Queridos lectores:
Hace poco, participé en la presentación de un libro sobre psicología climática en una librería de Barcelona. Mi función en ese evento era hablar principalmente sobre el Cambio Climático y la Crisis Ambiental, con alguna pincelada sobre la Crisis Energética y de Recursos. Al acabar el acto se me acercó una persona, la cual literalmente me dijo que ahora que me había escuchado entendía mejor cuál era mi opinión. Como quiera que yo no entendiera a santo de qué venía esa frase, esta persona me dijo que ella pertenecía al Consell de la República (órgano extraparlamentario cuya función es asesorar a lo que debería ser la futura república independiente de Cataluña) y que yo, literalmente me dijo, "les había hecho sufrir". Capté en ese momento por dónde iba y le dije que la entendía, pero poco a poco fui llevando la conversación al punto que a mi me interesaba: "Bien, ahora que me ha escuchado se ha dado cuenta Vd. de que mi posición no es tan radical, ni tan infundada, como Vd. se pensaba. De hecho, esa versión caricaturesca de mi discurso que Vd. ha oído tan a menudo tiene más que ver con mi crítica al capitalismo que no con mi presunta posición antirrenovable". Al finalizar, le conminé a leer lo que yo he realmente escrito, en vez de quedarse con la versión de mi que otros dan.
Un par de días antes tuve que sufrir en las redes sociales el bastante maleducado acoso de un señor que parece ser trabaja para una de esas publicaciones de verificación de noticias. Su mensaje tenía un tono acusatorio inequívoco: "¿Cuándo va a pedir Antonio Turiel perdón?", y enlazaba y citaba frases de un post mío del año pasado, "El porqué de un llamamiento". Allí, entre otras muchas cosas, decía que el pasado invierno habría gente que moriría de frío y que seguramente se producirían apagones en Europa, aunque dejaba claro que en España era harto improbable que pasase tal cosa. En aquellos meses, yo estaba muy impresionado por los continuos anuncios de planes de contingencia frente apagones en el Reino Unido, en Francia, en Alemania, y me había estudiado el documento de ENTSO-E sobre cómo íbamos a sortear el invierno. Y después de la voladura del Nord Stream todo apuntaba en la peor de las direcciones.
Obviamente pasó el invierno y la cosa no fue ni de lejos tan grave, en parte por la fuerte disminución de la actividad industrial (que aún se profundiza) y en parte por un invierno anómalamente templado. Justamente le repliqué esto a mi inopinado interlocutor, pero cual martillo de herejes intentaba, siempre con modales sinceramente mejorables, desmontar cada cosa que yo decía como si fueran meros bulos. Así, si yo decía que en un momento la anomalía térmica en Centroeuropa llegó a ser de 15 grados, él me atizaba con una gráfica de las anomalías promedio mensuales de toda Europa (en sí muy considerables, por encima de un grado si recuerdo bien) y todo de este jaez. Al final me cansé del tono chulesco y le bloqueé. El bloqueo es una fantástica herramienta para que los pesados no vean qué escribes y también para no ver tú qué barbaridades ponen y así no te entren las ganas poco oportunas de responder.
Es cierto: en Europa no pasó lo que se temía. Para este señor, eso me hacía a mi acreedor de la obligación de disculparme, como si por culpa de mis palabras algo malo hubiera sucedido, y como si lo que yo decía fuera un auténtico disparate infundado. Por desgracia, los problemas estructurales que teníamos entonces no se han resuelto en absoluto, y la próxima vez que venga un invierno frío (con un poco de suerte éste que viene tampoco lo será) podría pasar lo peor. Por cierto que justo antes de bloquear a este energúmeno, trataba de porfiar acerca de qué es lo que entendía yo por invierno frío.
