Desde "Autonomía y bienvivir" me han hecho llegar este texto, que considero un contrapunto interesante al post anterior.
Salu2,
AMT
Una modesta Utopía
Dice
Cornelius Castoriadis que todas las sociedades crean sus
instituciones, aunque la mayoría disimulen esta creación detrás de
un velo religioso o sobrenatural, y les dan sentido. El sentido,
según nuestra Real Academia de la Lengua es la razón de ser o
finalidad. El sentido es, según este razonamiento, subjetivo y
fundamentalmente social; así, se puede pensar que el sentido de las
catedrales es ayudar a la gente a alcanzar la vida eterna o,
contrariamente, ayudar a un cierto grupo a mantener privilegios
sociales. Lo mismo puede decirse de la administración de justicia,
las prisiones, el sistema educativo, etc. Este imaginario colectivo
es el principal mecanismo del orden social, incluso por encima de la
coacción y la ley. Castoriadis lo expresó de forma muy clara:
En la cima del monopolio de la violencia legítima, encontramos el
monopolio de la palabra legítima; y éste está, a su vez, ordenado
por el monopolio de la significación válida. El Amo de la
significación sienta cátedra por encima del Amo de la violencia.
Sólo mediante el fracaso que supone el derrumbe del edificio de
significaciones instituidas puede empezar a hacerse oír la voz de
las armas. Y para que la violencia pueda intervenir es necesario que
la palabra -el imperativo del poder existente- asiente su poder en
los "grupos de hombres armados". La cuarta compañía del
regimiento Pavlovsky, la guardia de corps de Su Majestad, y el
regimiento Semenovsky, son los más sólidos sostenes del trono del
Zar-hasta las jornadas del 26 y 27 de febrero de 1917, cuando
confraternizan con las masas y voltean las armas contra sus propios
oficiales-. El ejército más poderoso del mundo no puede proteger
nunca "si no" es fiel -y el fundamento último de su
fidelidad es su creencia imaginaria en la legitimidad imaginaria-.
Lo
que nos muestra el imaginario de nuestra sociedad es que percibimos
que es rígida, inmutable, inalterable. En la actualidad son comunes
las distopías, narrativas que nos muestran un futuro indeseable,
pero que muchos entienden será el producto ineludible de nuestra
resistencia o incapacidad de enderezar el rumbo. Las distopías nos
interpelan de forma puramente negativa, nos invitan a cambiar pero no
en una dirección determinada. No apelan al deseo sino al miedo, y al
no recrear una idea de hacia dónde queremos ir, pueden resultar
paralizantes.
La
parálisis es sin duda el efecto buscado por lo que Zygmun Bauman
denomina el folklore intelectualoide de los profetas del fin de la
historia. Según esta visión, promovida por los neoconservadores
norteamericanos, la caída de la URSS habría sido el último de los
grandes acontecimientos históricos, la razón humana ha resultado
ser mucho más limitada de lo que habíamos imaginado, y nuestras
instituciones son las mejores que podemos darnos. Las luces de la
ilustración conducen hasta un centro comercial. Mejor no soñar,
parece decirnos Francis Fukuyama, nos podemos hacer daño. Es
evidente el enfoque de esta visión hacia la clausura del sentido, la
reducción del imaginario a la lucha entre dos opciones únicas y
excluyentes, capitalismo contra socialismo, la lucha del siglo XX. La
cuestión de la propiedad, una de tantas reformas que se pueden
discutir, se presenta como la única que es capaz de lograr un cambio
significativo.
Pocos
reivindican hoy la bondad de la utopía, con
la reciente excepción de la socióloga española Olivia Muñoz-Rojas.
Para Olivia, la utopía permite contrastar las propuestas del
presente con una imagen a más largo plazo, y en consecuencia tomar
decisiones más congruentes con ese destino utópico. La prueba de la
bondad del pensamiento utópico sería su innegable éxito: “La
historia demuestra que los sueños de hoy pueden ser las realidades
de mañana”, afirma la socióloga española.
Si
aceptamos que es necesario o conveniente un cambio, resulta innegable
la utilidad de imaginar, de forma realista, el mejor destino al que
deberíamos aspirar, de forma que ese imaginario colectivo sea tanto
parte del mapa que nos guía hacia nuestro destino, como la zanahoria
que nos invita a iniciar la marcha.
