jueves, 23 de octubre de 2025

El Gran Salto al Vacío


Queridos lectores:

En este agitado 2025 se van sucediendo eventos que, si bien pueden y van siendo asumidos dentro de "la nueva normalidad", lo cierto es que cada vez van siendo más disruptivos y perturbadores. Desde la creciente escasez de combustibles en América Latina y África hasta el genocidio en Palestina, pasando por la guerra en Ucrania o los abusivos aranceles de los EE.UU. al resto de mundo, con el reciente contraataque de China limitando la exportación de tierras raras, y rematando en asuntos más domésticos con la carestía y escasez de un bien tan fundamental como es la vivienda. Y todo eso sin hablar de la inestabilidad climática y el resto de problemas, mientras los que vivimos a orillas del Mediterráneo contenemos la respiración, deseando que este año no, que este año no nos toque.

Se respira un ambiente de fin de ciclo, pero no de un ciclo cualquiera, sino de uno más importante - no sé si secular, pero de seguro es un fin de etapa importante. El mundo se prepara para una situación que, para mi, tiene mucho que ver con la creciente escasez de recursos y la dificultad de mantener rentabilidades clásicas.

Y precisamente en este momento, quizá precisamente por ser este momento, mis eternos detractores, que dicen que no es verdad que hayamos superado ya los picos del petróleo y del uranio... podrían finalmente tener razón. Aunque sea por poco tiempo, aunque sea de manera breve y poco duradera, y aunque este canto del cisne lleve a una caída más precipitada posterior, todo apunta a que podríamos (aún está por ver si lo conseguimos) pasar las marcas de producción que en el caso del petróleo se consiguió en 2018, y en el caso del uranio en 2016.

Vayamos primero con el petróleo: como nos muestran los últimos datos de la Energy Information Administration sobre la producción mundial de crudo y condensado (la parte del petróleo que puede usarse como combustible, lo cual excluye mayormente los líquidos del gas natural, que se usan para hacer plásticos), estamos a punto de superar el pico de noviembre de 2018 (fíjense en la curva verde). Por primera vez en mucho tiempo, las previsiones que hace la propia EIA (curva roja) parecen creíbles.

Imagen de Peak Oil Barrel: https://peakoilbarrel.com/june-world-and-non-opec-oil-production-rise/ 

 

No se muestra una subida continua, solamente una recuperación ligeramente aumentada de los niveles de 2018. Lo cual es curioso, porque sabemos que la producción del mundo excluyendo a los EE.UU. lleva en ligero declive desde 2015. Y es que, efectivamente, hace ya diez años que todo aumento de la producción total de petróleo depende de los aumentos de producción del fracking estadounidense. Hace 12 años, la mayoría de las empresas que se dedicaban al fracking quebraron, y el sector hubiera desaparecido de no ser por la intensa ayuda gubernamental, especialmente con la primera presidencia de Donald Trump, pero también aunque sea menos reconocido con la de Joe Biden. Sin embargo, ese milagro no podía durar para siempre, y aunque la pandemia de la CoVid dio un respiro momentáneo (al hacer caer la demanda de petróleo) estamos llegando al final del camino. Como explica Quark (alias de Antonio García Asenjo) en su magnífico blog, los aumentos de productividad de los últimos 4 años tienen que ver sobre todo con la finalización de los pozos ya perforados pero aún no completados (los DUC), que básicamente son una despensa que se agota si no se va reponiendo. Y aparentemente el ritmo de consumo de los DUCs es mucho mayor que el de su reposición, al punto de que al ritmo actual de caída nos quedaremos virtualmente sin DUCs el año que viene:

Imagen del post https://futurocienciaficcionymatrix.blogspot.com/2025/10/analisis-produccion-petroleo-usa-shale.html

 

En el fondo, perforar nuevos pozos, pese a las mejoras técnicas (que sin duda las ha habido en todos estos años) ya no es tan rentable, sobre todo cuando las mejores localizaciones para la producción ya están virtualmente agotadas. En esencia, estamos liquidando la inversión hecha ya hace unos años, sin reponer (ni tener intención de reponer) lo gastado. ¿A dónde nos lleva esto? Como dice Quark en su blog, a una caída bastante rápida de producción probablemente a partir de 2026, en función de las medidas que se tomen o no. En suma, la huída hacia adelante lo que va a llevar es a una caída de la producción total más precipitada de lo que hubiera sido de otro modo.

¿Y para qué? Probablemente para que Donald Trump pueda cumplir su promesa de una gasolina barata para los estadounidenses. En el momento actual, con la producción de petróleo apuntando hacia máximos, pero sobre todo con un consumo en decadencia por la fuerte recesión instalada en Europa y cierto parón en China, más el viento recesivo de los aranceles, tenemos un precio del petróleo relativamente bajo (60 dólares por barril de Brent, que tampoco es una bicoca, pero es aceptable hoy en día). En suma, por razones de cortas miras políticas, vamos a aumentar, por un breve momento, la producción de petróleo.

¿Sobrepasaremos la marca de noviembre de 2018? Tampoco es 100% seguro. De un lado tenemos la fortísima crisis de Argentina (que ha forzado un rapídisimo rescate de los EE.UU., posiblemente no solo por afinidad política pero también por la importancia estratégica del petróleo argentino), que pone en peligro el milagro de la producción creciente de fracking en la formación de Vaca Muerta. Por el otro, los crecientes ataques ucranianos a infraestructura petrolera rusa está poniendo en peligro su capacidad de distribución, y por ende de producción. Y no olvidemos el gran "tapado" de las crisis futuras del petróleo, Nigeria, un país superpoblado y de estratégica importancia petrolera para Europa y que es un auténtico polvorín.

¿Se superará el valor de extracción de petróleo de 2018, entonces? Quizá sí, quizá no. Poco importa. Porque sea lo que sea, durará poco, y seguiremos el curso de declive que ya está marcado, como comentábamos en el post anterior

Hablemos ahora del uranio: la Asociación Nuclear Mundial (ANM) publicaba cada año, hacia el mes de mayo o junio, la actualización sobre la extracción mundial de uranio. O así lo hizo hasta 2023. Entonces ya veíamos un claro declive desde los valores máximos de extracción de 2016, en buena sintonía con las previsiones que fueron enunciadas hace ya 12 años.

 


Y durante dos años, la ANM no publicó ninguna actualización, lo cual, no nos engañemos, resulta un tanto sospechoso: recordemos que algunas estimaciones previas, de las pocas que publica la Agencia Internacional de la Energía, daban a entender que en los próximos años veremos un declive muy rápido de la producción.

Pero hete aquí que a mediados de septiembre, por fin, publican una actualización. Y una que es muy espectacular:


 

Resulta que en estos dos años la producción mundial de uranio ha pegado un rebote más que considerable, hasta el punto de estar ahora cerca de superar el máximo de 2016.

Cuando uno examina la gráfica, se ve que la razón principal de este repunte es el incremento enorme de la extracción en Canadá. Y al buscar un poco más, se ve que la extracción de algunas minas canadienses había caído en picado en los últimos años debido a sus altos costes (demostrando que el silogismo que suelen aplicar los pro-nucleares de que el precio del uranio tiene poca influencia en los costes operativos no es del todo cierto). Y es que el uranio canadiense es de los más caros del mundo, vendiéndose por encima de los 200 dólares el quilo de óxido de uranio.

En fin, está claro: el mundo está dispuesto a pagar más por el uranio y eso ha llevado a aumentar la producción. ¿Superaremos el pico del 2016? En este caso es algo más difícil que en el del petróleo: Canadá básicamente ya está produciendo a niveles máximos, y en la mayoría del resto de países el declive está bien instalado, y cuando empieza es bastante rápido en el caso del uranio. Todo depende de Kazajistán, el mayor productor mundial, pero dado que hace tiempo que usan masivamente la lixiviación in situ, que es prácticamente el último recurso en extracción, es complicado que pueda mantener su producción mucho tiempo. Y no olvidemos la importancia estratégica de Rusia en este mercado.

Y mirando cómo ha evolucionado el precio del uranio de mina, del hexafloruro y del uranio enriquecido, está bastante claro que estamos disparados en una carrera que es muy difícil ganar. ¿Dónde está el límite de coste?

 


Una vez más,  estamos dando un salto al vacío, que nos deja muy mal preparados para el momento en que la extracción de uranio no pueda mantenerse. No hay anticipación ninguna, solo huida hacia adelante.

