viernes, 8 de mayo de 2015

El oil crash a escala humana (III)



Queridos lectores,

Continuamos con la tercera parte del ensayo de Parroquiano sobre la dimensión humana del oil crash.

Salu2,
AMT

El crash oil a escala humana. III

La honestidad es en su mayor parte menos rentable que la deshonestidad. Para seguir adelante, me permitiré hacer algunos supuestos simplificados de como creo ha sido el desarrollo del hombre, en razón de la disposición de energía.

a) En esencia, la mejora en las condiciones materiales de vida del hombre se han incrementado, en la misma medida en que se ha incrementado el excedente energético que le permite acceder a esas mejoras. Lo anterior, porque se generan nuevos mecanismos para satisfacer las necesidades humanas, como porque se  masifican los mecanismos de satisfacción creados, a niveles superlativos. Dicho de otro modo, el desarrollo civilizador, con crecientes niveles de energía, será siempre más y mejor.

b) Esas mejoras en las condiciones humanas y su evolución histórica, tienen una doble perspectiva. Dos canales de consecuencias. Una de ellas es evidente, se produce una mejora material y concreta en las condiciones de vida del ser humano; la otra consecuencia (no exenta de discusión, si directa o indirecta, anterior o posterior a la mejoras materiales, definidora o definida) es el desarrollo moral y ético de la humanidad (simplemente, para puntualizar, la ética refiere a las normas de conducta de una sociedad, la moral refiere a las normas de conducta de una persona). En concordancia con lo expresado (y que ciertamente puede ser discutido) pongo por modelo este ejemplo sencillo: si los excedentes energéticos han permitido que, cada vez, un número mayor de personas no sufran hambre (por tanto la mejora en concreto, en lo material, es la satisfacción de una necesidad) su correlativo lógico espiritual ha sido la solidaridad. No están directamente unidas ( si le hemos de dar una chance al hombre no debieran estarlo) y cualquiera podría argumentar que hombres solidarios ha habido en todas las épocas y latitudes; pero no es menos cierto que, desde la mirada de hombres comunes y no santos, es más sencillo compartir y ser solidario cuando se tiene más que menos. Asimismo, en un ejemplo más sociológico, las conquistas sociales- al menos teóricas- de los defensores de los animales, la ecología o a las minorías sexuales, han sido precedida por conquistas más importantes (aunque, a veces, no menos teóricas), necesarias y cercanas a las necesidades cotidianas, derecho de los trabajadores, libertad de culto, habeas corpus. El desarrollo del cuerpo y del espíritu sigue la línea casi gravitacional que para alcanzar lo superior necesariamente se ha debido alcanzar lo inferior. Esa directriz, históricamente nunca puesta a prueba, es la que nos propone como hipótesis confortable, cómoda y absolutamente cierta de que jamás retrocederemos en nuestro andar civilizador.

Luego, damos por hecho la interiorización, indubitada y absoluta, de los derechos arrancados a la barbarie, la brutalidad o el oscurantismo; tan seguros estamos de la consistencia de esas expresiones de dignidad humana social e individual, que por ningún momento se duda  que, dichas conquistas, puedan ser más débiles o febles de lo que, a la luz de lo aparente, estimamos. Por de pronto, históricamente, la sociedad occidental, particularmente desde la generación de nuestros padres o abuelos,  no ha tenido la oportunidad de responder a esta sencilla pregunta: ¿cuánta solidaridad habrá el día que campee el hambre?... en esa pregunta simplificada está el dilema al que nosotros o nuestros hijos y toda la generación del Crash oil se enfrentará. Si estamos de acuerdo en que el hambre vendrá (llámenla escasez, peste o piojos, llámenla austeridad o  exclusión, llámenla como quieran) lo único que queda por resolver es si el salto civilizador que hemos dado es firme y nos aleja, a todo evento, del peligro de desandar el camino o si, simplemente, las cavernas torvas nunca estuvieron demasiado lejos y solo esperan pacientes el regreso de sus hijos pródigos.

c) Que, el aumento de energía disponible y esas mejoras cuantitativas y cualitativas se han extendido históricamente de la misma manera en que se llena una pirámide de copas de champagne, solo en la medida en que se ha dispuesto de mayores volúmenes de champaña (las distintas manifestaciones de la energía) ha sido posible ir llenando desde los pisos superiores a los pisos inferiores de la pirámide.

Ej: En el tiempo de los faraones solo los nobles y sacerdotes podían permitirse ser abanicados por esclavas (o esclavos) de Nubia…hoy todos tenemos un aire acondicionado en casa ( o al menos la opción de acceder a él); algo más moderno si hace 50 años los viajes en avión estaban prohibidos para las masas  ( de ahí esa elite llamada Jet set), hoy cualquier hijo de vecino puede cruzar el globo en un viaje de vacaciones

d) Que, en la medida en que la copa (familia, comunidad, grupo social) está más cerca de la base de la pirámide, su conducto de filtrado (gasto de energía) está más cerca del tallo (entendiendo por tallo las necesidades básicas de cada persona) y por lo tanto su capacidad de retención de champagne (esto es, poder ocupar energía vacante en otras cosas) es menor. Inversamente, las copas superiores tienen sobreabundancia, las que le siguen están llenas hasta el borde, las de las siguientes filas filtran por un ducto ubicado en el punto superior del cáliz (clase alta) en su parte media (clase media)  en su parte baja (clase baja) al lado del tallo (indigencia y/o miseria).

