Imagen del blog de Stephen Rees, http://http://stephenrees.wordpress.com |
Queridos lectores,
Hace unos días tuve el honor de participar en un acto organizado por el Ayuntamiento de Figueres; se trataba de una mesa redonda sobre cambio climático y el papel que han de tener los ayuntamientos para afrontarlo. Me invitó el propio concejal de Medio Ambiente, el cual, por cierto, no está nada conforme con el post que dediqué a la cubierta fotovoltaica instalada en una céntrica plaza de ésta, nuestra ciudad (me explicó sus motivos y aunque no los comparto plenamente al menos ahora puedo entender las razones que se adujeron en su día para justificarla). Y a pesar de esta, digamos, no muy apreciada carta de presentación quiso el concejal, que ya me había oído hablar en otro foro, contar conmigo para esta ocasión - imparcialidad que le honra.
Sin entrar en detalles, la mesa redonda fue transcurriendo por derroteros cada vez más sombríos: primero un empresario del sector de las energías renovables "de proximidad", realista y ponderado, describiendo las ventajas y los inconvenientes (y los innumerables obstáculos) de su actividad; luego yo, haciendo una rápida semblanza de la crisis energética global, su conexión con la crisis económica, y cómo la salida que absurdamente intentaremos nos llevará a agravar el problema del cambio climático (tema que ya abordamos en un post) sin cambiar significativamente el curso general de los acontecimientos, si no es a peor. Y por último habló el Director de Consejo Asesor para el Desarrollo Sostenible (CADS) de la Generalitat de Catalunya, con quien yo había coincidido el última día que estuve en Catalunya Ràdio (pero ésa es ya otra historia), el cual me sorprendió haciendo un discurso bastante negro y deprimente sobre el futuro que nos espera; con un ligero rayo de esperanza al final, pero que él mismo matizó a la baja.
Después del acto estuvimos varios de los asistentes, algunos de ellos con responsabilidades políticas, tomando algo (muy frugalmente, la austeridad está calando en la Administración) y observé algo que hace tiempo que vengo detectando: un cierto fatalismo madmaxista (como gustan de decir algunos lectores para describir visiones apocalípticas). Así, uno decía que el ser humano está abocado a su extinción, mientras que para otro la revolución sangrienta era el siguiente capítulo de nuestra historia. Y lo decían así, tranquilamente, como si la cosa no fuera con ellos, como si no fueran ellos y sus familiares los que vayan a ser pasados a cuchillo. El más moderado decía que sólo aprendemos a bofetadas y que sólo comenzará a haber una reacción cuando nos caiga la primera fuerte (lo cual, por desgracia, es bastante cierto: eso sí, falta ver si después nos podemos volver a poner de pie).
Lo preocupante de esta dosis de sobre-realismo que poco a poco va calando en ciertos estratos de nuestra clase política (los que tienen un contacto más directo y cercano con el administrado, me temo) es que tan fatídico para nuestro futuro es el exceso de triunfalismo y confianza en el futuro (el típico "no hacer nada" con el que históricamente se ha salido de las crisis en España) como el derrotismo absoluto y la inacción. Y ahí está el meollo de la cuestión que quiero discutir hoy: qué tipo de medidas y actitudes no nos van a permitir salir de esta crisis, sino que la van a empeorar.
Dejemos primero clara una cosa obvia para el lector asiduo de este blog: como tanto hemos repetido, esta crisis económica no va a acabar nunca, no al menos dentro de nuestro paradigma económico. El corolario obvio es que entonces tenemos que cambiar nuestro sistema económico y por ende el financiero: que no haya solución dentro de este paradigma, merece la pena insistir en ello, no quiere decir que no haya una solución saliéndose del paradigma, y ya discutimos aquí algunas maneras razonables de encarar esa salida por la tangente. Pero tal pretensión se considera tan disparatada y maximalista que no resulta aceptable, y por tanto se habla y se habla de reformar el sistema político cuando lo que falla y todo gangrena es el económico. Y esto lleva a una serie de actitudes disonantes características de nuestros representantes y de los propios ciudadanos, que en realidad tienden a empeorar la situación por no entender qué está pasando. A saber:
- Inacción esperando el Deux ex machina: Ésta es la práctica más habitual en España en las últimas décadas. Consiste en esperar a que los países ricos de Europa (Alemania, Francia, Inglaterra, los países nórdicos) salgan de la crisis y mediante su envío de turistas y de inversiones nos saquen del marasmo. Seguramente ésta fue también la inconfesable apuesta del anterior Gobierno durante los primeros años de esta crisis, pero a estas alturas, con un 22,3% de paro, superando el paro juvenil el 40% y más del 50% de los empleados siendo mileuristas ningún Gobierno se puede permitir el lujo de cruzarse de brazos y sentarse delante de su puerta a esperar. Y es que los países ricos no acaban de remontar el vuelo, y todo apunta a que van a volver a entrar en recesión (en la nueva recesión).
