Queridos lectores,
En el fondo de nuestras retinas todos tenemos un punto ciego. Se llama así porque no hay ningún fotorreceptor en esa zona y, por tanto, no transmite ninguna imagen. Es un verdadero agujero en medio de la retina, lo que técnicamente se denomina un escotoma. La razón de este agujero es por que por esa zona salen todo el "cableado neuronal" (el nervio óptico, en realidad, un haz de neuronas, un mazo de cables) que recoge la imagen codificada por todos los fotorreceptores de la retina y la transmite por medio de impulsos nerviosos hacia el Núcleo Lateral Geniculado y de ahí a la corteza visual. Dado que en este punto está el colector de toda la información visual que capta la retina, forzosamente ocupa una posición bastante central en la misma. Así que en vez de tener una zona sin visión discretamente perdida en la periferia de la retina, donde la densidad de fotorreceptores es menor y la imagen está más difuminada, la tenemos en medio de la retina y muy cerca de la fóvea, el punto de mejor visión. Un problema, por cierto, común a todos los mamíferos.
Tal agujero de datos en una zona tan central no es inocua: al mover nuestros ojos algunos objetos varían muy deprisa, pues pasan de ser visibles a caer dentro del agujero y no verse. Esta intermitencia de los datos visuales podría causar muchos problemas a los animales, que podrían distraerse por el efecto de parpadeo que genera. Sin embargo, las estructuras físicas y neuronales de los mamíferos permiten disminuir enormemente el impacto de esta limitación.
Por una parte, nuestros ojos experimentan micro-sacudidas (movimientos muy rápidos del globo ocular) que permiten a nuestro cerebro integrar en el tiempo la información de una cierta área obtenida desde diversos ángulos (estrategia que nos permite también percibir el color azul en todo el campo visual, a pesar de que los fotorreceptores asociados a este color están ausentes de la fóvea). Yo tengo un amigo que usaba esta misma estrategia en su coche: el limpiaparabrisas del vehículo, que era muy viejo, ya no funcionaba, y cuando llovía las gotas de lluvia que se acumulaban sobre el parabrisas hacían la visión difícil; mi amigo comenzaba entonces a mover la cabeza arriba y abajo, a izquierda y a derecha, para "integrar" los resquicios de imagen que obtenía desde todas esas posiciones y así "construir" mentalmente la imagen de la carretera y de los vehículos que por ella circulaban. La verdad que no sé si todavía tiene el mismo coche viejo porque no volví a montar con él; creo que afortunadamente para él se lo robaron (tampoco funcionaba el cierre de las puertas).
Pero, a pesar de las microsacudidas y la integración temporal de la información visual en ángulos ligeramente diferentes que hace nuestro cerebro, una parte de ese espacio visual vacío no puede ser recuperado. Sin embargo, en la realidad no vemos ese -por otra parte molesto- agujero, y eso se debe a una de las grandes maravillas del sistema neuronal: la plasticidad neuronal. Por la acción de mecanismos cuya discusión alargaría innecesariamente este post las redes neuronales biológicas tienden a maximizar la información que transmiten. La zona del agujero no transmite ninguna información (la señal que viene de allí es constantemente nula). Cada área de la retina es mapeada por unas neuronas de procesamiento que codifican y comprimen la señal, enviando sólo aquello que es relevante puesto que el nervio óptico tienen un ancho de banda limitado y la retina obtiene por segundo más información que la que se puede transmitir. Por tanto, cada una de estas neuronas compila la información de un área de la retina asociadas, llamada campo receptivo de esa neurona. Las neuronas que cubren la zona del punto ciego tienen campos receptivos mayores que las que cubren otras zonas, puesto que todo el área que cae sobre el punto ciego no aporta información, hasta el punto que se acaban creando la ilusión de continuidad entre dos neuronas que se encuentran en realidad a lados opuestos del punto ciego. Desde el punto de vista de nuestro cerebro, no hay tal punto ciego puesto que el espacio vacío es rellenado con una señal artificial, que no es más que una extrapolación de lo que hay alrededor del punto ciego. Esta es la base de algunas ilusiones ópticas, como la que ilustra la siguiente imagen.
Esta ilusión de rellenado es tan fuerte y sugerente que incluso puede hacernos ver texto escrito donde en realidad sólo hay un espacio vacío. La ilusión se mantiene hasta que intentamos leer ese texto, momento en el cual se desvanece bruscamente (gracias a Sailor he encontrado un ejemplo sacado de este artículo de 1996).
Lo más interesante del caso es que estamos completamente persuadidos de que hay texto con sentido en esa zona, simplemente porque nuestro cerebro ágilmente interpola el texto de los alrededores y nos hace concebir una falsa impresión de seguridad, de predictibilidad. Por supuesto este efecto pasa también cuando leemos cualquier texto; el espejismo de caracteres que vemos de reojo en las líneas por venir es reemplazado por el texto real cuando el foco de nuestra visión se posa sobre ese lugar.
