Queridos lectores,
Uno de los problemas asociados a la alta volatilidad de los precios del petróleo, como discutíamos en el post anterior, es el cortoplacismo con el que se gestiona la inversión en nueva producción, lo cual resulta extraordinariamente peligroso en un momento en el que las fuentes de hidrocarburos líquidos restantes son mucho más caras de explotar (tanto económica como energéticamente) que las que se han explotado históricamente. Precisamente en un momento en el que se tendría que garantizar una inversión más estable en la producción de petróleo, simplemente para compensar la caída natural de los campos más maduros, es cuando se están haciendo los recortes más drásticos, pues los nuevos proyectos son comparativamente más caros y menos rentables. La razón, por supuesto, es que los bajos precios del petróleo actuales hacen que tal inversión sea todavía más ruinosa de lo que lo ha sido estos últimos años. La interpretación economicista clásica (los precios están bajos porque hay exceso de oferta ergo se ha de reducir la oferta) ignora que lo que en realidad ha caído es la demanda porque los precios llevaban bastante altos desde 2011; también, que la caída de la oferta será tan abrupta que pasará por debajo de la demanda y disparará los precios, lo que acabará causando una nueva destrucción de demanda que volverá a hundir los precios y así sucesivamente. Es cuestión de tiempo (esencialmente, de que se sufran varios vaivenes dentro de la espiral de destrucción de oferta - destrucción de demanda en el que ya estamos inmersos) que los líderes políticos y económicos se den cuenta de que no controlar este proceso lo único que hace es agudizar el fenómeno del peak oil, llevando a un descenso más rápido de la energía disponible que el que se debería seguir por razones meramente técnicas y geológicas. Y por ello mismo, en algún momento se decidirán a tomar medidas para contener la caída precipitada.
Si recapitulamos como hemos llegado hasta aquí, nos daremos cuenta de que la apuesta por el fracking ha permitido mantener la oferta de petróleo e incluso hacerla crecer durante los años 2011-2015, pero lo ha hecho a costa de hacer crecer también y de una manera salvaje el endeudamiento de las compañías (ver "La ilógica financiera"), y al mismo tiempo mantener un precio del petróleo demasiado elevado que ha terminado por generar la ola recesiva global que está comenzando en estos momentos. Por ello, esta inversión procíclica ha agravado enormemente los efectos del descenso energético; y si se mantiene este modelo de inversión se continuará profundizándolo. Dado que la energía es el verdadero motor de la economía, es preciso cambiar la estrategia de inversión en la exploración y desarrollo de petróleo, puesto que de otra manera el descenso energético será tan rápido que podría poner en peligro hasta la estabilidad social de nuestra civilización, y por supuesto haría inviable cualquier plan de transición más allá de los combustibles fósiles, sea éste del tipo que sea.
Uno de los mayores peligros asociados a la volatilidad en el precio del petróleo es que los inversores renuncien invertir en proyectos de exploración por temor al riesgo no ya de no tener beneficios sino de que no se recupere la inversión. En la inversión en exploración y desarrollo de petróleo los tiempos de retorno de la inversión (varios años) son lo suficientemente prolongados como para que una inversión a destiempo pueda ser ruinosa, simplemente si se tiene la mala suerte de que los precios se mantengan altos cuando se esté poniendo en marcha el proyecto y que bajen después abruptamente justo en el momento en que empiece la producción. En un momento de alta volatilidad como el actual, al final los inversores percibirán el sector como demasiado arriesgado y dejarán de invertir, agudizando así los problemas arriba mencionados. Así pues, desde la perspectiva de los principales agentes económicos y políticos se acabará concluyendo que es perentorio garantizar un marco de inversión estable para la explotación de petróleo y para ello, como digo, tarde o temprano se tomarán medidas bastante expeditivas.