El
adjetivo “realista” es aquí sin duda determinante. Tal y como
explica Olivia Muñoz-Rojas, las utopías son sobre todo realistas,
en el sentido que debemos pensar, como siempre lo ha hecho el
pensamiento utópico, una sociedad buena, incluso perfecta,
“partiendo de las realidades psicológicas, sociales y
tecnológicas existentes”. Lewis Mumford lo expresó de forma
similar en su Historia de las Utopías, al referirse a las
potencialidades que toda comunidad posee, además de sus
instituciones vigentes. El término potencialidad apunta hacia
posibilidades no realizadas, que se truncarán o darán lugar a
futuros desarrollos, pero que al menos pueden ser una consecuencia
lógica de las instituciones, hábitos e imaginario existente. Por lo
tanto una utopía debe ser al tiempo realista y muy positiva, tener
un objetivo exigente quizás nos ayude a conseguir al menos algo de
lo imaginado, y eso es mejor que nada.
Mumford
también destacó una virtud esencial de las utopías: se centraban
en la totalidad o en gran parte de las actividades comunitarias, sin
cerrarse en el estrecho marco de la política y la economía. En
palabras del propio Mumford:
De haber sido de alguna utilidad, nuestro viaje por las utopías
debería habernos enseñado lo patética que es la idea de que la
clave de una sociedad buena se halla sencillamente en la propiedad y
el control de la estructura industrial de la comunidad. [...] Si bien
muchas de estas propuestas sostenían que la maquinaria industrial,
bajo el socialismo, el corporativismo o el cooperativismo, debía
servir al bienestar común, lo que les faltaba era una idea
compartida de lo que es dicho bienestar común.
Sin
embargo, los críticos con la iglesia del crecimiento económico
ilimitado habrán mostrado cierto escepticismo inicial con la sola
mención del término utopía ¿De cuanta energía dispondremos en
esa sociedad utópica del futuro? El debate sobre la cuestión, en
foros y blogs de internet, libros y artículos académicos, es
inabarcable, y seguramente se podrían llenar ya varias bibliotecas
enteras solamente con lo que se ha escrito desde 1998, el año en el
que Colin Campbell y Jean Laherrere publicaron “El fin del petróleo
barato”. Sin salir del ámbito de los peakoilers, o de forma
más general, los críticos con el crecimiento económico, tenemos
visiones más optimistas, como
la de Antonio García-Olivares, que (eso sí, a duras
penas y con muchísimo esfuerzo) cree posible mantener un nivel
energético similar al actual mediante energías renovables, o
visiones más pesimistas, como la de Gail Tverberg, que
predicen un brusco descenso energético en un plazo muy breve.
Otros, como los economistas, creen posible un crecimiento continuo a
medio plazo de la energía final disponible para fines sociales. Lo
que deberían exigir los ciudadanos de una democracia vigorosa y
saludable es un debate público honesto y transparente en torno a la
cuestión, dada su vital importancia; sin embargo, no es a nuestro
juicio lo que se está produciendo.
En
cualquier caso, es posible abstraernos hasta cierto punto de este
debate. Podemos imaginar una sociedad buena, deseable, atractiva, y
que al mismo tiempo nos ayude a transitar el camino hacia la
sostenibilidad. Al fin y al cabo, las medidas que hay que tomar para
adaptarse a un descenso energético del 40% son las mismas
(relocalizar la producción, reducir el flujo de bienes de consumo
maximizando el capital y el bienestar, reordenar la distribución de
renta y trabajo, etc) que hay que tomar para adaptarse a uno de mayor
envergadura, lo único que varía es el grado. Comenzar a caminar por
la senda adecuada nos colocará en mejor situación que una sociedad
que no haya recorrido ese camino. Si aceptamos estas premisas,
debemos reconocer que una utopía nos será útil; si no estás de
acuerdo en ellas, es posible que no te merezca la pena leer el resto
del artículo.
Pero
antes de describir nuestro ideal de vida buena en común conviene
realizar una precisión más, en relación con los riesgos y
problemas de estos imaginarios, que también señaló Lewis Mumford
en su Historia de las Utopías. El problema de toda utopía es
que inevitablemente deja fuera los deseos, anhelos y utopías de
muchas personas. Hablamos, claro, sólo de la vida en común, pero
incluso dentro de este límite existirán múltiples visiones
minoritarias. Por eso, y aunque nuestro ideal particular deja más
espacio para la libertad individual que la sociedad actual, queremos
considerar nuestra utopía más un espacio de confluencia, un espacio
abierto donde debatir y deliberar sobre distintos ideales utópicos,
antes que un camino cerrado y definido, con un punto de partida y
destino. Es por esa razón que añadimos el adjetivo modesta a
nuestra Utopía.
