lunes, 18 de agosto de 2025

Prendedlos

 


Queridos lectores:

No tenía intención de escribir sobre los catastróficos incendios que están asolando varias provincias, y muy particularmente la de mi León natal, porque yo no soy para nada especialista en temas de incendios forestales y porque ya se ha escrito mucho sobre el tema, muy buenos artículos por parte de gente con verdadero conocimiento de la materia. Sin embargo, omitir toda mención a lo que ahora es motivo de gran angustia en España y particularmente en mi patria chica, en un blog como éste dedicado a la pérdida de sostenibilidad de nuestra sociedad, me ha parecido poco apropiado.

Pero, como digo, al no ser experto en la materia, no entraré en la cuestión técnica. Atendiendo a lo poco que yo sé sobre el tema (el impacto del Cambio Climático), sería tentador atribuir todo lo que está pasando a los efectos del Cambio Climático, pero no es verdad. Cierto, las altas temperaturas favorecen incendios más difíciles de controlar y facilitan la aparición de incendios de sexta generación. También es verdad que las lluvias muy abundantes de la primavera, alimentadas por las alteraciones climáticas actuales, han creado lo que se conoce como "efecto latigazo": la lluvia anormalmente abundante hace crecer rápidamente todo tipo de plantas que se secan de manera más rápida cuando llegan las actuales temperaturas extremas y añaden una gran cantidad de combustible seco. Pero de manera similar a lo que pasó con la catastrófica DANA que asoló Valencia el año pasado, una gran parte de lo que está pasando está asociado a un modelo de gestión del territorio. Escaso interés en la prevención, falta de toma de medidas adecuadas, abandono del medio rural espoleado por las políticas dirigidas al extractivismo masivo, recortes en medios públicos para la extinción  de incendios (percibidos por nuestros gestores como un gasto inútil o de poco retorno económico)... Nada de esto es casual, es una consecuencia de un sistema económico depredador y ecocida, que no es capaz de pararse delante de nada y que atenta contra las bases mismas que sustentan la vida, la humana incluida. Estos días estoy leyendo un libro magistral que condensa todas estas ideas,  "Incendios" de Alejandro Pedregal - espero poder hacer una reseña de él en breve - y que desde luego les recomiendo para tomar una perspectiva amplia de lo que nos pasa.


 

Me gustaría por tanto simplemente hacer unas reflexiones de carácter más social sobre lo que está pasando. La carencia de medios de extinción, junto con el gran volumen de incendios (mayoritariamente provocados, eso es seguro) ha hecho que en muchos pueblos los vecinos se hayan encontrado solos, sin ningún tipo de ayuda. Los responsables autonómicos, con sus declaraciones y también con sus elocuentes silencios, reconocen su impotencia. Incluso el propio Estado: hace unas horas, la ministra de Defensa, Margarita Robles, reconoció que dada la magnitud de la catástrofe no hay realmente medios para atajar estos incendios, y que estamos a merced de que un cambio de tiempo traiga la ansiada lluvia. La idea que se transmite es que hay zonas en las que ya no hay nada que hacer, ergo no se va a hacer nada, y esto va seguir ardiendo hasta que pare por sí mismo. Sin embargo, para los que viven en esos lugares, eso equivale a perder su vida: sus casas, sus medios de subsistencia, su patrimonio, todo. Por eso no es de extrañar que, en medio del abandono institucional, los vecinos de muchos de estos lugares, valientemente, con los pocos medios que tienen, hayan luchado en una desigual batalla por salvar lo que es suyo. Por salvar su vida. En muchos casos perdiéndolo todo, hasta su vida misma, por desgracia. Esa gente no pueden permitirse la ligereza de darlo todo por perdido desde un despacho de la gran capital. Pocos hechos ilustran tan claramente que la lucha contra estos incendios es una lucha de clase, un concepto que repetidamente se dice superado pero que en realidad emerge continuamente.