e) Que, imperceptible al ojo de un tercero, quien observe 7 mil millones de copas desde la distancia, la escasez o perdida de energía (espumante, dinero) y los problemas derivados de ella, puede estimar erróneamente inexistente el problema de escasez, o solo conmensurable matemáticamente. Lo anterior, puede llevar a la falsa sensación de que  “nada está ocurriendo” o permitir, paradójicamente, una visualización de lo macro funcionando como si la energía no menguara, y en algunos casos como si la energía aumentara, cuando ello, si hemos de creer efectivamente en la veracidad del Crash Oíl, no es así;  que esto último, es solo una ilusión de lejanía.

f) Que no obstante lo anterior, el dueño de cada copa (el jefe o jefa de hogar, de cada casa)  sí es capaz de observar como esta se vacía  más o menos rápidamente, o, si se quiere, que la misma se llena con más o menos dificultad.

g)  Que la percepción de ese conocimiento concreto, extendido y multiplicado por millones de copas (casas, familia, comunidades), tiene un efecto real y concreto en la comunidad; atomizado, pero igualmente multiplicado, que define, día por día, nuestro presente y moldea y proyecta nuestro futuro.

h) Que la multiplicación, por cientos de millones, de esa percepción (escasez), la confrontación de ese fenómeno de carencia en el presente (realidad) y la proyección de las consecuencias definiendo el futuro (perspectiva) es la cara concreta y efectiva del Crash oil, de la que participamos, todos nosotros, cada día.

Ahora, acabemos con los eufemismos, ningún ciudadano de a pie, dice “Esta semana cuento con 20.000 unidades de caloría (Cal) para alimentarme; 1000 kilovatios (kwh) para iluminarme, 250 unidades de termia (Th) para calentarme, 300 más de electronvoltio (eV) para mis aparatos eléctricos  y, por último, cuento con 0.5 toneladas equivalentes de petróleo (Tep) para movilizarme”  NO, para saber con cuánta energía contamos para satisfacer nuestras necesidades (y/o deseos) simplemente nos revisamos el bolsillo o la cuenta corriente, así de sencillo, así de brutal, y lo que el ciudadano de a pie no tiene en dinero , no lo tiene en energía. Igualmente, el ejemplo (y lo burdo es parte del mismo) que 90 millones de barriles de hidrocarburos divididos entre 7000 millones de personas da como resultado 0,012 litros diarios por personas y que por lo tanto una disminución esperada del 10 % en los próximos 10 años supondrá que cada persona accederá a 0.010 litros diarios, es válido solo como ejercicio matemático, pero nada más. En la vida real dinero es energía y cuando esta falta, como individuos y como comunidad solo tenemos 3  opciones: a) gestionar y asumir la pérdida o carencia de esa energía o dinero (postura pikolera), b)  crear el delta de energía faltante (de modo general, aunque como veremos no único, trabajando más.  Postura BAU) y c)  simplemente, se lo quitaremos a alguien (chapuza y/o deshonestidad). Luego, el centro moral y la disyuntiva ética que se le plantea hoy el ser humano, como individuo y como comunidad, frente al Crash oil es: si siete mil millones de personas comienzan a observar que la energía con que cuentan para satisfacer sus necesidades (sean estas reales, como el hambre,  o impostadas como ir de vacaciones al Caribe o las playas de Marbella) es menos y (pario la abuela) a repartir entre una mayor cantidad de individuos  ¿qué harán?... ¿Qué hacen?...¿qué están haciendo?

Para contestar recapitulemos, dijimos que para medir el pico de la energía a escala humana, a nivel micro, solo tienes que revisar tu bolsillo o tú cuenta corriente, lo que tienes es la cantidad exacta de energía con la que cuentas, en un momento dado y tiempo determinado, para cubrir tus requerimientos energéticos cualesquiera sean ellos. Y si bien la relación energía dinero es absolutamente salvable y prescindible, más bien poco visible, cuando  100 euros (o dólares o pesos) significan 1 día más de vacaciones, no lo es cuando esos mismos 100 euros significan el pago del alquiler o la comida de la semana. Es entre esos límites que se mueven hoy los miles de millones de personas, al menos del mundo occidental, que buscan su lugar y su identidad en la manida triada de clasificación social… clase alta, clase media y  clase baja. Más allá de las consideraciones éticas de la riqueza y la pobreza, o las supuestas cualidades morales que implican pertenecer a una u otra clase social o económica, o el  querer salir de una o entrar en otra, la verdadera pregunta de cara a la energía menguante es: ¿qué estamos dispuestos a hacer en el camino, para mantener nuestro nivel de vida y, por tanto, retener la cantidad de energía (dinero) necesario para satisfacer dicha pretensión?…. Mejor aún: ¿cómo lo está haciendo hoy la sociedad occidental?, como dije y reitero en esa respuesta está el verdadero rostro del crash oil  a escala humana.