Un
ideal abierto de vida buena, en algún momento del futuro
La
sociedad del mañana se diferenciará de la actual en sus valores
predominantes. Habrá un desplazamiento desde el tener actual
hacía el ser y el hacer. En una sociedad más basada
en el uso que en la posesión, y con mayor tiempo de trabajo dedicado
a uno mismo y a su entorno, la mayor fuente de placer y orgullo será
lo que uno hace, y no lo que posee. La fabricación propia de
diversos bienes, su personalización o reciclaje, actividades
artísticas individuales o colectivas, la participación en la
asamblea, en otros foros de debate público y en la gestión de los
bienes comunes, será lo que más se valore en uno mismo y en los
demás.
Se
reconocerá que el dinero no es un valor en sí mismo sino que debe
ser una mera herramienta al servicio del bien social, y por tanto
siempre será necesaria una deliberación pública previa que
determine cuál es ese bien social. Es decir, los propios valores
compartidos deben nacer de una compleja actividad humana, del ser
y del hacer colectivos, en lugar de someternos a un único
valor cuantificable y predeterminado como el incremento de la
riqueza.
En
el futuro la vida será bastante más austera. La cantidad de bienes
disponibles para el consumo discrecional, no relacionado con las
necesidades básicas para el sostenimiento de la vida (alimento,
refugio, cuidados), será mucho menor, y la renta disponible para
adquirirlos irá en proporción. La adaptación a esto no será
especialmente traumática, de hecho, mirando hacia atrás, se
percibirán los tiempos pasados de forma negativa, por el derroche
absurdo de recursos. Para paliar los efectos de un menor consumo se
priorizará el acceso a los bienes, en lugar de la posesión. Se
pensará en poder desplazarse y no en tener un coche, en lavar la
ropa y no en tener una lavadora, etc.
La
vida útil de los objetos será mucho mayor, se diseñarán para
durar, y serán sencillos de reparar. No habrá modas, ni
obsolescencia programada, de tipo técnico o cultural, y sin embargo,
la variedad en los atuendos y en los objetos personales será mayor
que nunca, merced al florecimiento de la personalización. Será
común añadir uno mismo o con la ayuda de artesanos
semi-profesionales de la familia o la vecindad, pequeños y grandes
detalles a la ropa, calzado, mobiliario, decoración, etc. Se le dará
una gran importancia al "hazlo tú mismo", que será fuente
de orgullo, y pieza esencial de la identidad personal.
La
publicidad prácticamente habrá desaparecido. Los bienes de
producción industrial, mucho más escasos, que se continúen
comercializando, lo harán en función de características como la
durabilidad, consumo de recursos en su fabricación, posibilidad de
reciclaje, en definitiva, en función de su ciclo de vida. El precio
del producto vendrá determinado en gran parte por su impacto en el
medioambiente, dado que el sistema de precios intentará corregir
todas las externalidades. Así, a un producto que dure dos años se
le impondrá un impuesto dos veces mayor que a uno que dure cuatro,
porque consume el doble de recursos, aunque situaciones de ese estilo
ya no existirán, habrá poca variedad de un mismo producto, y las
calidades y precios variarán poco.
Para
adquirir y utilizar los grandes bienes (herramientas, furgonetas,
máquinas) existirán cooperativas de consumo. Cada ciudad tendrá su
forma de organización particular, algunas por amistad, aunque
finalmente se generalizará más la organización geográfica, por
barrios, por manzanas, calles. Generalmente se cobrará un precio por
el uso de un bien, y mensualmente se distribuirán los ingresos entre
los cooperativistas. No todo el mundo pertenecerá a una cooperativa,
algunos serán simples usuarios, pagando cada vez que hagan uso.
Aunque se viajará mucho menos, una persona que se desplace, para
cambiar de residencia, o por un trabajo eventual, tendrá desde el
primer momento la posibilidad de usar todos estos bienes de alguna
cooperativa, pagando el precio correspondiente. No habrá igualdad de
rentas, por el distinto gusto por el trabajo de cada cual, y sus
distintas habilidades, así que algunos decidirán no ahorrar lo
necesario para entrar, y otros no querrán, pero será habitual que
un hombre o mujer ahorre durante su juventud, y posteriormente, en
algunos casos incluso con la ayuda de un pequeño crédito, compre
una participación en una cooperativa de consumo. Aunque variará
según las ciudades, generalmente la entrada en las cooperativas de
consumo, así como el pago por el uso de los bienes (se sea miembro o
no) se hará en moneda nacional, para el resto de la vida económica
se utilizará la moneda local, de carácter oxidativo.