Este autoproclamado censor había comenzado a rondarnos, a Juan Bordera y a mi, unos días antes a resultas de un artículo que publicanos en Contexto y Acción. En él hablábamos de los fenómenos de intensificación climática actuales y en un momento osamos decir que los modelos climáticos del IPCC tienen dificultades en describir los puntos de transición, debido a su fuerte no linealidad. A este martillo de herejes, en su profunda ignorancia, debió sonarle nuestra afirmación a negacionismo climático del más rancio, e ipso facto comenzó a acosar a Juan por esa concreta frase. Juan se afanó en publicar referencias sobre esta cuestión, pero en el mundo de opciones binarizadas de este señor seguramente tales matices no entran. Lo cierto es que su furibunda diatriba no puede ser más necia: cualquiera que haya trabajado con modelos geofísicos sabe que, por el efecto de la discretización de las ecuaciones y de la integración de las mismas, se genera ruido numérico que el carácter no lineal de las ecuaciones de Navier Stokes amplifica descontroladamente y por ello se requiere introducir cierta viscosidad numérica que inevitablemente suaviza los resultados. Añádase que algunos modelos incorporan cierto grado de relajación a climatología, que la elección del esquema de clausura turbulenta también tiene mucho impacto y que muchos procesos, como la interacción con el hielo, están mal descritos porque están mal comprendidos, y así se entenderá mejor porque los modelos climáticos tienen sus limitaciones. Limitaciones que resultan caer, en todas las ocasiones, en el lado de subestimar la gravedad de los problemas, y nunca en el de sobrestimarla (todo es siempre peor de lo esperado). Lo que para el celote verificacionista es negacionismo es en realidad una aceptación de nuestras limitaciones y un aviso de que en realidad las cosas son peores de lo que nos pensamos.
Mientras contabilizaba la energía que Juan y yo hemos perdido con este auditor escogido por nadie, yo me preguntaba si usará ese mismo furor revisionista delante de quienes decían que el futuro era la gran eólica (ésa misma que está ahora mismo colapsando económicamente) o sobre los que por encima de toda evidencia técnica aún claman que el hidrógeno verde es el combustible del futuro. En particular, me pregunto si les habrá exigido, como hizo conmigo, que pidan perdón, lo cual estaría bastante más justificado, viendo la cantidad de millones que se están tirando a la basura. La pregunta es retórica: verificadores, sí, pero no imbéciles. Arrogantes con el débil y sumisos con el poderoso.
Siguiendo con las redes sociales, pocos días después tuve que aguantar una nueva ridícula murga acerca de un artículo que publiqué en Contexto y Acción hace un año, "El manifiesto que nadie pidió". Hice en ese artículo un par de afirmaciones que en su momento escocieron mucho y las cuales desde entonces ciertas personas intentan siempre refutar. La primera es que en la red eléctrica no cabe un kilovatio·hora más, así que poco se justifica instalar más y más sistemas masivos de producción de electricidad. Y eso es simplemente factual, es otra manera de decir que el consumo eléctrico cae desde 2008. Por supuesto, la caída del consumo no es una simple línea recta, sino que tiene cierta modulación, pero la tendencia decreciente es a todas luces innegable.
Contra este hecho irrefutable se han intentado oponer muchos argumentos de una banalidad infantil y unos pocos con algo de sentido. Entre los últimos se encontraría el hecho de que la caída del consumo se debe fundamentalmente al despegue del autoconsumo. Aunque hay pocos números sobre el autoconsumo, y aún aceptando que algo ha influido en la caída de la demanda observada en la red de alta tensión, un análisis rápido muestra que es imposible que la mayoría de la caída se corresponda con esto; aunque en realidad da igual, porque la clave es que no hay mucha justificación para los grandes proyectos, y más si verdaderamente el autoconsumo fuera tan floreciente. Entre los argumentos banales nos encontramos que ese año se ha instalado mucha energía renovable "¿y cómo va a ser que se instale si no se aprovecha?", el confundir los kW instalados con los kW·h generados, y en general hacer una loa a que las nuevas tecnologías de almacenamiento, de coches eléctricos y de hidrógeno verde van a permitir en un futuro "próximo" aumentar el consumo.
