lunes, 6 de noviembre de 2017

Debate sobre complejidad: réplica final



Queridos lectores,

Después de un cierto paréntesis (motivado por razones laborales), les presento la contestación final de Carlos de Castro y Luis González Reyes a la réplica de Eduardo García. Con esta última entrada doble cierro el debate; a partir de la semana que viene espero retomar el ritmo normal de publicación.

Salu2,
AMT

 

El Titanic se hundió y fue inevitable tras el choque.
(Respuesta de Carlos de Castro)

Tras esta segunda vuelta de Eduardo mi conclusión es que seguimos sin compartir los diagnósticos del problema, base de los argumentos que luego desarrollamos cada uno.

El debate de fondo no es sobre complejidad y lo que esta supone en la crisis del sistema. El debate en realidad es sobre el diagnóstico y sobre qué hacer con él: como comunicarlo, qué estrategias seguir etc.

Si Eduardo no sabe si hemos chocado ya o aún no, entonces quizás debería haberse puesto en las dos hipótesis y haber hecho argumentos diferentes desde las dos. Por sus palabras, creo entender que en realidad está en creer que estamos divisando el choque contra el iceberg; prueba es que duda bastante de que acabemos en 1000 millones de personas, dato que no he dado con seguridad, ya que dije que con permacultura quizás podamos mantener a 1000 millones quizás más. Mi diagnóstico no permite saber cuánto se va a reducir la población, pero sí me permite saber –dentro de un esquema científico biofísico con pruebas físicas y ecológicas y pistas sociológicas y por tanto con incertidumbre- que la reducción será ostensible: desde unos pocos miles de millones de personas hasta la extinción. Eduardo no se pone en ese esquema mental (como el 99% de los movimientos sociales y los experimentadores de estos temas) y por tanto no son válidos sus argumentos desde esa certidumbre.
Lo que Eduardo nos aporta es desde la hipótesis de que estamos en un barco lleno de peligros que va muy probablemente a chocar y quizás hundirse o encallar; para él la anología también podría ser la del Endurance, en el que todos se salvan.

Pero haré el esfuerzo de ponerme también en una hipótesis en la que no creo: minimizar las consecuencias del choque (y no la del hundimiento). Además a una escala temporal y geográfica local que para mí no es tan relevante: ¿cómo comunico a mi vecino forofo del real Madrid el choque, como se lo comunico a la señora de un mercado en Mogadiscio? Esto se lo plantearon de hecho en el Titanic una vez que chocaron y aún no sabían si se hundiría o no. La tripulación decidió, para no bloquear/alarmar a los pasajeros, mantener en secreto durante minutos lo que ellos supieron pronto, que se iba a hundir, luego se lo dijeron a algunos pasajeros de primera, y luego al resto. Esto es lo que nos pide Eduardo porque su experiencia con los alumnos y redes sociales y la de su equipo de trabajo durante décadas indican ese bloqueo (y con él la experiencia de muchos psicólogos y sociólogos, conozco desde hace décadas estos trabajos, yo trabajé en ese esquema mental mi primera década y media en el tema, mi visión no es solo física, es holística: ecológica –a estas alturas creo saber más de biología y ecología que de física-, y también sociológica/psicológica/histórica  –a estas alturas experimento más en este terreno que en física-).

Las dudas surgen pues cuando “experimentamos” que bloquea comunicar crudamente el posible colapso, aunque sabemos que la mayoría ya está bloqueada de antemano. Pero esto es así porque los “experimentos” se han realizado desde un esquema que no parte del mismo diagnóstico y por tanto se han diseñado mal desde ese diagnóstico. De ahí que durante décadas los movimientos ecologistas, las ONGD’s de desarrollo y los movimientos pacifistas hayamos equivocado tanto el diagnóstico como cómo enfrentarse al problema (¿siempre hay solución? ¿sesgo optimista que conocen bien los psicólogos?). Así se buscan soluciones optimistas, esperanzadoras, alegres, ricas humanamente, pero que por el contrario, también pueden bloquear: es el peligro de la complacencia: ya nos salvarán las renovables o la permacultura, yo mientras a lo mío. Es el efecto Podemos tras el 15M, el “sí se puede” cuando “no se podía”, el bloqueo desesperanzador tras la falsa promesa y su fracaso. Tan peligroso es un bloqueo como el otro, tan inservible es uno como el otro cuando te vas aproximando al hundimiento. Mi primer libro (La revolución solidaria), escrito a finales del siglo pasado ya trabajó esto así. Pero desde entonces el diagnóstico es ciertamente más duro y las experiencias desde él son ciertamente distintas. Bajo la hipótesis de que el Titanic ya se está hundiendo, las estrategias del “sí se puede” no solo son inútiles, sino que nos hacen perder tiempo tratando de poner a reflote el Titanic o la de transformarlo en otro barco (¿aún más complejo?). Las de anunciar la cruda realidad creo en cambio que serán más útiles con el tiempo y al igual de inútiles para gente que quiere seguir bailando pase lo que pase.