El
desarrollo colectivo de la cultura libre, una forma de creación y
difusión cultural voluntaria, participativa y compartida al margen
del mercado, permitirá una gran independencia respecto a la
industria cultural, (que será muy minoritaria).
La
vida laboral de una persona corriente, se desarrollará alrededor de
cuatro espacios diferenciados. Un primer espacio de trabajo autónomo
para el autoconsumo, un segundo espacio de trabajo comunitario, un
tercer espacio público y un cuarto privado. Lo normal será pasar de
uno a otro a lo largo de la vida, manteniendo siempre cierta
actividad en los espacios autónomo y comunitario, en función de la
intensidad dedicada a los otros dos.
El
trabajo autónomo para el autoconsumo consistirá en la producción
propia de alimentos en el huerto casero, el cuidado de los hijos y
los mayores, la reparación de objetos y herramientas, el intercambio
de servicios con los vecinos, la personalización de objetos y la
reutilización de chatarra, cambiando incluso la función del objeto.
El
espacio comunitario consistirá en el trabajo en el huerto-jardín, o
en otro tipo de huertos comunitarios, en la cooperativa de producción
de energía y en las cooperativas de manufacturas. Estas últimas
producirán ciertos bienes, de pequeña complejidad, con tecnologías
no sometidas a economías de escala, y con maquinaria cuya propiedad
se compartirá entre los socios cooperativistas. También se
dedicarán a la reparación y reutilización de objetos y
equipamiento, lo cual vendrá facilitado por el diseño de los
productos, que se construirán dentro de lo posible con elementos
comunes e intercambiables. Se mantendrá una infraestructura
informática a través de la cual se compartirá información
tecnológica, diseños libres, instrucciones para la fabricación,
cultivo, reparación, etc.
El
trabajo público será organizado generalmente por la ciudad, por
asociaciones de ciudades, o por el estado nacional. Consistirá como
ahora en obras de infraestructura común, y de mejora del capital
natural. Aunque irá perdiendo importancia, se mantendrá como empleo
de último recurso, al que poder recurrir en caso de necesidad de
mejorar la renta.
Por
último, estarán las fábricas y explotaciones agrícolas.
Utilizando tecnologías que dan lugar a economías de escala serán
muy eficientes, empleando a muy poco personal para su nivel de
producción. Serán pocas, pero de un alto nivel tecnológico y
eficientes energéticamente.
Lo
habitual para una persona será comenzar en las fábricas o en el
trabajo público, y ahorrar para adquirir su vivienda y entrar en las
cooperativas de consumo y producción. El trabajo será una actividad
flexible dentro de la vida, con épocas dedicadas al estudio, al
descanso, y otras al trabajo más intenso. Se cuidará mucho evitar
el miedo a la desposesión, garantizando a todos el acceso al
trabajo, gracias al trabajo público. Veamos con más detalle cómo
se organizarán cada una de estas esferas.
La
esfera de trabajo autónomo será potenciada gracias a las monedas
locales, la moneda de la ciudad, de carácter oxidativo. Será fácil
intercambiar un corte de pelo por un arreglo en la ropa, unas clases
particulares o una reparación de las instalaciones caseras. El
dinero no acumulable, que perderá su valor de forma regular,
incentivará los intercambios. Las personas no se especializarán de
forma tan marcada como en la actualidad, sino que tendrán despiertas
un mayor cúmulo de habilidades. Seremos más generalistas y menos
especialistas, en cierto grado.
Gran
parte de lo que he llamado trabajo autónomo será lo que hoy
llamamos actividades voluntarias. No existirá el concepto de ocio
como disfrute pasivo, sino como un espacio que hay que construir, en
parte de forma individual, pintando un cuadro, por poner un ejemplo,
y en parte de forma colectiva, por ejemplo participando en una obra
de teatro. La diferencia fundamental con la sociedad actual es que se
habrá producido una desmercantilización profunda de esta esfera tan
importante para la reproducción social, incluso aunque se pueda
intercambiar parte de ella con la comunidad (tú cuidas de mi padre,
yo doy clases a tu hijo, por ejemplo), será siempre dentro de
relaciones personales, de cercanía.
El
trabajo comunitario se organizará de forma democrática.
Periódicamente se adjudicarán a las familias ciertas parcelas
dentro del huerto-jardín, o cierto volumen de encargos a satisfacer
por las cooperativas de manufacturas. La entrada en la cooperativa
será similar a la entrada en las cooperativas de consumo. También
se fomentará la entrada en cooperativas de producción de energía,
con elementos integrados en los propios edificios, o bien en las
proximidades.
