viernes, 17 de agosto de 2018

Perdiendo la guerra antes de la primera batalla



Queridos lectores:

Después de tantos años escribiendo sobre la crisis global de recursos y los problemas de sostenibilidad en los que está inmersa y a los que se verá abocada nuestra sociedad industrial, se ha podido comprobar que tanto el discurso de quienes alertamos sobre el peligro que representa esta crisis como el discurso de los que defienden que no hay ningún peligro a la vista y que solo somos una pandilla de alarmistas han ido evolucionando considerablemente.

Por la parte de los que ponemos el acento en la escasez de recursos, y particularmente en el peak oil, nos hemos encontrado con que para preservar el actual sistema en marcha se han comenzado a utilizar recursos de tan baja calidad que nunca deberían haber sido considerados. Estamos hablando principalmente del petróleo ligero de roca compacta (light tight oil, LTO) que se extrae mediante la técnica del fracking y de las arenas bituminosas de Canadá (no considero los abundantes pero también poco rentables petróleos extrapesados de Venezuela, en vista del particular y cada vez más acentuado desafortunado descenso a los infiernos del país caribeño). El incremento en la producción de esos petróleos de baja calidad y nula rentabilidad ha llevado a una progresiva descapitalización de las empresas del sector, que empezó ya en 2011 pero que se ha ido acentuando con los relativamente bajos precios del petróleo de los últimos cuatro años. ¿Ha sido superado el fantasma del peak oil? Ni mucho menos, ya que los problemas siguen siendo los mismos: el petróleo crudo convencional hace más de 10 años que llegó a su máximo y continúa su lento declive, y aún contando con los diversos sucedáneos de inferior calidad la producción total de hidrocarburos líquidos crece muy poco, con riesgo evidente de empezar su declive terminal en cualquier momento si no lo ha comenzado ya. La amenaza del peak oil está más viva que nunca. 

Y sin embargo en la prensa económica se apresuran a dar por enterrado el concepto: ¿Dónde está, dicen, la debacle que anunciaban los agoreros del peak oil? ¿Dónde está, se regodean, esa catástrofe malthusiana que consideraban inevitable esos ignorantes de la teoría económica? Por supuesto, tales afirmaciones son una falacia de hombre de paja: no sé cuántas veces habré dicho que yo no creo que vayamos a precipitarnos en el apocalipsis, que en todo caso un colapso es un proceso, no un instante, y que como tal proceso puede ser detenido sin tener que acabar en la extinción completa de la Humanidad (de hecho, yo creo que no seremos tan imbéciles como para seguir haciendo las cosas mal cuando sea indisimulable que las estamos haciendo mal), y que tenemos recursos y conocimientos técnicos y científicos de sobra para garantizarnos un futuro brillante y que el problema fundamental no es técnico sino hacer cambios sociales y organizativos que faciliten la transición. Da exactamente igual: en demasía he visto como se me tilda de agorero y catastrofista, se ponen en mi boca frases y conceptos que nunca he dicho, y se pone en solfa artículos míos en los que explicaba cuestiones complejas, descontextualizando completamente párrafos para hacer ver que decía una cierta cosa, ignorando partes más extensas de los mismos artículos donde se matizaba las afirmaciones hechas y se contextualizaban como "riesgos" o "tendencias actuales" que se tenían que corregir. Epítome de ese gusto por la descontextualización interesada es el post más visitado de este blog, "Un año sin verano", del cual estoy convencido que la mayoría no ha leído más que el título, y que en particular no entienden que el proceso en él descrito (la profundización de los meandros de la corriente de chorro polar) es completamente vigente y uno de los grandes problemas climáticos a día de hoy. "¿Año sin verano? ¡Pero si nos estamos muriendo de calor! Ése solo dice tonterías".

