*En vísperas de la tormenta que destruirá la ciudad de Barcelona.
Yo acuso.
Acuso a las administraciones, pasadas y actuales, que en medio del caos climático creciente, decidieron que no era un tema lo suficientemente importante como para tomar medidas adecuadas para prepararnos.
Pero acuso principalmente al actual Govern de la Generalitat y al actual consistorio de l'Ajuntament de Barcelona de vivir de espaldas a los crecientes signos del peligro. Los acuso por ser los que conozco mejor, pero también acuso con ellos a todos los gobiernos municipales, autonómicos y del estado español, por la misma temeridad e imprudencia.
Cuando tenemos, ahora mismo, un mar Mediterráneo con una temperatura superficial 3 grados superior a la que tenía en 1980, y en algunas zonas llegando a 5 grados. Cuando estamos sufriendo una de las peores olas de calor marina, en extensión, duración y amplitud, en el Mediterráneo Occidental.
Cuando sufrimos una terrible DANA en la ciudad de Valencia hace 8 meses, lo cual pudo ser tan destructiva, entre otros motivos, por un mar anómalamente cálido, que proporcionó más energía y más agua precipitable a las tempestades.
Cuando los estudios recientes nos muestran que la tasa de calentamiento global se ha multiplicado por cuatro durante la última década y que se está alterando completamente la circulación del océano y la atmósfera, con consecuencias que aún no somos capaces de anticipar.
Cuando se están ignorando todos los avisos de la comunidad científica, de los grupos ecologistas, de la payesía y de la ciudadanía en general, que dicen que así no, que por aquí no.
Por todo eso, yo les acuso.
Yo les acuso de promover obras que solo sirven para acrecentar el desastre, como la ampliación del aeropuerto de Barcelona o el desbroce de amplias zonas para el paso de nuevas líneas de alta tensión para la evacuación de una hipotética energía eléctrica renovable que no tiene demanda. Simplemente porque solo son capaces de pensar en hacer negocios como siempre, cuando nuestro mundo ha cambiado para siempre y es algo completamente diferente ahora mismo.
Yo les acuso de, a pesar de tener, en este mismo momento, avisos meteorológicos muy claros, como la actual ola de calor y los nada alentadores pronósticos para las próximas semanas, de no haberse lanzado a una campaña de protección de la población, sobre todo la más vulnerable.
Yo les acuso de no haberse preparado para una necesidad masiva de refugios bioclimáticos, y máxime en una situación de interrupción del servicio eléctrico después de una catástrofe. Y de no haber previsto cómo ofrecer agua, alimentos, cobijo y asistencia médica oportuna en medio de la catástrofe prevista.
Yo les acuso de no haber previsto, ni para Barcelona ni para ninguna otra parte, de medidas para disminuir las pérdidas humanas en caso de grandes avenidas, de no haber estudiado qué zonas serían más vulnerables, qué edificios o calles se hundirían.
Yo les acuso de no haber gobernado para la mayoría, para la gente que les ha escogido para representarles.
Pero, por encima de todo, yo les acuso de todas y cada una de las muertes que podían haber evitado y no quisieron evitar por primar una visión miope centrada en el beneficio económico de unos pocos.
Y mi rencor será eterno por el dolor de todas esas personas a las que conozco y que quiero, y que perderán la vida porque ustedes estaban más pendientes de complacer al rico que de servir a los ciudadanos.
Antonio Turiel
2 de julio de 2025
* No hay que tomar esa frase inicial, impactante, al pie de la letra. Obviamente, la tempestad no llegará mañana, si no en un período indefinido de tiempo aunque en todo caso no será de muchos años. Y por supuesto Barcelona no quedará completamente destruida, pero sí que sufrirá daños importantes que la afectarán durante años (o hasta que la siguiente tormenta haga aconsejable ir abandonando cosas). Por último, quizá Barcelona tenga suerte en el futuro más inmediato y sea otra ciudad la que reciba el castigo: poco importa.
No me esperaba yo que tan pronto tuviera que escribir un nuevo post de esta serie dedicada a los eventos abruptos que van a marcar esta fase del descenso energético y material de nuestra sociedad, pero está visto que desde que Donald Trump accedió a la presidencia de los EE.UU., este tipo de turbulencias se van a dar con mayor frecuencia. Conste que yo opino que el Sr. Trump es más bien el síntoma, y no la enfermedad, pero está claro que esta etapa va a ir bastante ligada a su presencia.
Diversas noticias han marcado la actualidad mundial durante las últimas semanas, pero particularmente lo ha hecho la escalada militar impulsada por el estado de Israel. Mientras prosigue su campaña de exterminio de la población palestina (con la aquiescencia y beneplácito de los gobiernos occidentales, aunque no necesariamente de las poblaciones de esos países), Israel ha subida su apuesta con una agresión directa a Irán con un bombardeo inicial de misiles, a la cual Irán ha respondido con sus propias armas a la que luego Israel ha replicado y luego Irán y así sucesivamente. Las cosas no parecían irle demasiado bien ni a uno ni a otro (al final, en estos juegos de guerra hipertecnificados actuales los daños son bien reales, comenzando por los que sufre la población), cuando, de repente y a instancias de Israel, EE.UU. ha decidido hacer acto de aparición, bombardeando las instalaciones de enriquecimiento de uranio de Irán, como muestra de que no van a permitir que ese país consiga la bomba atómica (que es la excusa habitual para hostigar a Irán, a pesar del hecho cierto de que en todas estas décadas nunca ha fabricado una bomba y que al parecer el propio ayatolah Jamenei considera inmoral ese tipo de bombas).
No voy a entrar en el análisis geostratégico del juego de ataques y réplicas, porque no es mi fuerte, pero parece bastante claro que hay un interés por todas las partes en mantener una cierta tensión pero sin llegar a una escalada hasta las últimas consecuencias. Israel no ha atacado todas las refinerías de Irán (un blanco fácil y que causaría un auténtico caos económico y logístico), solo y marginalmente una planta de gas, mientras que Irán no ha destruido las pocas plantas eléctricas de Israel (también un blanco fácil con enorme impacto social y económico). Por su parte, EE.UU. ha atacado Irán pero lo ha hecho de manera contenida, en instalaciones que habían sido previamente evacuadas y aparentemente con menos fuerza de la que se pretende hacer creer. Como réplica, Irán ha lanzado varios misiles lentos (recordemos que tiene supersónicos) contra una base americana en Catar, los cuales fueron completamente interceptados.
En resumidas cuentas, da la impresión de que nadie quiere llegar demasiado lejos en este macabro juego de golpes y contragolpes, y eso los mercados parecen descontarlo, ya que por ejemplo el precio del petróleo no ha subido mucho, y hoy mismo por ejemplo ha pegado un bajonazo muy importante.
Se tiene que decir que la actual situación es conveniente para tanto los EE.UU. como para Irán y otros países, en su mayoría aliados de los EE.UU. Una situación de tensión e inestabilidad favorece un precio del petróleo más elevado, y eso ahora mismo es algo completamente necesario para los EE.UU. Se estima que con los precios de 60$ por barril en los que estábamos estancados en las últimas semanas, uno de cada tres pozos de fracking había cerrado. Para mantener viva y en forma esta industria vital para los EE.UU., se necesitan precios de 80$ por barril o más. También necesita precios en ese rango Arabia Saudita, si quiere enjugar sus déficits públicos, y algo parecido le pasa a Irán. La guerra arancelaria que desató Trump (y que en su momento debió parecerle buena idea) ya ha originando una cierta recesión económica y con ella una caída de precio del petróleo; ahora, estos intercambios bélicos permiten compensar en parte ese efecto. Por cierto que esta dinámica de shocks de destrucción de demanda y amenaza de destrucción de oferta se conjugan bien, aunque sea algo peculiar, con un fenómeno que conocemos bien: la espiral.
Desgraciadamente, se está jugando con fuego y en algún momento alguien puede cometer un error y rebasar alguna línea que no se debe de rebasar. Al final, hay seres humanos tomando las decisiones finales, y el problema con los seres humanos es que frecuentemente tienen reacciones emocionales y no perfectamente frías y racionales.