También
el trabajo público se gestionará de la misma forma, aunque a un
nivel superior, con participación de toda la ciudad, ya sean los
trabajos a realizar promovidos por la propia ciudad o por la nación.
En este último caso, la ciudad se encargará de la dotación del
personal necesario, dependiendo la dirección de los trabajos del
nivel superior. Se dará prioridad en el acceso a este trabajo a las
personas con mayor dificultad a la hora de alcanzar una renta digna.
No
habrá una única forma de organizar la producción en las fábricas
o explotaciones agrícolas. En cuanto a la propiedad, en algunos
países se habrá decidido que éstas sean de titularidad pública,
en otros serán cooperativas, con una participación fuerte del
sector público, y en otros serán enteramente privadas. Lo que
tendrán en común todos ellos, independientemente de la propiedad,
es que tendrán muy en cuenta a todas las partes interesadas:
trabajadores, consumidores, gobierno, según un modelo similar a la
Economía del Bien Común.
La
fabricación distribuida y a demanda de todo lo básico, con medios a
disposición de las comunidades y de las cooperativas de consumo,
facilitará la independencia respecto a la gran industria y su
necesidad de renovar continuamente la rentabilidad. En este contexto
no acumulativo será más interesante producir sólo lo necesario y
minimizar así el flujo de recursos materiales y energéticos. El
desarrollo de los diseños libres compartidos para la fabricación a
pequeña escala favorecerá esta autonomía económica esencial.
La
producción de energía se adaptará a las necesidades locales. Así,
las fábricas de mayor consumo se instalarán en lugares donde haya
disponibilidad energética. La interconexión entre redes eléctricas
locales existirá, pero será reducida, para minimizar costes de
gestión. La disponibilidad “a demanda” de energía será
reducida, y el consumo tendrá que adaptarse a la producción, es
decir, en las horas de menor producción la disponibilidad energética
será limitada. Se favorecerá la independencia colectiva respecto a
la disponibilidad energética, mediante las cooperativas de
producción de energías renovables: solar, eólica, biomasa, etc.
El
sistema monetario de mayor implantación romperá el vínculo entre
la inversión y el intercambio. En la base, a nivel municipal,
existirán monedas locales, cuyo sentido será favorecer la
producción y el intercambio de los productos de la ciudad o la
región. Para ello se aprovechará el carácter local de la moneda:
al no poder intercambiarse la moneda fuera del ámbito de proximidad
se favorecerán los intercambios de servicios semi-profesionales
entre vecinos, así como de bienes producidos localmente, como
alimentos, artesanía, muebles, etc. Su carácter local y en algunos
casos oxidativo, favorecerá que no se acumule, sin por ello provocar
un exceso de consumo, dado que no será canjeable por bienes
intensivos en capital natural. La gestión de la moneda será
delegada en uno o varios vecinos, que rendirán cuentas ante la
asamblea, pudiendo ser revocados.
Paralelamente,
se utilizará una moneda “dura”, para los intercambios entre
ciudades, o a nivel internacional. Será una moneda emitida de forma
pública, libre de interés, que se inyectará (cuando sea necesario)
en la economía pagando salarios para obras públicas, o mediante
otro tipo de gasto de los gobiernos centrales. La emisión y retirada
de dinero, será potestad de la nación, y estará prohibida la
emisión de dinero privado mediante crédito. El circulante, por lo
tanto, será independiente del crédito, y por tanto independiente de
la creación de más activos monetizables en el futuro. El poder
monetario, encargado del control de la moneda, rendirá cuentas ante
la ciudadanía, y su mandato será revocable.
Habrá
una conciencia social de que la técnica no es la solución a todos
los problemas, y de que tiene tanto consecuencias positivas como
negativas. No se buscará la mejora técnica por sí misma, sino
condicionada a su finalidad (el para qué). La investigación y el
desarrollo técnico se enfocarán principalmente hacia tecnologías
que no den lugar a economías de escala y que se puedan usar de forma
distribuida.
En
cuanto al urbanismo, se aprovechará el diseño de las ciudades ya
existentes, pero poco a poco se irá modificando, en la búsqueda de
un patrón, ideal, que si bien no se podrá ver en estado puro en
ningún sitio, sí podemos abstraer juntando algunos elementos que se
repetirán de forma periódica en diferentes ciudades.
