miércoles, 20 de junio de 2018

Si yo fuera presidente



Queridos lectores:

Mi último post ha llevado a algunos lectores a plantearse lo deseable que sería que yo tuviera, de algún modo, acceso las instancias del poder español para poder influir en la política energética o incluso económica e industrial de nuestro país, ya fuera como asesor, alto cargo o incluso como ministro. Yendo aún más allá, un lector me ha propuesto que haga el ejercicio de compilar qué medidas propondría en el caso de encabezar yo mismo la planificación ejecutiva, simplificando esta proposición en "si fuera presidente".

Esto no había pasado nunca antes. Entendámonos: sí que ha habido gente que ha especulado con lo beneficioso que sería que yo o alguien con un perfil como el mío fuera asesor ministerial o incluso que ostentase un cargo de relevancia, y también se me ha pedido en algún momento que propusiera un plan de futuro (cosa que en realidad ya hice, al menos en líneas generales). Lo que no me habían planteado nunca es que diseñase lo que en esencia es un plan de gobierno transicionista. Lo interesante de este ejercicio no sería tanto la parte idealista (los objetivos deseables que se quieren perseguir en el largo plazo) sino la parte pragmática (qué medidas se podrían y se deberían implementar, teniendo en cuenta de dónde venimos y cómo funcionan las cosas ahora mismo). La cuestión no es menor, porque es muy fácil hacerse los exquisitos y decir "esto es lo que hace falta" (por otra parte, lo obvio: cerrar ciclos en el uso de materiales, no consumir energía fósil, favorecer la reparación ambiental, garantizar una vida digna a todo el mundo, preservar la democracia), pero es tremendamente difícil proponer un plan realmente ejecutable que parta de donde realmente estamos y nos lleve a esa soñada y quizá utópica Ítaca (o que al menos se muestre una vía realista por dónde avanzar de veras hacia ella). En el post "Una propuesta de futuro" sintetizaba algunas características lógicamente necesarias es una sociedad estable que se hubiese adaptado a los límites biofísicos; pero en modo alguno proponía cómo se debía llegar a ese estado, mediante qué medidas podríamos conseguir tal objetivo. Por no discutir, ni siquiera comentaba si ese objetivo era alcanzable, o si se podría llegar a él de manera no traumática.

Una propuesta verdaderamente programática tiene el inconveniente obvio de que puede ser fácilmente atacada por sus más que probables deficiencias técnicas. Yo tengo mis propias limitaciones, y al entrar en ciertos detalles, y más particularmente en los múltiples que escapan a mi conocimiento y entendimiento, cometeré errores, algunos de muy grueso calibre, por los cuales podría ser de manera fundada y objetiva atacado con dureza. Por tanto, el ejercicio de un verdadero diseño programático no debería ser jamás abordado por una sola persona, sino por un colectivo más o menos amplio y diverso, con múltiples conocimientos y especializaciones pero que comparta una visión y un objetivo. Es por eso que siempre he sido reacio a diseñar un programa de gobierno, porque aparte del toque de arrogancia que supone implica también una cierta enajenación onanista, la de creerse capaz de tocar todos los instrumentos de una orquesta para interpretar una sinfonía uno solo. Teniendo todo esto en cuenta, les ruego que tomen las propuestas que presentaré más abajo no como un verdadero programa a implementar ya, sino como un punto inicial de discusión, un punto de partida para comenzar a hablar, un mero borrador que necesita forzosamente ser corregido y extendido para que realmente pudiera llegar a ser algo parecido a un programa de gobierno.