Y eso me lleva al tercer tema que quería tratar hoy, éste mucho más doméstico: la situación crítica a la que está llegando la producción de electricidad en España. Como recordarán, el pasado 28 de abril se produjo un apagón que afectó a toda la Península Ibérica (pues arrastramos a Portugal en nuestra caída). Ya comentamos en su día, con la poca información disponible, qué podía haber pasado. Después de enésimas estrategias de desinformación y de confundir a la opinión pública, últimamente se ha venido en convenir en el debate público de que hay un problema con el control de la tensión que está asociado a la manera en la que se ha instalado y se opera la energía renovable de nuevo cuño (eólica y fotovoltaica). El problema de fondo: el control de la potencia reactiva. La potencia reactiva está originada porque la propia red no es un elemento inerte, sino que tiene capacidad de almacenar energía a través de campos tanto eléctricos (debido a su capacitancia) como magnéticos (debido a su inductancia). La red, siguiendo un principio muy básico de acción-reacción, se opone a los cambios. De esa manera, cuando aumenta la demanda eléctrica y se intenta transmitir más potencia a través de ella (lo cual se hace aumentando la intensidad), ella reacciona oponiéndose y robando parte de esa energía. Del mismo modo, cuando disminuye la demanda y se reduce consecuentemente la intensidad, nos encontramos que la red nos devuelve parte de la energía que antes había tomada prestada: ésa es la potencia reactiva que lleva la tensión a dispararse.

Nada de esto es nuevo, lleva habiendo importantes variaciones de tensión desde hace años, a medida que se ha ido instalando más energía renovable, y es que las únicas centrales que están autorizadas a controlar la tensión, absorbiendo potencia reactiva, son las tradicionales que usan alternadores giratorios. Teóricamente, los nuevos inversores que utilizan las centrales fotovoltaicas podrían de manera efectiva absorber la potencia reactiva si se ponen en un modo concreto de funcionamiento (grid forming), pero la programación en una red compleja como la española no es nada sencilla y es conocido que cuando muchos de estos sistemas se conectan de esta manera se pueden producir resonancias entre ellos que conducen a altas sobretensiones y oscilaciones de frecuencia indeseadas, ambas cosas muy peligrosas. El uso de estos inversores en entornos operativos reales es ahora mismo materia de investigación muy intensa, y aún no se tiene una total seguridad de cómo operarlos de manera económica. También es cierto que con la instalación de sistemas adicionales (como compensadores síncronos) disminuyen enormemente los riesgos, pero también es más caro.

Y es en este contexto que en las últimas semanas se ha desatado una auténtica tempestad en el panorama eléctrico español, comenzando por una filtración que apuntaba a un riesgo inminente de un nuevo apagón, noticia que fue desmentida por Red Eléctrica Española (REE) pero solo a renglón seguido pedir a la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia (CNMC) medidas extra para limitar la manera en la que se operan las renovables, y particularmente que entren y salgan de sistema de manera más progresiva (15 minutos en vez de los 2 actuales), justamente para limitar la generación de potencia reactiva. En seguida las compañías eléctricas comenzaron a protestar, y aquí es donde la cosa se hace compleja técnicamente, pero la razón de fondo es fácil de entender: dinero. Por culpa de los cambios en el modo de operación de la red desde el apagón (con un mayor uso de centrales de ciclo combinado), las renovables no están consiguiendo operar el tiempo suficiente no solo para cobrar por las horas generadas sino para acceder a ciertas bonificaciones estatales, aparte de incumplir ciertos compromisos contractuales (de todo esto hablamos sucintamente hace unos meses). El año se acaba y hay prisa por cumplir algunos objetivos de generación, cada vez más difíciles porque hacia el invierno la iluminación baja y eso afecta dramáticamente a la fotovoltaica. Por todo ello, las compañías, en su intento de arañar minutos de generación y así cumplir objetivos, no quieren oír hablar de entradas y salidas más progresivas de la red, y están forzando la negociación.

Total, que en los últimos días estamos oyendo auténticos disparates y salvajadas. Por ejemplo, REE sugiere cambiar las normas de utilización (la consigna) con la que se usan las centrales clásicas para absorber la reactiva que se genere con la entrada y salida continua de renovables en la red, pero las compañías eléctricas dicen (y tienen razón) que si hacen eso las pueden dañar, porque no son tan rápidas. La contrapropuesta es, dicho así literalmente, "hacer un experimento", que entiendo que es reprogramar los inversores para que las renovables puedan absorber reactiva (y rezar para que no se produzcan las peligrosas resonancias que antes comentaba, cuya aparición es bastante imprevisible porque depende de cuánta energía se produce y consume en cada momento). Pero para poder hacer una cosa o la otra se necesita la autorización de la CNMC, que es quien puede modificar el reglamento.

La situación es caótica, es estúpida pero, sobre todo, está dirigida por el cortoplacismo económico. La único que está importando es los beneficios o pérdidas de este año, y en ningún momento se plantea que lo que se necesita es un rediseño total del sistema y la instalación de costosos (por la gran cantidad de ellos que se requieren) sistemas para garantizar la estabilidad. Mención aparte merecería la discusión de la vulnerabilidad a los ataques informáticos de una red con tantos inversores electrónicos operando en ella.

Nadie va a poner sentido común. Nadie va a dar un puñetazo en la mesa y exigir que se hagan las cosas en pro del bien común, minimizando los riesgos, mejorando la seguridad del suministro.

En este caso, como en los anteriores, vemos que la única lógica es la maximización a corto plazo del beneficio del capital. Es la lógica de la continua huida hacia adelante, pero ahora, adelante, tenemos un vacío. Un agujero enorme causado por la codicia enorme de estos años, que ha ido acumulando problema sobre problema. Ahora, en el momento en el que deberíamos pararnos y reflexionar, para intentar comprender como cerrar ese agujero, cómo seguir de manera viable para la sociedad, para que la sociedad sea viable y sostenible... ahora, precisamente ahora, el capital, en el paroxismo de su búsqueda insaciable del beneficio inmediato, solo ve un camino: el Gran Salto al Vacío, en la esperanza de que lleguemos a la otra orilla, la cual quizá no existe. Vamos a saltar al abismo porque los psicópatas que están tomando las decisiones no son capaces de imaginar otro futuro, uno sostenible y viable.

¿Lo vamos a permitir? ¿Vamos a permitir que esta gente nos destruya sin reaccionar, sin ni siquiera denunciarlo? ¿Qué piensa Vd., querido lector? 


Salu2.

AMT 

miércoles, 17 de septiembre de 2025

Si no ponemos mucho dinero, no habrá petróleo ni gas natural.


 

Queridos lectores:

En el post anterior comentábamos que la Agencia Internacional de la Energía (AIE) no había anunciado aún la fecha de salida de su informe anual para 2025, el World Energy Outlook (WEO). Esto es bastante inusual: por lo general, la fecha concreta (que generalmente se sitúa a mediados de octubre) se suele anunciar hacia el mes de julio. Javier Blas comentaba en Bloomberg que la razón se halla en que se han visto obligado a recuperar el Escenario de Políticas Actuales (CPS por sus siglas en inglés, el cual vendría a corresponder con lo que generalmente denominamos Business as Usual o BAU) por presión de los EE.UU. La decisión de recuperar este escenario no es menor: en el CPS, no hay cortapisas ni compromisos para disminuir el consumo de combustibles fósiles, la única limitación siendo por tanto la económica. De ese modo, los escenarios CPS siempre han sido escenarios de incesantemente creciente consumo de combustibles fósiles... o así habían sido hasta 2010, en la que por primera vez se reconoció que había problemas para hacer crecer la producción de petróleo. Desde entonces, la AIE ha ido capeando como ha podido el hecho de querer reconciliar escenarios de crecimiento económico que le vienen dados por la OCDE con la realidad física de las limitaciones en la extracción de petróleo primero, y progresivamente gas y carbón. Por eso, en 2020 decidieron desterrar el CPS y pasamos a los escenarios de Políticas Comprometidas, de Políticas Anunciadas, de Desarrollo Sostenible y finalmente de Cero Neto en 2050, cada uno de ellos siendo más estricto que el anterior en cuanto al descenso del consumo de combustibles fósiles. En 2018 estuvieron a punto de reconocer que el Peak Oil era inminente, lo cual no es una coincidencia con el hecho de que noviembre de 2018 marcó el máximo de producción de combustibles líquidos.

Imagen de Peak Oil Barrel, https://peakoilbarrel.com/may-world-and-non-opec-oil-production-flat/ 


Pero aceptar que un planeta que no es un plano infinito sino una esfera de 6366 kilómetros de radio (y por tanto enorme pero finita) es algo incompatible con la doctrina económica liberal. Así pues, a partir de 2020 el mantra de la AIE ha sido que no se estaba produciendo un pico de producción de petróleo, sino que era un pico de demanda. Es decir, no es que no se pueda extraer más, sino que en realidad no queremos más. De esa manera, se podía mantener la ilusión de que la demanda de energía podía seguir creciendo, simplemente siendo sustituida por cantidades masivas de energía renovable, dentro del modelo de Renovable Eléctrica Industrial (REI).