Los
pueblos y ciudades serán compactos, con escasa dispersión de la
población. La ciudad se organizará en barriadas de unas 250
familias. Cada barriada dispondrá de forma típica de algunos
elementos comunes. En su centro habrá una plaza, que se utilizará
para el mercadillo de fin de semana, así como para las asambleas.
Las ciudades de tamaño medio o grande incluirán elementos de recreo
en su interior o en su periferia, normalmente un huerto-jardín,
espacio innovador que intentará unificar la producción agrícola
con el espacio para la contemplación, y el contacto con la
naturaleza dentro de la ciudad. Incluirá especies frutales que
también proporcionen abundante sombra, como el nogal o el castaño,
junto con huertos, fuentes, senderos y bancos. Otro espacio
característico será el taller polifuncional, que integrará salas
para dar charlas, cursillos, etc, junto con talleres donde se llevará
a cabo la producción comunitaria.
En
las propias viviendas se dispondrá de balcones y jardineras donde se
cultivarán alimentos y los edificios también integrarán
instalaciones de producción de energía como paneles fotovoltaicos,
y en donde sea apropiado cubiertas verdes.
La
relación entre las barriadas y el centro de la ciudad será radial.
En el centro de las poblaciones que incluyan varias barriadas habrá
un jardín o zona verde, con un teatro, que se utilizará tanto para
la representación de espectáculos como para las grandes asambleas.
Alrededor de este jardín se ubicará el ayuntamiento y una zona de
tiendas similares a las que existen en la actualidad. En ciudades
pequeñas habrá una sola tienda, que será el centro de distribución
de la producción externa a la ciudad, fundamentalmente de los
centros fabriles.
El
nuevo paradigma científico asumirá la interrelación de todo lo que
existe como punto de partida, (un punto de vista demasiado descuidado
en la época de la extralimitación). En consecuencia tendrán una
mayor relevancia los enfoques interdisciplinares, y ganarán
presencia las investigaciones que pongan en relación los diversos
saberes y sus interacciones, al modo en que la dinámica de sistemas
relaciona sus fenómenos de estudio.
Se
dará mayor importancia a la incertidumbre conocida sobre cualquier
variable en todos los campos del saber. Así por ejemplo, en caso de
duda, el principio de precaución en la innovación y en el uso de
nuevos materiales y compuestos químicos prevalecerá sobre los
beneficios potenciales.
La
orientación de la investigación quedará subordinada a los
objetivos y medios decididos políticamente entre todos, y por tanto
tendrá una mayor relevancia lo que se suele englobar en las llamadas
humanidades, el conocimiento que nos permite reflexionar y
dialogar en el ámbito de los valores.
El
conocimiento privativo como estímulo a la innovación, (patentes,
copyright, etc), estará muy limitado. El reconocimiento a los nuevos
descubrimientos podrá ser público, incluyendo premios y honores
democráticamente decididos, o mediante donativos voluntarios, pero
no estará centrado en rentabilizar la privacidad de los diseños y
de las creaciones, que siempre beben del acervo cultural común. De
este modo se multiplicarán las posibilidades de un aprovechamiento
masivo de las aportaciones y de un desarrollo ulterior por parte de
otros creadores.
La
educación dejará de ser nacional para ser local/global, es decir,
se incidirá mucho en las particularidades locales en cuanto a
recursos, geografía, clima, cultura, etc, y por otro lado en
conocimientos universales como las ciencias naturales y matemáticas.
También se favorecerá la educación en valores, valores que
favorecerán el desarrollo de individuos y comunidades autónomas. El
compartir, la frugalidad, el cuidado amoroso de lo que se tiene o usa
frente al usar y tirar, el respeto al prójimo y sus diferencias, la
libertad entendida como responsabilidad o no dominación, el
autocontrol de los deseos y pasiones para que esta libertad sea real
o la resolución no violenta de conflictos, entre otras. Esto no se
quedará en teorías sino que se favorecerá el que niños y
adolescentes realicen visitas a centros de discapacitados,
hospitales, residencias o pisos donde vivan ancianos necesitados de
ayuda, entre otros. Colaborarán y ayudarán a individuos y
colectivos más necesitados de apoyo, comprensión y cariño.
En
la educación se hará mucho hincapié en el conocimiento de las
necesidades humanas, según lo estudian psicólogos como Abraham
Maslow, o
economistas como Manfred Max-Neef.
