viernes, 8 de enero de 2021

Se acerca el invierno


Queridos lectores:

El día de Reyes de este 2021 asistimos al bochornoso espectáculo de ver a una turba de manifestantes estadounidenses que no aceptan los resultados de las últimas elecciones presidenciales en ese país, y que intentaban detener el proceso de validación que tenía lugar en su Congreso por la fuerza. La continua apelación por parte del presidente saliente Donald Trump a un supuesto fraude electoral ha acabado de espolear a sus seguidores, que finalmente han decidido tomarse la justicia por su mano.

Que en el país que se considera así mismo como referente universal de la democracia se den este tipo de sucesos, más propios de democracias menos consolidadas, es hasta cierto punto sorprendente. No se puede decir que sea una sorpresa completa, porque los cuatro años que ha durado la presidencia de Donald Trump se han caracterizado por el populismo, la difusión de noticias falsas y las astracanadas. Para cualquiera que haya seguido la situación política y social de los EE.UU. era evidente que una gran masa de seguidores de Trump le ven como un mesías salvador, el cual les liberará de la opresión de una cábala demoníaca de líderes políticos y económicos corrupots, y les llevará a una tierra de promisión, en la que América será grande otra vez. Lo que quizá haya sorprendido a algunos es que el delirio y el desatino llevara a una muchedumbre a intentar derribar la democracia mientras creían que estaban intentando salvarla.

Se ha escrito mucho sobre la disociación de la realidad que tienen los seguidores de Trump, y de cómo su fanatismo los está empujando a una radicalidad que pueden acabar llevando al país a una guerra civil. Una tendencia repetida en esos análisis es la de mirar a los seguidores de Trump como una panda de lunáticos, gañanes ignorantes que se dejan embaucar por cualquiera. Sin embargo, tales visiones tienen una considerable falta de autocrítica y por eso mismo no resultan útiles ni para entender el momento actual ni para proponer soluciones válidas. Porque, si bien los partidarios de Trump viven engañados, creyendo en un mundo pasado idealizado al que quieren regresar, ¿viven menos engañados los partidarios de Joe Biden, el nuevo presidente electo? Es decir, ¿creen que Joe Biden va a hacer algo realmente efectivo con alguno de los graves problemas que aquejan a su país? Por ejemplo, ¿va a conseguir reindustrializar su país y que las clases bajas recuperen los salarios dignos de los que disfrutaban hace 40 años? ¿Va a tomar medidas efectivas para la mejora del medio ambiente en general, y particularmente en la lucha contra el Cambio Climático? ¿Va a reducir la conflictividad internacional en aquellos escenarios donde EE.UU. tiene mucho que decir? ¿Pondrá Joe Biden coto a las aspiraciones de las grandes compañías de controlar y esquilmar cada vez más a sus ciudadanos y a los de otros países? Cualquiera que examine la historia reciente de los EE.UU. y la trayectoria del nuevo presidente con un poco de objetividad verá en seguida que nada de eso es de esperar. Habrá, quizá, algunas mejoras en términos de derechos sociales, y algunos gestos significativos en alguno de los temas arriba mencionados, pero poco más. Y, que sea efectivo, no podrá o no sabrá hacer nada realmente efectivo.

Ya lo explicábamos hace cuatro años, cuando Trump salió escogido. Los seguidores de Trump saben que nadie les representa en realidad, y por eso creen, necesitan creer, en que Trump les hará mejorar. Creen en él porque Trump no era el preferido del establishment, era un verso libre, una bala perdida. Con su discurso radical, sin tapujos, faltón e irrespetuoso, diciendo "verdades como puños", Trump se presentaba, para los que están desesperados al ver cómo se están hundiendo, como su última opción. Y por eso se agarran a él con desesperación. ¿Se equivocan acaso los votantes de Trump al pensar que Biden no hará nada por ellos? Pues probablemente no. ¿Quiere eso decir que Trump hará algo útil por ellos? Pues tampoco; en realidad, aparte de sus boutades, durante estos cuatro años no ha hecho ningún cambio sustancial en su país, excepto radicalizar a su electorado con mentiras e insidias (triste legado). Pero a pesar de todo, seguramente muchos de los votantes de Trump se engañan con respecto a su líder menos que los de Biden.

