miércoles, 9 de enero de 2019

Reseña de "Iv"


7 años después de la publicación de "El Oráculo de Gaia", Erawan Aerlín (pseudónimo de una persona muy conocida en el ámbito de la crisis energética y ambiental) nos ofrece una nueva novela, "Iv", que es en cierto modo su continuación. Y ciertamente hay una lógica que conecta ambos libros, a pesar de sus enormes diferencias estilísticas, narrativas y cronológicas. Así, si "El Oráculo de Gaia" era un libro cronológicamente circular que no se podía ubicar en un tiempo concreto aunque daba vueltas en el entorno cercano del colapso de nuestra civilización industrial, "Iv" es una novela completamente lineal y mucho más estándar, con un claro inicio y final de su acción principal, y además en un tiempo muy distante del momento actual. Si "El Oráculo de Gaia" tenía algo de libro sagrado de una nueva religión gaiana (podría bien ser la nueva biblia de un tal credo), en el caso de "Iv" se trata de una novela de acción (mucha más acción que "El Oráculo") que en realidad viste un ensayo muy profundo sobre la trascendencia ecosistémicas y supraecosistémicas de la acción no ya del ser humano, sino de todos los seres vivos (y en el cual la acción humana se va volviendo en realidad cada vez más irrelevante con el paso del tiempo). Pero ambos libros conectan un único discurso: el desarrollo de la idea de Gaia como supraorganismo, yendo mucho más allá de la idea original de Lovelock y abriendo un marco conceptual extraordinariamente profuso. 

Un aspecto muy destacable de "Iv" es que explora aquello que John Michael Greer llama "el futuro profundo". Y es que el marco temporal en el que se mueve dista muchos siglos, algo más de un milenio, del momento presente. Érawan no está interesada en la recreación morbosa de nuestro colapso; de hecho, no hay referencias explícitas a ese momento en todo el libro, puesto que siempre se habla de "antes" o de "después", pero nunca del "durante". Este libro escapa de la ciencia ficción más simplista, del futuro cercano, para mostrarnos un mundo que está comenzando a recuperarse (tan solo comenzando a recuperarse) del cataclismo global que supuso la civilización industrial, la cual de esta manera se mantiene en un plano de igualdad (a mi entender, bastante acertado) al de otros eventos catastróficos que marcaron el devenir del planeta, como la extinción cámbrica o la de los dinosaurios.

Y a pesar de que la acción la desarrollan principalmente los descendientes del Homo Sapiens, la recuperación que nos explica este libro no es la de la civilización humana, sino la de Gaia, entidad que trasciende y que de hecho da sentido a la vida de todas las especies que la componen, la humana incluida. Y es que a medida que se desarrolla la acción se va percibiendo de una manera cada vez más clara que la verdadera importancia del ser humano es mucho menor, y mucho más accesoria, de la que él mismo se atribuye. No quiere esto decir que la humanidad (así, en minúscula) no tenga un papel relevante para Gaia, pero lo tiene en similitud y no más importancia que muchas otras especies, también instrumentales en el plan de Gaia de expandir la vida por el Universo. Por ese motivo, este libro supone una fuerte humillación para los tecnooptimistas que han comprado la idea del Homo Deus: ad astra, sí, pero no por nuestra mano sino más bien a pesar de nuestra impericia, y desde luego sin que nosotros seamos los pilotos.

La complejidad y el alcance de algunas ideas que la autora difunde con la excusa de la novela pasarán desapercibidas a muchos lectores en una primera lectura del libro, y sin embargo todas ellas encajan con una lógica implacable en el devenir de los acontecimientos, con lo que probablemente dejarán un poso en los que lean este libro y una preparación para una discusión más profunda de las numerosísimas cuestiones que se comentan casi de pasada.

Por ese motivo, la trama de la novela está realmente supeditada al objetivo de la difusión conceptual, a la vertiente ensayística de este trabajo. Para poder darle fluidez a la presentación de esos argumentos, a un ritmo que si uno percibe todos los detalles es endiablado, Érawan introduce un tipo de personaje, la Sacerdotisa, que es en muchos sentidos un superhumano. El hecho de que sea una supermujer permite alejarse de algunos paradigmas nietzschesianos ya demasiado manoseados, y así la supermujer lo es también por su extremado amor y piedad. Es a través de la sacerdotisa (porque, aunque parezca lo contrario, en el fondo solo hay una) y de su constante adoctrinamiento de los demás personajes que se puede dar salida a toda la carga conceptual. Las características tan supranaturales de la sacerdotisa y su uso y abuso como vehículo ensayístico hace que este personaje tenga trazos más planos que el resto de personajes. También es cierto que tampoco es una preocupación central de la autora el dotar de demasiada perfilación psicológica a sus otros personajes, porque el objetivo de la novela es otro, pero la simplificación de carácter es extrema en el caso de esa sacerdotisa prácticamente omnisciente y en equilibrio gaiano. Este aspecto le resta, a mi entender, valor literario al conjunto, aunque el libro debería antes tomarse por lo que es, un ensayo sobre Gaia desde una perspectiva verdaderamente gaiana y no humana - justamente desde esa perspectiva, las pequeñas miserias y pequeños triunfos humanos son demasiado irrelevantes para entretenerse con ellos, habiendo asuntos de más enjundia por dilucidar.

Hace años que sigo el trabajo de la persona que ha escrito este libro, y habiendo visto algunas charlas suyas y leído estos dos libros creo que su pensamiento ha llegado a un grado de madurez intelectual que merecería que escribiera un tratado científico de buena extensión desarrollando todas las ideas que nos ha dejado vislumbrar hasta ahora. Quizá ese tratado sería la base de un nuevo pensamiento gaiano que pueda influir en las futuras generaciones.





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