Se
realizará una educación cívica, democrática o paidea. Para
que esta educación democrática sea posible la formación reglada
necesitará de una serie de cambios que la alejen en parte de lo que
es hoy. Aunque el aprendizaje memorístico tendrá que tener un
papel, deberá fomentarse en la escuela el amor al conocimiento, y
para esto debe favorecerse el desarrollo del pensamiento creativo,
libre y crítico. Para impulsar esto habrá que favorecer la lectura,
los trabajos individuales y en equipo sobre temáticas que interesen
a los niños y los adolescentes y jóvenes, desde temas que toquen
problemáticas sociales, a morales, familiares, de amistad, amorosas,
filosóficas, espirituales y también de la muerte, que no deberá
ocultarse. Por otro lado las escuelas deberán ser el centro de la
vida de los barrios, serán abiertas a las diversas actividades del
vecindario, actividades culturales, deportivas e incluso laborales.
De esta manera la implicación en la educación de la ciudadanía
será más extensa. El concepto de educación será más amplio que
ahora. No se limitará a la educación reglada, sino que impulsará
la educación libre y popular, favoreciendo la creación de ateneos,
centros culturales, grupos de debates, estudio y reflexión. Con esto
podrá aprenderse a cualquier edad.
Se
enseñará a los ciudadanos a respetar las leyes y el funcionamiento
de los mecanismos diseñados por el pueblo para revocarlas o
modificarlas de forma ágil y democrática (en caso de que las leyes
vigentes se tornasen inservibles por cualquier motivo), y a sancionar
a quién no las respete, llegando en casos extremos a activar
protocolos para reducir a individuos que por cualquier circunstancia
desarrollen comportamientos gravemente anti-sociales.
En
cuanto a la metodología educativa, tendrá mayor importancia la
autoorientación, aunque se vele por los conocimientos básicos
mencionados, y la autoorganización, que no implica abandono a su
suerte al estudiante puesto que habrá que cuidar el entorno de
aprendizaje, el acceso a los materiales y la respuesta a las dudas y
a las necesidades personalizadas. Con ello se cultivará la
iniciativa, la capacidad de observación, el sentido crítico y la
expresión genuina.
Habrá
sistemas sanitarios a nivel regional, que integren atención primaria
local, con un centro más especializado en la capital de la región.
El conocimiento distribuido y abierto reducirá los costes de los
tratamientos, compensando en parte la menor disponibilidad de
energía. La sociedad será mucho más saludable, y la esperanza de
vida se mantendrá o incluso mejorará, a pesar de que el sistema de
salud disminuirá, porque prevalecerá el enfoque hacia la
prevención, la salud integral y la plenitud frente al modelo de la
actual sanidad, meramente defensiva, limitada a la cura y la
medicación, y confiada a la industria farmacéutica.
El
corazón del gobierno y de la vida democrática será la ciudad. Los
barrios y las ciudades serán los encargados de gestionar el trabajo
comunitario y el trabajo público, así como las obras de
infraestructura y mejora necesarias, a veces en colaboración con
otras ciudades. La gestión se realizará por asambleas directas, a
veces con elección de representantes para funciones limitadas, y
siempre revocables.
Una
de las funciones de la asamblea general de la ciudad será gestionar
o designar a los gestores de la moneda local. Su carácter oxidativo
favorecerá la no-acumulación de bienes y servicios, y la
circulación a través del conjunto de la comunidad.
Sin
embargo, continuará existiendo un gobierno central, con algunas
funciones reducidas, pero importantes. Entre ellas estarán los
impuestos al consumo, que se fijarán en función del uso de capital
natural de cada producto, ya sea producido en la comunidad, en las
fábricas, o sea importado. En algunos casos, se fijarán límites
máximos de consumo, asignándose un permiso a cada usuario, que
podrá transferirlo si no precisa hacer uso del recurso físico,
favoreciendo la austeridad en un recurso más escaso, a cambio de una
compensación en forma de renta para gastar en un recurso menos
limitado.
La
función de monitorizar el estado del planeta Tierra, sus ecosistemas
y sus recursos, la llevará a cabo una organización científica
independiente de los gobiernos. La formarán activistas y científicos
por todo el globo, que formarán una red donde se llevará a cabo un
intenso debate. Los gobiernos, por su bien, respetarán el consenso
que emane de esta red, dado que el incumplimiento les acarreará
tanto sanciones externas, en la forma de restricciones a las
importaciones y exportaciones, como internas, por el posible
revocatorio de sus ciudadanos.