Han pasado algunos años más. El REI está fracasando estrepitosamente, por las mismas razones que señalábamos hace años y por más que los advenedizos de turno sigan intentando colocar su producto averiado. Alemania, Francia y Reino Unido están sufriendo una fuerte desindustrialización y sus economías renquean, y con ellas las de toda Europa. Alemania anuncia que rebajará sus ambiciones con la eliminación de los coches con motor de combustión interna. Y en EE.UU., Donald Trump está liquidando (con su estilo drástico y grosero) uno a uno todos los proyectos de transición renovable, pues también los EE.UU. tienen sus urgencias económicas. Básicamente, los países que lideraban la necesaria transición fuera de los combustibles fósiles han decidido que la economía va primero y es lo más importante, y por tanto quieren volver a los viejos, fiables y económicamente competitivos combustibles fósiles. Porque, a fin de cuentas y como la AIE no se ha cansado de repetir, el descenso de su producción era un pico de demanda, es decir, obedecía a una decisión. Consumíamos menos porque habíamos decidido consumir menos. Pues bien, se dicen nuestros líderes, ahora hemos cambiado de opinión y queremos consumir más.

Hay un problema, obviamente. Y es que no se había producido un pico de demanda. Lo que había pasado es que se había producido un pico de producción. Simplemente, los recursos que restan son cada vez más caros de extraer, tanto energética como económicamente. Simplemente por eso, no se puede evitar que su producción (es decir, la cantidad que se extrae cada año) entre en un proceso de descenso, de modo que año a año se extraerá cada vez menos petróleo ahora, y en unos pocos años les pasará lo mismo al gas y al carbón. De nuevo, la aberrante teoría económica hoy en día dominante piensa que todo es cuestión de inversión y de precio. Pero no es verdad. Si el rendimiento energético de los recursos extraídos no es lo suficientemente elevado, el precio de extracción es demasiado caro para que la sociedad se lo pueda permitir. Las empresas empiezan a cerrar y se entra en la peligrosa espiral de destrucción de demanda - destrucción de oferta que tantas veces hemos comentado. De hecho, el umbral máximo que puede soportar la economía no es tan elevado como se piensan tantos analistas: hace unos años se situaba en torno a los 120 dólares por barril de petróleo, pero en el deteriorado panorama económico actual es dudoso que se puedan soportar siquiera 100 dólares por barril. Y ni siquiera hace falta que el precio del petróleo se mantenga sistemáticamente elevado: basta con que lo haga un par de semanas para desencadenar la espiral de destrucción de demanda primero y de oferta después, y así nos mantenemos con precios relativamente bajos hasta el siguiente pico de precios. Llevamos viviendo eso desde 2008 y así seguiremos, y lo único esperable es que los ciclos (y su destrucción) se aceleren a medida que la producción de petróleo descienda.

En estas circunstancias, la AIE tiene una dificilísima papeleta. ¿Cómo explicará ahora que eso del pico de la demanda era mentira? ¿Cómo explicará que, en realidad, va a faltar petróleo primero, y luego gas y más tarde carbón? ¿Que no va a ser posible mantener el crecimiento económico? ¿Cómo conseguirá que los países occidentales acepten que, de una manera u otra, esto va a cambiar forzosamente, que el juego se ha acabado?

Y es en este contexto que la AIE acaba de publicar un informe especial que nadie se esperaba. Un informe con revelador título: "Las implicaciones de los ritmos de descenso de los campos de petróleo y gas". Un informe con el que la AIE espera allanar el terreno para las amargas píldoras que habrá que tragar los próximos años. Dada la importancia de este informe, he decidido escribir este post, analizando su contenido.

Comencemos por lo más básico: la palabra "pico" ("peak") y sus derivados aparece la friolera de 92 veces, y eso en solo 73 páginas de informe; y en todos casos, se refiere a pico de producción, nunca al pico de demanda (parece que estamos recuperando el tiempo perdido en los últimos años). Un vistazo rápido al informe muestra que estamos delante de un documento fundamentalmente técnico, con mucho análisis numérico (hasta mencionan cuestiones técnicas del lenguaje de programación usado en el análisis) y muy poca interpretación política.

El resumen ejecutivo marca las líneas maestras de lo que es este documento. Algunos mensajes clave:
 

  • Literalmente la primera frase del resumen ejecutivo: "El debate sobre el futuro del petróleo y del gas tiende a centrarse en las perspectivas de demanda, con mucha menos consideración concedida a cómo podría desarrollarse el cuadro del suministro". Y a continuación nos dicen que esa asimetría es un error y que en realidad la AIE lleva calculando los ritmos de caída de producción de petróleo y gas desde hace años. Como si no hubieran sido ellos mismos los que hubieran causado esta asimetría...
  •  "Aproximadamente el 90% de la inversión en upstream de petróleo y gas desde 2019 se ha dedicado a compensar las caídas de producción más que en alimentar el crecimiento de la demanda".
  •  En 2000 el petróleo convencional representaba el 97% de la producción, pero en 2024 su contribución se ha reducido al 77% (en el gas, al 70%). La mayoría de lo no convencional (por lo menos, lo que más ha crecido) es petróleo y gas de fracking (algo que como sabemos tiene los pies de barro).
  •  El ritmo de caída de producción de los campos de petróleo convencional es del 5,6% anual, mientras que para el gas convencional es del 6,8% (los ritmos de caída de los no convencionales llegan al 35% el primer año y un 15% anual los años siguientes, aunque en éstos la clave es la rápida sustitución de pozos). Esos son los ritmos de caída (denominados "descensos observados") si asumimos que destinamos el 90% de la inversión en upstream a compensar su caída: si se cortara esa fuerte aportación económica, el ritmo de toda la producción (no solo la convencional) caería al 8% anual para el petróleo, y del 9% en el caso del gas: éstos son los denominados "descensos naturales". Cabe decir que con esos ritmos de caída, la producción sería prácticamente testimonial en solo 10 años...
  •  Los ritmos de descenso natural se están acelerando. Y si nos atuviéramos solamente a los descensos naturales (es decir, se cortara en seco la inversión), la producción quedaría rápidamente concentrada en Oriente Medio y Rusia. Así de claro.
  •  Mantener la producción de petróleo y gas en los niveles actuales implicaría encontrar cada año nuevas reservas por 10.000 millones de barriles de petróleo y 1 billón de metros cúbicos de gas natural. Esto es más del doble de lo que se está encontrando ahora mismo.


Analicemos ahora los capítulos del informe. No entraré en todos los detalles, solo los más relevantes para los temas que quiero discutir.

Capítulo 1: Producción e inversión en petróleo y gas natural.

La primera figura habla por sí sola:



A pesar de las repetidas veces que encontramos informes que dicen que hemos sobrepasado los 100 millones de barriles diarios (Mb/d) de producción de todos los líquidos del petróleo, la AIE es clara: no, aún no hemos pasado ese umbral. Y eso teniendo en cuenta que esa categoría, "todos los líquidos del petróleo", es engañosa porque contiene un epígrafe, "líquidos del gas natural", que se utiliza mayoritariamente en la producción de plásticos y no en la de combustibles líquidos. De hecho, es claramente la categoría que más crece (en realidad, todo lo convencional declina) y sin los líquidos del gas natural la producción de líquidos mostraría una caída, a pesar del petróleo de fracking (la única otra categoría que crece de manera apreciable).

Cuando se separa por regiones, se ve claramente que lo único que evita que se desplome la producción es los EE.UU. La OPEP y Rusia aguantan más o menos el tipo, con una ligera caída, y el resto excepto EE.UU. están en franca caída. Cosa que ya sabíamos.




En el caso del gas natural, la situación es bastante peor en realidad, dada la absoluta dependencia en los efímeros pozos de gas de fracking. De hecho, sin su aportación la producción estaría prácticamente estancada desde 2010 y en declive desde 2020 (lo cual me recuerda un viejo post que escribí hace 15 años).

Un poco más tarde se analiza el ritmo de descubrimiento de nuevos yacimientos de petróleo y gas. Aquí la AIE utiliza uno de sus viejos trucos sucios, y en vez de presentar los hallazgos separadamente para el petróleo y el gas, los presenta conjuntamente, convirtiendo el gas en "barriles de petróleo equivalente". Tengan presente que, cuando se presentan de esta manera, el gas representa alrededor del 60% de los descubrimientos, y el petróleo el 40% restante. Creo que la gráfica es muy elocuente sobre la situación actual. En el período 2020-2024, los descubrimientos de petróleo deben estar por los 3000 millones de barriles anuales (cuando antes ya han dicho que deberían rondar los 10.000 simplemente para mantener la producción).


