viernes, 22 de marzo de 2019

Carta a quienes la puedan leer



Queridos hijos míos:

Os digo "hijos" porque por mi edad bien podríais serlo, aunque mis hijos biológicos sean más jóvenes (tardé en formar una familia, como suele pasarle a tantas personas que se dedican a la ciencia). Sois la gente joven, los que tenéis veintipocos años o menos, que ahora estáis saliendo a manifestaros a exigir que se adopten soluciones a la crisis climática que vosotros no comenzasteis pero que sin duda vais a sufrir con toda su intensidad. Sois los hombres y las mujeres, los chicos y las chicas, que cada viernes os declaráis en huelga en vuestros estudios y salís a la calle a reclamar lo que es de sentido común, lo que es vuestro derecho.

Para los que somos más viejos, de generaciones anteriores a la vuestra, sois nuestra última esperanza de construir un mundo mejor y más justo. Pero como somos más viejos y hemos visto pasar ya muchas cosas, no podemos evitar sentir temor. Por vosotros y por nosotros.

No quisiera ponerme demasiado paternalista y presuntuoso, diciéndoos que solo veis una parte del problema; que el cambio climático, siendo como es grave, no es más que uno de los múltiples problemas ambientales que tenemos; que los problemas ambientales, siendo como son gravísimos, no son más que una parte de los problemas de sostenibilidad a los que se enfrenta la Humanidad. No creo que sea necesario: lo que no conozcáis, ya lo conoceréis; y trataros con la arrogante suficiencia de la gente más experimentada no es la mejor manera de apoyaros, cuando lo que todos deseamos es que triunféis donde nosotros fracasamos.

Sin embargo, os ruego que entendáis nuestros miedos, nuestros temores, igual que el padre teme que el hijo cometa los mismos errores que cometió él.

Cuando yo nací, el Mayo del 68 estaba en sus postrimerías. En los años 60 del siglo pasado, la creciente concienciación estudiantil explotó en un movimiento que fue casi una revuelta, en contra del orden establecido. En contra de los abusos de poder, de los privilegios de clase, de las guerras encubiertas por intereses inconfesables. Este movimiento sacudió en mayor o menor medida todo el mundo occidental, pero fue especialmente intenso en Francia. "Seamos realistas: pidamos lo imposible", decían. Los jóvenes de entonces querían cambiar el mundo, porque se daban cuenta de que el mundo se dirigía hacia un lugar al que no querían ir.

El movimiento se mantuvo con cierta fuerza unos pocos años, mientras los poderes políticos alternaban la represión con la incorporación de algunas reformas - mínimas - buscando hacerse más aceptables. Pero en 1973 comenzó una grave crisis económica, y las ilusiones juveniles tuvieron que ser aparcadas. El idealismo está bien, vendrían a decir, pero ahora tenemos que estar por las cosas serias. Con la actividad económica cayendo en picado y un paro rampante las sociedades occidentales tenían otras necesidades más graves a las que atender. Y con las dificultades que experimentaba el ciudadano de a pie nadie osó continuar cuestionando al poder. Eso tendría que quedar para mejor ocasión. Y así se silenció el grito de una generación. Los años 70 y principios de los 80 fueron años de mucho retroceso en lo social, del "No hay alternativa" a las medidas neoliberales. El sueño del 68 murió.

Años más tarde, cuando yo era un poco más mayor de lo que vosotros sois ahora, hubo un nuevo movimiento, de nuevo fundamentalmente estudiantil, de reacción contra el estado de cosas el mundo. Es el surgimiento de los movimientos antiglobalización de finales del siglo pasado. En aquella época era ya evidente que la globalización de la economía, vendida por los medios de comunicación como el mayor bien deseable, estaba exacerbando las injusticias y la destrucción de la Naturaleza. "Otro mundo es posible", decían los manifestantes. En esa ocasión no hubo negociación, solo represión. Pero aquellos jóvenes de entonces no se arredraron y siguieron manifestándose. Hasta que estalló la burbuja especulativa asociada a las nuevas tecnologías, entonces en plena expansión, lo que se llamó la "burbuja punto com", y empezó una nueva crisis económica. De nuevo, no era momento para perder el tiempo con idealismos. Acto seguido se cometieron los atentados de las Torres Gemelas en Nueva York y con una nueva legislación antiterrorista global las manifestaciones al estilo de los años precedentes se volvieron imposibles. Una vez más, el sueño de una generación de construir un mundo mejor fue enterrado por el pragmatismo de la crisis económica, con el añadido una vez más de un fuerte retroceso de las libertades individuales en aras de la lucha contra el terrorismo.