Más sutil es la porfía con el otro de mis argumentos en el artículo, en el que digo que a principios del siglo XXI se había instalado en España mucha energía renovable y que ahora simplemente no se puede integrar más. Aquí mis púgiles dialécticos me enseñan gráficas que muestran cómo se ha incrementado en los últimos diez años el consumo de electricidad específicamente renovable (con un notorio estancamiento en los dos últimos), demostrándose así, a su entender, que sí que se integrado más. En este caso, la palabra clave es "integrado". La integración de los sistemas renovables tiene que ver con el papel que desempeñan dentro del sistema eléctrico (algo que Beamspot nos ha explicado con mucho detalle), y no si en determinados años producen algo más o algo menos de energía. De nuevo, que se estén instalando cada vez más sistemas de energía renovable no demuestra que se estén integrando en la red, si la energía finalmente consumida que viene de las renovables ya podía producirse con lo que existía antes de la instalación de esos nuevos sistemas. En realidad, para probar que se está integrando más energía renovable se necesita demostrar que las nuevas instalaciones están proporcionando una energía que ahora se consume y que antes no estaba disponible, cosa que obviamente no ha pasado si nos fijamos solamente en los últimos años. Aquí, de nuevo, yo juego con la imprecisión temporal de los plazos (¿qué quiere decir exactamente "en los últimos años"), pero, a fin de cuentas, el artículo que tanto les desvela no deja de ser una pieza divulgativa y de opinión, y no un trabajo científico donde todo tiene que ser obsesivamente precisado. Y si les molesta tanto que no sea más preciso, entonces no deben ser capaces de abrir un periódico; o quizá deberían entender que más que mostrar de forma precisamente cuantificado algo, lo que se pretende es introducir de forma divulgativa un concepto. Mención aparte merece el hecho de que si en la suma de la energía renovable generada se introduce la hidroelectricidad (que también es renovable), la resultante es aún menos brillante por lo que ha sufrido la sequía de los últimos dos años esta fuente en particular.
Todos estos ejemplos tienen en mi opinión un denominador común: intentar demostrar que o bien me equivoco o que estoy proporcionando deliberadamente una información errónea. La posición de partida es ésta: simplemente, no puede ser que yo tenga razón. Porque si tengo razón, entonces el mundo, su mundo, se hunde. Ese mundo que han construido basándose bajo la hipótesis de que podremos mantener el mismo nivel de consumo actual, simplemente cambiando nuestras fuentes de energía. Y así no puede ser que los sistemas renovables tengan muchas y notorias limitaciones, que los recursos que se precisan sean no solo escasos sino insuficientes a tal fin, ni que los problemas de sostenibilidad (de recursos, ambientales, sociales, etc) exigen un cambio de rumbo inmediato.
Hay algo, empero, que es nuevo: el nivel de porfía, de empecinamiento. Esta gente está convirtiendo el intentar refutarme en una cuestión vital. En vez de pasar olímpicamente de mi (no nos engañemos, sigo siendo un don nadie y mis opiniones no tienen ningún impacto en ninguna toma de decisión relevante), se obsesionan conmigo. No es algo casual, creo. Estas últimas semanas han sido nefastas para el sector renovable: ahí están los anuncios de los sucesivos planes de rescate de la eólica, centrados fundamentalmente en Siemens Gamesa pero con el resto de empresas también afectadas en mayor o menor medida por los mismos problemas; o la creciente preocupación por los precios cero o negativos de la electricidad en el mercado mayorista, que preludian el estallido de la actual burbuja renovable al estilo del parón que se vive en Alemania desde 2016 con el frenazo de la Energiewende. Ahora más que nunca hay necesidad de contrarrestar las noticias negativas matando al mensajero y descalificando los datos que se dan, por más que sean eso, datos.
Justo antes de que se produzca una transición de fase, un sistema muestra síntomas crecientes de inestabilidad. Algunas variables críticas oscilan, y a medida que te acercas al fatídico punto de ruptura, estas oscilaciones se van haciendo más lentas pero al mismo tiempo de mayor amplitud. Así, hasta que algo se rompe y el sistema colapsa en su nuevo estado.
Toda esta creciente porfía insensata nos muestra esto, que nos estamos acercando a ese punto crítico, a ese momento de ruptura. Lo peor es que los que porfían descuidan lo que debería ser la sustancia real de la discusión: el mantenimiento del bienestar de los ciudadanos y la defensa del interés común. Sacrifican lo que son los asuntos de la polis, la política, por defender una tecnología concreta, unos conceptos abstractos concretos. No se ocupan ya de la polis. Son porfías idiotas, en el más propio sentido terminológico. Lástima que en este momento no tengamos tiempo que perder en discusiones espurias y desatinadas. Suerte del bendito botón de bloqueo...
Salu2.
AMT