Queridos lectores:
Esta semana se une al nutrido elenco de autores que puebla este blog Sebastián C. Bascuñana, polifacético librepensador de los pocos que quedan. En esta ocasión nos deleita con un breve relato de ciencia ficción, que debería ayudarnos a reflexionar sobre qué significa en realidad la sostenibilidad.
Les dejo con Sebastián.
Saludos.
AMT
ANTICLOCKWISE
Estimado
lector, me he esforzado mucho para extraer estos datos del extraño
dispositivo en el que los encontré; no obstante, me temo que ha
habido algunas pérdidas de datos que ya se encontraban corruptos. He
intentado la traducción más aproximada y precisa de la que he sido
capaz, para preservar el contenido y las impresiones que se hallan en
el texto que estáis a punto de leer.
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Recuerdo
con toda claridad el día que llegaron. ¡¿Quién podría olvidar
una fecha tan memorable?!
Toda
la zona estaba abarrotada, y los medios de comunicación estaban a
cientos por todas partes. ¡Miles de nosotros reunidos para
presenciar el evento; el gran, el extraordinario evento.
Prácticamente no tengo palabras.
Tantos
miles de años preguntándonos si estábamos solos... Y, si no,
serían “ellos” inteligentes. Si eran inteligentes, ¿serían
pacíficos? Si eran pacíficos, ¿nos encontrarían, o nosotros a
ellos? ¿Cómo serían? ¿Tendrían una forma como la nuestra, o
similar? ¿O tendrían unos cuerpos extraños y exóticos?... Todas
esas habían sido, quién lo duda, preguntas que nos habían
intrigado durante mucho, mucho, tiempo. ¡Y ahora por fin tenían una
respuesta! Yo casi no podía creérmelo, nadie podía.
[...datos
perdidos]
Los
bosques habían sido explorados, las junglas, las montañas, los
desiertos, a lo largo de nuestra no demasiado larga historia. En la
actualidad ya todo había sido descubierto por todo el planeta; las
tierras y los mares. Y, desafortunadamente —o no—, todos aquellos
seres de las fábulas, que aparecían en nuestras leyendas y mitos y
cuentos, y que se decía que vivían en zonas remotas y distantes,
dejaron lógicamente de existir. Todos aquellos románticos folclores
se habían esfumado. Definitivamente no había ninguna especie
inteligente viviendo en nuestro mismo mundo (aparte de esas pocas que
normalmente se consideran “inteligentes”, claro).
¡Y,
de repente, ahí estaban ellos! «Caídos de los cielos», como había
acuñado algún “ingenioso” periodista.
El
nombre que daban a su propia especie resultó ser bastante difícil
de pronunciar para nosotros, así que, simplemente, acabamos
llamándolos los hun.
Al
principio todo fue muy emocionante, pero ahora... Bueno, ahora nos
hallábamos metidos en un gran problema.
[DD.
pp. Datos perdidos]
A
final, después de tanto tiempo, todo me viene a la cabeza: el
descubrimiento de su nave espacial, desde más allá de del último
planeta de nuestro sistema, las primeras comunicaciones entre ellos y
nosotros, su aproximación a través de las órbitas de los planetas
interiores, los últimos cientos de miles de kilómetros... Y,
entretanto, toda la población en la superficie del planeta había
estado terriblemente agitada —recuerdo—, desde el momento en que
los alienígenas habían sido descubiertos en el espacio profundo,
hasta el día en que por fin aterrizaron.
Recuerdo las primeras noticias, las primeras reacciones, los primeros preparativos... ¡Y el comité de bienvenida! Líderes de todas partes, con expertos que les asesoraban, habían estado reuniéndose durante muchos días y en diversas ocasiones, para decidir cuál sería la mejor manera de relacionarse con los visitantes, y sobre dónde podría ser el encuentro, el primer contacto. Llegaron al acuerdo de que sería en tierra firme; adecuado para ambas partes, tanto para ellos como para nosotros.
Recuerdo las primeras noticias, las primeras reacciones, los primeros preparativos... ¡Y el comité de bienvenida! Líderes de todas partes, con expertos que les asesoraban, habían estado reuniéndose durante muchos días y en diversas ocasiones, para decidir cuál sería la mejor manera de relacionarse con los visitantes, y sobre dónde podría ser el encuentro, el primer contacto. Llegaron al acuerdo de que sería en tierra firme; adecuado para ambas partes, tanto para ellos como para nosotros.
[dd. perdidos]
Nuestra
especie había estado soñando con esos seres que ahora se
aproximaban «los seres de otro mundo» —otra “joya” de la
expresión y de la originalidad del mismo periodista—, ya que
transcurrió mucho tiempo desde el momento en que supimos de ellos,
allá en el espacio profundo, hasta el momento en que nuestros
invitados
por fin pusieron sus pies en nuestro suelo. Sí, digamos que habíamos
tenido tiempo de sobra para ocuparnos (y preocuparnos) del asunto;
para especular sobre todo aquello, para discutirlo, debatirlo,
comentarlo... No se podía ir a ninguna parte en que el tema no fuese
otro que los hun.