Pero, antes de detallarles ese esbozo de programa de transición energética y ecológica fruto de mi ocurrencia (y que, como he dicho, será demasiado banal, pero espero que al menos sirva para empezar una discusión), déjenme que les explique primero por qué no puedo ser, en ningún caso, presidente, ni ministro, ni nada.
  • Porque rechazo los Estados: A lo largo de estos años de discusión sobre los problemas del sostenibilidad de nuestra sociedad me he labrado una imagen de pensador incómodo, por decir lo menos. Lo que realmente me inhabilita para ejercer cualquier cargo de responsabilidad política es que mi perfil es excesivamente radical para ser aceptable. No hablo aquí de mis presuntas simpatías con el independentismo catalán (de las que alguno me ha acusado por razón de mis posts a lo largo de estos años y particularmente los cuatro o cinco que publiqué el año pasado - y eso a pesar de haber repetido prácticamente cada vez que yo no deseo la independencia de Cataluña). No. Lo que verdaderamente me hace incompatible con cualquier cargo en la administración del Estado son, precisamente, mis críticas al Estado mismo. Como he explicado, el Estado supone una concentración del poder administrativo que favorece y entra en colusión con el capitalismo (semejante cuestión, por cierto, pasa también con el comunismo). Ello lleva a una gran interferencia del poder económico en la toma de decisiones y hace muy difícil adoptar resoluciones que realmente vayan a la raíz de los problemas (esto es, que sean radicales, justamente). Y es que la concentración de un poder tan grande en un grupo humano tan reducido aboca, inevitablemente, al distanciamiento del pueblo. Si tuvieron ocasión de verlo y se fijaron bien, durante la reciente moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la presidencia del gobierno español, justo en el momento en el que éste ganó la votación se puso en marcha todo un complejo mecanismo de protección y, sobre todo, de protocolo que automáticamente lo catapultó a una distancia prácticamente sideral. Los gobernantes, por razón de cómo funciona el Estado, en el mismo momento de ser investidos son encapsulados en una invisible pero extraordinariamente tenaz vaina que impide que vuelvan a percibir con claridad qué es lo que pasa en el exterior. Tal cosa no es accidental, sino consustancial a cómo funciona el Estado. El Estado es un macroorganismo y como tal una de sus funciones primordiales es su autopreservación. Acceder a los mandos del Estado implica ascender al monte Olimpo y por fuerza de ello mismo dejar de ver a los hombres y mujeres que penan y se retuercen allá abajo. Por más pragmático que yo quisiera ser, no podría nunca aceptar trabajar en la administración del Estado; desde luego no a ese nivel.  
  • Porque rechazo el sistema de partidos de las democracias liberales: Si el Estado es un macroorganismo que busca autoperpetuarse, una cosa semejante pasa con los partidos políticos. Hay personas cuya carrera profesional se ha desarrollado íntegramente dentro de un determinado partido político. Llegado el momento, esas personas acceden a cargos públicos significativos, y cuando la alternancia de poder les deja fuera de ellos su principal obsesión es tener un trabajo, tener de qué comer. Esto fuerza dinámicas a veces muy viciosas en los partidos, de manera que cuando alguien es desalojado de una administración se va a un cargo más o menos espurio de otra administración que aún controla su partido, y se queda ahí a la espera de tiempos mejores. De ahí la necesidad del propio sistema de partidos de multiplicar sin sentido ni necesidad el número de administraciones, de modo que cada partido siempre controle una porción adecuada de las mismas y así se pueda mantener la élite administrativa de cada partido que sirve para asumir rápidamente el poder cuando corresponde. Eso mismo hace que haya una especial tolerancia mutua entre los