El problema de explicar cuestiones complejas es que el razonamiento no cabe en los 144 caracteres de un tweet. Lo que se está haciendo actualmente no tiene ningún sentido desde el punto de vista económico: grandes empresas que operan en suelo americano pierden miles de millones de dólares cada año desde hace 7 años. Sin embargo, tiene perfectamente sentido si lo que está en juego es la hegemonía de un sistema, aunque ésta no pueda mantenerse durante muchos años. Como explicábamos en "Eppur peak oil", la actual situación es de absoluta huida hacia adelante: debido a los altos costes es muy difícil sacarle rentabilidad a los yacimientos y explotaciones de hidrocarburos líquidos, y mientras el resto del mundo desinvierte del sector petrolero y se concentra en los yacimientos más rentables, en Norteamérica la inversión crece sin cesar, hasta llegar al absurdo actual de que Norteamérica concentra más del 50% de la inversión en exploración y desarrollo, mientras que solo produce el 20% del todo el petróleo mundial. Un sobreesfuerzo sobre todo por parte de los EE.UU. que empezo al final de la presidencia de Barack Obama, y que Donald Trump ha llevado al extremo y que ahora quiere empezar a cobrarse, a la manera tosca y grosera que él prodiga. Pero tiene cierta razón en sus demandas: si EE.UU. no hubiera aceptado la sangría económica y financiera de su industria petrolera, en la actualidad el sistema capitalista, tal y como aún lo entendemos hoy en día, habría acabado. Así que es lógico que reclame, a aquellos que lo defienden, que paguen el coste de mantenerlo en esta Unidad de Cuidados Intensivos.






Por supuesto, esta incongruencia no puede durar para siempre y solo puede acabar de manera drástica; y mucho más dura de lo que habría sido si desde 2014 hubiéramos aceptado que el petróleo fácil de explotar se había acabado, que necesitábamos cambiar nuestro sistema económico y social y hubiéramos, por fin, comenzado a hacer los cambios perennemente aplazados.

Desde el campo de los poderes económicos, los economistas clásicos y la mayoría de los actores políticos, el hecho de que en 2014 no nos estrelláramos contra el muro de la falta de petróleo asequible les ha llevado a una absurda autocomplacencia acrítica. En vez de comprender el proceso subyacente (que Norteamérica estaba extendiendo un crédito petrolero a todo el mundo, que las empresas americanas, al usar yacimientos tan malos -las arenas bituminosas del Canadá, el LTO del fracking-, en el fondo nos lo estaban financiando porque ellas perdían dinero), nuestros líderes y expertos nos han hablado de una transición a una nueva era energética de la cual no hay signos visibles. ¿Cuántas veces habremos oído en estos últimos diez años que la revolución del coche eléctrico era inminente, para comprobar año tras año que las cantidades vendidas son absolutamente marginales? ¿Cómo es que quienes critican la falta de fiabilidad de los pronósticos sobre la fecha del peak oil - al fin y al cabo, una realidad física inexorable y de la cual, aunque su momento sea incierto, los indicios se acumulan - no se dan cuenta de las promesas incumplidas por el sector del coche eléctrico? ¿Cómo es que se ignora repetidamente el desastroso balance financiero del paradigma del coche eléctrico, Tesla, una máquina de perder dinero desde su creación?


El gran problema de la visión convencional de la economía y de la sociedad, de la manera de ver y hacer que es la mayoritaria entre nuestros líderes políticos, económicos y sociales, es que intentan ajustar los hechos observados a sus deseos o a sus objetivos, dando una interpretación a las cosas que pasan que cuadra con esa idea, y en ningún caso haciendo un análisis crítico basado en el estudio de los datos técnicos objetivos. Por ejemplo, si hubiera una mínima comprensión de qué es lo que realmente significa el coche eléctrico se comprendería por qué no es viable como un medio de transporte masivo. Sin embargo, si hay un rasgo dominante en nuestros líderes es la total ausencia de análisis técnico, en buena medida porque mayoritariamente provienen del mundo jurídico y del económico -  y no olvidemos que la escuela económica mayoritaria no es una ciencia, sino otra cosa.