Este fenómeno de interpolación de lo percibido a los agujeros de nuestra percepción es el resultado de los mecanismos generales del procesamiento de la información que tiene implementados nuestro cerebro. Mecanismo, por tanto, que actúa en todas las facetas de nuestro procesamiento sensorial y a veces incluso en el intelectivo.
Hacía esta (larga) reflexión sobre la fisiología de nuestro procesamiento de la información, desempolvando conceptos que aprendí al principio de mi tesis doctoral (es increíble las vueltas que la da la vida y la carrera de un científico), al final de una reunión científica a la que he asistido estos días en la localidad alemana de Hanover. Se trataba de la reunión anual de todas las redes europeas de investigación del área de medio ambiente financiadas por un determinado programa de la Unión Europea; yo presido una de esas redes y por tanto tengo la obligación de acudir. Son dos días intensos en los que uno se reencuentra con colegas de todas partes de Europa y de algunos Estados asociados. Este año, como el anterior, italianos, griegos, portugueses y españoles evocamos nuestras miserias (curiosamente los irlandeses no parecen interesados en este tipo de redes, pues no me encontré ninguno); miserias que resultaban curiosamente similares en los diferentes países. Como novedad de este año pude comprobar que los franceses comienzan a mirar al futuro con pesimismo, e incluso con colega suizo veía importantes nubarrones en el horizonte (según me explicó, Suiza es una economía exportadora, y con el hundimiento de la Unión Europea se podía anticipar que su propio futuro económico no se veía demasiado boyante; problema, por cierto, que comparte Alemania). En fin, dado el clima de crisis profunda, de necesidad de cambio, pensé ir más lejos de lo que suelo en este tipo de encuentros, e intentar introducir el tema del peak oil en las conversaciones, pero suavemente, no llamándolo por su nombre hasta que se hiciera inevitable en la conversación. Como sé que en general es de mal tono en ambientes científicos evocar el problema del agotamiento de un modelo que nos ha procurado tanto progreso y tanto bienestar me limité a seguir la conversación de manera convencional, forzando las cosas lo justo, intentando que mi interlocutor saliera de sus cómodas hipótesis y se confrontase con la dura realidad.
Y a fe mía que no faltaron ocasiones durante los dos días que duró la reunión. Los diversos proyectos que se expusieron hablaban de la difícil gestión de los recursos y los residuos de manera continuada. Varias veces se mencionó los problemas que causará el crecimiento de la población mientras la productividad agrícola ya no crece; en al menos un tres presentaciones el tema central era el agua, su gestión y su escasez - una ponente llegó a decir que la propia OCDE considera la escasez de agua un problema más urgente que el cambio climático. El cambio climático, por supuesto, ocupaba un lugar central en más de un tercio de las presentaciones. Las evidencias científicas que se presentaban eran abrumadoras. Todas las presentaciones, incluso las más técnicas, hablaban de límites, de problemas que no se estaban pudiendo dominar con la tecnología. Pero todas ellas, invariablemente - y la mía no fue una excepción - hablaban de nuevas técnicas, de nuevos métodos, para resolver problemas que cada vez son más viejos y más acuciantes. Lo teníamos delante pero no éramos capaces de verlo.
Intenté el acercamiento a la cuestión desayunando con un colega que se dedica al estudio de sistemas de gestión de la energía renovable. Él estaba preocupado porque durante la última década la temperatura global no ha aumentado al mismo ritmo que las décadas anteriores, en contradicción con los modelos climáticos. Pensé que la cuestión le preocupaba por el posible destino de esa energía faltante (de hecho, comentamos sobre trabajos recientes que indican que ese calor faltante se está acumulando en el océano profundo y puede provocar una alteración de las corrientes profundas mucho más rápida y abrupta de lo esperado), pero en realidad su temor se centraba en la posible pérdida de apoyo político por parte de la UE a la lucha contra el cambio climático, que llevaría una pérdida de interés por las energías renovables. Realmente, cada uno ve aquellos aspectos del problema que le tocan más de cerca. El caso es que yo le comenté que, en mi opinión, el compromiso de la Comisión Europea con las energías renovables iba más allá de la lucha contra el cambio climático, y que la cuestión de la seguridad energética no era despreciable. Le comenté, entonces, que la producción de petróleo está experimentando problemas; pero él me respondió que gracias al petróleo de esquisto explotado con la técnica del fracking los EE.UU. iban a ser autosuficientes tan pronto como 2020. Yo le aclaré que en realidad la fecha que se suele mencionar es 2035, que en todo caso esa afirmación es una falacia, y que en realidad tal balance positivo sólo será posible, de acuerdo con en el informe de la Agencia Internacional de la Energía donde se hace esta propaganda, con una caída del consumo de petróleo del 32%, cosa que sólo pasará si EE.UU. se hunde en una recesión profundísima. Tales afirmaciones por mi parte le dejaron un tanto perplejo, pero a pesar de comprobar que yo estaba bastante documentado sobre el tema volvió a la cuestión del cambio climático y su conexión con la producción renovable. Mirar a la cruz le ofrecía más seguridad que arriesgarse a ver qué caía sobre su punto ciego.