partidos cuando se discuten determinados temas, ya que en esto todos comparten intereses, y al final a nadie le interesa agitar demasiado el avispero, no sea que todos salgan malparados. Por todo ello, las estructuras de partido son siempre, independientemente de su signo político nominal, muy conservadoras y tienden a mantener lo esencial del statu quo. Por eso mismo, abordar una serie de reformas muy radicales, necesarias para hacer el cambio necesario, es algo completamente imposible dada la dinámica de los partidos políticos. Es por eso que los discursos transicionistas de los partidos, incluso los nominalmente más progresistas, tienen un exceso de tecnicismo jurídico y una falta prácticamente absoluta de medidas pragmáticas, la cual camuflan con absurdas odas al tecnooptimismo. Y por tanto, yo no me avendría a trabajar con un partido político, sabiendo como sé que forzosamente, más pronto que tarde, acabaría en una confrontación total con él por culpa de sus inconfesables aunque comprensibles intereses.
  • Porque el coste social a pagar es inasumible políticamente: Incluso si un partido político, de manera monolítica, asumiese la titánica tarea de emprender una transición ecológica en serio; incluso si fueran capaces de superar la presión de los lobbies económicos (ejercidos bien directamente sobre ellos, bien sobre los resortes no siempre controlables del Estado) y pusieran al Estado a su servicio en vez de estar ellos al servicio del Estado; e incluso si todos los cargos del partido asumieran la importancia de la meta a conseguir aunque ello les acabe suponiendo estar en el paro, al final habría una última barrera que en la actualidad veo prácticamente infranqueable: el rechazo social a las medidas que serían necesarias. Particularmente porque el resto de partidos, con sus estructuras convencionales que engarzan perfectamente con las estructuras convencionales del Estado, se dedicarían día y noche a hacer propaganda en contra de cualquier medida de calado que se quisiera tomar, y contando como contarían con el apoyo de los grandes medios de comunicación (que están controlados por los poderes económicos que están en colusión con la estructura orgánica del Estado) tendrían mucha más fuerza y predicamento sobre la población que ese Gobierno tan convencido con la transición ecológica. Y lo más probable es que la gente aceptase mucho mejor el discurso de la oposición que el del Gobierno, porque frente la promesa de sacrificios y dificultades ahora para tener un futuro incierto después, aunque con posibilidades de mantener algo digno, la gente preferiría sin duda el mensaje de que todo va a ir bien con el Gobierno de la oposición, que se recuperará la prosperidad perdida, "España primero" y "hagamos España grande de nuevo". La barrera de potencial social a superar es enorme y haría falta una energía inaudita para emprender esa transición. Simplemente, hasta que la sociedad española no sufra con fuerza los embates de varias recesiones fuertes seguidas es harto improbable que sea mínimamente receptiva a un discurso de verdadera transición. Por todo ello, es completamente imposible que yo intentase implementar un programa que mi propio gobierno y la oposición sabrían que es completamente suicida y por tanto ineficaz, y que de hecho acabaría haciendo más mal que bien, ya que las ideas transicionistas quedarían estigmatizadas como "causantes de miseria" (no olvidemos que hace no tanto un conseller catalán rebautizaba la expresión "reparto de la riqueza", tan cara a los movimientos más de izquierda actuales, como "reparto de la miseria", en un eficaz ejercicio de antipropaganda).
  • Porque me gusta mi trabajo actual: Personalmente, no me veo muy capaz para la tarea de ser presidente del gobierno, pero lo que hago lo hago potablemente bien y me gusta, qué demonios. Me gusta mi investigación y son un friki de las ecuaciones: cada uno tiene sus defectos.