Es en este contexto que se tiene que entender el discurso oficial sobre la necesaria transición energética. A pesar de la pobre comprensión del problema de los recursos, lo que sí se ha conseguido, tras años de esfuerzo de divulgación, y sobre todo a la luz de los últimos acontecimientos climáticos, es que los líderes mundiales entiendan lo que significa el Cambio Climático (o así lo hacen ver). Pero todo su discurso está plagado de loas a las "energías limpias", que sustituirán de manera simple y dulce a las sucias "energías no renovable", con la ayuda de las palabras mágicas "ahorro" y "eficiencia". Todo el actual devenir en el mundo de la energía se interpreta como una respuesta a las intenciones expresadas por los Gobierno en materia de "transición hacia el futuro 100% renovable", cuando en realidad los Gobiernos se han plegado siempre y se pliegan aún ahora a los intereses de los grandes agentes económicos y a la hora de la verdad prima la lógica del beneficio económico frente al ambiental - en el caso de los Gobiernos, atrapados por la amenaza de la "destrucción del empleo". Lo cierto es que, si uno analiza con cuidado los cambios que se operan en el sector energético, la lógica no es en absoluto la de disminuir las emisiones de CO2 - las cuales siguen desbocadas, como muestra el aumento imparable de su concentración en la atmósfera. ¿Cómo se concilia el triunfalismo del discurso político con la realidad de que sus políticas tienen un impacto nulo en la principal variable que dicen querer controlar?



Un buen ejemplo de esa lógica tramposa que nada tiene que ver la intención de disminuir las emisiones de CO2 a la atmósfera la tenemos en Alemania y su muy cacareada Energiewende. Tras años de aplicación de esta política de penetración masiva de fuentes de energía renovable, Alemania no ha disminuido sus emisiones de CO2, sino que las ha aumentado. ¿La razón? Alemana ha aprovechado el despliegue renovable para ir cerrando centrales nucleares (una fuente de energía decadente y con el pico del uranio acechando), y si lo ha necesitado ha recurrido al carbón nacional (de peor calidad y que emite más CO2 por caloría producida al quemar). Toda una contradicción del discurso raramente señalada.





Otro hecho que muestra lo absurdo del discurso oficial es que justamente las fuentes de hidrocarburos líquidos que han evitado que nos estrellemos ya contra el peak oil (arenas bituminosas y LTO) emitan en su producción grandes cantidades de gases de efecto invernadero (y de poco sirve decir que eso es culpa de EE.UU. y Canadá, pues el mercado del petróleo está globalizado y lo que permite a Norteamérica explotar esos recursos es que Europa no disminuye significativamente su consumo de petróleo).

Aún otro ejemplo de la inconsistencia absoluta entre el discurso oficial y la realidad subyacente es la actual campaña en contra el automóvil de diésel. Dependiendo del país, la producción de partículas contaminantes por la quema de diésel directamente atribuibles a los automóviles representan entre el 10% y el 14% del total, siendo mucho más importantes las partículas que desprenden los camiones, maquinaria pesada en general, barcos y, dependiendo del país, la calefacción de gasoil. Sin embargo, son los automóviles de diésel los que están en el punto de mira por el problema de salud que suponen las partículas emitidas (el cual, por cierto, es conocido desde hace décadas y no es ahora peor, sino en realidad un poco mejor, que hace años). La realidad subyacente a ese repentino furor punitivo contra el automóvil privado de diésel es el pico del diésel, del cual hemos hablado con anterioridad (y el cual revisitaremos en un post próximo, en el cual quedará más evidenciado que nunca). Falta diésel y hay cierta urgencia por deshacerse de los consumidores más prescindibles, para ganar, ¿qué? ¿Cinco años? ¿Dos? Lo que sea, con tal de seguir huyendo hacia adelante, hacia la nada.

