos para nada). De ahí ese "tenim pressa". De ahí todo el despliegue de estrategia durante todos esos meses, de ahí el tactismo de la estrambótica declaración de ayer, de ahí todo sutil juego de ilegalidades y el ventajismo de arrogarse una legitimidad que no se tiene, usando para ello instituciones legalmente constituidas a partir de una legitimidad, la española, cuya jurisdicción en Cataluña justamente niegan. Si algo han demostrado el president Puigdemont y su equipo es que son personas inteligentes y muy buenos estrategas, y el Gobierno de España no podría cometer mayor error que seguir tomándoles por locos o por imbéciles.

El problema de fondo es que nuevamente nos encontramos en un debate unidimensional que no va al problema de fondo, como analizábamos en el post  "De hormigas y hombres". El fallido referéndum en Grecia, el Brexit, la victoria de Trump y tantos movimientos que están teniendo lugar en Europa responden al mismo patrón: creciente descontento, respuestas fallidas que responden a problemas diferentes del planteado. En estos días de sí y no, las posiciones de "quizá, pero" no son populares, son percibidas por los dos bandos como desafección, cuando no directamente traición. Una situación en la que me encuentro habitualmente.

Aquéllos que se enconan a uno y otro lado de una frontera, a la sombra de una u otra bandera, descubrirán con el tiempo que serán traicionados por los que creen que les defienden, los cuales llegado el momento se abrazarán y volverán a hacer negocios juntos (o al menos volverán a intentarlo). Pero los amigos que se enfrentan y dejan de hablarse, los vecinos que se dan la espalda, y los ciudadanos que, en suma, se quedan más solos, creyéndose que lo importante es aquello de lo que discuten en vez de aquello que les pasa, ésos no volverán a reconciliarse, al menos no por mucho tiempo. Cuando toda esta polvareda se disipe, veremos que lo que en realidad se estaba derruyendo era el pueblo, y que, como siempre, gana la banca.

Salu2,
AMT 

P. Data:
Algún lector podría preguntarse qué fue lo que yo hice a mi nivel personal el día 1 de octubre, puesto que no soy un ser etéreo al margen de esta sociedad en la que vivo, sino un ciudadano de la misma. Hice lo que creí que debía hacer, posiblemente equivocándome pero ejerciendo mi derecho a equivocarme siempre que respete a los demás. El día 1 de octubre fui a votar, puesto que considero que el problema que se ha planteado no se puede ignorar. No voté que sí, puesto que no deseo la independencia de Cataluña, sobre todo por razones sentimentales (y respeto a aquéllos que sí la desean). No voté que no, porque no estoy de acuerdo con el mantenimiento del status quo, porque creo que se deben cambiar muchas cosas. Así que voté en blanco. Y para ello esperé durante dos horas y media en la cola, con la angustia de no saber si se presentarían los de la fiesta de la porra. Y el día 3 fui a manifestarme en protesta contra la represión policial. ¿Hice mal? Seguro. Ya no se puede hacer bien.