En fin, después de todas estas consideraciones formuladas en negativo, déjenme que por fin formule algo en positivo: mi programa de gobierno para un proyecto real de transición ecológica.
  • Información: Para poder planificar cualquier escenario de transición es fundamental contar con información completa y de calidad. A pesar de todo el trabajo que yo he hecho hasta ahora, mi acceso a la información real es muy limitado. Con los datos que tengo se pueden ver las grandes tendencias, pero faltan muchos detalles relevantes. Detalles que, es de esperar, sí que están accesibles a instancias gubernamentales. No se trata tanto de determinar fechas exactas como de saber cuál es la disponibilidad real de recursos y los problemas que se pueden plantear en su abastecimiento. 
  • Equipo: En general, los equipos ministeriales se suelen caracterizar por contener un exceso de juristas y economistas y una falta de científicos. Hay múltiples razones para este desbalance: la falta de interés de los científicos por el trabajo administrativo mientras que ésa es justamente una de las salidas principales de los primeros; la enorme burocratización de los Estados, dada su complejidad, que favorece justamente más a juristas y economistas, etc. Pero dada la complejidad y alcance de los problemas a tratar, y el hecho de que la ciencia económica actual tiene más dogma que de ciencia, se hace fundamental incorporar una mucho mayor cantidad de perfiles científicos, como mínimo para que haya una comprensión de la naturaleza real de los problemas. De todos modos seguiría siendo absolutamente necesario contar con juristas y economistas en los equipos, para poder implementar adecuadamente las medidas y para dotarlas correctamente, pero la intervención de estos expertos debería ser mayoritariamente en el nivel técnico, y no necesariamente en el decisorio. 
  • El dilema eléctrico: Asumiendo que ya se tienen todos los datos y tras meses de trabajo se deberían empezar a implementar el plan de transición. Una de las cosas que me resulta más llamativa cuando asisto a reuniones y congresos sobre la transición energética es que se pone mucho énfasis en incrementar la producción energética renovable en forma de electricidad mientras hay una comparativamente mucha menor discusión en el incremento del uso de la electricidad, cuando es justamente la dificultad de electrificar todos los usos industriales de la energía el principal escollo ahora mismo. Con 108 Gw de potencia instalada, en España hay capacidad eléctrica de sobras para incrementar el consumo de electricidad, si tan solo hubiera un mayor uso. Pero no lo hay, y eso no es casual: de manera parecida a lo que pasa con otros países occidentales, la electricidad representa en España, dependiendo del año, entre el 21 y el 23% de toda la energía final consumida, y lo que realmente es difícil es electrificar ese casi 80% de usos energéticos no eléctricos. Una parte significativa de ese consumo no eléctrico es el petróleo en el transporte, pero ése no es el final de la historia, ni mucho menos. Es hora ya de dejar de centrarse en el coche eléctrico, pues es una pista falsa y un sumidero de recursos, sin utilidad alguna. Por el contrario, hay que poner el mayor esfuerzo en ver cómo se electrifica toda la industria, teniendo en cuenta además que muchos materiales vienen de fuera. Y en los casos en los que la electrificación no sea posible o rentable, se tienen que explorar con seriedad los usos no eléctricos de las renovables. Se podría llegar incluso, llegado el caso, a sacrificar determinadas actividades en pro de una mayor resiliencia.
  • Plan de ajuste duro y real en el uso de recursos no renovables: A pesar de que a menudo se llenan la boca con grandilocuentes afirmaciones, lo cierto es que el actual diseño de las políticas industriales no contempla un plan proactivo de sustitución de los combustibles fósiles o de otros materiales cuya disponibilidad se va a ver comprometida en los próximos años. Todo la planificación, desde la I+D hasta la implementación y mantenimiento, se hace sobre la base de que habrá siempre energía y materiales en la cantidad necesaria para abordar las necesidades de cada momento, haciéndolo siempre de la misma manera. Esta actitud tiene muchísimos peligros, en particular, que nos puede llevar a una decadencia imparable de las infraestructuras que ya no podremos mantener. Por tanto, un cambio radical en la política de uso de fuentes de energía no renovables y de materiales es imprescindible, a pesar de que puede ser muy impopular - y por eso mismo debe ser muy bien pensado, en particular por lo que se refiere al ritmo de implementación. El uso de determinados materiales debe ser directamente prohibido, y el de otros severamente limitado, quizá con una cierta progresividad pero en todo caso de pocos años de duración. Se debe hacer un rediseño absoluto de la actividad industrial, obligando a que los productos puedan ser reciclados y/o reutilizados al 100%, y aquello que no cumpla este criterio debe ser directamente prohibido. Todo esto obligará a cambios drásticos en los hábitos y prácticas de producción y de consumo, hasta el punto que determinadas actividades económicas deberían ser no solo abandonadas, sino que la comercialización de esos productos provenientes del extranjero debería ser prohibida - lo cual, por supuesto generaría un montón de problemas. 