También muestra la AIE una gráfica sobre la evolución de la inversión en upstream (búsqueda, puesta en funcionamiento y mantenimiento de nuevos pozos) de petróleo y gas. De nuevo hay un par de trucos sucios: el consabido de mezclar gas y petróleo, y el de comenzar la gráfica en el año 2015, cuando 2014 es el año del máximo de inversión y de 2014 a 2015 se produjo una caída del 26%; aún así, se ve que la inversión actual está bien por debajo de la de 2015, pero obviamente se pretende transmitir una cierta (falsa) idea de estabilidad. 


Combinando esta gráfica con la anterior queda claro que la inversión está siendo cada vez más insuficiente, y que, al ser de peor calidad los yacimientos que quedan, cada vez se consiguen menos barriles nuevos con la misma inversión - lo cual es lógico, porque los yacimientos que quedan son cada vez peores y de acceso más complicado. Y se evidencia que la situación está peor en el caso del petróleo, pues si bien el 40% de los barriles encontrados son de petróleo, en cuanto al gasto en upstream el petróleo representa el 76% del total.

 

Es interesante ver también el gasto por región: en la actualidad, América del Norte (EE.UU., Canadá y México) es donde más se invierte, un 34% del total, bastante por encima del peso de su producción.

Capítulo 2: Ritmos de descenso observados y naturales de los yacimientos de petróleo y gas natural.

 
De nuevo, la primera figura habla por sí sola. "Post-peak" quiere decir yacimientos que ya han pasado su pico de producción y están disminuyendo; "ramp-up" son yacimientos que entraron en funcionamiento después de 2015 y aún no han llegado a su pico, y "legacy" son yacimientos anteriores al 2015 que aún no han llegado a su pico.
 

 

La inmensa mayoría de la producción proviene de  yacimientos de petróleo y de gas que han pasado ya su pico de producción (80% y 90%, respectivamente). Ésta es la situación que tenemos que manejar.

Y de eso va este capítulo, de dar muchas métricas del desastre. Se definen convencionalmente tres fases del declive: la fase 1 (del pico hasta el 85% de la producción), la fase 2 (del 85% al 50% de la producción) y la fase 3 (del 50% hasta el final de la explotación). Con esta definición, tabulan las tasas promedio de declive anual observado según diversas tipologías de yacimiento.

 

Como pueden ver, la tasas de declive observado aceleran a medida que avanzamos a fases más avanzadas del declive productivo. Por eso, cuando se dice que la tasa de declive observado promedio es del 5,6%, está claro que aún predominan los pozos en la fase 1; pero a medida que vayan envejeciendo, cada vez más pozos pasarán a las fases 2 o 3 y la tasa promedio de declive anual se disparará.

Los números promedio son semejantes para el gas natural (fase 1: 4,5%; fase 2: 11,5%; fase 9,7%), aunque su tasa promedio es algo mayor (6,8% anual), lo cual indica que tiene más pozos en fase 2, y también que la aceleración de su declive está más avanzada que en el caso del petróleo.

Hay muchos más análisis interesantes en este capítulo, pero no me detendré ahora en ellos.

Capítulo 3: Implicaciones de las tasas de declive en la producción, inversión y seguridad energética.

Como en cada capítulo, la primera figura habla por sí sola. Así evolucionaría la producción de petróleo y gas si se detuviera la inversión en upstream, es decir, si se la dejara caer a sus tasas de declive naturales:

 

Como pueden ver, a la vuelta de 25 años la producción de petróleo y gas natural sería prácticamente marginal. Lo cual es obviamente malo; pero además, como nos explican, debido a que cada vez se explotan más yacimientos de petróleo y gas no convencional, que duran poco y cuya producción decae más deprisa, los ritmos de caída natural están empeorando con el tiempo. Básicamente, que cada vez cuesta más simplemente mantener una producción constante.

 

 

Han analizado también cómo evolucionaría la situación si se invirtiera de la mejor manera posible en los campos existentes y en todos los que ya están aprobados pero no explotados. La cosa mejora, pero no crean que es para tirar cohetes. La conclusión es clara: no basta con mantener lo que hay, no basta con explotar lo que ya se conoce. Hay que encontrar nuevos yacimientos, y a mansalva (y cada vez más rápido).

 

Después, analizan en qué nivel se tiene que mantener la inversión en upstream para que la producción no caiga. La conclusión es que si nos mantenemos en los 500.000 millones de dólares al año actuales, hasta 2050 la producción de petróleo y gas natural subiría un poco. Es interesante la gráfica que dan sobre cuál sería el nivel de producción según diferentes escenarios de inversión, entre 0 y 500.000 millones de dólares anuales. También es importante hacer notar que esa gráfica asume que el ritmo de declive es constante (lo que no es cierto).

  

Y al final ésta parece ser la conclusión que quieren transmitir con este informe: que se puede conseguir una cierta estabilidad durante los próximos 25 años, con tal de mantener un nivel de inversión de alrededor medio billón de dólares anuales. 

Es una lástima que el informe acabe así, con esa conclusión.  Por supuesto, falta en este análisis una mejor comprensión de la geología de los yacimientos, puesto que en el fondo se asume que los yacimientos van a aparecer simplemente si se pone más dinero. En realidad, como muestra su gráfica de descubrimientos, a pesar de mantenerse el nivel de inversión cada vez se encuentra menos petróleo y gas. Simplemente, porque cada vez queda menos, accesible y fácil de explotar.

La AIE, con este informe, se ha cubierto las espaldas, como es su costumbre. Ellos ya han avisado del problema del declive productivo, y han dado la receta para evitarlo: hay que invertir más dinero, y por lo menos medio billón de dólares. Por lo menos, porque como ellos mismos advierten, los declives van a empeorar en los próximos años.

Vamos a ver cómo se presenta el WEO de este año, al final. Pero seguramente vamos a encontrar algunas sorpresas. Por lo pronto, vayan preparando la cartera, porque al final pagaremos por ese petróleo, tanto si se pone la inversión en upstream como si no se pone.

Salu2.
AMT

 

lunes, 15 de septiembre de 2025

Crónicas de la caída: Septiembre de 2025


 

Queridos lectores:

Mientras escribo estas líneas, hay todavía manifestantes en diversos puntos de Madrid, sobre todo en las inmediaciones de la Plaza de Cibeles. Estas manifestaciones en la capital de España son el colofón de tres semanas en las que las protestas contra la Vuelta Ciclista a España por la participación de un equipo israelí se han ido progresivamente recrudeciendo, desde el puñado de personas que protestó cerca de la ciudad que me ha acogido, Figueres, hasta los centenares que se congregaron en el País Vasco, Asturias y Galicia, para finalmente llegar a los probablemente decenas de miles que hoy han colapsado las calles de Madrid y han impedido la finalización de la etapa y la entrega de premios. A otras personas les corresponderá  analizar el hartazgo de la población española (y también europea) con la horrible masacre que de forma indiscriminada está aplicando el ejército de Israel a la población de Palestina (muy visiblemente en Gaza y de manera más discreta en Cisjordania), y cómo esta explosión de rabia y protesta es en buena medida un rechazo contra nuestras propias élites (que se afanan en disimular la gravedad del genocidio, e incluso cuando lo reconocen lo hacen con la boca pequeña y sin acabar de tomar medidas decisivas, en lugar de como mínimo no plegarse a la voluntad de los genocidas, por más poder económico que controlen directa o indirectamente). Pero yo aquí querría destacar otra cuestión, a saber: que la circulación de la información es cada vez más lenta y azarosa, siendo el caso de las protestas en la Vuelta una de los pocos casos en los que la población ha podido identificarse y movilizarse, en forma creciente, al darse cuenta de que los sentimientos de rechazo eran compartidos y para nada minoritarios. No es una casualidad que a medida que iban pasando los días se hayan ido sumando más y más personas a las protestas, hasta culminar con la demostración de hoy en Madrid.

Estos mismos días ha habido protestas generalizadas y masivas, en ocasiones con cierta violencia, en nuestro país vecino, Francia. El lunes cayó el primer ministro, François Bayrou, después de someterse a una moción de confianza que encontró necesaria para poder acometer medidas de ajuste económico bastante drásticas. Emmanuel Macron, no osando convocar unas nuevas elecciones legislativas de desenlace incierto, nombró en seguida un nuevo primer ministro, Sébastien Lecornu, hombre de su confianza. El miércoles, respondiendo a una convocatoria para bloquear todo el país, se dieron todo tipo de incidentes, protestas y altercados. Se prevén nuevas jornadas de protesta a finales de mes, y el ambiente está cada vez más caldeado. Pero de esto apenas se habla, muy poco, en España e imagino que en otros países vecinos de Francia.

