Acabé mi charla como a menudo me pasa, sobre todo cuando el ambiente es demasiado formal, demasiado correcto: con las típicas frases que enfatizan la urgencia y la necesidad de la reacción, y con un llamamiento a no salir de aquella sala y dejar las cuestiones allí suscitadas aparcadas, con las típicas auto-excusas "Sí, es cierto, es grave, pero ahora tengo que ir a casa, y mañana al trabajo y luego...". La gente aplaudió cuando por fin les agradecí su atención, y me hicieron muchas preguntas, muy interesantes todas, que yo respondí prolijamente. Después un pequeño acto más y luego rápidamente debíamos marchar, ya era tarde, tenían que cerrar la sala, el edificio, la discusión... Yo me volví pronto al hotel; tenía mucho trabajo para el día siguiente, para la semana siguiente, para el mes siguiente... Al volver a la habitación me conecté a la wifi, que no era muy rápida: no era lo suficientemente rápida para todo lo que necesitaba descargar, enviar, leer, revisar... Consulté mi agenda con múltiples calendarios en colores diferentes: uno para las cosas de casa, otro para las del trabajo, otro para las charlas, otra para las reuniones, otro para los aniversarios y las fiestas... Una ventana emergente me recordó que tenía cinco tareas urgentes que tenía que atender sin demora, pero di al botón de posponer cuatro, hice la quinta y me programé dos más. Terminé lo urgente y dejé lo importante para el día siguiente; quería dormir por lo menos las cinco horas que mediaban entre apagar el portátil y apagar la alarma de mi despertador.
"A todos nos gusta volar". Esa publicidad que no anuncia nada, que sirve para cubrir el vacío de los aparadores sin publicidad de los aeropuertos, me irrita cada vez más. Me paso horas muertas en el aeropuerto de El Prat (¿cuántas sólo en el último mes?), mirando los carteles, la gente, los paneles informativos, buscando los pocos enchufes lo suficientemente bien situados para que pueda conectar discretamente mi portátil y seguir trabajando un rato más. Yo estoy harto de volar, estoy harto de viajar a ciudades preciosas que nunca visito ni visitaré y cuya gente no conozco ni conoceré, yendo del hotel a la reunión o acto y de allí al hotel, si hay suerte conociendo en el camino algún restaurante o tasca local con encanto. Mi cabeza está siempre en las mil tareas urgentes, perentorias, que dejo pendientes por estar ocupándome de otra cosa, y ansío poder volver a mis asuntos, a mi lucha de cada día, a intentar arreglar tantos y tantos problemas... Y mi corazón está también a cientos cuando no miles de quilómetros de distancia, con aquellos a los que amo y me aman, aquellos que añoro y me añoran. Son sólo mis brazos los que están en aquella sala pasando las transparencias, sólo mi lengua la que pronuncia aquellas palabras cada vez en una lengua diferente, sólo mis piernas las que han traído lo que queda de mi cuerpo allí.
Una expresión de fortuna que fue acuñada en un grupo de internet por el que de tanto en tanto paso, "bautómata", designa aquella persona que cree que el BAU siempre se abrirá paso, que todo problema que se presente por complicado que sea siempre será resulto por la mano imperiosa y omnipotente del Mercado, del Estado, de la Ciencia o del demiurgo de preferencia. En el grupo utilizan el término para resumir, para etiquetar, el comportamiento de una persona o colectivo que demuestra un tecnooptismo rayano en la temeridad y una fe inquebrantable en las bondades de nuestro insostenible sistema económico y social. Y aunque es cierto que algunos individuos son tan estereotipados en la defensa de un sistema que creen único, perfecto, inmutable y eterno, no es menos cierto que todos tenemos un lado bautomático, más o menos acentuado; todos formamos parte del sistema y necesitamos seguirle un tanto la corriente para simplemente no ser expulsados de él. Todos los que podemos tenemos un trabajo convencional, deudas convencionales, familias más o menos convencionales, vamos al supermercado o la panadería, compramos ropa, nos cortamos el pelo, pagamos con tarjeta y compramos regalos por Navidad y por los cumpleaños; y las personas cada vez más numerosas, canallescamente excluidas de nuestro sistema, que no pueden hacer estos actos que en realidad son extraordinarios pero que consideramos sencillos y cotidianos, sueñan con poder realizarlos. Con nuestra aquiescencia tácita, con nuestro consentimiento automático, mantenemos y reforzamos este sistema.
Ser consciente de los propios bautomatismos implica ser crítico con ellos, y ser crítico implica, por coherencia interna, irlos abandonando, aunque sea poco a poco, aunque sea progresivamente. No nos tenemos que autoflagelar: hacemos lo que podemos; pero sin embargo debemos conscientemente adoptar modos de vida más sencillos, humanos y coherentes. Y ésa es una tarea propia que cada uno tenemos que hacer, sin delegar, personalmente. Ésa es una tarea que, por coherencia, yo mismo tengo que hacer. Y de eso hablaré en mi próximo post.
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