Llevo dos décadas “experimentando” con alumnos y en movimientos sociales el tema de la comunicación del colapso y las estrategias de acción desde otro esquema mental, por ahora en absoluta minoría. Efectivamente, hay un problema de tendencia al bloqueo cuando las cosas las queremos explicar en una hora frente a las muchas horas de “diagnósticos” errados, normalmente tecno-optimistas, y las miles de horas del “todo va bien, aceleremos el Titanic” (¡cuando ya se está hundiendo! Parece un chiste).

Pero el problema va desapareciendo cuando el diagnóstico “se va viviendo”. La gente en el Titanic puede que se bloqueara y tuviera pánico unos instantes cuando vio por si misma que el Titanic había experimentado una inclinación del 10% -es decir, ocurrirá, ya está ocurriendo- a pesar de que la tripulación no quisiera comunicárselo para evitarlo –perdiendo, por cierto, un tiempo precioso-. Si alguien les comunicó que se iban a hundir, entonces, más tarde, cuando viva la inclinación del 10% puede que le sea más fácil entonces encajar coherentemente lo que pasa y perder la disonancia cognitiva, entonces actuará rápidamente. Si alguien le explicó que están tratando de mantener el Titanic a flote y que se una feliz a la tarea, porque se puede, entonces quizás quiera entender que esa inclinación del 10% es parte de ese proceso y siga en su bloqueo…

Además a mí (o Antonio Turiel, Pedro Prieto, Jordi Solé, Luis González y otros pocos en España) como científicos divulgadores de los límites biofísicos se nos puede pedir el diagnóstico biofísico, y si es lo único que se nos pide, lo daremos “crudamente”, como sinceramente pensamos que es la realidad, como científico yo no voy a prejuzgar que la gente que me escucha es inmadura o tonta o con facilidad a la histeria, no tenemos porqué ser tan pesimistas (y no lo somos, porque si lo fuéramos dejaríamos en paz a la gente y pasaríamos de acudir a las llamadas de distintos colectivos). Como somos más que científicos, las consecuencias nos preocupan, y buscamos formas de comunicar esa crudeza de forma más útil, sin mucho éxito por ahora pero con cada vez más asentimiento entre la gente más joven. Es por lo que algunos de nosotros hemos ido devorando lecturas más allá de lo físico, pasando a lo ecológico, a lo sociológico, a lo antropológico e incluso a la espiritualidad y su papel.  Algunos hemos absorbido la extensísima experiencia de precursores como Naess del siglo XX (quien decía que el tema es urgente y del día a día pero que las soluciones no se encontrarán hasta el siglo XXII o más allá).

Mi experiencia sociológica/psicológica/histórica/antropológica es que nuestra cultura es incapaz de evitar el choque (no lo ha sido) a pesar de visualizar con tiempo el mismo en experimentos de sociedades mucho más simples y fáciles desde el punto de vista de los límites biofísicos, y en los que la libertad de organización social es completamente abierta (véase el experimento Ecology: http://crashoil.blogspot.com.es/2012/09/juegos-de-la-naturaleza.html).