Mientras tanto, Alemania no levanta cabeza. El último trimestre volvió a registrar un descenso del PIB que pone en peligro la incipiente recuperación económica a la que apuntaban los dos primeros trimestres de 2025. Las encuestas muestran el irresistible ascenso del ultraderechista Alternativa por Alemania, que es la respuesta que le está dando el electorado alemán a sus inoperantes élites, que no son capaces de sacarlos de una recesión instalada desde que dejó de tener acceso a la energía barata que venía de Rusia. Una buena parte de la energía todavía llega de Rusia, en realidad, pero pasando por intermediarios para camuflar su origen y por eso ya no es tan barata. Otra parte viene de los EE.UU., particularmente el gas del fracking, que nunca fue ni será barato. Y sin los insumos a bajo precio, un país como Alemania, donde los sueldos no son bajos, no puede competir en el mercado global.

La transición energética se hunde lentamente en Europa. Nadie lo va a reconocer, pero poco a poco las metas de la transición están pasando a un segundo plano. Particularmente preocupa la pérdida de competitividad francesa y alemana y la destrucción de empleo, y aún más el hundimiento constante de la industria de la automoción, una de las industrias más importantes de Europa. No pasa semana sin noticias negativas en este sector, sin que se vea una salida razonable, mientras las ventas en Europa continúan su curva descendente y las exteriores se volatilizan. Pero todas estas cuestiones se sustituyen por el rearmamento, por alimentar la amenaza fantasma de la guerra con Rusia. Y como quiera que últimamente la población está perdiendo el entusiasmo por la causa bélica, las últimas semanas han estado jalonadas por noticias, éstas sí bien iluminadas y puestas en el foco mediático, dirigidas a alimentar la psicosis: la pérdida del GPS del avión de Úrsula von der Leyen, la intrusión de drones rusos en el espacio aéreo de Polonia y Rumanía... De nuevo, los flujos de información son azarosos. Aunque no arbitrarios. 

De vuelta a España, esta semana ha sido "noticia" algo que en realidad era una nota de prensa auspiciada por las grandes compañías eléctricas, de acuerdo con la cual el 83% de los nodos de la red eléctrica española están saturados y no pueden dar cabida a toda la nueva generación renovable que supuestamente tiene que entrar. Se ha llegado a decir que esta saturación ha llevado a perder 60.000 millones de euros en "inversiones potenciales", en referencia a un informe de Spain DC que citaba esa cifra, y como ejemplo se mencionan todas las industrias que no están "pudiendo despegar" por estas deficiencias de la red, desde los centros de datos hasta "otras industrias electrointensivas" curiosamente no especificadas. Pero como respuesta a estos "apremiantes" hechos, el Ministerio de Transición Ecológica español ha anunciado esta misma semana un incremento de la partida presupuestaria a destinar para el refuerzo de la red eléctrica, que llegaría así a los 13.590 millones de euros que se van a invertir desde ahora hasta 2030. Nadie va a explicar que todo esto es mentira. Nadie va a explicar que la demanda eléctrica en España está cayendo desde 2008, 17 años ya, y que este año seguramente cerrará con una nueva caída. No hay demanda para esa generación eléctrica que se pretende incorporar: en la actualidad, se están produciendo curtailments o pérdida de energía que se podría producir pero no se aprovecha, de más del 20% en algunos momentos. Los grandes fondos de inversión se retiran desde hace meses en lo que saben que es un negocio no rentable, cuando no ruinoso. Y eso sin contar con los problemas de intentar incorporar tanta electricidad renovable sin estabilización. Da exactamente igual: el plan es seguir adelante con el REI aunque sea un fracaso, y no hay plan alternativo. Se da por sentado que se necesita nueva generación eléctrica y que ésta debe ser renovable, cuando ambas afirmaciones son mentira.

Mientras tanto, bajando al terreno de lo real, de la gente que está sufriendo el inevitable descenso energético en el que estamos embarcados, vemos que los problemas crecen en Bolivia, en México y Nigeria, convertidos en tres de los puntos calientes de la caída de la disponibilidad de combustibles derivados del petróleo tras el pico de producción de petróleo crudo y condensado que se produjo en noviembre de 2018. El precio del barril de petróleo se mantiene moderado desde hace meses, y eso hace pensar a muchos en los países occidentales que la crisis energética es algo del pasado. En realidad, lo que sucede es que la crisis no se está distribuyendo de manera equitativa, y simplemente algunos países están empezando a quedar marginados del reparto. Justamente como estrategia para que aquí no haya escasez. Esto, por supuesto, no puede mantenerse indefinidamente, pero nadie va a hacer un análisis en profundidad sobre el tema. Nadie hablará del desastre en ciernes hasta que ya lo tengamos encima y sea inevitable.

Porque, además, en este momento en el que se necesitaría tener una información precisa sobre la situación energética global, nos encontramos con que vamos a tener mucha menos. De entrada, este año la Energy Information Administration de los EE.UU. no sacará su informe anual, debido a los recortes de Trump. Y en cuanto al informe anual de la Agencia Internacional de la Energía, al cual dedicamos un post cada año en este blog, aún no tiene fecha de publicación. Otros años ha salido en octubre y a estas alturas tendríamos más que clara la fecha de publicación, pero este año parece que se va a retrasar. ¿La razón? Seguramente porque, como comenta Javier Blas, en el borrador al que ha tenido acceso se ve que se recupera un escenario que desapareció hace unos años, el de Políticas Actuales, probablemente por la presión de la actual administración estadounidense. Un escenario en el que ya no se prevé una caída del consumo de carbón, petróleo y gas, simplemente porque ya no hay voluntad en los EE.UU. (y, aunque no se quiera reconocer, tampoco en Europa) de seguir luchando para abatir el Cambio Climático. Pero, claro, hacer ese encaje de bolillos va a ser complicado. Hasta ahora se había usado la narrativa del pico de demanda, es decir, que se iba a consumir menos petróleo porque queríamos consumir menos, no porque no hubiera. Sin embargo, tanto en EE.UU. como en Europa hay ahora urgencia por un volantazo a la situación económica, y para eso necesitan combustibles fósiles, toda vez que la transición energética ha fracasado. Así que ya no queremos consumir menos petróleo. Pero, después de años de insistir en que lo que estábamos viendo era un pico de demanda, ¿quién sale ahora en la AIE a explicar que, en realidad, estamos ya en un pico de oferta, y que no va a producirse más petróleo, sino cada vez menos? Por eso la necesidad de tiempo extra, para hacer cuadrar lo incuadrable. El análisis del WEO de este año promete ser una experiencia muy emocionante...

Crisis social, crisis energética... y, recordémoslo, estamos a las puertas de un nuevo desastre climático. Este otoño es un momento de máximo riesgo. Pero tampoco se habla de ello. No sucede. Hasta que suceda. 

Por tanto, si algo caracteriza este momento es el bloqueo de la información. Algo siempre presente, pero que ahora es creciente. Azaroso, pero no arbitrario.

Así que, para despedir este post, quiero mencionar una noticia de las que se habla tan poco como se puede: la Global Sumud Flotilla, un conjunto de embarcaciones que están en este momento navegando hacia Gaza con alimentos y medicamentos. Un grupo de personas que, desarmadas, pretenden hacer llegar una ayuda de primera necesidad a quienes están siendo exterminados, y a los que el gobierno de Israel ya ha amenazado diciendo que tratará como terroristas. Entre las noticias que no habrán leído estos días está la de que, mientras estaban atracados en el puerto de Túnez, sufrieron dos ataques con drones provenientes de mar abierto y que transportaban pequeños dispositivos incendiarios, un ataque de baja intensidad pero que es una advertencia. Simplemente otra noticia sobre la que no leerán hoy pero que quizá merezca la pena que sepan.

Salu2.

AMT 

P. Data: Adelante, Juan. 

lunes, 18 de agosto de 2025

Prendedlos

 


Queridos lectores:

No tenía intención de escribir sobre los catastróficos incendios que están asolando varias provincias, y muy particularmente la de mi León natal, porque yo no soy para nada especialista en temas de incendios forestales y porque ya se ha escrito mucho sobre el tema, muy buenos artículos por parte de gente con verdadero conocimiento de la materia. Sin embargo, omitir toda mención a lo que ahora es motivo de gran angustia en España y particularmente en mi patria chica, en un blog como éste dedicado a la pérdida de sostenibilidad de nuestra sociedad, me ha parecido poco apropiado.