«Los hun esto», «los hun, lo otro»... «Deben de ser verdes»,
«No, deben de ser de color gris»; «deben de ser altos», «deben
de ser bajitos»... ¡Nadie, ni jóvenes ni mayores, dejaba de
hablar del tema! No se nos podía culpar; ¡no todos los días dos
especies entran en contacto!
Y
por fin llegó el gran día. Hacía calor, y era un día rojo y
luminoso, recuerdo. Todo el mundo, con los ojos desencajados, sin
apartar la vista de aquella nave espacial que acababa de posarse.
Se
abrió la escotilla con un 'bang' y aquellos seres emergieron del
interior. Eran tres, con sus extrañas formas y extremidades, y con
aquellos extraños, bulbosos, trajes blancos. El primero de ellos se
quitó una especie de casco, y lo mismo hicieron los otros dos (eran
dos hembras y otro de sexo masculino, como supimos más tarde).
Entonces
hubo una reacción al unísono de la masa allí congregada: un gran y
general asombro expresado en una especie de grito contenido.
¡Las
criaturas que aparecieron bajo los cascos, bajo los trajes
espaciales, eran terriblemente horrendas! Aparecían como envueltas
por una especie de pellejo de color rosáceo. ...Pero al menos no
eran agresivas (si lo consideramos de modo amplio, por así decirlo).
De todas formas, al cabo del tiempo, en nuestro planeta nos acabamos
acostumbrando a su apariencia. ...Después de todo, nuestro aspecto
debía de haberles resultado a ellos igual de repulsivo.
Su
lenguaje fue casi del todo descodificado y comprendido con el tiempo;
y hubo muchas reuniones y cónclaves. Y, al final, El
Gran Tratado
fue acordado entre ambas especies.
[dd.
pp.]
En
la actualidad ya quedamos muy pocos de nosotros. Cincuenta veces ha
descrito ya nuestro planeta su órbita desde la primera vez que
aterrizaron; y, en el presente, está todo hecho un desastre.
Aquellos
tres primeros resultaron ser solo una partida de exploradores, y ya
han llegado muchos más visitantes desde su planeta de origen (el
cual tiene un nombre paradójico, si es verdad lo que ellos cuentan
de su composición).
El
Gran Tratado
no consistía, básicamente, en otra cosa que recibir a cuantos de
ellos fueran llegando. Se puede decir que, de alguna manera, nos la
jugaron. Necesitaban algún lugar donde continuar su existencia,
porque su planeta ya era prácticamente inhabitable. Ahora mismo hay
más de 700.000 hun
por todo nuestro planeta, casi una cuarta parte de la población
total. Y siguen viniendo.
Cuando
miro atrás y pienso en las enfermedades que trajeron los hun;
la plaga de sus extraños animales, y sus parásitos y
microorganismos... No fuimos capaces de resistir toda esa microvida
alienigena que les acompañaba. Además nuestro planeta se ha
convertido en prácticamente un basurero, y el clima ha resultado,
también, finalmente dañado.
Arrogantes y en extremo orgullosos de su avanzada tecnología, los hun han llenado nuestro pequeño planeta (de apenas 8.000 km de diámetro) de cacharros y chismes; de sus vehículos y de sus máquinas extractoras; y, encima, las contaminantes fábricas, que han arruinado y esquilmado la belleza natural y casi virgen de nuestro mundo.
Arrogantes y en extremo orgullosos de su avanzada tecnología, los hun han llenado nuestro pequeño planeta (de apenas 8.000 km de diámetro) de cacharros y chismes; de sus vehículos y de sus máquinas extractoras; y, encima, las contaminantes fábricas, que han arruinado y esquilmado la belleza natural y casi virgen de nuestro mundo.
También,
y para colmo de males, han empezado a llevársenos a muchos de
nosotros a sus complejos industriales para servir casi de esclavos.
...Hoy nos damos perfecta cuenta de que esos seres son en realidad
crueles e inmisericordes. ¿Empatía? Sí, pero solo para con ellos
mismos (y no siempre, tampoco). Para nosotros ya es demasiado tarde.
El
caso es que su antiguo planeta fue esquilmado, destruido,
exterminado... Pues eso es lo que ellos hacen siempre en todos los
planetas por los que se extienden. Y ahora le ha llegado el turno al
nuestro. El desasosiego que siento es casi insoportable.
...Y
ya apenas puedo seguir narrando todo esto ni un momento más, pues la
sensación que me invade me hace sentir profundamente deprimido..., y
creo que ya nada tiene mucho sentido.
[dd.
pp.]
Con
sus cuatro extremidades huesudas, su pellejo rosado, sus feas cabezas
redondas, sus dos únicos ojos, sus enormes bocas dentudas, y sus
retorcidos y traicioneros cerebros...
...¡los
H U ma N os están aquí!
Por
Sebastián C. Bascuñana.
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