Lo peor que podría pasar para la economía mundial es que Irán decidiese el cierre total del estrecho de Ormuz, por donde pasa el 20% de todo el petróleo que se produce en el mundo, pero que también representa el 40% de todas las exportaciones de petróleo. Eso, para regiones que son grandes importadoras como Europa o China hace que Ormuz sea algo crítico.
Cerrar completamente Ormuz (por ejemplo, sembrándolo de minas, que costaría muchos meses barrer) es lo más próximo que tiene Irán a un ataque con armas nucleares. De manera prácticamente instantánea pondría la economía mundial de rodillas, con un precio del barril que podría llegar a superar los 150$. Sin embargo, uno de los grandes perjudicados sería China, aliado de Irán, mientras que a EE.UU. solo le afectaría marginalmente. Por eso, el cierre total de Ormuz es una solución extrema para Irán, a la que solo recurrirá si se enfrenta a un peligro existencial.
Una situación diferente se plantearía si se diera un cierre selectivo de Ormuz. De esa manera, Irán podría dejar pasar solamente aquellos petroleros con dirección a la India o a China, mientras que retendría o ralentizaría el resto. Irán podría hacer esto usando patrulleras, siempre y cuando no apareciera una potencia extranjera con sus buques de guerra. Si Irán consiguiera implementar ese tipo de cierre, el principal problema sería para Europa. Obviamente, Europa maniobraría para conseguir el petróleo por otros modos (recordemos que es algo habitual que la carga de un petrolero cambie varias veces de manos y hasta de destino en los meses que dura su travesía) y esto empujaría el precio al alza, pero no sería igual que con un cierre total porque Europa no podría encontrar reemplazo para todo y el precio moderaría su subida. Al final, Europa tendría que enfrentarse con un problema diferente al de la carestía y con el que conviven centenares de millones de personas cada día: la escasez. Para agravar la situación, de manera paradójica se podría dar que algunos países aprovecharan los precios altos no para aumentar la producción de petróleo sino para disminuirla. Tal podría ser por ejemplo la situación de Nigeria (uno de los principales proveedores de España), que ahora mismo sufre escasez de combustibles en su territorio porque prefiere destinar el petróleo a la exportación; si el precio sube mucho, podría reducir sus exportaciones para garantizar la paz social en su casa.
Para Europa, el cierre de Ormuz, incluso selectivo, aceleraría la caída económica del Viejo Continente. Hay tiempo aún para reaccionar, para tomar medidas que avancen en la transformación industrial y energética que necesitamos, pero ese tiempo se nos agota rápidamente.
Y al mismo tiempo, nos preparamos para lo que parece que va a ser un verano con temperaturas sin precedentes. Tengan cuidado ahí fuera.
Estaba a punto de levantarme esta madrugada, hacia las 5 de la mañana, cuando de repente se fue la luz. Nos dimos cuenta inmediatamente porque tenemos un dispositivo que pita en cuanto falta el fluido eléctrico. Me levanté para ver si era cosa nuestra, pero en seguida vi que no había luz en la calle. No habían pasado dos minutos que la luz volvió, un par de segundos, para después marcharse de nuevo. Al cabo de cinco minutos, otra vez lo mismo. Al final, al cabo de 45 minutos volvió definitivamente - bueno, definitivamente hasta el siguiente apagón.
Desde hace unos cinco años, quizá un poco más, esto viene siendo moneda común en mi barrio. Un par de veces al año se va la luz, generalmente durante alrededor de una hora, a veces dos. De hecho, el día del apagón del 28 de abril, mi barrio fue el último en recuperar la luz: mientras en buena parte de la ciudad ya había corriente a las 2 de la tarde (estamos muy cerca de Francia y eso favoreció la pronta recuperación), en mi barrio la electricidad no volvió hasta las 2 de la mañana. Yo siempre he atribuido esta inestabilidad a un defecto de la red de baja tensión de la ciudad, posiblemente no lo suficientemente mantenida. Pero a raíz de las informaciones que estos días siguen trascendiendo sobre el apagón del 28 de abril, he comenzado a pensar que quizá no sea la instalación de baja tensión la que falla, sino que simplemente no tolera la baja calidad de la señal que llega de la red de alta tensión. Quizá, después de todo, simplemente sucede que los transformadores de mi barrio cumplen con las especificaciones técnicas y no toleran desviaciones demasiado grandes respecto a los valores nominales de tensión.
Porque en las discusiones, e intercambio de acusaciones, entre los diferentes actores del esperpento que fue el apagón del pasado abril, hay varios detalles que han emergido con fuerza y con claridad. Uno de ellos es que la red eléctrica española es habitualmente inestable, con episodios repetidos de subidas de tensión y de variación de la frecuencia. Ya analizamos en este blog cuál fue la causa última del apagón: la incapacidad de la red para absorber las inestabilidades, fuera cual fuera su origen, debido a la falta de sistemas de estabilización que deberían haber acompañado la instalación de parques fotovoltaicos y eólicos. Éste es un problema muy generalizado en toda Europa, fruto de una normativa muy permisiva europea durante muchos años, más interesada en el fomento de una implementación rápida y agresiva de estas nuevas tecnologías que de mantener unos márgenes de seguridad para operar la red de alta tensión. De hecho, el 8 de enero de 2021 Europa entera estuvo a punto de sufrir un apagón, precisamente por esta incapacidad intrínseca de los sistemas actuales para amortiguar estos problemas. En el incidente del 28 de abril de 2025, España estuvo a punto de arrastrar a toda Europa: solo la desconexión automática del enlace con Francia fue capaz de evitar el desastre, y aún así la frecuencia en Europa quedó perturbada durante más de 30 minutos.
También durante estos días se ha insistido en que en ningún momento faltó inercia en sistema (capacidad de los sistemas de generación para amortiguar fluctuaciones en la potencia entregada a la red, cuestión que el maestro Beamspot ha analizado recientemente en su Substack), y se dice que el sistema español se mantuvo todo el tiempo en un factor de inercia por encima de los 2 segundos, tal y como manda la normativa europea. Dejando al margen la cuestión de si esos 2 segundos son inercia suficiente, lo cierto es que resulta difícil de creer que tal fuera la inercia, toda vez que en el momento del incidente más del 60% de la generación eléctrica era fotovoltaica y eólica; de hecho, un análisis reciente de la Universidad de Oviedo indica que desde las 9 de la mañana, cuando irrumpe la generación de energía fotovoltaica, el factor de inercia cae drásticamente y se mantiene en unos mucho más creíbles 1,3 segundos - hasta el apagón, claro, cuando cae aún más, y luego la recuperación de la red se hizo con sistemas inerciales, por eso va subiendo el factor de inercia.
Lo que es innegable es que desde el día del apagón se está asegurando que a todas horas haya un porcentaje de generación eléctrica, de entre un 10 y un 30%, a través de plantas de gas de ciclo combinado, las cuales, junto con las hidroeléctricas, son las que proporcionan más flexibilidad, rapidez de respuesta, buena inercia y tienen también capacidad de absorber potencia reactiva. A pesar de que desde los canales oficiales de Red Eléctrica Española se ha insistido en que no se conocen las causas del incidente, simplemente esta manera de actuar, garantizando un cierto porcentaje de electricidad de plantas de ciclo combinado que entra en la generación por restricciones técnicas (más posiblemente lo que se encuentre a mano por si hay una emergencia, en reserva de capacidad), demuestra que saben perfectamente que la operación con tanta renovable descontrolada, podríamos decir que mal instalada, es peligrosa.
Quisiera recordar aquí, una vez más, que no se puede caer en el simplismo de decir que "las renovables son el problema". No es verdad. La tecnología renovable tiene sin duda sus limitaciones y problemas, pero lo que ha pasado aquí es que se ha permitido a las compañías eléctricas su conexión a la red de alta tensión nacional sin acompañarlas de sistemas de estabilización, algunos de los cuales ya los tienen las centrales convencionales (por ejemplo, volantes de inercia). Por decirlo de manera poco sutil, es como si se les hubiera permitido a las eléctricas conectar las placas, a una red tan compleja y de operativa tan complicada como es la red de alta tensión, como el que las conecta a su instalación doméstica. No es un problema de la tecnología: es un problema de cutrez. Y de excesivas prisas, porque al final es la normativa europea, acríticamente traspuesta en la normativa nacional, la que ha permitido este desatino. También por eso, las eléctricas se escudan en que ellas cumplen la norma para argumentar que no les corresponde a ellas pagar los costes de instalar todos esos sistemas de estabilización que ahora faltan.