Pero, como digo, al no ser experto en la materia, no entraré en la cuestión técnica. Atendiendo a lo poco que yo sé sobre el tema (el impacto del Cambio Climático), sería tentador atribuir todo lo que está pasando a los efectos del Cambio Climático, pero no es verdad. Cierto, las altas temperaturas favorecen incendios más difíciles de controlar y facilitan la aparición de incendios de sexta generación. También es verdad que las lluvias muy abundantes de la primavera, alimentadas por las alteraciones climáticas actuales, han creado lo que se conoce como "efecto latigazo": la lluvia anormalmente abundante hace crecer rápidamente todo tipo de plantas que se secan de manera más rápida cuando llegan las actuales temperaturas extremas y añaden una gran cantidad de combustible seco. Pero de manera similar a lo que pasó con la catastrófica DANA que asoló Valencia el año pasado, una gran parte de lo que está pasando está asociado a un modelo de gestión del territorio. Escaso interés en la prevención, falta de toma de medidas adecuadas, abandono del medio rural espoleado por las políticas dirigidas al extractivismo masivo, recortes en medios públicos para la extinción  de incendios (percibidos por nuestros gestores como un gasto inútil o de poco retorno económico)... Nada de esto es casual, es una consecuencia de un sistema económico depredador y ecocida, que no es capaz de pararse delante de nada y que atenta contra las bases mismas que sustentan la vida, la humana incluida. Estos días estoy leyendo un libro magistral que condensa todas estas ideas,  "Incendios" de Alejandro Pedregal - espero poder hacer una reseña de él en breve - y que desde luego les recomiendo para tomar una perspectiva amplia de lo que nos pasa.


 

Me gustaría por tanto simplemente hacer unas reflexiones de carácter más social sobre lo que está pasando. La carencia de medios de extinción, junto con el gran volumen de incendios (mayoritariamente provocados, eso es seguro) ha hecho que en muchos pueblos los vecinos se hayan encontrado solos, sin ningún tipo de ayuda. Los responsables autonómicos, con sus declaraciones y también con sus elocuentes silencios, reconocen su impotencia. Incluso el propio Estado: hace unas horas, la ministra de Defensa, Margarita Robles, reconoció que dada la magnitud de la catástrofe no hay realmente medios para atajar estos incendios, y que estamos a merced de que un cambio de tiempo traiga la ansiada lluvia. La idea que se transmite es que hay zonas en las que ya no hay nada que hacer, ergo no se va a hacer nada, y esto va seguir ardiendo hasta que pare por sí mismo. Sin embargo, para los que viven en esos lugares, eso equivale a perder su vida: sus casas, sus medios de subsistencia, su patrimonio, todo. Por eso no es de extrañar que, en medio del abandono institucional, los vecinos de muchos de estos lugares, valientemente, con los pocos medios que tienen, hayan luchado en una desigual batalla por salvar lo que es suyo. Por salvar su vida. En muchos casos perdiéndolo todo, hasta su vida misma, por desgracia. Esa gente no pueden permitirse la ligereza de darlo todo por perdido desde un despacho de la gran capital. Pocos hechos ilustran tan claramente que la lucha contra estos incendios es una lucha de clase, un concepto que repetidamente se dice superado pero que en realidad emerge continuamente.

Y en medio de esta catástrofe, observamos - como ya pasó en el caso de la DANA - una nueva pugna absurda por la atribución de la responsabilidad, entre las autonomías y el estado. Ciertamente las autonomías tienen las competencias sobre la prevención y la extinción de los incendios, y es culpa de ellas su falta de adecuación, y máxime con el agravamiento de las condiciones materiales que nos está trayendo el Cambio Climático. Y ciertamente el Estado puede en cualquier momento elevar el grado de emergencia y tomar el mando. Pero no lo hace porque sabe que desde las autonomías se le acusará de intervencionista, y obviamente le cargarán toda la responsabilidad cuando la imposibilidad de hacer algo útil sea manifiesta. Al mismo tiempo, las autonomías no piden al estado que asuma el mando porque sería reconocer su impotencia y diluiría la responsabilidad del estado en el fracaso final. Unos por otros, al final nadie se mueve y no se declara el estado de emergencia nacional, que sin duda lo es, y no se moviliza todo lo que se podría movilizar - aunque fuera para comprobar que ni con eso hay bastante. En el fondo hay cierto miedo a hacer evidente que, en realidad, tras décadas de dilución y destrucción de lo público, el Estado realmente no cuenta con medios para dar respuesta a los retos del futuro. Porque eso llevaría a la ciudadanía a plantear una serie de preguntas incómodas que nadie quiere responder, y a exigir una asignación diferente de recursos del Estado que no se quiere plantear, no fuera el caso que se cuestionase asignar tanto dinero a obras inútiles o un armamento que más vale que no se use.

Vivimos un momento de creciente inoperancia del Estado, a medida que los recursos se hacen más escasos, las dificultades (particularmente, pero no solo, las ambientales) mayores, y las oportunidades de ganancia del capital (que es al final a quien responde el Estado) más pequeñas. A medida que todas las crisis se hagan más agudas, más inútil será el Estado. Es algo característico del proceso de descomposición del capitalismo.

Lo que pasa con el fuego no es una casualidad, sino una necesidad. Es algo que resulta conveniente al capitalismo depredador, que busca vaciar todo el espacio y almacenar a la gente en las ciudades, para poder convertir todo el territorio en una mina, en un lugar de extracción. Lo que estamos viviendo es solo una fase más de la lucha final. La lucha por la vida. Porque son los bosques los que nos mantienen vivos, los que realizan funciones ecosistémicas fundamentales para nuestra vida, desde regular el ciclo del agua hasta contener las escorrentías, desde mantener la biodiversidad hasta hacer de barrera para la propagación de las enfermedades, desde contener la temperatura hasta garantizar la salud de nuestros cultivos. Incluso los urbanitas más alienados perciben que cuando perdemos un bosque hemos perdido algo profundo, importante, íntimo y vital. No podemos mantener este (des)orden. Tenemos que parar ya.

Salu2.

AMT

miércoles, 13 de agosto de 2025

El fin de la observación de la Tierra desde el espacio


 

Queridos lectores:

Como muchos de Vds. ya saben, una buena parte de mi trabajo de investigación se centra en la observación de los océanos con satélites artificiales. Desde hace 18 años he trabajado intensamente en la misión SMOS de la Agencia Espacial Europea (conocida como ESA por sus siglas en inglés). El profesor Jordi Font, mi jefe cuando yo llegué al Instituto de Ciencias del Mar, y una gran persona y científico, fue el co-líder de esta misión satelital de observación de la Tierra, y unos años antes de jubilarse me cedió a mi la dirección del grupo de investigación de salinidad por satélite del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, en Barcelona, donde trabajo. Aparte de con SMOS, he trabajado con datos provenientes de una docena de otras misiones, especializadas en medir la temperatura de la superficie del mar, el color del océano o las corrientes superficiales, entre otras variables. Y de vez en cuando he usado datos de otras misiones de observación de la Tierra, más allá del océano, en el contexto de muchas colaboraciones nacionales e internacionales.

Por este motivo, estoy bastante al corriente de los cambios que se están produciendo en los últimos años en referencia a la observación de la Tierra por satélite. Y particularmente de un proceso al que yo denomino "finalización tecnológica". No es un evento abrupto, no es un cambio radical de la noche al día, pero sí una sucesión de eventos, espaciados en el tiempo aunque con algunos momentos destacados, y que tienen en común que definen el lento camino a través del cual una tecnología va siendo abandonada. Creo sinceramente que éste es el caso del ámbito tecnológico sobre el cual trabajo. Y también creo que estamos en un momento de aceleración de ese abandono tecnológico, motivado por los cambios evidentes y no tan evidentes que se están dando en la escena geopolítica mundial.

En julio de este año se ordenó la finalización del Programa de Satélites Meteorológicos de la Defensa (DMSP). Se trata de un conjunto de satélites del Departamento de Defensa de los EE.UU. que se utilizan para mejorar las predicciones numéricas de los modelos meteorológicos, y particularmente la previsión de los huracanes, por parte de la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration), la agencia estatal norteamericana que se encarga de la previsión meteorológica, oceánica y climática. En su momento se alegó que el impacto de la finalización del DMSP iba a ser menor, teniendo en cuenta que la decisión de acabar con el programa se tomó ya en 2015, que los satélites a desactivar ya han pasado con largueza su vida útil y que en realidad se procederá a una sustitución por otros satélites más modernos.