Ahora bien,  permítanme establecer, en relación a este vector y batería energética que es el dinero (vector porque posibilita su trasmisión y batería porque permite su acumulación),  un estándar de ubicuidad de los distintos tipos humanos, que nos servirá para los ejercicios o explicaciones siguientes:

1) Individuos con excedentes energéticos. Categoría que, a su vez se puede subdividir en 2:

1.a) Individuos con excedentes energéticos mayores: aunque en esta categoría, naturalmente, podrían caber muchos especímenes humanos (desde el heredero de una rica familia, pasando por un político, mafioso o un militar, hasta un aprendiz de tirano de algún país tercermundista) desde la perspectiva del planteamiento del problema (energía=dinero)  hablamos de los muy ricos y/o multimillonarios. (Ese 1%)

1.b) Individuos con excedentes energéticos menores: hablo de clase alta o acomodada. Sin tener los recursos del grupo anterior, gozan de una posición energética (pecuniaria) que les permite cubrir cada una de sus necesidades y aún más. Hablamos, por ejemplo, de pequeños o medianos empresarios hechos a sí mismo, algunos representantes de profesiones liberales (médicos, abogados, ingenieros), medianos comerciantes, pequeños latifundistas, corredores de bolsa, gerentes…dejo a ustedes la implementación de la categoría. Eventualmente esta clase o grupo no se diferencia, exteriormente, en nada del grupo anterior (los con excedentes energéticos mayores) van casi a los mismos lados y tiene los mismos gustos, pero mientras que los primeros tienen asegurada casi a todo evento su acceso al excedente, este segundo subgrupo, depende en gran medida de su trabajo y de correr con viento a favor; aunque disfrutan de excedentes energéticos, no podrían asegurar la pertenencia propia ni la de sus hijos a esta categoría.

2) ) Individuos sin excedentes y sin déficit: esta es, claro,  una categoría más bien ideal (un amigo me decía en tono de chanza... viejo, cada vez que tengo plata en el bolsillo, es porque se me olvido pagar una cuenta) y que corresponde a las personas que equilibran lo que gastan y lo que obtienen o los que van asumiendo la perdida en la medida en que esta se produce. En esta categoría deberíamos estar, en teoría, los pikoleros.

3)  Individuos con déficit: categoría que cruza a todas las clases sociales y que nace de la ecuación las necesidades que requiero satisfacer y el flujo energético para concretarlo. Igualmente podemos encontrar el tío que no tiene como parar la olla durante la semana, pasando por la jefa de hogar que se sacrifica colocando a sus hijos en la educación privada buscando asegurarles el futuro, hasta  aquella familia acostumbrada a ir de vacaciones al extranjero y que hará todo lo necesario para volver a hacerlo el siguiente estío (básicamente, todos ellos, a punta de deuda).

Esta es una clasificación objetiva, no refiere necesariamente a la clase social a la que perteneces sino, simplemente a si a) te sobra, b) si estas justo, c) si te falta.  Y aunque pudiéramos pensar que los primeros siempre se encontraran en las clases sociales más alta y los con déficit en las más bajas, ello no necesariamente tiene que ser así; al contrario, aunque muchos individuos de clases media y baja no podrán contarse como individuos con excedentes, los hay (pocos, pero los hay). Pero más acusadamente, es el fenómeno contrario es el que nos debe preocupar, los millones de individuos de clases baja y media, que evidentemente y sin ya vergüenza o pudor (que, por cierto,  no se debe tener) y clase alta, en estos últimos, oculto el fenómeno por las paredes de sus barrios pijos (country, condominios) que se encuentran engrosando, silenciosa pero inclemente la última categoría.

Ahora  bien, establecida la clasificación anterior, voy a realizar el siguiente postulado:

no solo la vanidad, no solo el ansia de dinero, de mejora inmediata y concreta en nuestras condiciones cotidianas de vida, nos llevarían a sostenernos en la categoría en que estamos, y/o intentar pasar a la categoría superior. Sumado a lo anterior, y posiblemente abarcando todas las posibilidades o argumentos vestidos con ropaje de civilidad (quiero un mejor pasar para mis hijos, quiero no preocuparme de mi vejez, quiero acceder a los medios que me procuren mejor salud a mí y mi familia), en el fondo del argumento cotidiano lo que verdaderamente nos mueve es esa pulsión de vida que, comúnmente, llamamos instinto de supervivencia. El mismo que hace 10 mil años atrás llevó a nuestros antepasados a defender una buena cueva o emigrar en busca de mejores pasturas, es el que hoy nos orilla a subir a una categoría superior o  al menos permanecer en la que nos encontramos. Y frente al mandato de ese pulso esencial, en comunidad, particularmente en la comunidad civilizada que malamente somos, solo hay dos formas de actuar:  

a)  con las reglas: que no sé por qué sentido republicano lo llamaré el ciudadano

b) y sin las reglas. Subdistinguiendo:

b.1) el que está dispuesto a saltarse las reglas morales: el chapucero.

b.2) el que está dispuesto a saltarse las reglas legales: el delincuente

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