Pero de alguna manera u otra, esto se tiene que arreglar. Muchas instalaciones fotovoltaicas tienen suscritos PPAs (Power purchase agreements, acuerdos de provisión de potencia), generalmente directamente con grandes consumidores o distribuidoras. Acuerdos privados cuyas cláusulas no conocemos, pero que aparte de fijar un precio convenido para esa electricidad (conveniente para el productor, que evita los vaivenes de la subasta mayorista cuando el precio se desploma; conveniente para el consumidor, que evita los vaivenes de la subasta mayorista cuando el precio se dispara), fijan también una cantidad de energía a ser suministrada. Y si no se cumplen esos compromisos de entrega de energía, se prevén indemnizaciones muy onerosas. Pero no conocemos cuál es el volumen de energía renovable que se tiene que entregar en virtud de esos PPAs. Nadie ha planificado esto, ha sido "el mercado" el que se ha encargado de decidir cuánto se tenía que producir de este modo. Y por tanto nadie se ha preocupado en saber si la cantidad de energía a producir no era excesiva porque haría que no se pudiera garantizar la estabilidad de la red.
Así que estos días estamos viendo cómo, progresivamente, se está disminuyendo la cantidad de electricidad producida mediante la quema de gas, mientras que al tiempo se aumenta la de origen renovable, y poco a poco nos vamos acercando a los porcentajes de generación del día del apagón. No verdaderamente: la generación mediante centrales de ciclo combinado se mantiene aún en el 10%, mientras que en el momento del incidente era de solo el 3,5%. Sin embargo, tengo bastante claro que hay una gran presión económica para incrementar la producción renovable, para garantizar que no se incumplen los compromisos de los PPA's. Los cuales no sabemos a ciencia cierta cuáles son.
Estoy seguro que desde REE se está vigilando con mayor cuidado toda la operación de la red, y que no se correrán riesgos innecesarios, aprendida ya la lección. Pero también estoy seguro de que la presión para forzar la generación renovable continuará, en función de esos compromisos adquiridos sin ningún tipo de planificación, lógica o supervisión. Simplemente, porque como siempre se asumió que los mecanismos de mercado eran los mejores para garantizar la gestión de un bien hoy en día tan básico como es la electricidad.
Aquí está el principal apagón en esta sociedad. Con tal de proteger los intereses de mercado de ciertas empresas, se permite todo tipo de barbaridades y desarreglos, sin que sea posible tener una información detallada de qué estamos hablando aquí, y no digamos ya tener mecanismos de control y supervisión para garantizar el bien común.
Es esta ceguera, es esta incomprensible dejación de todo en manos del lucro incontrolado, lo que puede llevar a todo tipo de fallos en nuestra sociedad, desde apagones eléctricos perfectamente evitables y absurdos, hasta la escasez de materias primas, medicamentos, chips y hasta alimentos.
Y aparentemente así seguiremos, hasta el siguiente fallo, hasta el próximo apagón, el cual nos cogerá con la misma expresión de incredulidad y estupefacción, simplemente porque no hemos entendido que la primacía del bien común, como cualquier derecho en democracia, no es una concesión, sino una conquista, y que como tal se debe defender.
Aprovechando la reciente celebración del día de Sant Jordi, celebramos un sencillo pero bonito acto en mi laboratorio. Varios investigadores presentaron los libros que han publicado recientemente, hubo un pequeño recital poético-musical, se presentaron los resultados de una encuesta sobre el papel de la ciencia y las científicas y científicos en la sociedad, y por último, un vídeo breve de presentación de las actividades de mi centro. A largo del acto (bastante breve, en realidad, algo más de media hora) varias veces se mencionó el hecho de que nuestros trabajos y nuestras mediciones nos muestran que los océanos, y por extensión el medio ambiente, está experimentando una degradación sin precedentes y encima acelerada en los últimos años. Sin embargo, se insistía en la necesidad de alimentar "la esperanza". No el optimismo sobre la situación, no - sería bastante absurdo, a tenor de los datos - sino la esperanza de que seremos capaces de revertir la situación. Una esperanza en realidad bastante infundada teniendo en cuenta cómo nos ha ido durante las últimas décadas y el poco caso que se nos ha hecho al personal científico que investigamos la Crisis Ambiental. Significativamente, el vídeo institucional jugaba también con los conceptos de "ciencia" y "esperanza", en lo que para mi era un acto fallido porque, de algún modo, se sobreentendía que ambos conceptos son, en la práctica, mutuamente excluyentes o contradictorios.
Y es que lo son. Quienes trabajan (trabajamos) en el marco de las ciencias ambientales estamos viendo un desastre sin precedentes en prácticamente todas las variables ambientales que queramos mirar. Como hemos comentado varias veces, hemos sobrepasado ya 6 de los 9 límites planetarios identificados hace ya 16 años, y aún hay otros 2 límites que podrían ser sobrepasados en los próximos años, uno de ellos netamente oceánico (acidificación).
El caso es que sobrepasar uno solo, tan solo uno de los límites planetarios, pone en riesgo la continuidad de la especie humana, y por tanto más tiempo que se prolongue esa situación de extralimitación, más riesgo se corre de entrar en una espiral irreversible de degradación ambiental, un punto de no retorno o tipping point. Eso, sobrepasando solo uno de los 9 límites. Ahora, qué significa sobrepasar, a la vez, 6 - y si seguimos como hasta ahora, dentro de unos años, 8 límites planetarios.
Después del acto estuve dándole muchas vueltas al asunto. ¿Qué sentido tiene que la consigna más o menos aceptada en la academia es que tenemos que transmitir un mensaje de esperanza? Pero aún, cuando gente como yo presenta con crudeza los puros y meros datos, es bastante normal que incluso por compañeros de profesión califiquen este discurso de "catastrofismo" o "pesimismo", cuando lo que se muestra son simplemente datos, desnudos, factuales. Hechos, al fin y al cabo. Pareciera como si cada vez que uno muestra que la cosa va de pena tuviera la obligación de hacer una jaculatoria a la capacidad de la Ciencia (así, con mayúsculas) y al ingenio del Ser Humano (también con mayúsculas) para descargar toda responsabilidad, para que quede claro que esto se va arreglar, aunque de momento no tengamos la más mínima idea de cómo.
Sin embargo, me parece difícil tomar una actitud más anticientífica. La ciencia tiene que mostrar las cosas de la manera más objetiva y desapasionada posible, sin dejar que las propias creencias sesguen los resultados, de modo que lo que se produzca sea de validez general y a partir de aquí se pueda construir lo que se necesita.
Y los datos son tremendos. En este momento, el desbalance radiativo, es decir, la diferencia entre la radiación que recibe el planeta y la que radia de vuelta al espacio, de acuerdo con las mediciones de los satélites de la NASA se ha multiplicado por 4 con respecto a los valores que tenía en 2002.
Hacia el año 2014 se produce un cambio brusco, y así hemos pasado de 0,37 W/m² en 2002 a los 1,37 W/m² actuales. Por qué ha pasado esto tan rápido tiene que ver probablemente con varios procesos como la pérdida de hielo en el Ártico (el agua absorbe más energía, el hielo la refleja) y la drástica disminución de la emisión de aerosoles fruto de la quema de combustibles fósiles, sobre todo SO2, en China, en su lucha con el grave problema de contaminación que tenían. Es por este desbalance que el calentamiento global claramente se ha disparado en los últimos años, y que acabamos el 2024 con una temperatura global en +1,6 ºC con respecto a los niveles preindustriales. A este paso, en unos pocos años más llegaremos a +2 ºC, lo cual sería catastrófico para España, porque haría que temperaturas de 50 ºC o más sucedieran con cierta frecuencia en verano, con grave riesgo para la vida de las personas, destrucción de ecosistemas, más incendios, etc. Y eso por no hablar de todas los cambios que se están ya generando en la circulación atmosférica y oceánica, de consecuencias imprevisibles. El tiempo de reaccionar a la Emergencia Climática se nos ha acortado considerablemente, mientras vamos hablando de esperanza.