Desde entonces, ha habido algunos intentos esporádicos de recuperar el espíritu altermundista, como fueron el 15M en España o Occupy Wall Street en EE.UU. A diferencia de los casos anteriores, estos movimientos de protesta no se acabaron por una crisis económica sino que comenzaron precisamente a raíz de una de ellas, la Gran Recesión de 2008. Y más que como búsqueda de una justicia global para todo  el planeta, surgen como una reacción más local y más egoísta, simplemente denunciando el empobrecimiento de las clases medias. Por eso mismo, en este caso no servían las llamadas al pragmatismo con las que se desactivaron los movimientos de finales de los 60 y 90 del siglo pasado; y solo se ha podido desactivar estos movimientos con la (pequeña) mejora económica de los últimos años.

Y así llegamos aquí. Y así llegamos a vosotros.

Vosotros, que estás viendo que el clima del planeta está cada vez más desestabilizado, mientras que los poderes públicos hablan mucho y pretenden hacer creer que están haciendo algo cuando en realidad no hacen nada. Y una vez más surge un movimiento de reacción, de protesta, que busca cambiar las cosas, que de una vez se haga lo que es debido.

Y yo, y tantos otros como yo, miramos atrás al camino, y nos inunda el temor de que, una vez más, con los argumentos de siempre, se pueda desarticular vuestro movimiento, tan necesario como lo fueron todos los anteriores.



En toda esta historia que os acabo de explicar, hay una clave a la vista y otra que se intenta ocultar. 

La clave a la vista es que los anhelos de cambio y de reforma son siempre ahogados por la irrupción de una grave crisis económica, que obliga al mal llamado "pragmatismo" de aceptar auténticas barbaridades para poder salir adelante, para evitar caer en la miseria.

La clave que se intenta ocultar, o como mínimo maquillar, es que detrás de estas crisis hay siempre el mismo problema: el petróleo.

El petróleo es un recurso finito y del cual depende críticamente nuestra economía, pero, contrariamente a lo que se suele hacer pensar, los problemas con el petróleo no comienzan el día en que se agota por completo. Y es que el petróleo no se produce siempre a la misma velocidad. A medida que vamos extrayendo más y más, lo que queda es más residual y es más difícil de extraer. Por eso, en cualquier país hay un momento en el que se llega al máximo de extracción, o peak oil, y a partir de ese momento la producción de petróleo empieza a caer. Lo cual es un problema grave para ese país, porque tiene que aprender a pasar con cada vez menos petróleo: sus ingresos disminuyen, sus finanzas se resienten y eventualmente entra en crisis.

En 1972 los EE.UU. llegaron a su peak oil. Un año más tarde se desencadenó una crisis global.

En 2001, varios productores importantes llegaron a su peak oil. La producción de petróleo del mundo, que había crecido con fuerza desde 1980, empezó a frenarse, y se produjo una crisis global.

A finales de 2005 o principios de 2006, la producción mundial de petróleo crudo convencional llegó a su máximo. Dos años más tarde, comenzó la mayor crisis económica en décadas. 

Análisis más detallados, como los que ha hecho el profesor James Hamilton de la Universidad de California San Diego, muestran que el petróleo ha estado siempre detrás de las grandes crisis económicas de los últimos cincuenta años.