Y en medio de esta catástrofe, observamos - como ya pasó en el caso de la DANA - una nueva pugna absurda por la atribución de la responsabilidad, entre las autonomías y el estado. Ciertamente las autonomías tienen las competencias sobre la prevención y la extinción de los incendios, y es culpa de ellas su falta de adecuación, y máxime con el agravamiento de las condiciones materiales que nos está trayendo el Cambio Climático. Y ciertamente el Estado puede en cualquier momento elevar el grado de emergencia y tomar el mando. Pero no lo hace porque sabe que desde las autonomías se le acusará de intervencionista, y obviamente le cargarán toda la responsabilidad cuando la imposibilidad de hacer algo útil sea manifiesta. Al mismo tiempo, las autonomías no piden al estado que asuma el mando porque sería reconocer su impotencia y diluiría la responsabilidad del estado en el fracaso final. Unos por otros, al final nadie se mueve y no se declara el estado de emergencia nacional, que sin duda lo es, y no se moviliza todo lo que se podría movilizar - aunque fuera para comprobar que ni con eso hay bastante. En el fondo hay cierto miedo a hacer evidente que, en realidad, tras décadas de dilución y destrucción de lo público, el Estado realmente no cuenta con medios para dar respuesta a los retos del futuro. Porque eso llevaría a la ciudadanía a plantear una serie de preguntas incómodas que nadie quiere responder, y a exigir una asignación diferente de recursos del Estado que no se quiere plantear, no fuera el caso que se cuestionase asignar tanto dinero a obras inútiles o un armamento que más vale que no se use.

Vivimos un momento de creciente inoperancia del Estado, a medida que los recursos se hacen más escasos, las dificultades (particularmente, pero no solo, las ambientales) mayores, y las oportunidades de ganancia del capital (que es al final a quien responde el Estado) más pequeñas. A medida que todas las crisis se hagan más agudas, más inútil será el Estado. Es algo característico del proceso de descomposición del capitalismo.

Lo que pasa con el fuego no es una casualidad, sino una necesidad. Es algo que resulta conveniente al capitalismo depredador, que busca vaciar todo el espacio y almacenar a la gente en las ciudades, para poder convertir todo el territorio en una mina, en un lugar de extracción. Lo que estamos viviendo es solo una fase más de la lucha final. La lucha por la vida. Porque son los bosques los que nos mantienen vivos, los que realizan funciones ecosistémicas fundamentales para nuestra vida, desde regular el ciclo del agua hasta contener las escorrentías, desde mantener la biodiversidad hasta hacer de barrera para la propagación de las enfermedades, desde contener la temperatura hasta garantizar la salud de nuestros cultivos. Incluso los urbanitas más alienados perciben que cuando perdemos un bosque hemos perdido algo profundo, importante, íntimo y vital. No podemos mantener este (des)orden. Tenemos que parar ya.

Salu2.

AMT

miércoles, 13 de agosto de 2025

El fin de la observación de la Tierra desde el espacio


 

Queridos lectores:

Como muchos de Vds. ya saben, una buena parte de mi trabajo de investigación se centra en la observación de los océanos con satélites artificiales. Desde hace 18 años he trabajado intensamente en la misión SMOS de la Agencia Espacial Europea (conocida como ESA por sus siglas en inglés). El profesor Jordi Font, mi jefe cuando yo llegué al Instituto de Ciencias del Mar, y una gran persona y científico, fue el co-líder de esta misión satelital de observación de la Tierra, y unos años antes de jubilarse me cedió a mi la dirección del grupo de investigación de salinidad por satélite del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, en Barcelona, donde trabajo. Aparte de con SMOS, he trabajado con datos provenientes de una docena de otras misiones, especializadas en medir la temperatura de la superficie del mar, el color del océano o las corrientes superficiales, entre otras variables. Y de vez en cuando he usado datos de otras misiones de observación de la Tierra, más allá del océano, en el contexto de muchas colaboraciones nacionales e internacionales.

Por este motivo, estoy bastante al corriente de los cambios que se están produciendo en los últimos años en referencia a la observación de la Tierra por satélite. Y particularmente de un proceso al que yo denomino "finalización tecnológica". No es un evento abrupto, no es un cambio radical de la noche al día, pero sí una sucesión de eventos, espaciados en el tiempo aunque con algunos momentos destacados, y que tienen en común que definen el lento camino a través del cual una tecnología va siendo abandonada. Creo sinceramente que éste es el caso del ámbito tecnológico sobre el cual trabajo. Y también creo que estamos en un momento de aceleración de ese abandono tecnológico, motivado por los cambios evidentes y no tan evidentes que se están dando en la escena geopolítica mundial.