Sin embargo, otros movimientos en paralelo indican que la situación dista de ser tan brillante. La NOAA tomó hace meses la decisión de postponer el mantenimiento de los satélites del Sistema Conjunto de Satélites Polares (JPSS), que es uno de los sistemas que se supone que tiene que sustituir al DMSP. Al mismo tiempo, ya se han ordenado reducciones de personal y reestructuraciones en la propia NOAA, y se anticipa que cuando en octubre se apruebe el nuevo presupuesto federal los despidos van a ser masivos. Muchos investigadores de ésta y otras instituciones han empezado a sondear la posibilidad de irse a Europa (algunos incluso a España).

Particularmente grave es el decomisionado de los satélites Terra, Aqua y los satélites NOAA-15, NOAA-18 y NOAA-19. Con ellos, EE.UU. se queda sin sensores AVHRR (quedarán todavía los embarcados en los Metop europeos), acabándose así la serie más larga de datos de temperatura de la superficie del planeta. Más grave aún, se queda sin sensores CERES, poniendo en peligro la continuidad de una serie ahora mismo crucial para estudiar el desbalance radiativo del planeta (el cual se ha incrementado alarmantemente en los últimos años; es esa gráfica que suelo comentar en mis últimas presentaciones que es la más importante que van a ver este año).

Gráfico generado por Leon Simons a partir de los datos del programa CERES.

 

De nuevo, el argumento es el de que estos sistemas (todos ellos con muchos años a sus espaldas) van a ser sustituidos por otros más modernos. Sin embargo, a día de hoy esas sustitución no está tan clara, ya que los nuevos sensores no permiten medir las mismas variables que los antiguos, y algunas series quedarán sin duda interrumpidas. Una situación que no me resulta en absoluto ajena de manera más directa y personal, saltando ahora a Europa: llevamos años intentando garantizar la continuidad de las observaciones en radiometría de la banda L de los microondas (que es la que usa SMOS para medir la salinidad de la superficie marina), y como mucho conseguiremos observaciones de menor resolución espacial y temporal gracias al satélite CIMR (y eso si su lanzamiento llega a tiempo de impedir que haya un agujero de datos en la serie).

Pero hay dos eventos recientes en los EE.UU. que certifican que entramos en un momento radicalmente nuevo, que va más allá de la simple decadencia por falta de fondos. Por un lado, la administración Trump ha decidido que a final de año se eliminarán los satélites OCO que miden los niveles de CO2 atmosféricos. En este caso, no se trata de satélites viejos, e inclusive se cuestiona la legalidad de la medida, pero la orden es clara: se debe forzar la reentrada de los satélites, lo cual comportará su destrucción. Si la orden finalmente se ejecuta, el daño estará hecho, pues reemplazar estos satélites requeriría años. La intencionalidad política es clara: hay que dejar de medir el CO2, y particularmente indagar sobre dónde se está emitiendo más. Si no se observa, no hay responsabilidades exigibles a los que más contaminan.

Por el otro, hace unos días el Departamento de Energía norteamericano publicó un informe sobre los impactos en el clima de las emisiones de CO2 de los EE.UU. Las conclusiones son desoladoras por lo grotescas: de acuerdo con este informe, el impacto del CO2 es muy pequeño y el de  las emisiones de los EE.UU. en particular es indetectable.

Resulta por tanto obvio que en los EE.UU., por la vía de hecho, se va a dejar de investigar en Cambio Climático, y para asegurarse de que así sea se van a ir no solo reduciendo fondos, sino eliminando sistemas de medidas e incluso series de datos actualmente disponibles, mientras que se fabrica un discurso aberrante exculpatorio. Nada sorprendente con un presidente negacionista, aunque el nivel de osadía supera todas las expectativas.

Y, mientras tanto, ¿qué está pasando en esta orilla del Atlántico? 

Pues no tenemos todavía plena confirmación, pero aquí las perspectivas tampoco son muy brillantes, en nuestro caso por otro motivo: los planes de rearmamento para la preparación de las nuevas guerras coloniales. Por lo poco que mis colegas y yo hemos podido llegar a saber, el nuevo programa de la ESA "Resiliencia desde el Espacio", centrado en la seguridad, va a ser la gran apuesta en la próxima reunión ministerial de noviembre, y probablemente la aportación económica de los países va a reducirse en otros programas considerados menos críticos, como es el de Observación de la Tierra (irónico en un momento en que los problemas ambientales son cada vez mayores, como estamos viendo estos días de salvajes incendios en España). A nivel de la Unión Europea las cosas no están tan definidas, pero parece avanzarse sobre la misma dirección y concepto de "resiliencia". Pero donde soplan vientos más fríos aún es en el ámbito español: no tenemos ningún comunicado oficial, pero después de ver los resultados de la última convocatoria de proyectos del Plan Nacional y por los mensajes que nos llegan de diversas personas vinculadas a su evaluación, en los próximos años se va a poner el acento en que la investigación que realicemos tenga un carácter "dual". Eso quiere decir que se va a favorecer el trabajo sobre tecnología y aplicaciones que tengan carácter tanto civil como militar. La clave: poder justificar parte de la inversión en ciencia como respuesta a ese 2,1% del PIB que el presidente Pedro Sánchez se ha comprometido a gastar en fines de defensa y armamento. Como pueden imaginar, esto ha causado gran inquietud en mi comunidad, y es un asunto de discusión muy activa en este momento. ¿Qué debemos hacer? ¿Bajar la cabeza y empezar a buscar aplicaciones de nuestro conocimiento para el arte de matar personas? ¿O bien rebelarse y negarse a ello, aceptando que tendremos que despedir a la gente joven - y no tan joven - ya que nuestros fondos se reducirán drásticamente?

Irónicamente, a nivel de acceso a las observaciones, el gran empuje en observación de la Tierra de China, que siempre fue muy reacia a compartir sus datos, podría ayudarnos a mantener las líneas de trabajo y desarrollo actuales. Pero seguiremos teniendo problema de acceso a financiación, a no ser que o bien encontremos un nicho de investigación razonable o bien aceptemos trabajar para los militares. 

Epílogo personal: Hace un par de años yo cedí la dirección del grupo de salinidad a mi compañera, la doctora Estrella Olmedo, a pesar de que aún me queda más de una década para jubilarme, porque creo que ella se lo ha merecido con su trabajo intenso todos estos años y porque es importante dar oportunidades a la gente que aún tiene que desarrollar su carrera, y así yo podría dedicarme en la recta final de mi propia carrera a trabajar en multitud de temas que tengo abiertos y que me gustaría investigar, aunque siempre estando presente para ayudar en cuanto fuera menester. Yo era consciente del fardo que cargaba sobre sus capaces espaldas (nada es gratis en este mundo), pero lo que realmente no me imaginé es que ella (junto con mis otras compañeras senior con las que trabajamos) se vería abocada a tomar decisiones muy duras. Tampoco puedo decir que lo que está pasando sea algo realmente sorprendente, teniendo en cuenta la temática de este blog y de mi divulgación. Como decía al principio, estamos empezando el proceso de finalización tecnológica: nuestra sociedad hipercomplejificada no puede sufragar el coste de mantener activas todas las tecnologías que ha desarrollado, y, con el paso del tiempo, irá abandonando aquéllas que le den menor retorno o cuyo sacrificio le suponga menor coste. Era un proceso previsible, como también era bastante previsible que particularmente las tecnologías espaciales, y más en concreto las relacionadas con la observación de la Tierra para fines civiles, serían de las primeras cosas en caer, en llegar a su finalización tecnológica. Por supuesto estamos hablando de un proceso, no de un evento puntual, y así seguirá habiendo observación de la Tierra por satélite durante décadas, aunque cada vez será menor y más marginal. Queda ver si como sociedad somos capaces de encarar no ya éste sino tantos otros retos como tenemos pendientes y podemos revertir la tendencia. Solo el tiempo lo dirá. 

Entre tanto, en el aquí y el ahora de los grupos de investigación que nos vemos afectados, y en el concreto caso del mío, tendremos que pensar cómo vamos capeando estas turbulentas aguas, mientras seguimos la curva de descenso inevitable de la civilización industrial. Ideas no nos faltan, talento - sobre todo el de mis compañeras - tampoco. Solo necesitamos oportunidad.

Salu2.

AMT  

viernes, 25 de julio de 2025

Ricochet


 

Queridos lectores:

Como seguramente sabrán si viven a este lado del Atlántico, el Gobierno de España fracasó recientemente en su intento de convalidar el decreto-ley de medidas urgentes para reforzar el sistema eléctrico. El decreto fue inicialmente aprobado por el Gobierno el 24 de junio, pero necesitaba ser convalidado por el Congreso en el plazo de un mes, y en la votación del pasado 22 de julio fue rechazado (y por tanto queda sin efecto). 

