jueves, 3 de abril de 2014
Imparcialidad y dignidad
Queridos lectores,
Desde hace ya algún tiempo me encuentro con una crítica recurrente a este blog. A algunas personas les parece bien que haga un análisis técnico (la palabra que suelen usar es "científico") de aspectos concretos de la crisis energética, particularmente los asociados a la producción de materias primas, la rentabilidad energética y económica que tienen, etc. Sin embargo, a estas personas les suele molestar cuando trato otros temas de índole más social, a pesar de que uso las mismas técnicas analíticas cuando hablo de exclusión social que cuando hablo del suministro de hidrocarburos. Entienden que un blog técnico ("científico") no debería tocar temas que, en su concepción, son más de opinión antes que de hecho. Incluso a veces se dice que son "demasiado políticos" (particularmente cierto si hablo de Cataluña).
Por el contrario yo creo que soy bastante coherente con mi línea editorial (que sólo rompo cuando publico artículos de otros, artículos por cierto con los que no siempre estoy de acuerdo pero que difundo aquí en aras de una pluralidad que no suelo encontrar en otros lugares). Los temas que abordo los trato (o intento tratar en la medida de mis posibilidades) desde una perspectiva lo más técnica y objetiva posible, y además los temas tratados son pertinentes, incluso fundamentales, para la discusión de este blog. Sin embargo, entiendo que se me hagan estas críticas partiendo de donde partimos, puesto que hoy en día los medios de comunicación en general y la prensa escrita en particular no tienen en absoluto una manera semejante de discutir estas cuestiones.
Hoy en día en los medios de comunicación se ha impuesto una suerte de falsa equidistancia: delante de cada tema de debate en la sociedad, ya sea la ley del aborto o la producción de hidrocarburos, se recaban las opiniones de los diversos sectores y se presentan tal cual, dejando que sea el lector quien elabore sus propias conclusiones. Se dice que tal manera de presentar las discusiones es imparcial, puesto que no se toma partido por ninguno de los sectores implicados. Tal estrategia, que podría tener cierto sentido (aunque se le apliquen algunas salvedades que detallo más abajo) para la discusión de cuestiones de opinión, es completamente absurda y nociva cuando se discuten cuestiones de hecho. Y es que los hechos no admiten discusión: pueden ser más difíciles o más fáciles de conocer -y es legítimo centrar el debate ahí en algunos casos-, pero una vez conocidos no son opinables. Peor aún, en aras de una supuesta representatividad equilibrada de todas opiniones en realidad se da un peso desmedido a las opiniones más repetidas, las cuales (dinero mediante) son las más representadas. Hace años que las grandes compañías comprendieron que esta aproximación al periodismo les favorecía, puesto que creando fundaciones, centros de estudios, etc, además de sus propios gabinetes de comunicación y medios políticos afines, podían hacer escuchar la opinión que favorecía sus intereses por encima de cualquier otra, y por eso atacan con fiereza cuando en un medio de comunicación no hay lo que denominan una "representación proporcionada de todas las opiniones" - es decir, sus propias consignas no son repetidas varias veces desde sus diversas antenas.
Este tipo de periodismo que se limita a recoger y transcribir opiniones, y que tanto abunda hoy en día, es indiscutiblemente una muestra de dejación del periodista de su labor primera: informar. Informar no es hacer una relación de opiniones como si uno estuviera haciendo un inventario; informar es buscar la verdad y presentarla correctamente a los lectores. Es lo que hace tiempo llamaban "periodismo de investigación"; lo otro no pasa de mera crónica o gaceta, cuando no directamente de publirreportaje. Y es posible que la decadencia de los medios de comunicación tradicionales se deba en parte a esta falta de compromiso con la verdad, a veces por la influencia directa de los grandes intereses económicos, pero otras veces por esa falta de búsqueda de la verdad que explicamos, y que es lo que hace que cada vez más personas busquen en la red medios alternativos donde encontrar una verdadera elaboración a partir de los hechos, un verdadero intento de llegar a la verdad.
