viernes, 16 de febrero de 2024

Si nuestra supervivencia fuera importante


Queridos lectores:

Este no es un post cómodo. No sigan leyendo si no se sienten con la presencia de ánimo adecuado. Avisados quedan.

La semana pasada cayó como una bomba la publicación del último estudio sobre un hipotético colapso del brazo atlántico de la Corriente de Lazo Meridional (AMOC).  Y no es porque este tema no haya sido estudiado con intensidad desde hace décadas, sino porque este estudio cierra un frente que aún permanecía abierto en este debate. Durante los últimos años, con la mayor abundancia de datos y mediciones y con mejores herramientas de análisis, se ha ido acumulando cada vez más indicios de que el Cambio Climático podría llegar a ocasionar el colapso de la AMOC. Particularmente relevante fue un estudio publicado el año pasado en Nature Communications que mostraba que el colapso de la AMOC podría llegar a producirse en cualquier momento de este siglo. En aquel momento yo publiqué un post sobre el tema ("Si no es ahora, será después"), el cual les recomiendo que lean ahora si no saben absolutamente nada sobre esta corriente oceánica y las consecuencias de su detención. Y aún no ha pasado un año cuando ha aparecido el impactante estudio de Westen, Kliphuis y Dijkstra en Science Advances, el cual claramente marca un antes y un después.

La importancia del estudio de Westen et al radica en que por primera vez se consigue reproducir el colapso de la AMOC en un modelo de simulación climática de los que usa el IPCC. En el experimento numérico, se aumenta de manera muy lenta y progresiva el flujo de agua dulce que provendría de la fusión del agua continental en Groenlandia y Canadá, mientras que se mantiene una concentración de gases de efecto invernadero y una temperatura constantes y con valores de antes de la Revolución Industrial. Porque el objetivo del experimento numérico no es reproducir lo que está pasando en el mundo real ahora mismo, sino saber si con el forzamiento adecuado el colapso de la AMOC podría producirse, a qué velocidad sucedería y si existen un indicador temprano que nos alerta de la cercanía al colapso. Y aunque el valor de descarga de agua dulce a partir del cual la AMOC colapsa es elevado (unas 80 veces más grande que la descarga estimada desde Groenlandia), lo que se observa es que la AMOC colapsa muy rápido, de modo que antes de 100 años su valor es casi residual, y el grueso de la caída se verifica en menos de 50 años. Por otro lado, se encuentra que el flujo de agua dulce a través del paralelo 34º S es un indicador fiable de la proximidad al punto de colapso, independientemente de sus causas (si es solo el exceso de agua dulce del deshielo continental u otras causas individualmente o combinadas). En la segunda parte del trabajo se toman medidas del mundo real para hacer estimaciones del flujo de agua dulce a través de 34ºS para ver dónde estamos, y aquí es donde se desatan los demonios: el valor actual de ese flujo revela que estamos muy cerca de llegar al colapso de la AMOC, si no es que ya está en marcha. Y que, en todo caso y si no se toman medidas, el colapso comenzará este mismo siglo, en consonancia con el estudio de Ditlevsen & Ditlevsen del año pasado.

He visto algunas críticas quitando importancia al trabajo de Westen et al debido al hecho de que el flujo de agua dulce que provoca el colapso de la AMOC es muy elevado (alrededor de 0,5 Sv o hectómetros cúbicos por segundo) y que por tanto no es realista y que eso significa que no hay un riesgo real de colapso de la AMOC. En realidad quien dice esto no ha entendido el trabajo: como he dicho más arriba, en la parte del análisis con el modelo numérico Westen et al están buscando tres cosas: 1) saber si un modelo puede reproducir un colapso de la AMOC con el forzamiento adecuado; 2) si tal colapso sería rápido; y 3) si existe un indicador temprano de ese colapso que no dependa del forzamiento. Y la respuesta a esas tres preguntas es sí. Después, van a los datos del mundo real y con ese indicador evalúan en qué punto estamos, y el resultado es clara e indiscutiblemente alarmante. Y es que, en realidad, hay muchos factores que están parando la AMOC. Uno de ellos es el agua del deshielo, pero otro que seguramente está siendo más importante (porque afecta a un área mucho mayor) es la reducción del viento en superficie, porque el  viento vuelve el agua más densa por dos efectos: por que la enfría y porque favorece la evaporación, que la vuelve más salina. Y estamos constatando que el viento está siendo anómalamente bajo en esta zona.


