lunes, 10 de noviembre de 2014

Cuando hay que tomar partido: una visión personal y factual

Imagen cortesía de Sílvia Joly


Queridos lectores,

Diversas personas me han preguntado si fui o no a votar durante la jornada de ayer, en la que tras una complicadísima pirueta legal el pueblo catalán fue más o menos (todo es bastante confuso, en realidad) a votar sobre su futuro político. Normalmente no me pronuncio sobre asuntos políticos partidistas, puesto que mis opiniones políticas, si es que las tengo, no creo que sean de mayor interés que las de otro ciudadano cualquiera, y The Oil Crash no me parece un foro idóneo para airearlas, ya que no se trata de cuestiones factuales sino completamente opinables y subjectivas. En este caso, sin embargo, si querría desgranar aquí las razones por las que ayer, efectivamente, fui a votar en esa consulta que de mayor querría ser referéndum; y no porque mis personales opiniones sean de mayor interés, sino por intentar diseccionar los dilemas morales e intelectuales que desgrarran interiormente a un peakoiler (en este caso, al que tengo más a mano: yo mismo) delante del proceso de colapso institucional que se vive y vivirá en Occidente. ¿Qué debe hacer una persona que comprende que nuestro único curso posible es el del descenso energético delante de procesos como el que se vivió aquí ayer? ¿Debe ignorarlos, al ser meras distracciones y fuegos de artificio que desvían la atención de los asuntos críticos? ¿Debe participar activamente en ellos, por ser una oportunidad de generar los cambios necesarios para una sociedad en transición? ¿Debe mantener una cierta distancia y aportar solamente en aquellos aspectos clave para esta transición? ¿O bien debe de actuar según sus apetencias personales, puesto que la esfera de estas decisiones nada tiene que ver con la del declive energético? Justamente son éstas las cuestiones que querría abordar hoy, desde una perspectiva subjetiva y por tanto bastante discutible y propensa al error, pero no por ello menos interesante de discutir. Y es que, querido lector, en el curso de los años que vendrán Vd. seguramente se verá sometido a procesos de alguna manera análogos a éste, en los que podrá participar de una u otra forma en la decisión de cambios institucionales que afectarán de manera determinante a su futuro. Espero que mis tribulaciones y cavilaciones, a pesar de mis limitaciones, le sean a Vd. útiles de alguna manera.

Para los lectores de fuera de España, resumiré de una manera muy, muy simple, burda incluso, el vodevil que se ha vivido aquí durante los últimos meses y que nos ha llevado a la consulta del 9N.

Desde hace algún tiempo hay una creciente agitación en amplios sectores de la sociedad catalana en favor de la constitución de Cataluña como una nación independendiente, y que ha experimentado un increíble auge - a la par de las penalidades económicas - durante los últimos pocos años (en 2012 hubo una gran manifestación, en 2013 se hizo una larga cadena humana y en 2014 se repitió otra gran manifestación). El Govern de la Generalitat de Cataluña (órgano de gobierno de las competencias transferidas por el Estado español a esta, actualmente, región de España), presidido por el president Artur Mas, encontró en el independentismo político una vía de escape para el descontento popular contra la eternización de la austeridad y los recortes, fruto de esta crisis que no acabará nunca. Arropándose en la bandera catalana como un escudo contra las críticas a su gestión, según muchos analistas (y mi propia experiencia de campo me lo confirma) en la actualidad el Govern está desbordado por un movimiento que tiene una amplia base popular y que va más allá y más deprisa de lo que en realidad podría parecer que el Govern desearía ir.

El caso es que, tras las últimas elecciones anticipadas (en las que el voto al partido del Govern no fue tan favorable), Artur Mas se vio necesitado de pactar con formaciones abiertamente independentistas y entonces se llegó al acuerdo de que en 2014 (más tarde se fijó la fecha al 9 de Noviembre) se celebraría una consulta sobre la independencia de Cataluña. Las muy repetidas palabras "referéndum" y "consulta", en el contexto de este guirigay, son muy relevantes: En España sólo el Gobierno de España puede convocar referéndums y su resultado es vinculante para la acción del Gobierno, por ser un mandato popular; por tanto, lo que formalmente proponía el Govern de Cataluña era realizar una consulta: una especie de encuesta masiva por votación de los interesados, cuyos resultados no serían en todo caso vinculantes. A tal efecto, el Parlament de Catalunya aprobó el pasado Septiembre una "ley de consultas no referendatarias y otras formas de participación popular", que debía dar marco legal para la convocatoria de la consulta del 9N. El problema es que desde hace muchos meses se sabe la fecha y las preguntas de esta consulta, así que resultaba complicado justificar que no se trataba de una ley ad hoc para un caso singular; y dado el fuerte contenido político en temas sensibles de la soberanía nacional de las preguntas de esta consulta (a las que ahora me referiré) y su carácter prácticamente refrendatario, el Gobierno de España ha reaccionado con mucha contundencia y rigidez: desde el momento en que se aprobó finalmente tanto la ley como el decreto para convocar la consulta del 9N el Gobierno envió un recurso de inconstitucionalidad al Tribunal Constitucional, el cual cautelarmente suspendió ambas.