En julio de este año se ordenó la finalización del Programa de Satélites Meteorológicos de la Defensa (DMSP). Se trata de un conjunto de satélites del Departamento de Defensa de los EE.UU. que se utilizan para mejorar las predicciones numéricas de los modelos meteorológicos, y particularmente la previsión de los huracanes, por parte de la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration), la agencia estatal norteamericana que se encarga de la previsión meteorológica, oceánica y climática. En su momento se alegó que el impacto de la finalización del DMSP iba a ser menor, teniendo en cuenta que la decisión de acabar con el programa se tomó ya en 2015, que los satélites a desactivar ya han pasado con largueza su vida útil y que en realidad se procederá a una sustitución por otros satélites más modernos.

Sin embargo, otros movimientos en paralelo indican que la situación dista de ser tan brillante. La NOAA tomó hace meses la decisión de postponer el mantenimiento de los satélites del Sistema Conjunto de Satélites Polares (JPSS), que es uno de los sistemas que se supone que tiene que sustituir al DMSP. Al mismo tiempo, ya se han ordenado reducciones de personal y reestructuraciones en la propia NOAA, y se anticipa que cuando en octubre se apruebe el nuevo presupuesto federal los despidos van a ser masivos. Muchos investigadores de ésta y otras instituciones han empezado a sondear la posibilidad de irse a Europa (algunos incluso a España).

Particularmente grave es el decomisionado de los satélites Terra, Aqua y los satélites NOAA-15, NOAA-18 y NOAA-19. Con ellos, EE.UU. se queda sin sensores AVHRR (quedarán todavía los embarcados en los Metop europeos), acabándose así la serie más larga de datos de temperatura de la superficie del planeta. Más grave aún, se queda sin sensores CERES, poniendo en peligro la continuidad de una serie ahora mismo crucial para estudiar el desbalance radiativo del planeta (el cual se ha incrementado alarmantemente en los últimos años; es esa gráfica que suelo comentar en mis últimas presentaciones que es la más importante que van a ver este año).

Gráfico generado por Leon Simons a partir de los datos del programa CERES.

 

De nuevo, el argumento es el de que estos sistemas (todos ellos con muchos años a sus espaldas) van a ser sustituidos por otros más modernos. Sin embargo, a día de hoy esas sustitución no está tan clara, ya que los nuevos sensores no permiten medir las mismas variables que los antiguos, y algunas series quedarán sin duda interrumpidas. Una situación que no me resulta en absoluto ajena de manera más directa y personal, saltando ahora a Europa: llevamos años intentando garantizar la continuidad de las observaciones en radiometría de la banda L de los microondas (que es la que usa SMOS para medir la salinidad de la superficie marina), y como mucho conseguiremos observaciones de menor resolución espacial y temporal gracias al satélite CIMR (y eso si su lanzamiento llega a tiempo de impedir que haya un agujero de datos en la serie).

Pero hay dos eventos recientes en los EE.UU. que certifican que entramos en un momento radicalmente nuevo, que va más allá de la simple decadencia por falta de fondos. Por un lado, la administración Trump ha decidido que a final de año se eliminarán los satélites OCO que miden los niveles de CO2 atmosféricos. En este caso, no se trata de satélites viejos, e inclusive se cuestiona la legalidad de la medida, pero la orden es clara: se debe forzar la reentrada de los satélites, lo cual comportará su destrucción. Si la orden finalmente se ejecuta, el daño estará hecho, pues reemplazar estos satélites requeriría años. La intencionalidad política es clara: hay que dejar de medir el CO2, y particularmente indagar sobre dónde se está emitiendo más. Si no se observa, no hay responsabilidades exigibles a los que más contaminan.

Por el otro, hace unos días el Departamento de Energía norteamericano publicó un informe sobre los impactos en el clima de las emisiones de CO2 de los EE.UU. Las conclusiones son desoladoras por lo grotescas: de acuerdo con este informe, el impacto del CO2 es muy pequeño y el de  las emisiones de los EE.UU. en particular es indetectable.

Resulta por tanto obvio que en los EE.UU., por la vía de hecho, se va a dejar de investigar en Cambio Climático, y para asegurarse de que así sea se van a ir no solo reduciendo fondos, sino eliminando sistemas de medidas e incluso series de datos actualmente disponibles, mientras que se fabrica un discurso aberrante exculpatorio. Nada sorprendente con un presidente negacionista, aunque el nivel de osadía supera todas las expectativas.

Y, mientras tanto, ¿qué está pasando en esta orilla del Atlántico? 