A nivel de recursos, las noticias no son precisamente esperanzadoras. La crisis originada por la falta de combustibles se sigue extendiendo por Latinoamérica y África, como ya comentamos en un post anterior; ahora los problemas llegan con fuerza a México. Falta cobre, fundamental para toda la electrificación, y comienza a haber problemas de suministro en toda suerte de materias primas, desde cereales y cacao a metales diversos. Y en medio de este problema grave y estructural, la implantación de aranceles por parte de EE.UU. ha dejado el comercio mundial destartalado, empujando a la baja el precio del petróleo (porque hay menos consumo), lo cual pone en entredicho la inversión futura, particularmente en el fracking estadounidense y garantiza la escasez de petróleo en el futuro próximo. Por si eso fuera poco, y mientras continúan la guerra en Ucrania y el exterminio en Gaza, y otras 17 guerras por todos olvidadas, crece la conflictividad bélica entre India y Paquistán. La lucha por los combustibles, los metales, los alimentos, el agua... solo van a crecer en los próximos años. Pero nosotros tenemos que tener esperanza.
A mi me hace gracia cuando me acusan de derrotista y de pesimista. En realidad, yo soy una persona muy optimista. Porque aquí estoy, luchando a pesar de la evidencia que se acumula, porque aún creo que se puede conseguir mejorar la situación, porque aún creo que podemos lograrlo. Los que bajan los brazos, buscándose la coartada moral de "la esperanza", ésos son los verdaderos derrotistas, porque no hacen nada para intentar cambiar la situación, porque aceptan como inevitable lo que tenemos y lo que se viene.
Compañeros, compañeras, del mundo científico: hay que abandonar de una vez por todas la absurda insistencia en la esperanza, adormidera de conciencias. No es eso lo que necesitamos. La respuesta que tenemos que dar no es "la esperanza", sino el activismo. Tenemos que salir ahí fuera y explicar lo que pasa, denunciar lo que pasa, ser beligerantes con lo pasa, oponerse a lo que pasa. Es nuestra obligación moral ineludible, porque somos los que sabemos lo que pasa. Como dijo Albert Einstein, quien tiene el privilegio de conocer, tiene el deber de actuar.
Tenemos que salir ahí fuera, a defender a nuestros congéneres y a todo lo que está vivo. Porque no hay otra lucha que merezca más la pena, ninguna otra causa que sea más justa. Y ésta nos interpela. Esperanza no: activismo y justicia.
Ahora que tengo electricidad e internet (y que he terminado de responder a un montón de periodistas, si no me equivoco he concedido 24 entrevistas - y estando afónico), puedo inaugurar la que probablemente será una nueva serie de posts de mi blog, dados los tiempos que corren: los posts de urgencia, suscitados por algún evento de gran calado. Posts cortos, que van al grano de lo esencial de la situación.
En el caso del post de hoy, hablaré sobre el apagón que ha afectado a España, Portugal y el sur de Francia el día 28 de abril de 2025.
El incidente.
A las 12:33 se produjo el incidente. De acuerdo con la información que ha dado el propio Presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en 5 segundos la potencia generada cayó en 15 GW, equivalente al 60% de lo que se estaba produciendo en ese momento. Eso produjo un apagón inmediato en toda la Península Ibérica. Afortunadamente, se mantuvo la generación de aproximadamente 10 GW, y con eso y con la ayuda de las importaciones masivas de electricidad desde Francia y Marruecos fue posible ir reestableciendo progresivamente la red, de manera que a primeras horas de la madrugada del día 29 de abril ya se había reestablecido el suministro de la mayoría del territorio nacional, aunque la señal eléctrica es todavía en este momento algo inestable. Restaurar los sistemas a un punto similar al anterior llevará varios días aún. Hay sistemas importantes con graves afectaciones, como por ejemplo la red de ferrocarriles. Las centrales nucleares permanecen a esta hora en situación de parada.
Las explicaciones iniciales.
Durante las primeras horas se dieron multitud de explicaciones sobre la causa de este apagón masivo e inédito. Se especuló con que fuera un ciberataque, o que se debiera a un inusual fenómeno atmosférico, o que un incidente en la línea de interconexión con Francia hubiera generado los problemas. Con el paso de las horas fue quedando claro que nada de eso había pasado. En el momento actual, aún no se ha dado una explicación oficial de la causa del problema. Y eso, como es lógico, preocupa a la ciudadanía, que se pregunta si esta situación puede volver a repetirse en algún futuro cercano.
Qué ha pasado.
La red eléctrica estaba mostrando signos de inestabilidad desde por lo menos las 12:00. Hacia las 12:22 la red estuvo ya cerca de caer. En el momento de la caída, a las 12:33, se produce una separación en frecuencia de aproximadamente 0.15 Hz.
En un momento determinado, determinadas subredes no pueden soportar la sobretensión y se desconectan para evitar daños. Eso aumenta el estrés sobre el resto de subredes y al final acaba cayendo una buena parte de la generación fotovoltaica, en cascada. Al mismo tiempo, la nuclear, que también es inflexible, no puede adaptarse y las centrales entran en parada de emergencia, así que ahí se perdieron 2 GW de potencia adicionales.
La situación experimentada no tiene nada de excepcional. Es un problema repetido en Europa desde hace años y que estuvo en el origen de graves incidentes, como el del 8 de enero de 2021.
El problema de fondo es la integración de grandes volúmenes de generación renovable en la red de alta tensión sin acompañarlos de los necesarios (y desde los cambios de normativa de 2022, preceptivos) sistemas de estabilización de la corriente. Es un tema bien conocido y ampliamente discutido.
Mientras la cantidad de energía renovable que se integraba en la red era minoritaria, esto no era un problema, ya que el resto de fuentes presentes en el mix se encargaban de mantener la estabilidad. El problema es que en días como ayer, en el momento del incidente, la energía renovable representaba el 80% del total de energía eléctrica producida.
Los sistemas de generación eólica y fotovoltaica no tienen flexibilidad. Los sistemas tradicionales, al ser inerciales, aportan cierta facilidad inherente para adaptarse a los cambios en la demanda. Pero eso no pasa en la nueva renovable. Tampoco en la nuclear, que no tiene capacidad de reacción, y por eso cae exactamente igual que la renovable.
Por qué ha pasado.
Conviene recalcar aquí que el problema no
son los sistemas de generación renovable. El problema es el modelo de
implantación de los mismos que han impuesto las grandes empresas, más
preocupadas por sus beneficios que del bien común. Es completamente
necesario avanzar en la producción de energía eléctrica renovable por
múltiples motivos (ambientales, de escasez de combustibles fósiles...),
pero no se puede hacer de cualquier manera. Yo uso el símil de un
vendedor que te quiere vender un coche sin frenos. ¿Es el coche
intrínsecamente peligroso? No, pero no se puede vender sin frenos. Por
el mismo motivo, la renovable tiene que ir acompañada de sistemas de
estabilización. No hacerlo es una grave irresponsabilidad. Pero, por un
tema de ahorrarse costes, es lo que vienen haciendo las grandes
compañías desde hace años.
A falta de sistemas de estabilización, la
situación de inestabilidad se hubiera podido solventar si, en los
primeros signos (hacia las 12:00, quizá antes incluso) se hubiera
aumentado la generación de los sistemas despachables rápidos, es decir,
hidroeléctrica y ciclos combinados de gas natural. Pero justo en el
momento del incidente, los ciclos combinados representaban solo el 3%
del total. Insuficiente para absorber las fluctuaciones y para dotar de
estabilidad al conjunto. Peor aún, en el momento del incidente muchas centrales de gas de ciclo combinado estaban en parada fría, y se necesitaban horas para reiniciarlas. Por eso mismo, llevó mucho más tiempo recuperar la red eléctrica. La razón de que no hubiera centrales de gas de ciclo combinado disponibles para dar estabilidad es que estos días el precio de la electricidad ha sido cero o incluso negativo, y eso ha motivado que los dueños de las centrales las apagaran, dándoles igual la seguridad del sistema. Es alucinante que algo así pueda pasar, y que el regulador lo permita, pero es así. Por cierto que no es algo nuevo, como explicamos el año pasado.