Y por el lado de las energías renovables, el momento es pésimo para quienes creen a pies juntillas que son la solución sencilla a nuestro problema energético, el parche que necesitamos poner para que todo siga igual que antes. Sin entrar a discutir de sus limitaciones (que serán evidentes más pronto que tarde), hace un par de meses recibimos la sorprendente noticia de que China congelaba su inversión en energía solar. El cambio es significativo, porque China lideraba hasta el año pasado la inversión mundial en esta tecnología.



El actual frenazo en seco implica que China dejará de invertir un 40% en energía solar (atención, no en eólica, donde se mantiene) de lo que tenía previsto, y aún así continuará siendo el líder mundial este año. Aún es pronto para saber qué pasará, pero no se puede descartar que China acabe siguiendo el patrón de caída de inversión en energía renovable (y no solo solar) que siguieron con anterioridad España:


Italia:



o Alemania:



¿Cómo se explica la repetición de un patrón de pérdida de inversión en una energía que, se supone del discurso oficial, tiene que sustituir nuestro consumo energético? De nuevo, la razón es económica, y es que la introducción de cada vez más fuentes renovables implica un aumento de costes infraestructurales no siempre explicados, pero que están presentes y son bien reales. Y a diferencia de la industria petrolera de los EE.UU., la industria en general de Europa (y probablemente de China) no quiere subvencionar de manera general esa energía a todo el mundo.

Así pues, el discurso oficial, sustentado en energías renovables, ahorro y eficiencia, hace aguas por todos los lados. Eso no le ha importado a quienes lo sustentan desde las diversas instancias, incluidas las gubernamentales. Cuentan con la ventaja de que no hay la misma actitud crítica para con ellos como la que hay con el diminuto sector de divulgadores del peak oil, entre otras cosas porque los medios de comunicación se alinean, ausentes de sentido crítico, con esos postulados a pesar de que sean una y otra vez desmentidos por la realidad. Es lógico, es más aceptable para el sistema económico actual decir que vamos a cambiar todo para que todo siga igual, aunque no pase, que decir que no vamos a poder seguir igual, aunque haya alternativas de menos consumo y sin capitalismo (ya que cuestionar el capitalismo es, en nuestra sociedad, una obscenidad).

¿Y qué pasa con el Cambio Climático? La realidad es que poco o nada estamos haciendo, en realidad, para combatirlo. Pero sigue ahí. Es un enemigo real y temible, un peligro que amenaza con retroalimentarse de manera formidable por culpa de la bomba de metano oculta en el permafrost siberiano y en los clatratos de los lechos marinos, pero nadie está haciendo nada real contra él. Es un enemigo atroz, uno que este año podría arruinar las cosechas de media Europa, el que pronto nos podría empujar a las Guerras del Hambre; y mientras simulamos pertrecharnos para librar batalla contra él, en realidad remoloneamos y no hacemos nada útil, absolutamente nada útil. La concentración de CO2 sigue subiendo, nuestro sistema energético sigue basado en la quema de combustibles fósiles y los puntos que no debíamos rebasar siguen siendo sistemáticamente rebasados. Es el enemigo sangriento, implacable, el que ya nos está comenzando a dar lucha sin cuartel, pero nosotros seguimos ahí, sin hacer nada, sin emprender políticas reales para combatirlo. ¿Por qué? Porque en realidad nuestra motivación, como sociedad, es no dañar nuestro insostenible e impostergable sistema económico, y por eso caminamos hacia nuestra destrucción. Para mayor ironía, en el momento en que la crisis climática sea más aguda será cuando la crisis energética ya no será disimulable, y entonces nos faltarán los recursos para hacer lo que necesitaremos hacer, para luchar contra el monstruo que hemos creado.

Repitámoslo una vez más: no tiene por qué ser así. Tenemos medios y capacidad para hacer frente a esta guerra que la Humanidad ha desatado contra nuestro hábitat, contra lo que nos mantiene con vida. En realidad no es tan difícil: comienza por dejar de destruirlo. Los que se niegan a intentar hacer estos cambios, son los auténticos catastrofistas. Son ellos los que se empeñan en que perdamos la guerra antes siquiera de librar la primera batalla.



Salu2.
AMT

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