La medida más inmediata, cuya llegada se anticipa ya, es el rescate de las compañías más grandes si llegan a tener problemas serios. En una reedición de los rescates bancarios de finales de 2008, es bastante probable que un cierto número de compañías petroleras y gasísticas se beneficien de una inyección de dinero público, ya sea porque el Estado entre en el capital de estas empresas, ya sea porque se les conceda créditos blandos avalados por el Estado, ya sea porque el Estado les compre aquellos activos menos rentables (o que no lo son en absoluto). Cuando se implementen estos rescates los Estados estarán básicamente efectuando un proceso de redistribución, en el cual se va a usar el dinero recaudado de todos los ciudadanos para mantener a flote determinadas empresas. Esto tiene varios inconvenientes evidentes. Uno de ellos es que obviamente el proceso no va a tener muy buena prensa, y eso puede incrementar más que sensiblemente el malestar social, con riesgo de estallido en algunos países, mientras que en otros el cambio de mayorías políticas pueden dejar estos rescates en papel mojado, incrementando aún más la incertidumbre y los efectos de la espiral de destrucción de oferta y demanda, es decir, agravando el declive económico. Otro inconveniente de estos rescates es que no es evidente que se vayan a rescatar aquellas empresas más eficientes, sino aquéllas que sean percibidas como "de mayor importancia sistémica" (too big to fail). Eso transmite un mensaje bastante negativo al mercado, dejando claro que se garantiza la inversión en los grandes pero no en los mejores, lo cual tampoco incentiva que se mantengan los mejores activos y en el medio y largo plazo puede provocar caídas de producción más fuertes que las que sobrevendrían de otra manera.
Dado que, como comentamos, parece algo inevitable que haya una cierta transferencia adicional de renta desde los consumidores de petróleo hacia los productores, aunque sólo sea para hacer viable el negocio de producir hidrocarburos líquidos, creo que resultaría mucho más eficaz y mejor percibido que se adopte un sistema internacional de precios regulados.
La idea es simple: en vez de dejar que el precio del petróleo sea fijado (en principio libremente) por el mercado, un organismo internacional acreditado y reconocido por todo el mundo fijaría cuál es el precio adecuado. Tal precio sería revisado, de acuerdo con criterios técnicos, con regularidad (típicamente, unas pocas veces al año).
La principal ventaja de contar con un precio del petróleo regulado (discriminando según los diversos tipos de hidrocarburos líquidos) es que garantiza un entorno seguro y predictible para productores e inversores. De ese modo se evita que la situación de volatilidad creciente destruya muy rápidamente el mercado del petróleo y con él la economía mundial. Además, al asegurar un precio a un nivel adecuado se garantiza que se va a explotar aquello que es económicamente razonable explotar, evitando inflar burbujas como el fracking, cuya falta de rentabilidad sólo se hace evidente cuando se han tirado en ella miles de millones de dólares. Con un precio regulado, la producción de petróleo seguiría una trayectoria predictible, sin variaciones bruscas, y en suma eficiente (desde el punto de vista de la explotación de recursos: un tema diferente es el del impacto ambiental).
La regulación obligatoria del precio del petróleo tiene, posiblemente entre otros, dos inconvenientes evidentes, que ahora discutiré en cierta extensión.
- Por un lado, sin un mecanismo de supervisión adecuado o una aceptación total por la partes, y como se ha visto tantas veces en países que imponen políticas de precios regulados a ciertos productos, el precio regulado tiene cierta propensión al fraude: aquellos consumidores de mayor poder adquisitivo y los sectores industriales de mayor valor añadido (es decir, que ganan más por unidad de energía consumida) podrían pagar más por el petróleo en el mercado negro, detrayendo así cierta cantidad del mercado regulado. Este problema, sin embargo, tendrá un peso cada vez menor en una situación de descenso energético: cada vez habrá menos gente con un poder adquisitivo suficiente para impactar significativamente en el mercado regulado; y por el mismo motivo los diversos sectores industriales se irán redimiensionando a la demanda decreciente hasta que su tamaño relativo responda realmente a su utilidad relativa, de modo que su valor añadido sea virtualmente el mismo (en suma, acabarán consumiendo la misma cantidad de energía por dólar de beneficio).