La primera cosa a comprender es que no se puede hacer de igual manera una crónica de sociedad que la discusión de hechos medibles y observables. No hay posible equidistancia entre hecho y opinión. Y menos aún si hablamos de fenómenos naturales: la Naturaleza no negocia, y le es igual nuestra opinión. Y sin embargo te encuentras a menudo que esta visión de relatividad absoluta de los hechos, este mundo del todo es opinable, impregna todo discurso, hasta el punto de que hay una total y absoluta falta de práctica en la discusión de hechos. Muchas veces me he encontrado que después de hacer una exposición de hechos alguien me dice: "Muchas gracias por su opinión". La presentación de hechos está tan desvirtuada que la gente no distingue hecho de opinión, porque está acostumbrada a que hablando de un tema concreto los "hechos" dependan completamente de quién los transmite. En el fondo es un problema de decadencia moral de nuestra sociedad: en los debates públicos se debería exigir que las partes actuasen con honestidad, presentando los hechos de manera no sesgada y objetiva, en vez de dar una visión particular que favorezca una cierta visión. Sin embargo, la opinión pública encuentra perfectamente aceptable que la presentación de los hechos sean manipulada para favorecer intereses particulares, y eso hace que a estas alturas hecho sea indistinguible de opinión.
Esa manipulación de los hechos se manifiesta de muchas maneras. Cuando un tema afecta a grandes intereses económicos es frecuente encontrarse con campañas de confusión deliberadas, en las que se hace selección interesada de hechos -cherry picking- para hacer ver las cosas con un prisma completamente desvirtuado. A modo de ejemplo, es normal encontrarse entre los voceros del fracking ciertos argumentos, como por ejemplo que la producción de petróleo de fracking en los EE.UU se ha multiplicado por 18 en los últimos 10 años (sin decir que hace 10 años era prácticamente insignificante) y escribir eso hábilmente en una frase en la que se dice que los EE.UU. son ya independientes energéticamente (cosa radicalmente falsa hoy y que tampoco será cierta en un futuro) y sin decirlo explícitamente dando a entender que una cosa ha llevado a la otra. Cuando uno lee frecuentemente lo que dice esta gente detecta el fraude de mezclar medias verdades con mentiras porque las frases son siempre idénticas (y es que el engaño sólo funciona con unas frases especialmente construídas para ello, que por tanto se tienen que repetir prácticamente literalmente), pero al lector desavisado le puede pasar por cierto, y ese es justamente el objetivo de tales desinformaciones. Como además estas opiniones construidas con la presentación sesgada de hechos escogidos está sobrerrepresentada en los medios de comunicación, se consigue emborronar el debate y que la verdad nunca sea conocida.
La verdad, lo que creemos que es la verdad objetiva de las cosas no es, por supuesto, nunca completamente objetiva: siempre los propios sesgos cognitivos de la persona que la busca y la transmite, sus propias preferencias, influyen en lo que ésta considera "la verdad". Pero esta subjetividad inevitable en la presentación de los hechos no nos puede hacer caer en un escepticismo recalcitrante: yo siempre digo que una cierta dosis de escepticismo es conveniente, pero un exceso del mismo es puro cinismo. Lo que hay que hacer es simplemente centrarse en los hechos. La presentación de los mismos puede estar voluntaria o involuntariamente sesgada pero al menos son hechos; lo que tiene que hacer el lector crítico es buscar otros hechos que corroboren o complementen en su caso la parte de la verdad que se le había presentado. Por eso es importante que el lector sea parte activa y crítica de lo que lee; otra de las grandes deficiencias de nuestro tiempo es que los lectores y espectadores son pasivos y apáticos, y básicamente se tragan más o menos acríticamente lo que les echan, sin buscar razonar, sin comparar con informaciones previas, sin buscar inconsistencias; en suma, sin ser críticos y responsables, como corresponde ser a un buen ciudadano.
En el colmo del despropósito, a los pocos periodistas que comprenden que hay que ir más allá e informar de verdad, a los que realmente buscan la verdad y la presentan basada en hechos, no en las declaraciones de unos y otros, se les suele acabar llamando "activistas", como si su objetividad se viera empañada justamente por su búsqueda de los hechos y de la verdad. Este tipo de periodista suele tener problemas en los medios para los que trabajan, tanto da cuál sea su orientación política formal, puesto que al final todos están en manos del gran capital.
Y justamente una de las cosas que suceden cuando uno se centra en los hechos, cuando uno se centra en la verdad, es que se le acusa de meterse en discusiones políticas aunque uno esté hablando de ciencia, ya sea de recursos naturales o del clima; y siempre hay quien te reprocha que eso es inadecuado e impropio de alguien que se llama científico, puesto que los científicos deben permanecer puros, imparciales. Esta crítica en particular es especialmente absurda. Resulta que los estudios científicos del medio ambiente o los recursos naturales, como en realidad los de cualquier otra materia, son esencial e irrenunciablemente políticos. Pues por definición la política es la discusión de los asuntos que interesan a los ciudadanos. Como he dicho muchas veces, este blog, todo lo que en él se discute, es político, porque se trata de cosas que les interesan a los ciudadanos. Lo que no es, o no debe ser, es partidista: no se puede, desde una perspectiva meramente técnica, tomar partido por una u otra opción, entre otras cosas porque las dinámicas de partido suelen llevar a que tarde o temprano se sacrifiquen ciertas ideas en aras del pragmatismo.