- Legislar mucho, sobre todo en materia fiscal: Ésta es la corriente que dominó la última etapa del Gobierno anterior y que domina la primera etapa del Gobierno actual. Como no se puede no hacer nada, vamos a hacer mucho, y como no sabemos el qué, vamos a actuar sobre los mecanismos más directos y que más conocemos. Si hay contracción económica, vamos a estimular la inversión disminuyendo la recaudación a los empresarios con bajadas de impuestos o reduciéndoles sus costes, sobre todo por la vía del abaratamiento del despido y las facilidades para reducir los sueldos - vía destrucción del concepto de convenio colectivo-, en el contexto de la mal llamada reforma laboral (que es en realidad una revocación de la legislación laboral vigente). Como por otra parte hay un desequilibrio fiscal importante (fruto del rápido y no previsto ni analizado descenso de ingresos por la propia caída de la actividad económica), se aumentan los impuestos a las clases medias y bajas, ya sea por la vía directa o la indirecta. El problema de tal manera de actuar es que se inhibe el consumo, en parte por pérdida de renta de la masa de consumidores, en parte por la creciente sensación de inseguridad y tendencia a ahorrar "por si vienen mal dadas", lo cual impacta negativamente en las empresas que se nutren del mercado doméstico. Durante un tiempo se ha compensado en parte este negativo efecto gracias a las empresas que se nutren del mercado exterior, esto es, de las exportaciones, pero ahora que hasta China y Brasil dan muestras de ralentización económica (cuando no de franca recesión) la caída de ingresos de las empresas es palmaria y por tanto la crisis se agrava: menos empresas, menos ingresos para el Estado, mayores problemas para equilibrar las cuentas -mayor déficit- etc en una espiral de autodestrucción.
- Derrotismo y abandono: Algunos de nuestros representantes, que empiezan a interiorizar sin saber el por qué que de esta crisis no se sale, están comenzando a bajar los brazos y dejarse llevar, pero no confiando en que se arregle solo sino deseando que no se estropee mucho más. Encima cada día reciben un mayor caudal de descrédito y de desprecio por parte de los ciudadanos, cada vez más agobiados por una crisis que amenaza con sumir casi al 50% de los otrora ricos europeos en la pobreza y la exclusión (lo que también fue discutido con cierta profundidad en este blog). Todo lo cual vuelve a nuestros políticos un tanto cínicos y descreídos, aparte de ligeramente amargados, puesto que en muchos casos entraron con ganas de cambiar las cosas y las cosas les cambiaron a ellos. Este abandono es actitud humana pero infantil, e inaceptable en alguien que ha de servir de referencia y guía a sus conciudadanos en estos tiempos difíciles.
- Intentar resolver la crisis con medidas de ahorro energético: Otros identifican correctamente que hay un problema con la energía, pero se saltan la conexión energía-economía (como si fueran dos aspectos diferenciados e independientes) y creen que lo que se tiene que hacer es fomentar el ahorro y la eficiencia energética, aparte de la investigación en energía renovable. No tienen en cuenta que todo lo que uno ahorre necesariamente lo consumirá otro, porque el sistema económico busca maximizar el output (la producción, de lo que sea, bienes o servicios) y que por tanto nuestro sistema económico está programado para el despilfarro, no pudiendo funcionar eficientemente de otra manera. La eficiencia energética, otro de los lugares comunes de las propuestas de actuación política, no siempre es conseguible: a veces sólo nos fijamos en una parte del ciclo de vida de un producto -e.g., consumo de una bombilla eco-eficiente- sin tener en cuenta que el gasto total de energía es mayor -e.g., mayor coste energético de fabricación al implicar materiales raros difíciles de procesar e importados desde lejos, con reciclaje costoso). Incluso en los casos en los que se alcance una mejor eficiencia, en una economía de libre mercado tal ganancia de eficiencia implica un mayor gasto energético, y no menos (es la denominada "Paradoja de Jevons", que Quim discutió con detalle en un post). En algunos casos, cuando he señalado este problema con la eficiencia, los gestores apuntan acertadamente a la necesidad de regular el consumo de recursos, pero sin darse cuenta de que la implementación de tal restricción legislativa es incompatible con un sistema de libre mercado y que puede dar lugar a muchos problemas indeseables. Por último, respecto al fomento en la investigación en energías renovables, no deja de ser curiosa tal afirmación, como si no lleváramos décadas invirtiendo e investigando en tales fuentes, y como si porque ahora lo necesitamos obtendremos aquello que queremos (y eso sin hablar de los límites de potencial máximo y de otros tipos que tienen). Pero lo que más me alarma es que la gente que me oye hablar de crisis energética y está concienciada tiende a incidir en el ahorro energético, y no se dan cuenta de que su problema no es energético en primer lugar, sino económico. Qué más da que ahorre una energía (que al final consumirá otro) si su problema es que no tiene capital para sufragar sus proyectos, para el mantenimiento de la infraestructura, para preservar el empleo, para dar de comer a la gente... La crisis energética es sólo el síntoma; el problema es más grave y más profundo, y no es otro que la inviabilidad del sistema económico y productivo (y por ende financiero) tal y como está planteado. Intentar actuar sobre la crisis energética, el síntoma, es como pretender curar un cáncer con aspirinas sólo porque al paciente le duele la cabeza.