Pues no tenemos todavía plena confirmación, pero aquí las perspectivas tampoco son muy brillantes, en nuestro caso por otro motivo: los planes de rearmamento para la preparación de las nuevas guerras coloniales. Por lo poco que mis colegas y yo hemos podido llegar a saber, el nuevo programa de la ESA "Resiliencia desde el Espacio", centrado en la seguridad, va a ser la gran apuesta en la próxima reunión ministerial de noviembre, y probablemente la aportación económica de los países va a reducirse en otros programas considerados menos críticos, como es el de Observación de la Tierra (irónico en un momento en que los problemas ambientales son cada vez mayores, como estamos viendo estos días de salvajes incendios en España). A nivel de la Unión Europea las cosas no están tan definidas, pero parece avanzarse sobre la misma dirección y concepto de "resiliencia". Pero donde soplan vientos más fríos aún es en el ámbito español: no tenemos ningún comunicado oficial, pero después de ver los resultados de la última convocatoria de proyectos del Plan Nacional y por los mensajes que nos llegan de diversas personas vinculadas a su evaluación, en los próximos años se va a poner el acento en que la investigación que realicemos tenga un carácter "dual". Eso quiere decir que se va a favorecer el trabajo sobre tecnología y aplicaciones que tengan carácter tanto civil como militar. La clave: poder justificar parte de la inversión en ciencia como respuesta a ese 2,1% del PIB que el presidente Pedro Sánchez se ha comprometido a gastar en fines de defensa y armamento. Como pueden imaginar, esto ha causado gran inquietud en mi comunidad, y es un asunto de discusión muy activa en este momento. ¿Qué debemos hacer? ¿Bajar la cabeza y empezar a buscar aplicaciones de nuestro conocimiento para el arte de matar personas? ¿O bien rebelarse y negarse a ello, aceptando que tendremos que despedir a la gente joven - y no tan joven - ya que nuestros fondos se reducirán drásticamente?

Irónicamente, a nivel de acceso a las observaciones, el gran empuje en observación de la Tierra de China, que siempre fue muy reacia a compartir sus datos, podría ayudarnos a mantener las líneas de trabajo y desarrollo actuales. Pero seguiremos teniendo problema de acceso a financiación, a no ser que o bien encontremos un nicho de investigación razonable o bien aceptemos trabajar para los militares. 

Epílogo personal: Hace un par de años yo cedí la dirección del grupo de salinidad a mi compañera, la doctora Estrella Olmedo, a pesar de que aún me queda más de una década para jubilarme, porque creo que ella se lo ha merecido con su trabajo intenso todos estos años y porque es importante dar oportunidades a la gente que aún tiene que desarrollar su carrera, y así yo podría dedicarme en la recta final de mi propia carrera a trabajar en multitud de temas que tengo abiertos y que me gustaría investigar, aunque siempre estando presente para ayudar en cuanto fuera menester. Yo era consciente del fardo que cargaba sobre sus capaces espaldas (nada es gratis en este mundo), pero lo que realmente no me imaginé es que ella (junto con mis otras compañeras senior con las que trabajamos) se vería abocada a tomar decisiones muy duras. Tampoco puedo decir que lo que está pasando sea algo realmente sorprendente, teniendo en cuenta la temática de este blog y de mi divulgación. Como decía al principio, estamos empezando el proceso de finalización tecnológica: nuestra sociedad hipercomplejificada no puede sufragar el coste de mantener activas todas las tecnologías que ha desarrollado, y, con el paso del tiempo, irá abandonando aquéllas que le den menor retorno o cuyo sacrificio le suponga menor coste. Era un proceso previsible, como también era bastante previsible que particularmente las tecnologías espaciales, y más en concreto las relacionadas con la observación de la Tierra para fines civiles, serían de las primeras cosas en caer, en llegar a su finalización tecnológica. Por supuesto estamos hablando de un proceso, no de un evento puntual, y así seguirá habiendo observación de la Tierra por satélite durante décadas, aunque cada vez será menor y más marginal. Queda ver si como sociedad somos capaces de encarar no ya éste sino tantos otros retos como tenemos pendientes y podemos revertir la tendencia. Solo el tiempo lo dirá. 

Entre tanto, en el aquí y el ahora de los grupos de investigación que nos vemos afectados, y en el concreto caso del mío, tendremos que pensar cómo vamos capeando estas turbulentas aguas, mientras seguimos la curva de descenso inevitable de la civilización industrial. Ideas no nos faltan, talento - sobre todo el de mis compañeras - tampoco. Solo necesitamos oportunidad.

Salu2.

AMT