Mi experiencia es que nuestros jóvenes siempre pasan por un cierto colapso/decrecimiento porque funcionan desde esquemas culturales como el actual (¡endoculturizados ya con 18-25 años!), con decrecimiento de la población  por sobrepasamiento de límites biofísicos, incluso con pérdidas de saberes tecnológicos. En alguna ocasión han llegado sin pretenderlo a escenarios tipo Mad Max (del orden del 20% de las sociedades que generaron) e incluso a la extinción humana (del orden del 10%) y solo en una ocasión (del orden del 5%), con gente que mayoritariamente estaba ya instalada previamente en una cultura “frugal, ecologista y solidaria” antes de divisar el iceberg (de hecho no lo divisaron porque evitaron esas aguas) consiguieron una sociedad perdurable; no sin problemas y conflictos, pero menores y de otra índole, asociados más a falta de coordinación.  Ese grupo no iba montando en el Titanic, los otros, aproximadamente 20, sí.

Y todos esos casos los experimentaron simultáneamente con advertencias (en mis clases) de la posibilidad del colapso (en los primeros experimentos) o de la inevitabilidad del mismo (en los últimos experimentos); el experimento dura meses durante un cuatrimestre académico o dos. Mis anuncios de colapso en las clases teóricas nunca bloquean cuando el colapso lo van experimentando en el juego, al revés, sirven para encajar mejor y encontrar mejor y más rápido las soluciones (aunque algunos piensan que el mundo no va a encontrar soluciones como ellos porque es mucho más complejo). Mis alumnos no son más resilientes tras el juego, pero lo serán, espero, cuando no les quede más remedio porque tendrán menos disonancia cognitiva cuando sus circunstancias les obliguen a actuar.

Mi juego Ecology abre un paradigma experimental comunicativo que no he encontrado en ningún otro “experimento” porque parte de un esquema mental diferente (y un diagnóstico diferente); de hecho, ya sé que los alumnos van a colapsar en mayor o menor grado antes de empezar el juego, por la estadística de la historia de 20 juegos y porque casi siempre se repite desde nuestra cultura, no porque no existan soluciones al problema de límites biofísicos, sino por sus barreras culturales y cómo enfrentan esos límites. En cambio, si les comunicas que nuestro mundo con “tecnologías verdes” esperanzadoras puede evitar el colapso, entonces tardan más en resolver su colapso. No es hasta experimentar el colapso cuando encuentran soluciones tipo las propuestas “frugales” de Eduardo y las que proponemos todos, claro que sí, ir a los botes salvavidas coordinados, cooperando. Pero como no es hasta esa consciencia del hundimiento cuando empiezan las cosas a funcionar, unos minutos en el Titanic de sufrimiento y dolor y muerte hasta el bote salvavidas (aunque ya había gente hacinada pasándolo mal en tercera clase), unas generaciones humanas en el caso de nuestra Civilización. Fíjense en el optimismo y solidaridad necesarios: en el Titanic luchaban por su bienestar y vidas futuras. Afirmar que el Titanic es la Civilización es luchar, ahora y rápidamente, por el bienestar y las vidas, ni siquiera de mis hijos y nietos, si no por las vidas de los nietos de mis nietos sabiendo que mis hijos y nietos van a luchar por su vida y por el bienestar de sus bisnietos y nietos. Es por lo que algunos ya estamos instalados en propuestas filosófico-espirituales.

Lo interesante del experimento antropológico Ecology es que siempre, siempre, encuentran una solución (al menos teórica para los que llegan a la extinción en el juego) que pasa por transformar su comportamiento social. Aprenden que tras varias generaciones humanas, pueden conseguir sociedades/culturas sostenibles (además aprenden a coordinarse y a cooperar, las dos herramientas, por cierto, que usan los ecosistemas y la misma Gaia para haber permanecido y evolucionado durante 3500 millones de años). Como se puede entender, eso me hace optimista. Solo necesitamos que perdure una mínima moral solidaria/ecológica hacia las generaciones presentes y futuras, el resto lo harán ellas.

En todo caso, este debate no es tan importante, porque al 1% de ese 1% (los que con contundencia afirmamos que ya nos estamos hundiendo), somos aún irrelevantes; aunque, cada vez menos, porque muchas partes del Titanic se van acercando a esos 10º de inclinación y algunas ya están hundidas.

Todo se realimenta. Esperemos que dar el diagnóstico del hundimiento lo haga positivamente.