Por tanto, el problema fundamental ha sido que las empresas han primado sus ganancias a la estabilidad del sistema. Al tiempo, que el regulador no haya podido obligarlas, por la razón que sea, a que estuvieran disponibles. Esto pone en contexto las recientes declaraciones de Pedro Sánchez, apuntando contra los operadores del sistema eléctrico.
¿Va a volver a pasar?
No a corto plazo. Hoy el 40% de la generación se está haciendo con ciclos combinados, mientras se avanza en el reestablecimiento total del sistema (por cierto que desde aquí quiero reiterar mi admiración hacia los técnicos de Red Eléctrica Española, que una vez más han hecho un trabajo encomiable, dificilísimo y rara vez reconocido). Resulta también evidente que se está limitando el grado de penetración de las renovables. Las centrales nucleares continúan en situación de parada, lo cual suscita múltiples preguntas por sí mismo.
Por tanto: no, no es previsible un nuevo apagón general en breve plazo. Lo que sí va a pasar es que el precio de la electricidad se va a disparar, por el mayor consumo de gas, que va a llevar a su encarecimiento y por ende al de la electricidad. Y eso por no hablar de los desperfectos que se han causado, algunos de ellos forzosamente de bastante alcance.
¿Qué lecciones hay que sacar?
Que hay que invertir en estabilidad (que es muy cara) y en que se tienen que mantener centrales de respaldo (que son caras y emiten CO2). En el largo plazo, que seguramente habrá que reducir el consumo para ajustarlo a algo sostenible.
¿Se podía haber previsto esto?
Qué quieren que yo les diga.
Por cierto que tenía otra posible portada para este post, pero por pudor he preferido dejarla como chascarrillo final.
En vista del curso de los acontecimientos que se están sucediendo a escala global, inauguro con este post lo que me temo que acabará siendo una serie de ellos, con capítulos de regularidad seguramente arbitraria y que se irán extendiendo a lo largo de los próximos años. La temática de todos estos posts será ir haciendo un retrato de los procesos que van a llevar a nuestra sociedad al proceso irreversible de descenso energético y material que sabíamos que era inevitable por razones geológicas, pero que probablemente se va a ver acelerado en algunos momentos por las decisiones políticas. Para mi es muy difícil decir si acelerar el proceso de descenso energético y material es algo bueno o malo: por un lado, es positivo por la disminución de los problemas ambientales y porque deja disponibles recursos que pueden hacer más y mejor falta después; pero por el otro, acelerar el descenso va a comportar problemas sociales muy graves que si no son bien gestionados pueden acabar siendo peores aún, incluso causar el colapso de algunas sociedades. A este complejo proceso, en el que nos moveremos entre el colapso y la adaptación, es a lo que he denominado (a falta de mejor ingenio a estas horas del día) La Caída.
Pero vayamos con las cuestiones del momento.
La atención de los medios de comunicación occidentales está centrada en los nuevos aranceles que acaba de aprobar la administración Trump. Aranceles para los que Trump y los suyos han buscado grotescas e inverosímiles explicaciones, pero la realidad de los cuales es mucho más prosaica, como de hecho ha quedado claro en algunas declaraciones de miembros de su gabinete: el objetivo es reducir el déficit comercial de los EE.UU., idealmente hasta que sea cero. Es por eso que los aranceles son diferentes para cada país o región, ya que son proporcionales al déficit comercial que los EE.UU. tienen con cada uno de ellos si éste supera el 10%, y para los que están por debajo les impone un arancel mínimo del 10% (incluso a los países con los que tiene superávit). Hay algunas excepciones curiosas a estos aranceles universales, la más notable la de Rusia, con la excusa de que las sanciones aún en vigor han reducido el comercio estadounidense con los rusos a prácticamente cero - un ejercicio de hipocresía que muestra una vez más cómo Trump ha llegado a un acuerdo de mutua comprensión con Putin. Es también notable que en este cálculo se fijan solo en bienes tangibles, excluyendo los servicios, ya que estos últimos arrojan una balanza positiva para los EE.UU. y diluirían los aranceles calculados.
Los efectos de esta aplicación universal de aranceles no se han hecho esperar. EE.UU. es el mayor importador (y también el segundo mayor exportador) de mercancías del mundo, por un valor de 3,2 billones de dólares el año 2024. Una cifra más que considerable, dado que el comercio mundial representa unos 33 billones de dólares, de los cuales unos 24 billones son importaciones de bienes tangibles. Por tanto, las importaciones de los Estados Unidos representan el 13% de todas las importaciones del mundo, y por eso mismo el impacto de estos aranceles universales por ese país va a tener un efecto devastador sobre la economía mundial. Algunos analistas apuntan a unas pérdidas en el comercio de alrededor de 1,6 billones de dólares, que es aproximadamente el superávit comercial global; pero es demasiado pronto para saber con certeza el efecto final, porque obviamente a los aranceles impuestos por EE.UU. habrá una respuesta de magnitud similar por parte de los países afectados.
De manera inmediata, aparte de hundir las bolsas, los aranceles van a provocar una gran inflación en los EE.UU., por lo menos en los bienes de importación, y por diversos efectos dicha inflación podría contagiarse al resto del mundo. Al tiempo, va a producirse un descenso generalizado de la actividad económica en todo el mundo, y eso va a llevar a una considerable reducción del consumo de materias primas y, por tanto, caídas notables en el precio de las mismas y particularmente en el de la energía (como se está viendo ahora mismo con la caída del precio del petróleo). Sin embargo, la carestía de los bienes de consumo y la más que probable desinversión en nuevos yacimientos (o inclusive en mantenimiento de los actuales) van a originar que la producción de petróleo y otras materias primas que están empezando sus curvas de descenso (uranio, cobre, plata) aceleren su caída productiva. Eso quiere decir que en un plazo de unos meses, un par de años a lo sumo, lo que vamos a ver es lo contrario: que el precio de las materias primas repuntará con fuerza.
El objetivo para nada disimulado de estos aranceles que ha implantado Donald Trump es conseguir la relocalización en tierras estadounidenses de las fábricas que marcharon hacia la China y otros lugares con mano de obra más barata. Lo cual, como han señalado algunos analistas, es un poco absurdo, no solo por el tema de la competitividad económica, sino porque los EE.UU. pretenden ser una potencia exportadora y al mismo tiempo mantener al dólar como divisa de reserva (esto es, como moneda de uso obligatorio en todo el planeta para la adquisición de algunos bienes, como por ejemplo el petróleo). Obviamente, hacer las dos cosas a la vez es claramente contradictorio: si los EE.UU. tuvieran superávit comercial, eso querría decir que sus compradores tendrían que gastar sus dólares para comprar los bienes americanos y por tanto no lo tendrían para la adquisición de materias primas que se denominan en dólares. Para los EE.UU., que el dólar sea moneda de reserva les beneficia porque les permite financiar sus déficits (simplemente imprimiendo más) y exportar la inflación. Pero el coste de esos privilegios es la desindustrialización y un déficit constante en la balanza comercial. A la administración Trump le preocupa sobre todo lo primero, porque hace su país más dependiente del exterior y con menos empleos de media y baja cualificación para mantener empleada a la masa de su clase media.
¿Cómo cuadrar entonces el círculo de querer reindustrializarse y al tiempo conservar el privilegio de contar con la divisa de reserva? La administración Trump ya ha pensado en eso también, pues son conscientes de la contradicción en términos: según dicen, estarían dispuestos a rebajar los aranceles si los beneficios comerciales de los otros países se utilizan en inversiones productivas en los EE.UU. Es una solución perfecta para los EE.UU., pero desgraciadamente desde el punto de vista del resto del mundo rima bastante bien con extorsión.
Obviamente el plan de Trump puede fracasar ya que tiene enormes riesgos, entre otros que la nueva situación fuerce a los BRICS a acelerar su plan de establecer una divisa comercial alternativa, y también que el comercio mundial se reconfigure dejando bastante al margen a los EE.UU. Por lo pronto, eso sí, el Día de la Liberación Económica norteamericano nos envía a una recesión económica de caballo a nivel mundial. En la desorientada Europa, la combinación de la imposición americana con el inmoral y desnortado plan de rearme puede ser económicamente mortal. Europa corre un riesgo existencial y podría acabar disgregándose por culpa de la agitación social que puede emerger en medio de este caos. De esta caída. De La Caída.