¿Debe por tanto la ciencia intentar dar respuesta a cuestiones políticas? La respuesta es sí, y en realidad siempre ha sido así. La ciencia intenta dar respuesta a problemas que preocupan al hombre, y que a menudo afectan a la organización social, es decir, a los aspectos políticos. El científico no es quien para tomar las decisiones de cómo gestionar ese conocimiento, pero sí quien debe decir qué es lo que hay y qué es lo que puede funcionar y lo que no en base a su conocimiento. Conocimiento incompleto y siempre provisional, por supuesto, pero que es lo único que tenemos en cada momento, y que es mejor guía que otros intereses mucho más espurios en base a los cuales se toma tan a menudo decisiones con consecuencias lamentables.
La opinión pública está tan poco educada en el debate de los hechos, en el debate científico, que cada vez que se aborda desde una perspectiva científica un determinado tema causa extrañeza lo que se considera una rotundidad excesiva. Pasa que el debate de opiniones es siempre subjetivista y por tanto las normas de cortesía implican que los interlocutores tienen que estar dispuestos a conceder cierto beneficio de la duda al contrario; quien no lo hace así se le considera un grosero y un bruto. Sin embargo, en el debate de los hechos no hay ni medias tintas ni consideraciones; el debate científico es en ese sentido implacable pues sólo le interesa la verdad. No hace mucho me encontré, discutiendo por internet con una persona, que tras ir yo presentando hecho tras hecho, artículo tras artículo, a pesar de que siempre fui educado en mi tono el otro me repuso de forma un poco áspera: "Tienes todas las respuestas". Y es que en un debate de opiniones no es admisible ser contundente; sin embargo, hablábamos de hechos. Como le dije, la cuestión era simple: lee mis hechos y refútamelos con datos, si crees que no son correctos. Es así como se discute en ciencia. La ciencia, digámoslo aún otra vez, no es opinable. No podemos someter a votación el resultado de hacer dos más dos; siempre tendrá que ser cuatro, siempre será cuatro, independientemente de nuestras preferencias u opinión al respecto.
La enorme confusión sobre lo que es hecho y lo que es opinión, el colosal y cínico relativismo moral de nuestra época, es lo que lleva a algunas aberraciones lógicas, como por ejemplo las que discutimos en este blog al hablar de precaución y garantía. A modo de anécdota, recuerdo haber leído hace tiempo un artículo sobre el infausto e-CAT (que el tiempo se ha encargado de mostrar que era una estafa). Quien lo escribía asumía que lo que decían los "inventores" era cierto por un "Principio de inocencia científica". Por supuesto que en ciencia no existe tal principio: los hechos se discuten por sí mismos, implacablemente; las críticas son siempre afiladas, precisas, quirúrgicas: se busca la verdad, sin concesiones; no hay presunción de inocencia: hay hechos que probar, mostrar o refutar. A veces me encuentro también, en la discusión de la magufada de turno, que hay quien me dice que "la crítica siempre tiene que ser constructiva", y de nuevo la afirmación es errónea. La crítica a las personas siempre tiene que ser constructiva, puesto que a una persona no la podemos desechar y empezar con otra: hay que intentar mejorarla partiendo de lo que se tiene, y por tanto la crítica tiene que dirigirse a construir, no a destruir. Sin embargo, la crítica a las hipótesis, a las ideas, ha de ser descarnada, implacable, lógica, feroz; y si las hipótesis no son refrendadas por los datos, si la teoría resulta falsada, se la desecha por completo y se busca una nueva. Es así como se avanza en el conocimiento.
La razón de tal confusión, de tal falta de comprensión de los aspectos básicos de la ciencia y su elaboración, vienen en una parte del exceso de peso de unas ramas concretas de las Humanidades (concretamente el Derecho y las Ciencias Económicas tradicionales) en la dirección de la sociedad, pero en una parte mayor del gran interés de los rectores de nuestro sistema económico en alimentar una confusión que sirve mejor a sus propios intereses. El primer paso para poder construir una sociedad más equilibrada y menos cínica es recuperar el respeto por el debate científico y aplicar una imparcialidad implacable en la discusión de los hechos. Es necesario para comprender cabalmente dónde estamos y hacia dónde podemos dirigirnos, y es imprescindible para recuperar nuestra dignidad como seres humanos.
Salu2,
AMT
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