Carlos de Castro




Sobre cómo cambian las sociedades
(Respuesta de Luis González Reyes)
Creo que un elemento central que motiva al grupo de Eduardo a abrir este pequeño intercambio es la búsqueda de espacios de esperanza en el colapso de la civilización industrial que permitan articularse a la población desde perspectivas emancipadoras. Así lo entiendo cuando hace afirmaciones como estas:
Mi postura es que no debemos esperar a que la cosa evolucione poco a poco hasta un feliz siglo XXII, sino que debemos construir desde ya lo utópico.
Los datos de investigación nos indican que el cambio solo es posible posibilitando transiciones graduales y progresivas desde el pensamiento predominante hacia formas alternativas que incrementen la resiliencia de la población. Y que siendo importante aportar los argumentos termodinámicos y ecológicos que ayudan a comprender el decrecimiento y posible colapso civilizatorio, también es esencial insistir en la idea de que tenemos opciones organizativas (sociales) para minimizar las consecuencias del choque (en definitiva, la esperanza como componente emotivo esencial para que se produzca un cambio de mentalidades).
que ante los límites biofísicos hay que cambiar de modelo social, y segundo, que es posible (y ya hay referentes) construir nuevos modelos organizativos más resilientes. Es decir, la ciudadanía debe conocer tanto los riesgos como las alternativas que ya están experimentándose.
Comparto plenamente su análisis y creo que esta esperanza que motive a actuar en el aquí y el ahora es central. Pero en mi opinión la mayor o menor complejidad de nuestras sociedades en el futuro cumple un papel bastante secundario en las motivaciones de las personas a actuar. La esperanza se alimenta con proyecciones de sociedades más felices o más resilientes (seguras).
En este debate, una pregunta determinante es ¿qué nos mueve a las personas? Entro en ella. En general, la búsqueda de la satisfacción de las necesidades entendidas no solo como carencia, sino también como potencialidad. Max-Neef defiende que los seres humanos tienen nueve necesidades básicas no jerarquizadas que no cambian a lo largo del tiempo ni en las distintas culturas: supervivencia, identidad, protección, afecto, entendimiento, creación, participación, ocio y libertad. Las necesidades se pueden analizar tanto en un plano individual como colectivo, es decir, que las tienen las personas y también las sociedades, entendiendo estas como un ente distinto a los individuos (son más que la suma de estos). Este segundo aspecto, el colectivo, es el clave, pues los cambios sociales no son por trabajos individuales, sino por trabajos sinérgicos de muchas personas. Por lo tanto, la cuestión sería ¿qué nos mueve para ponernos en acción colectiva?
Las emociones y los sentimientos provendrían de la gestión de las necesidades: miedo (falta de seguridad), amor (cobertura de la necesidad de afecto) o curiosidad (falta de entendimiento). Aunque obviamente esto puede ser mucho más complejo y la conformación de las emociones proviene de la interacción dinámica de múltiples necesidades. De este modo, la felicidad, que podría definirse como el objetivo de muchas personas, sería un sentimiento fruto de un compendio de necesidades bien abordadas. Se relaciona con la necesidad de participación y de identidad (en concreto, con percibirse como alguien bondadoso/a); con el bienestar, que tiene que ver con la supervivencia, la protección, la participación, el afecto y el entendimiento; y con la capacidad de elección, relacionada con la libertad y el ocio. En este plano, la esperanza a la que alude Eduardo es fundamental.
Muchas veces, las necesidades permanecen en un plano inconsciente y son las emociones las que parece que guían la acción de forma autónoma. Es más, la conexión entre necesidades y emociones no es obvia en muchas ocasiones ni para las personas ni para las sociedades. Así, la forma de gestionar las emociones puede ir incluso en contra de la satisfacción de la necesidad que las generó.