Se le ha dado mucha importancia a este decreto debido al sobresalto que causó el apagón general en España del pasado 28 de abril. Desde el Gobierno y desde las grandes compañías eléctricas se ha insistido en que este decreto era indispensable para evitar futuros apagones. En los últimos días, viendo que no habría una mayoría suficiente para la convalidación del decreto, las grandes eléctricas se prodigaron en declaraciones de todo tipo, inclusive diciendo que, de no aprobarse, se pondrían en riesgo inversiones por valor de 200.000 millones de euros.

Se ha hablado muchísimo sobre las motivaciones de carácter político de los partidos que han votado en contra, y se han agitado con gran aspaviento espantajos caros a los industrialistas, como asegurar que quienes se han opuesto son "negacionistas", "retardistas" o que "atentan contra la causa climática", dando por bueno el muy cuestionable argumento de que este modelo de la Renovable Eléctrica Industrial (REI) permite avanzar en la descarbonización, cosa muy discutible por muy buenas razones. Pero es que encima, esas posiciones maximalistas de los industrialistas generan mayoritariamente el efecto contrario al que persiguen, reforzando la visceralidad de los que rechazan el REI. 

En todo caso, yo quisiera dejar de lado esas consideraciones políticas y los dimes y diretes, y centrarme en las cuestiones más de carácter técnico. En particular, qué es lo que dice el decreto derogado y si realmente es tan grave su derogación. Y también, analizándolo, si se puede entender las causas de los partidos que han votado en contra (y a favor).

La primera observación que se puede hacer es que más que un decreto de medidas urgentes para evitar un apagón, lo que tenemos aquí es una ley ómnibus que regula muchos aspectos relacionados con el mercado eléctrico. Peor aún, las medidas que se proponen son muy dispares y algunas de ellas son bastante cuestionables. Se pueden clasificar las medidas en tres grandes bloques: medidas técnicas que efectivamente sí pueden ayudar a prevenir apagones, medidas dirigidas (aunque no se reconozca) a rescatar el sector renovable, y medidas dirigidas al fomento de la electrificación de la sociedad. Esta clasificación no es exhaustiva y así queda aún un buen puñado de medidas misceláneas que no se corresponden a estos tres tipos (incluyendo algunas muy importantes y positivas, como la extensión a 5 km la distancia para constituir comunidades energéticas), pero aún así los tres tipos definidos son el grueso de la norma.

Esto ya plantea una primera reflexión: si esta norma en vez de en forma de decreto-ley se hubiera planteado como una ley, habría dado lugar a la posibilidad de que se realizaran enmiendas a los apartados concretos que son más discutibles, y producir una ley acordada por la mayoría del Parlamento. Por supuesto que una ley tiene una tramitación lenta, pero parecería más lógico haber incluido en el decreto solo las normas de tenor más técnico (que, al tiempo, son las más urgentes) y que por tanto serían menos controvertidas, y dejar para la tramitación de una ley posterior todo lo demás. Con esta argucia de meterlo todo en el mismo decreto-ley y así intentar forzar un trágala al resto de partidos (una mala praxis legislativa por desgracia habitual en España, donde se abusa de los decretos-ley), al final lo que se ha conseguido es que se haya rechazado todo, tanto lo conveniente - y urgente - como lo discutible.

Dentro de las medidas de carácter más técnico, hay muchos aspectos regulación, de supervisión y de instalación de sistemas que dotarían a la red de transporte, que opera Red Eléctrica Española, de una mayor estabilidad y robustez. Sin entrar en el detalle de cada medida, lo que cabe preguntarse es quién pagaría todos esos sistemas que se tienen que instalar - a mi entender, parte de ellos son sistemas de planta, que deben acompañar a cada planta de generación y que por tanto deberían ser pagados por sus titulares.

En cuanto a las medidas de rescate, aparecen mezcladas con otras y a veces tienen una componente de carácter general y otra realmente pensada para favorecer (por no decir rescatar) al sector renovable. Conviene recordar que estamos viviendo, desde hace ya unos meses, un progresivo hundimiento y desinversión en energía renovable y sus derivados, no solo en España sino en el mundo, fruto del fracaso a estas alturas innegable del REI que tanto hemos discutido y sobre al que ahora no volveré. Lo que más se ha discutido estos días es la pérdida por caducidad de las concesiones de acceso a la red para los proyectos aún no acabados (los llamados hitos administrativos), con fechas de ejecución en varias fases y que el decreto ampliaba por tres a cinco años. Obviamente, la pérdida de estos derechos de conexión es un gran varapalo, pero no olvidemos que actualmente hay un exceso de capacidad de generación eléctrica en el estado español (130 GW de potencia instalada para un consumo medio de 26,5 GW) y que realmente ya no hay tanto negocio (y por eso los inversores llevan tiempo retrayéndose). Para mi son mucho más importantes otras medidas que claramente buscaban mejorar la rentabilidad de los proyectos renovables con argucias cuanto menos feas (como eximir en ciertos casos de las declaraciones de impacto ambiental, promover la utilidad pública que favorece expropiaciones forzosas, o dar ciertos privilegios de acceso a las instalaciones con baterías). Justamente, uno de los aspectos que probablemente va a ser el caballo de batalla de los próximos años va a ser el de las instalaciones híbridas, consistentes en renovables y bancos de baterías, que tanto servirán para generar electricidad como para almacenar y ayudar a regular la red. En realidad, dada la clara contracción del negocio de la producción renovable, muchas empresas del sector se están posicionando para dar un nuevo servicio, el de regulación de la red usando baterías. El problema de las baterías, además de sus elevados costes, es que no son generación de electricidad, no producen energía, sólo la gestionan, así que en realidad son más bien un coste. En ese sentido, el decreto abonaba el terreno para que se retribuyese de varias maneras este tipo de instalaciones, siendo el modelo de hibridación una de las fórmulas que más posibilidades ofrecía, tanto a través de ayudas y subvenciones como con un acceso ventajoso a la red.

Otra de las medidas llamativas de rescate es la rebaja temporal y solo aplicable a 2025 de las horas mínimas de funcionamiento exigidas a las plantas fotovoltaicas para poder acceder al régimen de retribuciones que tienen. Esta medida busca compensar el hecho de que desde el 28 de abril se ha forzado una mayor generación con centrales de ciclo combinado para garantizar la estabilidad de la red, y en general el aumento de curtailments por necesidades técnicas. Con una red saturada de plantas fotovoltaicas, es imposible que todas las plantas puedan acceder al régimen de retribución, no ya este sino ningún año a partir de ahora, pero obviamente la esperanza del legislador es que muy rápidamente se instalen un montón de baterías y sistemas de estabilización y se puede conseguir producir más y más energía fotovoltaica. 

Por último, están todas las medidas pensadas para favorecer la electrificación de la sociedad, que en realidad son medidas pensadas para incrementar el consumo eléctrico. Recordemos que en España, al igual que en la Unión Europea, el consumo de electricidad lleva cayendo, con altibajos, desde 2008.

 

Estas medidas son las clásicas, incluyendo - cómo no - el fomento del coche eléctrico. Por supuesto, una perspectiva completamente alejada de la realidad social de España, y es que aún no han conseguido entender por qué el consumo de electricidad continúa estancado desde hace años en el 23% del consumo de energía final, y que, de hecho, en cifras absolutas sigue cayendo. Algún día, alguien debería plantear una auditoría del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima y hacer una reflexión crítica de por qué las previsiones están tan alejadas de la realidad.

El fracaso de la convalidación de este decreto supone que el negocio renovable en España se encuentra en una situación crítica. Entre los curtailments y la desinversión, se vivían momentos muy críticos; pero sin el balón de oxígeno del decreto, necesario para sobrevivir el tiempo suficiente para hacer las reconversiones necesarias, muchos proyectos echarán el cierre y hay el riesgo de que el goteo se convierta en desbandada, y la desbandada en pánico. El sector entero podría colapsar, causando un daño gigantesco a la imagen pública de la energía renovable, y por abuso de extensión, ay, a la lucha contra el Cambio Climático. Todo por haber apostado ciegamente por un modelo erróneo, el REI, ignorando los repetidos signos de que no estaba funcionando. El Gobierno de España intentará relanzar el decreto por otras vías, pero el tiempo se agota y el calendario estival no ayuda. Dependiendo del clima internacional, si no hay un cambio rápido, a la vuelta de vacaciones se puede vivir una auténtica debacle. Y entonces, todos esos industrialistas que nos hostigaron a los que avisábamos de que este modelo era insostenible, deberían de reflexionar si realmente no se han equivocado con su actitud. Y, ya puestos, podrían pedir perdón. Aunque lo más importante en ese momento será ver cómo recomponer los platos rotos y cómo plantear rápidamente un modelo de transición que, éste sí, funcione, porque lo necesitamos urgentemente.

Salu2.

AMT