Queridos lectores,
William Stanley Jevons formuló hace siglo y medio su conocida paradoja, referida al consumo de carbón en el Reino Unido, y que puede extenderse al consumo de energía y de prácticamente cualquier bien de naturaleza económica. Hoy Javier Pérez nos trae una divertida pieza en la que explica el concepto con una naturalidad y sencillez que debería hacerlo asequible hasta al más cerril. Y por qué las mejores intenciones de "salvar el planeta" y ahorrar tienen un impacto neto nulo sobre el curso global de la Humanidad.
Les dejo en las capaces manos de Javier.
Salu2,
AMT
El ahorro, el consumo responsable y otras músicas celestiales
Normalmente viene bien comenzar con un título impactante para captar la
atención del lector y luego poder ir desarrollando un argumento. Lo
malo de este caso es que no se trata de un truco retórico, sino que voy a
hablar exactamente de lo que enuncia el título: del ahorro y el consumo
responsable como monsergas inútiles, discursos sin sentido y músicas
celestiales.
Así que para pasar el mal trago, comencemos con una buena cerveza. ¿Qué tal una cerveza alemana?
La
cerveza alemana tradicional se elabora siguiendo la ley alemana de
pureza, promulgada el 23 de abril de 1516 por el duque Guillermo IV de
Baviera, según la cual sólo se podían utilizar tres ingredientes para la
elaboración de la cerveza: agua, cebada y lúpulo. La levadura se
descubrió más de trescientos años después (cosa de Pasteur), y en
aquella época se consideraba que la fermentación se iniciaba por sí
misma.
¿Y
cual era la intención del duque al promulgar semejante ley? Pues
varias, en realidad. En primer lugar garantizar la calidad de un
producto que generaba grandes ganancias a las arcas del país, y que ya
entonces comenzaba a ser apreciado en toda Europa. En segundo lugar,
garantizar a la corona ducal unos magníficos ingresos en forma de
impuestos, ya que el duque controlaba el monopolio del comercio de la
cebada, y de este modo había una mayor demanda del cereal, con lo que
pasaba por las manos de la hacienda ducal una mayor cantidad de dinero. Y
en tercer lugar, evitar que se fabricase cerveza de trigo, porque la
fabricación de esta variedad de cerveza hacía que el trigo fuese más
rentable en las cubas que en los hornos, lo que empujaba al alza los
precios del pan, cabreaba a la población y aumentaba la probabilidad de
revueltas.
Sí,
este duque Guillermo IV de Baviera era un tipo bastante listo o tenía
un ministro de Hacienda bastante hábil, de eso no cabe duda, pero
fijémonos, por favor, en la tercera de sus razones: obligar a usar
cebada para ahorrar el trigo. ¿Y qué conseguía el duque de Baviera
ahorrando el trigo? Que bajara su precio y se consumiera más en otra
cosa, o sea, en fabricar pan. ¿Impedir que el trigo se usara en la
fabricación de cerveza hizo que se consumiera menos trigo? En absoluto:
hizo que se abaratase y se consumiera más aún en otros fines. La ley de
la cerveza abarató el pan, y el abaratamiento del pan fomentó el aumento
de la población. ¿Qué os parece?
Se trata de un caso más de la paradoja de Jevons,
de la que ya hemos hablado en más ocasiones, y que viene a decir que la
eficiencia en el empleo de un recurso no disminuye su consumo, sino que
lo incrementa.
En realidad el problema es aún más grave y se llama efecto sustitución.
A
todos nos gusta pensar que podemos hacer algo por el medio ambiente
ahorrando agua, ahorrando energía o consumiendo menos recursos, pero el
caso es que no es así. Una cosa es el efecto simbólico, para sentirnos
comprometidos, mirarnos al espejo y sentirnos bien, y otra cosa, muy
distinta, que el pan que nosotros no tiramos a la basura vaya a la mesa
de los que tienen hambre o el agua que ahorramos vaya a las sedientas
tierras de los que no la tienen.
Como vivimos en un mundo donde es pecado mortal maldecir a los
unicornios, pues vale, lo aceptamos y tiramos para adelante, pero la
realidad es otra cosa muy diferente.
La realidad es que el ahorro de cualquier bien o recurso, supone su abaratamiento para aquel que decida consumirlo.
La realidad es que la gasolina que nosotros ahorramos es la que pueden
quemar los norteamericanos en sus coches de dos toneladas, y lo cierto
es que si nosotros no la ahorrásemos ellos tendrían que pagarla a mucho
más de los 50 céntimos de euro a los que la pagan ahora.
La realidad es que la gasolina que nosotros no quemamos no va a una
hucha, ni se entierra en el subsuelo para que nadie la queme y no
produzca CO2. Va al mercado, aumentando la disponibilidad para el que la
quiere quemar y disminuyendo su precio.
El carbón que nosotros no quemamos no desaparece en el espacio sideral
para no contaminar: es el que queman los chinos, más barato precisamente
porque nosotros no lo demandamos, y el que les ayuda a barrer del mapa
nuestras tiendas y nuestras industrias, incapaces de competir con sus
precios.
La leña que no quemamos los que vivimos en los pueblos es la que
abarata los pellets para las calderas urbanas y las calefacciones de
biomasa.
Y es que se puede seguir a todos los niveles, porque el efecto
disponibilidad y sustitución del consumidor es eterno y universal. Por
poder, os puedo contar lo que decía alguien en un pueblo leonés durante
la sequía de hace seis o siete años: “A ver si convencemos a la gente de
que ahorre agua, porque si no ahorran, por la noche no puedo llenar la
bañera y tengo que duchar a los niños”. Y no imagináis lo ecologista y
solidaria que era en público esta señora. Ella lo había entendido:
convencer a los demás de que ahorren abarata lo que tú quieres consumir y
te lo pone en bandeja.
Todo esto se puede teorizar de manera académica y acompañarlo de
hermosas gráficas en las que se demuestra que al reducirse la demanda de
un bien su precio disminuye, de modo que se vuelve atractivo para otros
usos o para otros consumidores. Per tranquilos, que no voy a caer en
ese vicio.
Lo que sí deseo es que el concepto quede claro, porque es ley: mientras
haya demanda para un recurso, el recurso se consumirá, y el ahorro o
restricción por parte de un segmento de la población no reduce el
consumo total, sino que lo traslada a otras capas y a otros grupos, y
además a un precio menor.
Ser un cerdo siempre es malo. Ser un derrochador que desperdicia los
recursos es una idiotez y un acto majadero. Pero hablamos de ética, no
de efectos prácticos.
El agua que no uses para regar tu huerta, la usarán para regar otra. O un campo de golf.
La gasolina que tú ahorres la quemarán en Indonesia.
Las truchas que no pescamos río arriba, son las que pescan río abajo.
“La chica a la que no besaste no se metió a monja: se casó con otro”, me apuntan aquí al lado.
Si con este último ejemplo no queda claro, ¿qué carajo queréis que haga?
Javier Pérez (www.javier-perez.es )