viernes, 31 de mayo de 2013

La paradoja de Jevons explicada a profanos



Queridos lectores,

William Stanley Jevons formuló hace siglo y medio su conocida paradoja, referida al consumo de carbón en el Reino Unido, y que puede extenderse al consumo de energía y de prácticamente cualquier bien de naturaleza económica. Hoy Javier Pérez nos trae una divertida pieza en la que explica el concepto con una naturalidad y sencillez que debería hacerlo asequible hasta al más cerril. Y por qué las mejores intenciones de "salvar el planeta" y ahorrar tienen un impacto neto nulo sobre el curso global de la Humanidad.

Les dejo en las capaces manos de Javier.

Salu2,
AMT


El ahorro, el consumo responsable y otras músicas celestiales 





    Normalmente viene bien comenzar con un título impactante para captar la atención del lector y luego poder ir desarrollando un argumento. Lo malo de este caso es que no se trata de un truco retórico, sino que voy a hablar exactamente de lo que enuncia el título: del ahorro y el consumo responsable como monsergas inútiles, discursos sin sentido y músicas celestiales.
Así que para pasar el mal trago, comencemos con una buena cerveza. ¿Qué tal una cerveza alemana?
La cerveza alemana tradicional se elabora siguiendo la ley alemana de pureza, promulgada el 23 de abril de 1516 por el duque Guillermo IV de Baviera, según la cual sólo se podían utilizar tres ingredientes para la elaboración de la cerveza: agua, cebada y lúpulo. La levadura se descubrió más de trescientos años después (cosa de Pasteur), y en aquella época se consideraba que la fermentación se iniciaba por sí misma.
¿Y cual era la intención del duque al promulgar semejante ley? Pues varias, en realidad. En primer lugar garantizar la calidad de un producto que generaba grandes ganancias a las arcas del país, y que ya entonces comenzaba a ser apreciado en toda Europa. En segundo lugar, garantizar a la corona ducal unos magníficos ingresos en forma de impuestos, ya que el duque controlaba el monopolio del comercio de la cebada, y de este modo había una mayor demanda del cereal, con lo que pasaba por las manos de la hacienda ducal una mayor cantidad de dinero. Y en tercer lugar, evitar que se fabricase cerveza de trigo, porque la fabricación de esta variedad de cerveza hacía que el trigo fuese más rentable en las cubas que en los hornos, lo que empujaba al alza los precios del pan, cabreaba a la población y aumentaba la probabilidad de revueltas.
Sí, este duque Guillermo IV de Baviera era un tipo bastante listo o tenía un ministro de Hacienda bastante hábil,  de eso no cabe duda, pero fijémonos, por favor, en la tercera de sus razones: obligar a usar cebada para ahorrar el trigo. ¿Y qué conseguía el duque de Baviera ahorrando el trigo? Que bajara su precio y se consumiera más en otra cosa, o sea, en fabricar pan. ¿Impedir que el trigo se usara en la fabricación de cerveza hizo que se consumiera menos trigo? En absoluto: hizo que se abaratase y se consumiera más aún en otros fines. La ley de la cerveza abarató el pan, y el abaratamiento del pan fomentó el aumento de la población. ¿Qué os parece?
Se trata de un caso más de la paradoja de Jevons, de la que ya hemos hablado en más ocasiones, y que viene a decir que la eficiencia en el empleo de un recurso no disminuye su consumo, sino que lo incrementa.
En realidad el problema es aún más grave y se llama efecto sustitución.
A todos nos gusta pensar que podemos hacer algo por el medio ambiente ahorrando agua, ahorrando energía o consumiendo menos recursos, pero el caso es que no es así. Una cosa es el efecto simbólico, para sentirnos comprometidos, mirarnos al espejo y sentirnos bien, y otra cosa, muy distinta, que el pan que nosotros no tiramos a la basura vaya a la mesa de los que tienen hambre o el agua que ahorramos vaya a las sedientas tierras de los que no la tienen.
       Como vivimos en un mundo donde es pecado mortal maldecir a los unicornios, pues vale,  lo aceptamos y tiramos para adelante, pero la realidad es otra cosa muy diferente.
      La realidad es que el ahorro de cualquier bien o recurso, supone su abaratamiento para aquel que decida consumirlo.
       La realidad es que la gasolina que nosotros ahorramos es la que pueden quemar los norteamericanos en sus coches de dos toneladas, y lo cierto es que si nosotros no la ahorrásemos ellos tendrían que pagarla a mucho más de los 50 céntimos de euro a los que la pagan ahora.
       La realidad es que la gasolina que nosotros no quemamos no va a una hucha, ni se entierra en el subsuelo para que nadie la queme y no produzca CO2. Va al mercado, aumentando la disponibilidad para el que la quiere quemar y disminuyendo su precio.
    El carbón que nosotros no quemamos no desaparece en el espacio sideral para no contaminar: es el que queman los chinos, más barato precisamente porque nosotros no lo demandamos, y el que les ayuda a barrer del mapa nuestras tiendas y nuestras industrias, incapaces de competir con sus precios.
       La leña que no quemamos los que vivimos en los pueblos es la que abarata los pellets para las calderas urbanas y las calefacciones de biomasa.
      Y es que se puede seguir a todos los niveles, porque el efecto disponibilidad y sustitución del consumidor es eterno y universal. Por poder, os puedo contar lo que decía alguien en un pueblo leonés durante la sequía de hace seis o siete años: “A ver si convencemos a la gente de que ahorre agua, porque si no ahorran, por la noche no puedo llenar la bañera y tengo que duchar a los niños”. Y no imagináis lo ecologista y solidaria que era en público esta señora.  Ella lo había entendido: convencer a los demás de que ahorren abarata lo que tú quieres consumir y te lo pone en bandeja.
    Todo esto se puede teorizar de manera académica y acompañarlo de hermosas gráficas en las que se demuestra que al reducirse la demanda de un bien su precio disminuye, de modo que se vuelve atractivo para otros usos o para otros consumidores. Per tranquilos, que no voy a caer en ese vicio.
       Lo que sí deseo es que el concepto quede claro, porque es ley: mientras haya demanda para un recurso, el recurso se consumirá, y el ahorro o restricción por parte de un segmento de la población no reduce el consumo total, sino que lo traslada a otras capas y a otros grupos, y además a un precio menor.
    Ser un cerdo siempre es malo. Ser un derrochador  que desperdicia los recursos es una idiotez y un acto majadero. Pero hablamos de ética, no de efectos prácticos.
       El agua que no uses para regar tu huerta, la usarán para regar otra. O un campo de golf.
La gasolina que tú ahorres la quemarán en Indonesia.
Las truchas que no pescamos río arriba, son las que pescan río abajo.
      “La chica a la que no besaste no se metió a monja: se casó con otro”, me apuntan aquí al lado.
Si con este último ejemplo no queda claro, ¿qué carajo queréis que haga?
   
Javier Pérez  (www.javier-perez.es )

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