Existirá
también una asamblea de naciones, similar a la actual, que reforzará
el equilibrio natural entre ellas y permitirá dirimir cuestiones
difíciles como las cuotas pesqueras, ejerciendo también de
mediadora y pacificadora en conflictos entre comunidades para
intentar reducir las guerras y evitar matanzas o genocidios, con la
consiguiente huida de cientos de miles de personas, como podemos
observar actualmente. Sin embargo, no será el factor determinante,
ya que la paradoja de Jevons no tiene sentido fuera de un marco de
crecimiento. En un mundo que mantendrá cierta interdependencia no
tendrá sentido gastar lo que otro ahorra, cuando ello te puede
acarrear perder el acceso a otros recursos o que tus productos
carezcan de mercado. Las sociedades intentarán desarrollar al máximo
los recursos locales, y maximizar la eficiencia en el uso de los
recursos naturales, ya que eso es lo que les permitirá el acceso a
los recursos que no poseen en su territorio.
El
gobierno también se ocupará de planificar, y ejecutar junto a
ciudades cercanas, la mejora y desarrollo de infraestructuras como
vías de comunicación interregional, centrales de energía, centros
de almacenamiento de datos, etc, que se mantendrán en menor número
que los actuales, siendo su aplicación mucho más eficiente.
Otra
de las funciones del gobierno serán las relaciones internacionales,
que en general consistirán en transferencias de tecnología y
capital, desde los países desarrollados hacia los menos
desarrollados, en pago a la deuda ecológica contraída. Se formarán
fondos de dinero, que se prestarán a muy bajo interés o interés
cero, a cambio de ser empleado en proyectos de desarrollo con un
limitado impacto ambiental.
Haciendo
camino al andar
Estas
y otras no mencionadas pueden ser esas pinceladas de ese cuadro sobre
una utopía futura para el bienvivir. Al observar un cuadro
impresionista, la distancia lejana nos permite verlo con cierta
perfección, belleza e integridad, sin embargo al acercarnos hacia él
nos sorprendemos de la incalculable cantidad de puntos y trazos que
lo componen. Es una inmensa complejidad de elementos los que apoyan
esa imagen, más bien nítida, que anteriormente habíamos apreciado
a la distancia.
En
este punto, nosotros y cualquier lector se preguntará cómo llegar
hasta esa utopía. Aunque describir el ¿cómo? no es el objetivo de
este artículo, bien merece al menos unos breves párrafos, que
asienten algunas ideas clave. Galeano tenía claro cómo hacerlo,
caminando. Tenemos diversos caminos y sendas con sus consecuentes
bifurcaciones y retrocesos que nos llevan hasta allí pero todos
ellos requieren de acción, de un pequeño paso aquí y otro allí.
Sin la acción y participación de cada uno, como si fuéramos los
pequeños puntos que componen esa obra de arte impresionista, será
difícil componer esa utopía. Einstein quizás dijo esta misma idea
con otras palabras: “El mundo no será destruido por los que hacen
el mal, sino por aquellos que los miran sin hacer nada para
impedirlo”. Ponernos de acuerdo en hacia dónde queremos ir es el
paso fundamental, el cómo, los medios, pese a su importancia, no
deja de ser secundario, siempre podemos actuar por ensayo y error, lo
importante es comenzar a caminar. En este punto conviene recordar que
la sociedad actual no surgió del diseño maestro de Adam Smith o
Jeremy Bentham, ni de un orden espontaneo, sino de un proceso de
reforma paulatino en respuesta a problemas concretos, sin un objetivo
predeterminado.
Quizás
no sepamos los caminos exactos que nos llevan hasta la utopía, sin
embargo estamos seguros de los que nos llevan a la distopía, lo cual
ya es ahorrarnos quizás la mitad de las energías. En cuanto a los
caminos que sí llevan hacia la utopía, probablemente con ciertas
bifurcaciones e incluso algún retroceso, podemos seguir e
involucrarnos implícita o explícitamente en algunos de ellos tanto
a nivel local como a nivel global. Aunque no están todos, nosotros
planteamos algunas de ellas en
nuestra página web y en nuestro Programa
para una Gran Transformación. En ambos casos se trata
de una visión política, o de arriba hacia abajo. En nuestro blog
también hemos escrito sobre otros enfoques, de abajo hacia arriba, a
nivel individual y colectivo.
Otras medidas pueden ser sugeridas por vosotros mismos. En el fondo
muchas de las soluciones ya han sido planteadas, lo que es necesario
es visibilizarlas y descartar aquellas que no sirven. En última
instancia, es la conexión de todas esas alternativas lo que produce
la emergencia y la sinergia del cuadro de nuestra utopía.