- El exceso de garantismo: Justamente el otro día, cuando empezamos a hablar más seriamente de estos temas y mis interlocutores estaban dispuestos a ir un poco más allá, surgió una cuestión que yo creo que a la larga será clave: la necesidad, en ciertos momentos, de saltarse un poco a la torera la legislación vigente. No estoy hablando, por supuesto, de transgredir la legislación penal ni cualquier otra que afecta a la salud y el bienestar de las personas, sino la meramente administrativa surgida de un entorno de amplios recursos donde la actividad está más controlada y reglada y la parsimonia es la norma, lo cual puede ser letal cuando tu objetivo es asegurar el alimento de la gente. No pude desarrollar mi argumento porque mis interlocutores se alarmaron ante mi afirmación inicial, puesto que la Administración no debe violentar las normas (a pesar de lo muy frecuentemente que lo hace, y en materias penalmente más graves). Sin embargo, yo pienso en cosas muy básicas y banales. Por ejemplo, seguro que la normativa del municipio X no permite tener un huerto en un solar abandonado si no se cumplen los trámites Y y Z; pues bien, es simplemente "hacer la vista gorda" con esa normativa, o incluso derrogarla, si con ello vamos a solucionar un problema mayor, aunque la ciudad se nos vuelva estéticamente un poco menos chic (por ejemplo en mi ciudad no está permitido tender la ropa si ésta se ve desde la calle, con lo que la gente que sólo tiene un balcón generalmente se tiene que comprar una secadora si no quieren pagar multas recurrentemente). En suma, que resulta conveniente tener un poco más de cintura para poderse adaptar a una situación que aún hoy suena a inimaginable y de locos, pero que no faltando tanto tiempo será nuestro pan de cada día (y que nos lo den cada día).
- Voluntarismo mal entendido: El otro día la nueva alcaldesa de Madrid hacía un llamamiento a que sus ciudadanos se hiciesen cargo de los servicios de manera voluntaria (suena increíble, pero la noticia es cierta). Lo cual está muy bien, porque uno de los elementos clave de la transición es el apoyo de la comunidad. Lo que demuestra que la Sra. Alcaldesa no ha entendido la substancia de la situación es su afirmación "Me gustaría que esos espacios públicos, centros culturales, polideportivos, que hemos construido y por la crisis no podemos atender a todas las necesidades que requieren, los madrileños se implicaran para hacerlos rentables". Negrita del original de la noticia, y muy oportuna, porque ahí está la clave del error de la señora alcaldesa, o bien que le traiciona el subconsciente y dice lo que debería callarse, y es que su motivación es la rentabilidad, no el servicio. Está claro que la vía a seguir es la de la implicación ciudadano delante de unas instituciones que fallan, aunque para cosas más importantes que mantener unos polideportivos (cuyo mantenimiento, como siempre pasa en España, no fue contemplado como gasto recurrente por la Administración contratante). Lo que pasa es que si los administrados toman el papel de administradores, ¿para qué quieren entonces a la Administración? La socialización de la gestión implica la pérdida de sentido del Ayuntamiento. Aunque posiblemente muchos Ayuntamientos quiebren y sean estos ayuntamientos oficiosos y voluntarios los que ejerzan al final de poder local real. En todo caso, este tipo de "solución" no sólo no resuelve el problema, sino que crea uno nuevo: el de la eliminación de la Administración local por la vía de facto (lo cual recuerda mucho a la fase 3 del colapso).
En suma, una curiosa colección de mala praxis para gestionar una situación inédita, cuando más que nunca se necesita claridad de ideas y firmeza de actuación. Pero para lo cual probablemente el propio pueblo ha de tener las ideas claras, y la primera cuestión es, insisto, comprender qué está pasando (una carta sencilla para los que aún no lo entienden), y delante de ello actuar como un adulto, no como un niño. Ahora, vuelvan a leer las propuestas utópicas que hicimos en su día, y párense a pensar si no son en realidad mucho más prácticas que lo que se está haciendo.
Salu2,
AMT