- Por otro lado, regular el precio implica que, seguramente, éste se va a mantener de manera permanente en un precio relativamente caro (ha de ser lo suficientemente alto como para que los productores se ganen la vida, aunque no tanto como para forzar una caída más rápida de la actividad económica que la marca el propio descenso energético). La carestía de petróleo se acaba trasladando a la carestía de todo, y eso genera malestar social, aunque la evolución más suave en un entorno de precio regulado que con los ciclos de volatilidad actuales hace que este malestar sea más progresivo y haya más posibilidades de adaptarse a él. Por otra parte, en las primeras fases de determinación del precio adecuado se puede encontrar que se necesite racionar (la demanda supera a la oferta) o cerrar explotaciones (la oferta supera a la demanda). Hasta que la experiencia dicte cómo se ha de fijar, esta dificultad de encontrar el precio regulado adecuado (con un mecanismo que es diferente del del libre mercado, ver más abajo) se puede soslayar inicialmente con mecanismos de subasta.
Al margen de los inconvenientes señalados hay otras cuestiones que pueden dificultar o incluso impedir la implantación de un precio regulado para el petróleo. En particular, establecer un mecanismo de precio regulado tiene una cierta dificultad de implementación, que requiere para empezar un gran acuerdo internacional y el establecimiento de una autoridad que todo el mundo respete; en añadidura, es necesaria cierta tarea de supervisión, que tiene un coste asociado. Justamente por el grado de intervención que implica y por los costes de supervisión, intentar establecer un mecanismo de precio regulado en el mercado del petróleo será denunciado como una atrocidad por los que se dicen adalides del libre mercado, particularmente por los practicantes del credo neoliberal. Requerirá un gran esfuerzo de pedagogía hacerles comprender que el mercado de petróleo, una vez llegados al peak oil, no puede ser eficiente y que por tanto no se puede esperar que se autoregule de manera adecuada; incluso peor, dado el carácter imprescindible de la energía y las dificultades que va a tener acceder a ella en una situación de inevitable descenso energético, no regular este acceso es mucho peor que regularlo (ver discusión sobre volatilidad e inversión más arriba). Teniendo en cuenta que los expertos económicos convencionales incluso ahora están negando la importancia del peak oil (y se seguirá negando incluso después de algunos ciclos de volatilidad adicionales), desmontar la tesis de que el libre mercado es el que debe fijar el precio del petróleo llevará bastante tiempo, y es posible que no llegue nunca a producirse hasta que, por la vía de los rescates, la producción, refinado y distribución esté nacionalizada por la vía de facto y se considere el suministro de derivados del petróleo un servicio público sufragado por el Estado.
Con una política de precio regulado del petróleo o estrategia semejante podríamos conseguir que la explotación de lo que nos queda de petróleo sea lo más eficiente posible. Lo cual, básicamente, significa seguir la curva de Hubbert, es decir, un descenso energético relativamente rápido durante las próximas décadas. El problema es que de no hacerlo así los ciclos de volatilidad y la espiral de destrucción oferta-demanda que conlleva conseguirán que la explotación sea mucho más ineficiente; el gráfico que sigue muestra cómo podría ser la producción esperable durante las próximas décadas (el 0 representaría el momento presente, el peak oil) de acuerdo con Hubbert (línea roja) y cómo podría evolucionar en un cierto escenario de volatilidad (línea verde).
Seguir la curva de Hubbert sin duda es una mala trayectoria. El problema es que la alternativa es peor. Un sistema de precios regulados sólo puede ayudar a pilotar una realidad que, se quiera como se quiera, no va a ser fácil. Y si se va a hacer este esfuerzo, lo conveniente sería que sirviera para pone en pie algo que nos vaya a ser útil después.
Salu2,
AMT
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