A partir de aquí comienza una historia muy complicada y a veces esperpéntica. Primero, el Govern anuncia que se hará el 9N "de otra manera" y convoca el "nuevo 9N" (en catalán la expresión es bastante cacofónica porque "nuevo" y "nueve" se dicen igual), que no se acaba de saber muy bien qué es porque ninguna ley le daba amparo. Como reacción, el Gobierno de España anuncia que obligará al cumplimiento de la resolución del Tribunal Constitucional, y envía un nuevo recurso a este tribunal para que anule las actuaciones del Govern, aparte de amenazar con graves consecuencias si funcionarios de la Generalitat participan en esta "farsa". La tensión dialéctica fue aumentando con los días y al final el Govern dejó en manos de los voluntarios y las asociaciones civiles que han promovido esta consulta su organización. Se temía incidentes graves ayer, pero al final la cosa quedó en nada a pesar de dos o tres altercados aislados; la organización fue ejemplar, la participación modélica, y realmente no pasó nada. El Govern anunció oficialmente datos de participación y de recuento, en un movimiento que puede tener consecuencias legales - ya veremos qué pasa durante los próximos días.

Desde el punto de vista meramente descriptivo, lo que pasó ayer fue bastante impresionante. Una consulta organizada por voluntarios, que no tenían censos, que había sido condenada públicamente e incluso con poco veladas amenazas de consecuencias legales para quien se involucrase, ha traído finalmente a las urnas a 2.250.000 personas, aunque el Gobierno, que tilda todo el evento de farsa, asegura no dar credibilidad a esas cifras. Incluso dando por buenos esos números (que a mi me parecen completamente verosímiles, a tenor de lo que vi ayer), ayer votó poco más del 36% de todo el censo de electores (había algo más de 6 millones de personas llamadas ayer a las urnas), de los cuales un poco más del 80% (lo cual representaría aproximadamente el 29% de todo el censo de electores) se pronunció claramente a favor de la independencia de Cataluña. Las cifras ponen en evidencia un avance gigantesco del independentismo en Cataluña, porque si bien los votantes independentistas eran los más motivados para acudir a la consulta, es probable que por diversas razones no todos los independentistas votaran (en particular, se echó en falta a la gente más joven), y más aún que no todos los que no votaron serán contrarios a la independencia. También es cierto que parte de los votos a favor de la independencia son votos de castigo y censura al Gobierno de España por su autoritarismo, y esos votos se retraerían en caso de un referéndum real con consecuencias reales. Por una infinidad de motivos todas las cautelas con las que deben ser tomadas estas cifras son pocas, pero dada su magnitud llega a ser verosímil la hipótesis de que en estos momentos el independentismo catalán se encuentra en algún punto alrededor del 50% (quizá más arriba, quizá más abajo) de los votos que se emitirían en caso de haber un referéndum real. Por tanto, si realmente se le consultase a los catalanes sobre su futuro en un proceso con consecuencias reales la opción independentista podría llegar a ser la mayoritaria. En realidad nadie sabe dónde estamos exactamente y eso explica los movimientos un poco erráticos que a veces, por ciertos cálculos partidistas, están ejecutando los partidos políticos.

Respecto a las preguntas que se planteaban en esta consulta, eran dos. La primera pregunta era si el consultado querría que Cataluña fuera un Estado o no. La segunda pregunta decía que, en caso de haber contestado afirmativamente a la primera, si se deseaba que Cataluña fuera independiente o no. Las opciones posibles eran, por tanto, votar en blanco, Sí-Sí, Sí-No, Sí y dejar la segunda en blanco y No, cada una de ellas con su posible interpretación política. Votar en blanco significaba estar de acuerdo con que se se consultase al pueblo pero no tener opinión sobre las preguntas, no querer expresarla o no estar de acuerdo con las opciones presentadas. Votar Sí-Sí (que ha sido la opción que se ha llevado el 80% de los votos) quería decir querer que Cataluña sea un Estado independientes. La opción Sí-No equivalía a desear una reforma del Estado español para que pase a tener una estructura federal, de la cual Cataluña participaría como Estado federado. Sí-blanco quiere decir que se está a favor de una estructura estatal para Cataluña, sin expresar preferencia si debería ser un Estado independiente o federado. Por último, No significaba que que no se quería que Cataluña fuese un Estado, independiente o no. Obviamente, había una opción adicional, en realidad la mayoritariamente escogida por los ciudadanos de Cataluña, que era la de no ir a votar, negando toda legitimidad a hacer esta consulta o bien no acudiendo por miedo a las consecuencias o por encontrar que esta consulta era una farsa o inútil.