La discusión entre Trump y Biden, entre republicanos y demócratas, es en realidad una discusión vacía de contenido. No es entre estas dos opciones que encontraremos una solución real de los problemas que tenemos. Es la metáfora de la hormiga que nota el olor de una manzana que pende sobre su cabeza pero que no es capaz de llegar a ella porque se mueve en dos dimensiones inútiles cuando debería moverse en la tercera para llegar a la manzana. Es por ese motivo que la sociedad se divide en partes prácticamente iguales entre las dos opciones, porque las dos son igualmente inútiles para resolver el problema y, en el fondo, la elección propuesta es aleatoria, independiente del problema a abordar. Toda la discusión política, en EE.UU. pero también en el resto de los países del mundo, es completamente inútil porque se mueve en las dimensiones inútiles del problema, como si para abordar cómo apagar un incendio discutiéramos si las llamas son rojas o amarillas.

Pero el conglomerado pro-Trump tiene un rasgo crucial: lo que unifica la gran diversidad de opiniones dentro del campo trumpista es su componente fuertemente reaccionaria. En un país con una fuerte tradición cristiana, muchos trumpistas se declaran personas devotas y atribuyen los problemas actuales de EE.UU. a que el país ha dado la espalda a Dios (es siguiendo esa lógica que no es difícil concluir que los demócratas deben ser una banda criminal de adoradores de Satanás, pedófilos y Dios sabe qué más barbaridades, tal y como proponen una de las teorías de la conspiración con más predicamento, la de QAnon). Pero, sin necesidad de llegar tan lejos en la alucinación, lo cierto es que los trumpistas quieren volver a esos tiempos de antaño en que todo era más fácil y uno se podía ganar bien la vida con un trabajo decente. Y resulta evidente que algo se ha torcido durante las últimas décadas; en realidad, todos podemos estar de acuerdo con que algo ha ido horriblemente mal: la inestabilidad económica, el riesgo del desempleo, la creciente inseguridad doméstica e internacional... No sirve de nada negar lo que es evidente: en los países desarrollados hemos ido a peor en los últimos 20 años. Las políticas que se emprendieron, la globalización, la liberalización, etc, nos han llevado a un sitio peor. ¿Qué recetas proponen los demócratas estadounidenses? En el fondo, profundizar en esa vía, la que enfáticamente se denomina la vía del Progreso. Por eso los votantes de Trump consideran que hace falta reaccionar, y no se equivocan en eso: no podemos seguir por esa misma vía porque es una vía muerta. 

Como los lectores de este blog conocen, la verdadera razón de esta creciente penuria, de esta rampante Gran Exclusión, es la escasez de energía. El máximo de producción de petróleo, o peak oil, fue en diciembre de 2018; y debido a que el petróleo más versátil, el petróleo crudo convencional, está en declive desde 2006, el pico de producción del diésel (la verdadera sangre del sistema, porque se necesita para camiones y maquinaria pesada incluyendo tractores) fue en 2015. Años antes de llegar a estos picos ya teníamos problemas porque cada vez costaba más aumentar la producción de petróleo, pero desde que los hemos superado no dejamos de dar bandazos (como los que ha habido con las prohibiciones sobre los coches de diésel). Básicamente, todo lo que llevamos de siglo XXI ha sido una cuesta arriba de dificultades crecientes para mantener en marcha un sistema económico que necesita del crecimiento ilimitado y acelerado para poder seguir adelante. Un sistema que necesitaba un suministro de energía igualmente ilimitado y creciente pero que ha empezado a fallar. Por eso faltaban oportunidades de inversión y crecimiento, por eso florecieron las hipotecas subprime y otros artilugios financieros sin fundamento: porque el mundo real, el mundo físico, no daba para más. Ahora, la ilusión de que podríamos mantener vivo este sistema se están desvaneciendo rápidamente; peor aún, el haber estirado su duración unos años más con dudosos parches nos aboca a una caída más precipitada de lo que debería ser. Y todos lo sabemos: nadie vela por los intereses de los ciudadanos de a pie, que se sienten engañados y machacados por el poder. Por eso tampoco es de extrañar que la gente desconfíe de los cantos de sirena sobre la Transición Ecológica hacia el "paraíso renovable", porque ya intuye que en realidad las renovables tienen sus límites aunque no se hable de ellos, que en muchos casos sirven para transferir más dinero de los pobres a los ricos, y que toda la actual fanfarria sobre el hidrógeno verde solo oculta una estafa a gran escala.