La última de estas crisis, La Gran Recesión, fue tan profunda que hizo tambalearse el actual sistema económico, hasta el punto de que el propio presidente francés de entonces, Nicolas Sarkozy, llegó a plantear la necesidad de refundar el capitalismo. El caso es que, tras la caída de consumo de petróleo que supuso el inicio de La Gran Recesión, hacia 2011 el consumo se estaba recuperando... pero la producción no. Así que en EE.UU. se sacaron de la manga el petróleo de fracking: un petróleo de baja calidad, demasiado ligero y tan caro de explotar que las empresas que se dedican a ello han perdido dinero desde el principio, apalancándose en cantidades monstruosas de crédito. Un esquema tan absurdo que amenaza con derrumbarse en cualquier momento.

Para acabarlo de agravar, el petróleo crudo convencional sigue bajando su producción poco a poco, y los hidrocarburos líquidos no convencionales que se han añadido para compensarlo son de tan baja calidad que en su conjunto no son buenos para destilar diésel... y eso está haciendo que la producción de diésel haya comenzado a caer

El diésel es la sangre del sistema, lo que mueve todo el transporte de mercancías. Si la producción de diésel disminuye, el sistema amenaza con derrumbarse. Y esto no es un detalle menor. No es algo que se pueda resolver de manera sencilla.

Con energías renovables, pensaréis quizá, como se dice y se repite en los medios de comunicación. Pues quizá sí o quizá no. Las energías renovables tienen muchas limitaciones, y no bastan para substituir de manera sencilla a los combustibles fósiles. No es evidente que podamos producir la misma cantidad de energía con fuentes renovables como lo hacemos ahora con no renovables, y en todo caso hacer la transición requeriría comenzar desde ya un esfuerzo semejante al de una guerra y durante al menos 30 años.

Por tanto, se tienen que hacer cambios mucho más profundos que lo que se habla. No tenemos alternativas sencillas por delante. No se puede mantener un sistema económico y social como el actual basándose en renovables y coches eléctricos. De hecho, no se puede generalizar el modelo del coche eléctrico. Nada es tan sencillo como se cuenta, y los cambios deberían ser muy profundos, no meramente cosméticos.

Ése es el reto que tenemos por delante. Ése es el reto que tenéis por delante. Y éstas son las dificultades.

Estamos a punto de entrar en otra grave recesión económica, en la que el petróleo y el diésel van a desempeñar un papel central. No podéis dejar que os desactiven con el argumento habitual, el del pragmatismo, ése que dice: "primero resolveremos la crisis económica, después ya vendrá lo demás", porque la crisis económica a partir de ahora será la situación habitual: el capitalismo se dirige a su fase final, porque los recursos empiezan a fallar y no le permiten seguir creciendo. Así que la crisis económica será en breve algo recurrente, continuo, instalado. Pero la crisis ambiental tampoco va a parar, aún menos la de los recursos, ni todas las otras crisis de sostenibilidad. No podemos esperar más, no valen excusas. Y si el sistema no funciona, tendremos que cambiar el sistema.

No os dejéis engañar con los parches que se cacarean desde los medios. Demonizar el coche de diésel solo sirve para ganar unos pocos años, sin resolver el problema real. El modelo de paso al coche eléctrico puede estar pensando para favorecer a los ricos y empobrecer aún más a los pobres. Y algo parecido pasa con determinados modelos de explotación de energías renovables. No hay una evolución simple desde donde estamos hacia donde deberíamos estar. Ir añadiendo sistemas renovables, con la idea de que algo vamos avanzando, no es necesariamente avanzar en la buena dirección. Hay que estudiar bien el problema y hacer propuestas meditadas, pues el problema es complejo. Quien os proponga soluciones simples, tenedlo por seguro, os está intentando engañar. Porque ése es nuestro gran temor: que os intentarán engañar. Os intentarán manipular. Intentarán que defendáis modelos simples que parecen funcionar (que os han hecho creer que funcionan) pero que en realidad perjudican a los más y benefician a los menos. 

Y si descubrís la trampa y reaccionáis ante eso, si sois capaces de proponer soluciones que vayan a la verdadera raíz de los problemas, os atacarán con furia. Es lo mismo que pasó en 1968. Es lo mismo que pasó en 1997. Pero vosotros no sois los mismos que entonces fallamos. Confiamos en vosotros.

Os deseo mucha suerte y mucho coraje.

Mis afectuosos respetos.

Antonio Turiel
Marzo de 2019

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