En la cena de otro día me senté al lado de otro colega, una gran persona de muy agradable trato y un vasto conocimiento sobre el estado del mundo y una amplia cultura. La verdad es que conversar con él era una delicia porque siempre se podían aprender muchas cosas; además, es un hombre que ha viajado mucho y ha mirado los diversos lugares donde ha estado con cierta visión crítica, con lo que sus observaciones son perspicaces y penetrantes. Para mayor abundamiento, se trata de una persona con experiencia en ámbitos más allá de los académicos, con lo que en vez de atrincherarse en su torre de marfil se dedica a ir a cosas prácticas, a cosas que funcionan, y dejarse de ensimismamientos técnicos. En ese sentido me parecía un interlocutor ideal para hablar de estos temas, sobre todo cuando el sistema que él había presentado requería - y él era consciente de ello- grandes cantidades de energía. Justamente por ahí, provocándole ("Creo que lo que has explicado hoy es un poco utópico", le dije) discutimos sobre el concepto de TRE, el cual le pareció completamente natural; de hecho, en el análisis de los sistemas que ellos hacen lo incorporan explícitamente aunque no con ese nombre. Hablando sobre la imparable ascensión de China, yo le dejé caer mi primer torpedo real: "¿Y de dónde saldrá el petróleo necesario para alimentar el crecimiento de China?". Cómo no, la respuesta fue otra vez de los esquistos americanos, no sólo en forma de petróleo sino también del gas. Ahí, dada la proximidad con mi interlocutor, fui tajante: "No hay tal boom del gas natural; todo eso que se dice es mentira". Su sorpresa delante de mi afirmación fue grande, y yo remataba la faena con datos cuando otro colega, al oír lo rotundo de mis palabras, se metió en la conversación, que rápidamente derivó hacia temas más ligeros. Luego, durante el curso de la cena, el tema de los límites planeó varias veces sin que nunca entráramos a fondo, y al no ver en mi interlocutor intención de volver al tema de de dónde saldrá el petróleo para China lo dejé correr. Confío, dada la especial sensibilidad e inteligencia de este individuo, que volverá a este tema. Pero de momento los modismos convencionales no nos permitieron hablar seriamente de la cuestión.
El último día volvía al hotel desde el restaurante donde cenamos, caminando, bajo una intensa lluvia, acompañado de una colega de cierto rango dentro de la jerarquía europea. Hablamos de todo un poco, aunque yo sabía que era una conversación con muchos límites. Cuando detentas una posición dentro de la burocracia europea tienes que ser muy cuidadoso con lo que dices porque una indiscreción o una frase que se preste a malas interpretaciones puede ocasionar muchos problemas. A pesar de ello, la conversación permitió llegar hasta comentar los recientes disturbios en Estambul (mi interlocutora era turca). Hablando sobre los indignados en España, el futuro de Europa y demás yo lo dije bastante abiertamente: "Creo que ignoramos el problema fundamental de la escasez de recursos. Estoy convencido de que Europa no podrá levantar cabeza, no podrá salir de esta crisis porque le faltará, entre otras cosas, fuentes de energía". Mi colega caminaba en silencio, mirando hacia adelante, sin decir nada, bajo la lluvia que nos calaba. El hotel ya estaba cerca. Yo no estaba diciendo nada esencialmente diferente a los problemas que habíamos oído enunciar durante los últimos dos días, pero mientras que las presentaciones científicas que habíamos oído se centraban en propuestas de soluciones técnicas o abogaban por "profundizar en el estudio de los problemas", yo planteaba simple y llanamente la imposibilidad de salir de la trampa donde hemos caído. Esperé aún algunos segundos alguna reacción, antes de proseguir: "Creemos que Europa tiene que forzosamente salir de la crisis, cuando en realidad no queremos entender que no existe una salida convencional para la misma. En Europa no se aceptará esta realidad hasta que Alemania no entre, ella misma, en una recesión profunda". Aquí mi interlocutora no pudo evitar asentir, con una media sonrisa. Llegamos al hotel y ella se despidió cortésmente, agradeciéndome la compañía y la conversación.
No estamos tan ciegos. Solamente es que no queremos dejar de mirar a la cruz, porque sabemos que cuando giremos la vista aparecerá una verdad inaplazable e incómoda.
Salu2,
AMT
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