En lo que se equivocan los seguidores de Trump es en cómo reaccionar. Ellos representan el movimiento reaccionario (la Reacción), que busca volver a algo anterior que, en realidad, tampoco es alcanzable (de hecho, lo idealizan y tampoco es tan deseable, pero ésa es ya otra discusión). Además, la Reacción incluye no solo un retorno a modos antiguos en la producción, sino que de matute se quieren colar retrocesos sociales (sobre todo, pérdida de derechos de minorías) que en realidad no son necesarios para los fines que se dicen perseguir. Como ya explicamos en su día, no se necesita la Reacción como oposición al deletéreo Progreso, sino el Conservacionismo. Pero hay una cosa en la que sí que acierta la Reacción: en superar el eje izquierda-derecha, que no lleva a ningún lado.

El día 20 de enero de 2021, Joe Biden Jr. jurará su cargo como Presidente de los EE.UU. Le esperan cuatro dificilísimos años, en los que tendrá que hacer frente a una peligrosamente rápida caída de la producción global de petróleo, propiciada por la fuerte desinversión de los últimos 7 años. No hay ningún Gobierno de ningún país del mundo que esté preparado para este reto, y Biden, con un país dividido y radicalizado después de Trump, está probablemente en una peor situación que muchos otros países. Cuando la situación económica de los EE.UU. sea un completo desastre y con la definitiva desaparición del fracking se agrave la profunda crisis industrial de los estados del medio Oeste, crecerá el descontento. ¿Qué hará ese white trash que se ve abandonado por el establishment y que verá confirmados sus prejuicios? ¿Qué haran los ex-trumpistas cuando vean que un presidente que consideran deslegitimado en origen les está hundiendo aún más en la miseria? Las revueltas serán el menor de los males; lo duro vendrá cuando en algunos estados aparezcan movimientos secesionistas. ¿Guerra civil en EE.UU. antes de 2030? Hace años plantear la posibilidad parecía un disparate; hoy en día, quién sabe...

¿Y aquí? ¿Cómo estaremos en España? Viendo el tono actual de la discusión política en España, no se puede decir que estemos mucho mejor. La crisis de la CoVid (o, mejor dicho, las medidas que se toman para hacerle frente) están haciendo polvo a los pequeños negocios. Encima, comienzan a menudear los jetas y caraduras, eso sí, de grandes corporaciones; corporaciones que, por ejemplo, serán las grandes beneficiarias del fondo europeo de recuperación económica (por cierto que pronto dedicaré varios posts a hablar de las estafas que vienen en el mundo de la energía). La falta de capacidad real del Gobierno de España de hacerle frente a lo que se viene (recuerden: en 2025 la producción mundial de petróleo podría ser la mitad de la actual) y la penuria de los pequeños empresarios, comerciantes y autónomos y de sus trabajadores levantará cada vez más indignación colectiva contra un Gobierno precario en sus apoyos políticos y en sus ideas de gobierno. Cómo acabará esto, nadie lo sabe, pero bien no parece.

Empieza a hacer cada vez más frío. Se acerca el invierno.

Salu2.

AMT

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