Uno de los elementos que determina la forma de dar salida a los sentimientos y necesidades es el sistema de valores de las personas. Así, tanto el altruismo como el egoísmo serían satisfactores de necesidades favorecidos por determinados contextos sociales. Como lo que moviliza (o genera apatía) son las necesidades que generan emociones, las personas suelen cambiar sus actos antes que los valores. El cambio en las prácticas es el que activa el cambio en los valores, más que a la inversa. Es más, si el cambio hacia una sociedad ecomunitaria se da solo en el plano de los discursos, como apunta Eduardo, será impotente, pues la única práctica que seguirá teniendo sentido será la dominadora, que será la que seguirá conformando la sociedad. Por ello, la práctica concreta va a ser un aglutinante social más importante que la ideología, aunque el cambio de valores también sea imprescindible en la evolución social (no habrá cambio social sin cambio de “dioses”). Así, las experiencias concretas son básicas, no solo por ser semillas de otros formatos sociales, sino sobre todo por las transformaciones que producen en las personas y porque sin ellas el cambio social, simplemente, es imposible.
La razón no sería el motor principal del cambio (serían las necesidades que producen emociones), ni el filtro que condiciona cómo actúen las personas (serían los valores), sino la herramienta clave que se usaría a partir del empuje. La información normalmente no es algo que mueva a actuar, pero sí es fundamental para una actuación que responda con eficiencia a las emociones y las necesidades de acuerdo con el marco de valores. Cuando no se cuenta con una buena información, las posibilidades de actuar con éxito son muy reducidas: se podrá dar salida a las emociones impidiendo cubrir las necesidades que las causaron, o se podrá no ponderar adecuadamente las distintas causas de los problemas y, con ello, las estrategias para solucionarlos.
La función de la razón no es solo la eficiencia, sino también hacer casar actos con valores cuando no encajan. La razón consigue cerrar el hueco de esa “disonancia cognitiva” a través de artificios que incluyen negar la realidad que no se quiere ver porque no se ajusta a los esquemas personales (si no lo creo no lo veo), “matar al mensajero/a”, minimizar los efectos negativos, sobrevalorar lo positivo o una memoria selectiva. Pero, por supuesto, también cierra el hueco a través de trazar cambios que lleven a ajustar necesidades, emociones y valores, es decir, que la “disonancia cognitiva” puede ser un estímulo hacia la movilización.
Esta separación entre emoción y razón es ficticia, ya que ambas no son desligables entre sí. No se piensa o se siente, sino que se siente pensando y se piensa sintiendo como dice Damasio. De hecho, la interrelación es complicada, pues muchas veces los pensamientos producen emociones que tienen que ver con necesidades. Así mismo, los valores tampoco son un ente separado de las emociones.
En el entramado que mueve a las personas hay que considerar otro factor: el entorno, el contexto, que determina los límites de lo posible desde una perspectiva social y ambiental. Hay cambios sociales que se acoplan a los límites que marca el contexto, y otros que hacen lo contrario y los rompen o desplazan, ofreciendo nuevas potencialidades. En realidad, cualquier proceso de cambio social tiene ambos componentes. En general, cuanta mayor maleabilidad del contexto o de las sociedades, mayor potencialidad de cambio y de que este sea más progresivo. Las sociedades muy confinadas suelen evolucionar de manera explosiva una vez que consiguen modificar sus entornos.
El contexto en el que se desenvuelvan las sociedades humanas cambiará a causa de factores externos (crisis ambiental) e internos (sistemas económicos y políticos, tipos y tamaños de las agrupaciones, formas de habitar). Los factores externos cada vez estarán menos al albur de lo que hagan los seres humanos y serán cada vez más restrictivos conforme progrese la crisis ambiental. Pero los internos seguirán estando sujetos a las decisiones humanas, que determinarán qué satisfactores se pongan en marcha, qué emociones predominen y qué sistemas de valores se impongan. No habrá cambio en estos elementos sin cambio en el contexto y viceversa. Las sociedades, además de querer hacer, tienen que poder hacer.
De este modo, mi tesis del cambio social es que el entorno y los valores forman un marco de juego que los movimientos sociales y las élites son capaces de modificar a través de actos concretos que respondan a las necesidades y las emociones. Para escoger las acciones más adecuadas y hacerlas eficientes, el raciocinio es fundamental. Si se conjugan todos los factores, los actos tendrán sentido. Solo cuando surge este sentido se integra el sistema de valores con las emociones, los actos con el pensamiento, se pasa de hacer las cosas porque “se deben hacer” a realizarlas porque “se quiere”. Lo que tiene sentido es lo que pone más en marcha y lo hace de forma más continuada en el tiempo. Esta percepción compartida del sentido de los actos fue lo que permitió la cohesión como movimiento del proletariado, del feminismo, del pacifismo o del ecologismo.