Después de dudar durante un tiempo, hace ya unas semanas tomé la decisión sobre qué opción iba a escoger. No era una opción fácil y posiblemente, errónea o no, mis argumentos para escogerla no son del todo ciertos o adecuados. A algunos de mis lectores (de hecho, posiblemente para la mayoría de los españoles) les puede sorprender e incluso molestar mis elecciones, por encontrarlas inapropiadas e indignas de ser aireadas aquí. Sin embargos, son decisiones reales tomadas en una situación real, en un contexto complejo que, estoy convencido, se irá reproduciendo de otras maneras en otros territorios. Mi esperanza es que la discusión de mi opción, vista desde la perspectiva de los problemas que se discuten en este blog, pueda serle útil a otros (quizá, por qué no, como ejemplo de qué no hacer).

La primera decisión que tomé fue la de ir a votar.

Fui a votar porque entiendo que no se puede criminalizar un proceso participativo. No estoy de acuerdo con que se puedan poner límites a priori a la discusión de cuestiones que no atentan contra los derechos fundamentales e inalienables de las personas (como son la vida, la integridad física, la propia imagen) y la soberanía nacional no es a mi entender uno de esos derechos. A partir de las discusiones a las que hemos asistido estos días, de acuerdo con el Gobierno español la pregunta no se podía plantear porque contradice la Constitución española, mientras que el Govern de la Generalitat dice que el pueblo de Cataluña tiene derecho a ser consultado. A mi modo de ver, esta discusión es una de primeros principios: según el Gobierno español el único sujeto reconocido de derecho es el pueblo español, depositario de la soberanía popular, en tanto que el Govern dice que el pueblo catalán es también un sujeto de derecho que tiene que ser reconocido. Como estamos hablando de entes abstractos no definibles (¿qué es el pueblo español? ¿qué es el pueblo catalán?) es imposible establecer una discusión racional sobre esos términos porque son primeros principios: son hechos que se toman tal cual, sin posible definición por términos anteriores. La discusión sobre la legalidad de la consulta es en tal sentido y a mi modo de ver completamente inane: obviamente cualquier intento de considerar que el pueblo catalán es sujeto de derecho puede ser ilegal con respecto a las leyes españolas, pero éstas no son principios inmutables y necesarios, sino derivados de la premisa de que es el pueblo español el único sujeto de derecho en el territorio que hoy llamamos España. Por tanto, la cuestión no es tanto de legalidad (obviamente la consulta, según como se formulaba, puede ser ilegal en España) sino de legitimidad: ¿es legítimo que el pueblo catalán intente existir como tal, como una cosa diferente y voluntad de ser al margen del pueblo español? De aquí toda la lucha de cifras: lo que el Govern ha intentado defender, amparándose en las multitudinarias manifestaciones de los años previos, es que en el territorio que hoy conocemos como Cataluña una amplia mayoría de la población se reconoce a sí misma como pueblo con derechos equiparables a los del pueblo español. Invocar la legalidad española en este contexto tiene el mismo sentido que invocar el código de circulación delante de un camión que avanza sin frenos hacia nosotros a toda velocidad: simplemente, no se aplica apropiadamente en este contexto. Dado que en la historia los sujetos de derecho internacional generalmente se configuran por la fuerza (física u otra), las opciones razonables del Gobierno español para responder a este problema era o bien utilizar la fuerza (coacción o ejercicio de la violencia en su caso) o bien abrir un proceso político y negociar; lo que ha sucedido es lo esperable cuando no se ha decidido tomar ninguna de las dos posturas lógicas.

Pero yendo al por qué de mi decisión, dado que para mi el mayor riesgo que tiene el mundo en descenso energético es caer en totalitarismos, me parece importante intentar mantener las estructuras lo más democráticas posibles, y frente a la imposición y el inmovilismo, la incapacidad de negociar (en la que Gobierno y Govern comparten culpa, aunque la cuota de la misma en el primero se ve sensiblemente superior), lo mejor que entiendo que puede hacer el ciudadano es votar, porque la votación es el alimento de la democracia (aunque no es lo único que se necesita para tener una democracia sana: en demasía se descuidan otros nutrientes esenciales como la transparencia, el control de las instituciones y la rendición de cuentas públicas). Al decidir ir a votar me posiciono en contra de una opinión mayoritaria en mi país de origen (yo soy español) y eso me estigmatiza delante de los ojos de algunos.