Muchas otras cosas están teniendo lugar, al margen de las maquinaciones y evoluciones de Trump y los suyos. En este momento hay una profunda crisis de combustibles que está afectando a América Latina y a África. ¿La razón? La dificultad de mantener la producción de diésel, como sabemos. A la espera de la nueva edición del tradicional post sobre el pico del diésel, he tomado los datos de la Joint Oil Data Initiative y replicado la gráfica de los valores mensuales de diésel y gasoil producido por las refinerías del mundo (a partir de abril de 2023 no hay datos de Rusia, así que uso como valor constante 1,7 millones de barriles diarios para ese país, que está en la franja alta de variación de su producción en los últimos años). La gráfica resultante (hasta diciembre de 2024) es la siguiente:
Como pueden comprobar, después del bache de la COVID la gráfica recupera la tendencia decreciente que comenzó ya en 2018, con fuertes variaciones mensuales pero con un comportamiento tendencial fuertemente decreciente, situándose en la actualidad alrededor de un 12% por debajo de los máximo de producción del período meseta que se extendió de 2015 a 2017. Este faltante de diésel no se está distribuyendo homogéneamente entre todos los países del planeta, y así, mientas en la UE no falta diésel, su escasez es particularmente aguda ahora mismo en Bolivia, y en ese país está afectando gravemente al transporte por carretera y a la minería, y en última instancia a la producción y distribución de alimentos: los problemas de desabastecimiento son tan graves en ciertos departamentos que han llevado a muchas personas a emigrar a Perú. No solo es Bolivia: los problemas de carestía e incluso escasez de van repitiendo por toda la región, con mayor o menor intensidad: Colombia, Venezuela, Cuba e incluso en algunos momentos en Argentina. El problema también es bastante grave y generalizado en África: Nigeria, Níger, Sudáfrica, Malawi, Zambia, Mozambique... En muchos casos, la escasez de combustible se ve acompañada con cortes del suministro eléctrico, por el recurso que se hace en algunos países a la electricidad generada consumiendo diésel y fueloil. Por si todo lo anterior fuera poco, la recurrencia de eventos extremos, con intensidades y frecuencias de repetición nunca antes vistas, está asolando medio mundo y exacerbando la penuria de zonas ya afectadas por los otros problemas (por ejemplo, las lluvias torrenciales en Bolivia). Rara es la semana en la que no se produce un gran evento de ámbito regional, desde la cadena de tornados que sacude en este momento los estados centrales de EE.UU. o las inundaciones récord en el centro del país, hasta las olas de calor (en Brasil o en Rusia, por ejemplo), pasando por la formación de borrascas completamente anómalas. Ahora mismo, por ejemplo, el vórtice polar amenaza con desplazarse a Europa Oriental y podría matar a los árboles que están comenzando su floración primaveral. El clima está entrando en una situación caótica, mientras la temperatura media del planeta no baja de los +1,7ºC con respecto a la media preindustrial. Pero nadie habla de este caos, ya que todo la atención está centrada en las decisiones de unos pocos hombres al otro lado del Atlántico. De hecho, muchas de estas otras noticias, que pueden desencadenar procesos de escasez que marcarán los próximos años, están pasando completamente desapercibidos. Y, lo que es peor, no se toman medidas efectivas para adaptarnos a ellos o mitigarlos.
La gran ironía de la situación actual es que el plan arancelario de Trump, con su efecto devastador sobre el comercio mundial, va a originar sin duda una disminución de la degradación ambiental, comenzando por una reducción del consumo de combustibles fósiles. Ésas son las paradojas de La Caída.
En todo caso, prepárense, porque las próximas semanas y meses prometen ser moviditos. Nos veremos por aquí.
Un fantasma recorre Europa. Después de décadas de placidez (o al menos así la han descrito los medios), hemos entrado en un estado de pánico, espantados (según nos cuentan) por una inminente invasión desde Rusia - importando a estas tierras aquella máxima atribuida apócrifamente a Kissinger, "El pueblo americano tiene solo dos estados: autocomplacencia y pánico". Desde Bruselas se exhorta a los ciudadanos de la UE a preparar un "kit de emergencia" para sobrevivir 72 horas delante de riesgos de lo más variado, pero entre los que se enumera el de la guerra. Entretanto, Europa lanza su nuevo programa de defensa, denominado "ReARM Europe" (siguiendo con esa práctica, cara a las instancias europeas, de enumerar sus planes en imperativo porque, supongo, lo ven más interpelativo - una colega siempre hace comentarios jocosos sobre esta práctica: "levántate", "dúchate", "desayuna"..., como una madre en día de colegio). En España, el presidente Pedro Sánchez anuncia que el presupuesto de defensa subirá hasta el 2% del PIB (lo cual, teniendo en cuenta que los Presupuestos Generales del Estado (PGE) español son aproximadamente la cuarta parte del PIB, quiere decir que supondrá el 8% de los PGE), y eso lo hará, según él dice, sin afectar a las otras partidas presupuestarias (cosa que todos sabemos que es mentira, pero es igual, seguimos como si tal cosa). Europa quiere avanzar rápidamente al rearmamento porque, según parece, las tropas rusas ya asoman por Helsinki, Praga, Budapest y Varsovia. Hay prisa, prisa, prisa... ¿No ven el riesgo existencial para Europa?
Obviamente, no existe tal cosa como la amenaza rusa. Rusia no se va a lanzar a conquista de Europa y arriesgarse a desencadenar una respuesta de los Estados Unidos. Además, dos países europeos poseen armas nucleares (Francia y el Reino Unido), lo cual es un riesgo excesivo. Y para acabar, hay un problema meramente de aritmética poblacional: aunque el territorio ruso es enorme, Rusia posee solo 140 millones de habitantes, mientras la UE son 450 millones. De hecho, para Rusia ya sería un reto logístico intentar ocupar permanentemente Ucrania, con sus casi 40 millones de habitantes - y es que es muy diferente defenderte en tu territorio que ocupar uno ajeno.
Eso no quiere decir que Rusia sea un corderito, pero obviamente el escenario que se nos plantea no tiene ningún viso, en absoluto, de realidad. Un enfrentamiento con Rusia sería para los eslavos agotador y costosísimo, incluso si no contemplara la ocupación del territorio. Y, total, ¿para qué querría hacer eso Rusia? Europa es, aún hoy tras las quiméricas sanciones europeas, su principal comprador de materias primas. Y hay no pocas personas, no solo en Moscú sino en Frankfurt y en París, que están deseando que las conversaciones entre Putin y Trump sobre Ucrania lleguen a buen puerto (sin contar con la opinión de los ucranianos, por cierto) para reestrablecer el flujo de materias primas a buen precio a los que Rusia nos tenía acostumbrados.
No. El movimiento rearmamentísitico y militarista europeo tiene otro objetivo y otra razón, y hay que entenderlo en el contexto del resto de decretos y directivas que están firmándose en Bruselas en las últimas semanas, como una desesperada respuesta a los cambios geopolíticos telúricos que ha supuesto el Segundo Advenimiento de Trump. Ya comentamos en el post anterior sobre la legislación Ómnibus y sus consecuencias en el plano ambiental. Pero la máquina legislativa europea no se detiene, y así hace unos días nos enteramos de que la UE ha calificado como estratégicos, y por tanto subvencionables, 47 proyectos para la extracción de materiales críticos, 7 de ellos en España (liderados por grandes empresas, muchas con pleitos en materia medioambiental). Estamos hablando, en la mayoría de los casos, de depósitos de escaso tamaño y por tanto de potencial producción, o bien muy dañinos ambientalmente. Si Europa se lanza a acelerar estos proyectos es porque percibe una necesidad desesperada de acelerar. Y es que la crisis energética y de recursos avanza inexorablemente. Mientras algunos necios se entretienen en discutir sobre los galgos y podencos de cuándo será el peak oil, dando entender que "nunca", los CEOs de las principales compañías que explotan el fracking en los EE.UU. (lo único que mantiene la producción mínimamente estable, aunque por debajo de los niveles de 2018) tienen claro que el peak oil es "ahora". En este momento, en Colombia y en Bolivia la situación es bastante complicada (por decirlo de manera suave) por la falta de diésel, un problema que se va extendiendo a toda Latinoamérica y a África (con Nigeria, principal proveedor de petróleo de España) a la cabeza. Lo único que mantiene a Europa protegida de la escasez de diésel es la fuerte recesión industrial alemana, pero eso no durará para siempre - ni tampoco es deseable para nadie. Al tiempo, los problemas que su escasez están originando en zonas críticas para el suministro de ciertos materiales auguran que los problemas de la cadena de suministros de hace unos años podrían ser una broma por comparación con lo que se viene ahora
Europa necesita energía, necesita materiales, y los necesita ya. La tan cacareada transición renovable, el REI, ha fracasado y se está hundiendo, y Europa no dispone de grandes recursos naturales. ¿De dónde sacaremos la energía que necesitamos? La respuesta la podemos encontrar en la primera de las tres preguntas que formulamos hace 9 años.