  • Relaciones exteriores: La implantación de todas estas medidas originaría muchos problemas para España en el ámbito internacional. En particular, la introducción de medidas para limitar el comercio de ciertas materias y productos de ellos derivados tendría que ser progresiva, haciendo mucha pedagogía en los foros internacionales, pero aún con los gobiernos que dicen apostar más seriamente por la transición ecológica habría muchos problemas y malos entendidos. Ése es uno de los obstáculos más graves de una transición real, y es que es muy difícil implementarla en un país solo. Aparte de los problemas comerciales, las medidas a implementar forzarían la exclusión o, como mínimo, la marginación de España en los mercados financieros internacionales, con lo que el plan de transición debería incluir una previsión sobre cómo hacer frente a todos los cambios necesarios sin tener que recurrir a financiación ajena (con el agravante que algunos de los cambios implicarían una disminución de la actividad económica y por tanto de la recaudación). En algún momento se tendría que plantear qué hacer con la deuda, y en particular qué parte se va a pagar y qué parte no se pagará, lo cual llevará aún más tropiezos. Otro tema sensible, como se evidencia en las discusiones de estos días pero que lleva años prolongándose, es el de la acogida o rechazo de la masa humana que intenta escapar de la miseria y la muerte en el sur, principalmente en África. Darse cuenta de que son precisamente las relaciones de dominio establecidas desde Occidente las que favorecen la pobreza y la guerra en esas zonas (cuando no la acción militar directa, como en Malí, Libia o Siria) requerirá grandes dosis de paciencia y pedagogía; en particular, hacer entender que la clave está en no destruir aquellos países para no verse en el brete de tener que acoger a todos los que hemos desplazados. Y todo esto, dado que España pertenece a la Unión Europea, será muchísimo más difícil porque lo que se pretende contradice políticas comunes fijadas desde Bruselas. Precisamente lo primero que daría enormes dolores de cabeza en nuestra relación con la UE sería las medidas que afectan a la deuda y a los objetivos de déficit. Los más radicales apostarían, por supuesto, por abandonar la UE; aunque se podría también intentar reformarla desde dentro. Sea como sea sería en este capítulo donde más esfuerzo se tendría que hacer, sin que yo vea claro el cómo ni a qué ritmo.
  • Políticas sociales e inversión en obra pública: Dos aspectos muy ligados desde hace tiempo pero que lo están aún más en una situación de disminución de ingresos. Las mayores empresas españolas dependen de que se ejecute un gran volumen de obra pública, y no van a aceptar de grado que se releguen o abandonen grandes inversiones en infraestructuras, a pesar de que estas infraestructuras son ya obsoletas o serán directamente inútiles de aquí unos años (pensemos, por ejemplo, en las nuevas vías de circunvalación de las grandes ciudades o los proyectos de ampliación de puertos, aeropuertos y autopistas). Lo cierto es que con menores ingresos será necesario ser más selectivo con respecto a en qué invertir, y aunque las políticas sociales sean más importantes desde el punto de vista de la cohesión social, las grandes empresas constructoras dan trabajo directa e indirectamente a mucha gente y tienen por ello una gran capacidad de presión. Ser capaz de proponer un plan de reconversión realista y acordado, haciendo comprender la necesidad del mismo antes que permitir un descenso desordenado, será uno de los pilares de este período. Mantener al tiempo un nivel alto de prestaciones sociales para evitar que crezca por el otro lado el descontento social será el otro pilar. Conseguir ambos será conseguir la cuadratura del círculo.

Aunque quedan muchos otros aspectos por tratar, estos son, a mi juicio, los temas más prioritarios a abordar en el primer período de 5 a 10 años. Como ven, las dificultades que plantean el contexto doméstico e internacional del cual partimos son enormes, y máxime en el contexto del mantenimiento de una superestructura estatal. Quizá justamente las transformaciones que se tienen que hacer no sean posibles desde un Estado como el actual, o quizá hace falta un cambio revolucionario, principalmente a nivel de la concienciación ciudadana. Sea como sea, los próximos años nos irán proporcionando más información sobre la factibilidad de lo que propongo y sobre si es realista plantearse estas cosas. En todo caso, ésa no será labor mía. Lo que no querría es que algunas personas, en su absurdo empeño de atacar cualquier cosa que suene a un cambio que no les gusta (por más inevitable que sea) tomen trozos de este post fuera de contexto en su afán por atacar sin sentido, en vez de hacer lo que verdaderamente se debería hacer, que es entrar en el fondo de la cuestión y discutir cómo hacer de veras la transición ecológica.

Salu2.
AMT

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