Con respecto a la primera pregunta, decidí votar que No.

Yo no deseo que Cataluña sea un Estado. Hemos analizado en este blog la gran colusión que hay entre Estado y capitalismo; los Estados tienden a gestionar de manera poco apropiada la soberanía popular que se les confía, influidos por los grandes poderes económicos que acaban convirtiendo dinero en poder a través de la injerencia en los asuntos políticos. Este proceso de usurpación del poder político en los Estados por parte de los poderes económicos, como se está viendo, se intensifica en las épocas de crisis, y más en esta crisis terminal del capitalismo global. La razón es simple: el capital reclama tener la tasa de regeneración histórica en un contexto de recursos menguantes, y si la economía no puede seguir expandiéndose porque falla la base material (porque la producción de petróleo y otras fuentes de energía empieza a disminuir, porque los metales que usa la industria son más escasos y caros -energética y económicamente- de producir) el capital sólo puede seguir expandiéndose a costa del endeudamiento del Estado y la reducción de los salarios. Yo no deseo que cuando mis hijos sean mayores vivan bajo los dictados de un Estado que entonces será, forzosamente, más
corrupto y decadente de lo que es ahora y que les impondrá muchas y graves servidumbres, y por eso a esta pregunta mi respuesta sólo puede ser no. Como ven, mis razones difieren mucho de las comunes.

Con respecto a la segunda pregunta, decidí votar que Sí. 


Esta decisión era mucho más difícil que la primera. Yo no deseo la independencia de Cataluña y me causa tristeza que pueda terminar de esta manera abrupta una convivencia de siglos, que fracase de esta manera un proyecto común de convivencia, que todo se acabe con un portazo de despecho en medio de una ensalada de gritos y con los vecinos (Europa) mirando con caras extrañadas mientras que la del Cuarto (Reich) murmure entre dientes: "ya lo decía yo...". Sin embargo, si Cataluña decidiese no ser un Estado, entonces estaría muy bien que fuera independiente, porque al menos eso le daría una opción a mis hijos de no vivir subyugados (ya sé que no es una garantía, pero al menos es un buen comienzo). Votar "No" a secas significaría que prefiero lo que hay, y en el actual estado de decadencia de la política española, con la corrupción que hay y la que vendrá, es aceptar que no me gustaría cambiar las cosas. Y no es así. España necesita regenerarse y Cataluña necesita regenerarse. España está optando por Podemos como vía hacia la regeneración y Cataluña por la independencia. Aún no sabemos a dónde nos llevarán estas dos vías.

Hay una razón adicional para votar "Sí" a la independencia de Cataluña. El diseño de esta consulta, por razones políticas decididas en los partidos que suscribieron el pacto sobre el derecho de decidir, es completamente favorable al BAU: Hay una clara asimetría en las dos cosas que se están votando (Estado e independencia), de modo que sólo puedes entrar a discutir la segunda si has aceptado la primera. El mensaje de fondo es que no se puede renunciar al Estado; del mismo modo que para mucha gente el fin del capitalismo es el fin del mundo, para los promotores de esta consulta el autogobierno sólo se puede ejercer a partir de un Estado, es decir, una estructura centralista en la que los centros de decisión están tan alejados del pueblo que es muy fácil que un poder ajeno y no democrático los controle. Tanto es así que la opción que yo he escogido se considera no válida y mi voto por tanto ha sido nulo. Así pues votar "No-Sí", la única opción no contemplada y la que realmente para mi tenía más sentido, no es votar por la independencia de Cataluña sino que es un voto de protesta, una protesta por un diseño de la consulta hecho a la medida de sus promotores, que pretender mantener un régimen de privilegios propios de una época ya pasada y que no volverá. Estoy diciendo que no estoy conforme con lo que tenemos pero que lo que me ofrecen tiene también bastante mala pinta; estoy diciendo que tenemos que salirnos de los esquemas clásicos e comenzar a pensar de otro modo. Si la opción "No-Sí" hubiera sido la mayoritaria, la perplejidad de toda la clase política a ambos lados del río Ebro habría sido mayúscula y quizá, sólo quizá, se hubiera podido a comenzar a construir el futuro que todos necesitamos, ya fuera con España o sin ella, pero en todo caso el necesario.


¿Hice bien? Seguramente no, pues vivimos en un tiempo en el que resulta imposible hacerlo bien. Se trata solamente de intentar hacer lo correcto.

Salu2,
AMT

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