Europa va a invadir el Norte de África.
O, al menos, ésta es la intención no confesada de nuestros líderes (y aplaudida por empresas como Volkswagen, que ve no solo materia prima barata sino la posibilidad de reconvertirse a la industria militar). Es para eso que quieren las armas, es para eso que quieren militarizar las conciencias, es para eso que necesitan acallar los discursos críticos hasta que ya sea demasiado tarde.
Hablamos de defensa y de rearmamento, pero es un ejemplo claro de doble lenguaje al estilo de 1984, la novela (en su momento de crítica contemporánea pero cada vez más anticipatoria) de George Orwell. En realidad hablamos de agresión y de preparación para la guerra.
Ni que decir tiene que la propuesta es profundamente inmoral. Europa, en vez de seguir por una vez en su Historia un camino de evolución y trascendencia, quiere volver a escoger lo peor de su pasado - del cual nunca se desentendió, como demuestran tantos episodios vergonzantes en África en las últimas décadas. Pero esta vez las cosas van a ser probablemente muy diferentes.
Europa no puede conseguir la sociedad guerrera que nuestros líderes quieren, al menos no en unas cuantas décadas - pero no tienen décadas para esperar. No tenemos capacidad técnica ni experiencia, ni nuestros jóvenes tienen ese patrioterismo chovinista propio de otros lares que les hacen prácticamente desear morir por la patria. Peor aún, los pocos sentimientos colectivos que podrían ir en una dirección parecida son de corte nacionalista, y para nada paneuropeo: yo no veo a un español, un italiano, un griego o un húngaro yendo a morir "por Europa". De hecho, creo que tampoco encontraríamos en esa trinchera alemanes ni franceses...
Pero es que Europa es un continente, hoy en día, avejentado y sin recursos, y con una juventud desencantada y profundamente enfadada porque la gente de mi generación les ha robado el futuro. ¿Qué alternativas de vida se les está dando a la gente que tiene ahora menos de 30 años - o quizá 40 años?
Por otro lado, los procedimientos profundamente burocráticos que son moneda común en el hacer de la Unión Europea implican que se gastarán muchísimos recursos en informes, evaluaciones, reuniones, etc completamente inútiles pero de los que en modo alguno van a prescindir porque son los que la casta gerencial europea usa para enriquecerse, aparte de para justificar su existencia. Es decir, la manera de funcionar de Europa garantiza la ineficacia absoluta de este esfuerzo bélico.
En realidad, el esfuerzo de guerra, con los 800.000 millones de euros comprometidos para ello, pueden suponer tal sobreesfuerzo y tales pérdidas en el ya relativamente tenue estado del bienestar que Europa podría llegar a implosionar, a colapsar socialmente, como aquellas personas ya de cierta edad que se empeñan en hacer esfuerzos que décadas atrás podían hacer con sencillez y que hoy en día les podrían matar. Es algo repetido en la Historia de la Humanidad: grandes imperios que, en una época de profunda crisis, deciden intentar recuperar la gloria militar del pasado y sucumben ante el peso del gasto militar y la acumulación de problemas internos.
En realidad, deberíamos estar pensando en cosas radicalmente diferentes. En la recuperación de tecnologías humildes, en la relocalización de la actividad, en la regeneración y en la renaturalización, y en la consolidación de la comunidad como unidad de base social. Sobre esto último, es significativo el llamamiento para que los ciudadanos dispongan de su "kit de supervivencia individual de 72 horas". ¿Y por qué 3 días y no 7, o dos semanas? En realidad, dada la complejidad de los riesgos que realmente nos amenazan - que son principalmente ambientales y climáticos - seguramente reforzar tu comunidad, tu grupo local, constituye una respuesta más segura, flexible, adaptable y resiliente.
Acabo ya. Estamos en una línea roja. Una que no debemos cruzar por un imperativo ético, pero también lógico: la guerra tiene muy mala TRE.
Queridos lectores: éste es uno de esos momentos en los que uno no se puede permitir el lujo de mirar al otro lado. Es el momento de plantar el pie a tierra y decir clara y firmemente: No.
Yo no quiero que maten a mis hijos en una sucia trinchera en medio del desierto para intentar mantener la rueda de esta sociedad insostenible rodando tres o cuatro años más. ¿Y Vd.?
Durante los últimas semanas, se han producido cambios de gran calado en el mundo, sobre todo a raíz de la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Desde su toma de posesión, el Sr. Trump se ha lanzado a una frenética actividad de firma de decretos que ponen patas arriba todo el estado norteamericano y por ende el mundo entero. Las medidas más impactantes han sido el despido masivo de trabajadores públicos en numerosas agencias estatales dando igual la importancia de la tarea que estuvieran desarrollando, la salida de los EE.UU. de organizaciones como la OMS o tratados internacionales como el Tratado de París, la fuerte disminución de la ayuda internacional americana y la aplicación de aranceles a la práctica mayoría de las naciones con las que los EE.UU. tienen actividad comercial.
Entre las múltiples áreas afectadas, están todas las relacionadas con la transición renovable. Particularmente, el Sr. Trump no tiene absolutamente ninguna fe en la capacidad de la Renovable Eléctrica Industrial (REI) para mantener la competitividad de la economía americana, y por el contrario se ha decidido a extraer todo el combustible fósil extraíble, y quemar todo lo quemable. En paralelo, la fuerte reducción de personal decidida para la NASA y la NOAA garantizan una pérdida de la capacidad de los EE.UU. no solo para seguir estudiando e intentar disminuir el impacto del Cambio Climático, sino que hasta su capacidad para hacer previsión meteorológica a corto plazo se va a ver afectada.
Hay una cierta tendencia a decir que el Sr. Trump es un loco o un extremista, y que no entiende lo que está haciendo; más aún, que todo lo que está haciendo acabará volviéndosele en contra. Por el contrario, yo creo que Donald Trump entiende bastante bien lo que hace y, peor aún, aunque sea inmoral sus acciones tienen una lógica que pueden proporcionarle un beneficio a corto plazo (aunque a largo plazo nos condene a todos).
Ya hemos hablado aquí con frecuencia de por qué el modelo REI no funciona, al menos no a la escala que se pretende implantar. Yo no creo que Donald Trump haya hecho un análisis tan detallado, pero seguro que sabe - porque es muy evidente - que la producción de energía renovable no es económicamente competitiva, ni probablemente lo será nunca, con respecto a los combustibles fósiles. Pero los miembros de la administración Trump no son unos ceporros que no sean conscientes de lo que implica la quema de combustibles fósiles; por ejemplo, el propio Elon Musk afirmaba en 2016 que "el Cambio Climático es el mayor riesgo que afronta la Humanidad en este siglo". Entonces, ¿cómo puede ser que Musk esté ahora aceptando que se recorten los subsidios a la instalación de nuevos puntos de carga, lo que va en contra de los intereses de su empresa Tesla? La clave es simple: a estas alturas, ya saben que no hay futuro en el REI. El REI fue una apuesta por una revolución tecnológica pero ha resultado fallida. Y el nuevo gobierno de los EE.UU. está pasando página. El propio Musk está pasando página: sabe que Tesla será una compañía de vehículos para ricos con una producción limitada. Del mismo modo que saben que en un futuro nada lejano la mayoría de la población no poseerá coche propio...