Sobre la complejidad
Creo que el debate central que tenemos que abordar es el anterior. En todo caso, hago algunos apuntes rápidos sobre el tema de la complejidad. En primer lugar, Eduardo suma un quinto criterio a los cuatro que yo proponía:
Aceptando estos cuatro criterios yo añadiría, por su interés en un momento de decrecimiento/colapso, un quinto criterio “transversal”: el grado de resiliencia (y la eficiencia energética asociada) entendida aquí cómo la capacidad de un sistema social para autoperpetuarse y mantener un cierto equilibrio al enfrentar una fuerte perturbación (en nuestro caso el choque con los límites biofísicos).
Pero yo creo que ese no es un criterio de complejidad. La capacidad de resistir ante distintos desafíos no es un indicador de sistemas complejos. Es más, personas como Holling sostienen que son contrapuestos y que los sistemas más complejos son menos resilientes. Por ejemplo, un sistema con muchos nodos generalistas (poco especializados) y por ello poco complejo tendría una mayor capacidad de adaptación a una variación ambiental que otro en el que los nodos estén muy especializados. Es cierto que esto se puede mirar con otros indicadores. Así, un sistema con una alta interconexión (más complejo por ello) tendría una alta resiliencia por una parte (por ejemplo, podría transportar alimentos a los nodos donde se produjese una carencia), pero también una mayor vulnerabilidad por otra (las desestabilizaciones en un nodo podrían correr por toda la red, sobre todo si es un nodo central). En realidad, Eduardo dice algo muy parecido a lo que acabo de exponer en lo referente a la resiliencia cuando afirma que:
lo que mejor define una red no es el número de conexiones sino el tipo de interacciones que la organizan. Esta cuestión es clave desde la perspectiva de la resiliencia de ambos sistemas. Pensemos en una organización social piramidal (jerarquizada) y en una organización social en redes locales interconectadas y coordinadas. En la primera, la eliminación de un nodo puede significar la desorganización del conjunto (dada su verticalidad y las relacionen en cadena lineal). En la segunda, la eliminación de un nodo lo que lleva es a una reorganización de la red (por el predominio de la componente horizontal) que no supone poner en peligro su autoperpetucación.
Así, yo no metería la resiliencia como un indicador de complejidad, sino como un elemento a perseguir socialmente más importante que la complejidad.
También separaría la eficiencia de la complejidad, pues creo que es un indicador distinto y que necesita ser concretado. Creo que la eficiencia es un indicador confuso, pues puede ser alta para unos fines y baja para otros, dependerá para lo que esté diseñada la estructura. Ya argumenté que creo que el capitalismo es tremendamente eficiente en la utilización de material y energía para conseguir la reproducción ampliada del capital, lo que ha aumentado su complejidad y disminuido su resiliencia hasta el extremo. A la vez, un cerezo produce cientos de cerezas todos los años y, de todas ellas, solo una con suerte se convertirá en un nuevo cerezo. No podríamos decir que el cerezo sea muy eficiente en su uso de materia y energía desde esa perspectiva. Lo que sí podríamos decir es que está perfectamente adaptado al cierre de ciclos. Desde ahí, hace que todo el ecosistema sea más resiliente y también más eficiente en el uso de materia y energía. Pero esta eficiencia, a diferencia de la capitalista, consigue gastar poca materia y energía. De este modo, tenemos dos sistemas macro (capitalismo y ecosistema del cerezo) complejos y eficientes (de modo muy distinto), pero con resiliencias muy diferentes. Por eso yo no usaría la eficiencia como indicador de complejidad.
Esto me lleva a un tercer elemento que señala Eduardo. Subraya que parte de los análisis que lanzamos Carlos, él y yo están articulados sobre planos distintos y tiene razón. Él lo hace más sobre uno micro y yo de uno macro. Por eso, son ciertos a la vez los ejemplos de la agricultura industrial y la permacultural, y la visión general de que nuestro sistema social es muy complejo y que lo que tenemos por delante es un camino de simplificación. Es decir, que comparto esto que afirma:
creo que habría que relativizar ideas como el enunciado: las comunidades organizadas según los criterios de la permacultura son menos complejas que las comunidades sociales actuales piramidales y basadas en la dominación.