Pero eso no quiere decir que el gobierno de los EE.UU. no se dé cuenta de que el Cambio Climático es un riesgo existencial. Su apuesta, al final, es muy sencilla. Los EE.UU. tienen una cantidad considerable de recursos en su propio territorio, y una población seriamente amenazada por la pobreza: aunque la estadística oficial dice que solo el 11% de los estadounidenses viven por debajo de la línea de la pobreza, alrededor del 40% no pueden hacer frente a un gasto imprevisto. El gran problema para una gran parte de la población con poca o nula cualificación es la deslocalización de las fábricas que se viene verificando en las últimas décadas. Ergo, lo que interesa es relocalizar la producción. Para ello, EE.UU. se ha embarcado en un proceso de poco disimulado de desmantelamiento del sistema de comercio mundial, imponiendo aranceles de manera masiva. De esa manera, consigue que las fábricas vuelvan a los EE.UU. y consigue un empobrecimiento generalizado de todo el mundo (también en su país al principio), con lo que las emisiones globales de CO2 disminuyen. EE.UU. contaminará más, pero los demás contaminarán menos, y al final compensarán por los excesos del país del dólar. Hasta los recortes masivos del gasto estatal tienen perfecto sentido en este plan: al fin y al cabo, la apuesta energética de los EE.UU. implica explotar fuentes con baja Tasa de Retorno Energético (TRE), y por tanto en la situación de la tercera de mis famosas tres preguntas. Solo sacrificando partes del Estado del Bienestar se pueden explotar estas fuentes, cosa que en Argentina están experimentando con intensidad (lo cual será tema de un próximo post).
Hay, por supuesto, numerosas objeciones no solo morales sino también técnicas a este plan, y es dudoso que pueda funcionar en el largo plazo por las cuestiones que se han discutido a lo largo y ancho de esta bitácora - mayormente, la creciente escasez de recursos y particularmente de los combustibles fósiles. Pero no se puede negar que el plan tiene su lógica, e inclusive es probable que en el corto plazo pueda surtir los resultados deseados por sus promotores. El mensaje del "Make America Great Again" vendría por tanto a ser: "Dado que no se va a poder implantar el REI, que al menos nosotros podamos prosperar (por un tiempo) mientras vosotros os sumís en la miseria".
Quien ha quedado muy mal colocada en este nuevo escenario es la UE. Sin recursos, con una población avejentada y con una desindustrialización galopante, Europa se enfrenta a una nueva situación en la que el "amigo americano" nos ha dicho que nos apañemos por nuestra cuenta y que cada palo aguante su vela (de paso, que si queremos defender Ucrania, que nos encarguemos nosotros solitos). Da toda la impresión de que EE.UU. está soltando lastre con Europa. A fin de cuentas, es lógico: Europa no tiene recursos que aportar, y sí que tiene un gran nivel de consumo que a los EE.UU. no le reporta ningún beneficio. Así que para los EE.UU., de una manera cínica, lo mejor es dejar que Europa se vaya empobreciendo.
Delante de este panorama, y con la crítica situación industrial de Alemania (caída del 20% de la industria de 2020 a 2024, después de haber caído un 20% desde principios de siglo hasta 2020), a la UE no le ha quedado más remedio que reaccionar a la desesperada para intentar recuperar competitividad. En enero se aprobó la denominada "Brújula de la Competitividad", que teóricamente mantiene la descarbonización en el centro de las políticas, pero que al tiempo apuesta por la "simplificación administrativa" para facilitar la competitividad económica. Ya después de las elecciones de Alemania (con el miedo de ayudar a la ultraderecha si la reculada en el frente renovable se evidenciaba antes de tiempo), la nueva regulación Ómnibus - en particular la simplificación administrativa - conlleva una reducción de la exigencia en materia ambiental y de respeto a los derechos humanos. Se anuncian también moratorias para el destierro final de los coches con motor de combustión interna, mientras las compañías europeas siguen manteniendo el coche eléctrico en el congelador y algunas, como Stellantis, apuestan para simplificarse (eliminando marcas) para sobrevivir.
Europa está desubicada, hace ya tiempo que lo está, pero el mundo no va a esperar a que la UE reevalúe su posición en el mundo y decida la nueva dirección que quiera tomar. Los grandes fondos de inversión se están retirando aceleradamente de la inversión verde, y hasta el fondo Kanou Capital LLP, que hace un año promovía inversiones 100% verdes, considera que el mercado está muerto "por ahora". Éstos y otros indicios indican que estamos llegando al final de la primera burbuja renovable, es decir, al final de la apuesta por el REI. Mientras se mantengan los fondos NextGeneration seguirán tirando adelante algunos proyectos, y de tanto en tanto veremos planes de rescate encubiertos (como los 1.200 millones de euros anunciados por el presidente Pedro Sánchez para el cada vez más arrinconado hidrógeno verde), pero cada vez habrá menos fuelle. Ciertamente nunca se reconocerá que el REI fue un fracaso, pero progresivamente se irá hablando menos de él, poniendo de vez en cuando excusas de acuerdo con la coyuntura para justificar por qué no acaba de tomar impulso, hasta que por fin dentro de 5 ó 10 años se reconocerá por primera vez que no era viable - no a la escala que se pretendía.
No espero que los (no tan numerosos pero sí bastante ruidosos) adalides del industrialismo reconozcan jamás que se equivocaron. No espero que aquellos que defendieron y promovieron desde instancias públicas la falacia del Green New Deal asuman la responsabilidad por los dineros públicos malgastados y, sobre todo, por el coste de oportunidad de poner tanto empeño en un camino errado, destructivo y colonizador. Sé que durante un tiempo negarán que esto está pasando, que el Green New Deal se va por el desagüe de la historia, que los macroparques renovables no valen para nada, que el REI ha muerto, que no habrá ni coches eléctricos a mansalva ni hidrógeno verde hasta en la sopa; y cuanto más evidente sea el final de esta burbuja, más lo negarán. En su crispada exasperación, espero que más que nunca nos señalen a aquéllos que alertamos de todas las contradicciones técnicas de estos proyectos, que nos acusen a los que pusimos sobre la mesa su inviabilidad energética, económica y ecológica. Llegarán a decir, estoy seguro, de que todo esto es culpa nuestra. Cualquier cosa antes de aceptar que en realidad ha sido ellos y solo ellos la causa de este fracaso estrepitoso, cuya onda expansiva va a perjudicar al ambientalismo durante muchos años. Porque, por desgracia, es más que previsible que, en una Europa dominada por el discurso del populismo, se aprovechará el fracaso de estas políticas verdes (en realidad, industrialistas) para decir que el Cambio Climático y el resto de problemas ambientales son falsos, y fruto de una conspiración de izquierdosos camuflados. Cuando, por desgracia, la crisis ambiental no solo es real, sino que está llegando a un estado crítico
Vendrá entonces el llanto y el rechinar de dientes. Y nos tocará a todos los que estamos intentando concienciar de los problemas ambientales hacer nuestro descenso al infierno social. Malos tiempos para la lucha contra el Cambio Climático, algo que sinceramente me desazona, viendo la gravedad de la situación actual, viendo cómo podemos descender a un infierno literal por culpa de la codicia y el ego de unos pocos. "Abandonad toda esperanza, los que entréis aquí".
Mientras tanto, la rueda de la Historia sigue dando vueltas, ajena a nuestras pequeñas y mezquinas disputas. La reunión entre Trump y Putin para discutir el final de la guerra en Ucrania (sin contar con la propia Ucrania, no digamos ya con la UE) ha dejado claro que entramos en una nueva fase del declive de nuestra civilización, que estamos ya en los primeros compases de la partida final del descenso energético. Mientras que en América Latina y partes de África se empieza a hacer evidente que falta diésel (espero sacar pronto la última edición de nuestra serie "El pico del diésel") y los apagones se multiplican, EE.UU. y Rusia se están repartiendo sus áreas de influencia en un mundo donde habrá menos recursos y solo unos pocos actores tendrán acceso a ellos.
¿Dónde deja eso a Europa? En realidad, en una exclusión que muchos otros países llevan décadas sufriendo pero que la engreída Europa cree no merecer. Delante de estos retos, la respuesta de la UE es una absurda y autodestructiva militarización, blandiendo la amenaza fantasma de una posible invasión rusa. Pero es éste un tema demasiado extenso y por eso lo discutiremos en el próximo post.