Pero al tiempo sostengo que lo que tenemos por delante es una senda de simplificación social vista desde una perspectiva macro (como macro es nuestro sistema globalizado). Y lo hago porque considero que Eduardo en ocasiones fuerza el uso de los indicadores que propongo para que den el resultado que busca (que no es necesaria una simplificación de la organización social). Creo que el ejemplo más claro de este forzamiento es cuando sostiene:
Analicemos el tercer factor: la especialización de los nodos (diversidad). Aquí, de nuevo, caben dos interpretaciones (que se corresponden con los dos modelos comunitarios antes mostrados). La primera es que la diversidad se corresponde con la especialización de cada nodo en un aspecto concreto de la actividad humana (en definitiva, un  mundo dividido entre expertos competentes que saben y deciden y novatos incompetentes que no saben ni deciden). La otra interpretación, es la de la polivalencia. Es decir, se trataría de potenciar al máximo la diversidad de capacidades que cada nodo pueda desarrollar. Evidentemente, en caso de colapso el primer modelo es mucho menos resiliente que el segundo. Y desde mi perspectiva, menos complejo.
La polivalencia es el paradigma de la inespecialización, no puede ser un indicador de un sistema más complejo, porque es justo lo contrario. Otra cosa distinta es que sea un indicador de una sociedad más deseable o más resiliente.
Pongo otro más. Eduardo afirma que:
pensamiento simplificador que nos describe en sus trabajos Edgar Morin. Es decir, un pensamiento caracterizado por la atomización del conocimiento, la falta de coherencia interna en los sistemas de ideas, el reduccionismo, las visiones parciales y centradas en lo concreto y evidente, etc. En conclusión: hay pocos nodos porque no hay redes bien organizadas.
Esto es cierto probablemente desde la perspectiva micro, pero si lo miramos desde una mirada macro, desde el conjunto social globalizado, ¿realmente nuestro sistema es simplificador con los tremendos avances científicos y la capacidad de entender la realidad que han permitido? Además, para verlo en trayectoria histórica, algo importante para vislumbrar el futuro, incluso desde una perspectiva micro (personal) ¿es nuestro pensamiento es más simplificador que en otros momentos de la historia? No lo tengo claro, pero me lanzaría a decir que, en término medio, no.
Un matiz final, cuando Eduardo afirma que:
Lo que he pretendido expresar en mi artículo, no sé si con acierto, siguiendo el camino trazado por Edgar Morin o por ecólogos como Margalef, que es quién afirma que el sistema se ordena de una determinada forma, de manera que, aunque la energía fluye (y pierde “calidad”), nos quedan estructuras que van a condicionar el uso posterior de ese flujo de energía (enunciado asumido por la ecología actual y que rechaza Luis a pesar de que Margalef en su frase no niega en ningún momento que un ecosistema es un sistema complejo en un estado de equilibrio “inestable” que necesita de un continuo flujo de energía para reorganizarse), es que hay que relativizar el papel de los recursos en el tema del decrecimiento, pues las relaciones biocenosis-biotopo (aquí incluyo materia y energía) no son relaciones de causalidad lineal sino que son interacciones (y eso es un consenso científico en la ecología actual), que la organización (más o menos compleja) es un factor clave en el uso de la energía disponible y que, dentro de las posibilidades energéticas de un mundo en decrecimiento, hay margen de maniobra para intentar (¿no es ese nuestro interés básico?) que sobreviva la mayor parte de la población, aspectos sobre los que entraré a continuación.
Lo que yo subrayé es esa necesidad de flujo constante. Tras un flujo de energía queda una máquina o unas relaciones en un ecosistema. Pero para que eso se exprese hace falta la energía. Por supuesto que no es irrelevante qué estructura quede, entre otras cosas por si demanda más o menos energía para su funcionamiento y con ello permite sociedades en la que sobrevivan más personas (y seres vivos) y lo hagan con mayor democracia y justicia. Lo único que señalo es que, a más complejidad, más energía requerida para sostener el sistema. Desde esa mirada, igual lo más deseable para la resiliencia sean sociedades más simples, no más complejas.

Luis González Reyes
 

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