En realidad, es muy difícil contabilizar todos los factores y procesos que están afectando la AMOC, y además mucho de ellos son más difusos y afectan a un área mucho mayor que el modelo simple conceptual que se suele usar (cuña aquí: en mi grupo hemos desarrollado un método pionero para poder medir directamente la formación de aguas profundas a través de datos de satélite, y pronto - cuando acabe de revisar yo el nuevo artículo - mostraremos qué está pasando en el Atlántico Norte). Por tanto, lo más sensato es mirar a los indicadores tempranos como el que se ha analizado en Westen et al (que en realidad no es nada nuevo y que hace tiempo que se utiliza como indicador de la estabilidad de la AMOC).

Como el propio artículo de Westen et al muestra, si la AMOC colapsa los efectos climáticos serían catastróficos. Sin el efecto benéfico de esta corriente oceánica, que aporta calor y humedad a Europa, el continente tendería al clima que le correspondería por la latitud a la que se encuentra, similar a la de Canadá o la del sur de Siberia. Las temperaturas en la Europa Central caerían unos 30 grados, el hielo del Ártico llegaría cada invierno a las puertas de París... El continente no solo se volvería más frío, sino también más seco, y probablemente sería completamente inhabitable. Los países del Sur de Europa se quedarían con temperaturas mucho más aceptables, aunque el reto seguiría siendo la escasez de precipitaciones (lo cual dependería de si la corriente del Golfo se debilita mucho o no). Al otro lado del Mediterráneo y en Mesoamérica, las temperaturas se dispararían porque el exceso de calor atlántico no tendría por dónde liberarse. En general las tempestades se volverían mucho más violentas en todo el Atlántico Norte, y por ajuste geostrófico el nivel del mar en esta zona subiría al menos 70 centímetros. Pero lo peor sucede alrededor del Ecuador: el recalentamiento del Trópico de Cáncer empujaría la Zona de Convergencia Intertropical varios centenares de kilómetros hacia el sur, lo cual desplazaría el monzón sudamericano (acabando con la selva amazónica), el africano (acabando con la selva africana) y el indio (comprometiendo las cosechas en ese subcontinente habitado por 1400 millones de personas). Lo peor del asunto es que hay muchos síntomas de que esto está comenzando a suceder: sequía en Europa y en Mesoamérica, desplazamiento de la ZCIT, sequía en la India, recalentamiento del agua superficial del Atlántico Norte...

Bien, hasta aquí la justificación de por qué el artículo de Westen et al es tan importante y el diagnóstico de la situación.

La pregunta natural ahora es:

¿Qué podemos hacer para evitar esta catástrofe? 

Eso si es que siquiera es evitable; si no, la pregunta es:

¿Qué podemos hacer para adaptarnos a esta catástrofe?

Teniendo en cuenta la magnitud del problema, cualquier propuesta tiene que tener también una dimensión comparable a lo que se quiere hacer frente.

Algunos políticos de poco fuste pero mucha mala fe han intentado aprovechar la noticia para intentar una vez más impulsar su fallida agenda industrialista, apostando de nuevo por más aerogeneradores, más placas, más coches eléctricos, más hidrógeno verde, más país, más planeta y si te descuidas pronto más galaxia. No son conscientes del ridículo que hacen con su cortedad absoluta de miras y su rigidez mental delante de la complejidad  y variabilidad de los retos en el mundo real.

Otros políticos con todavía peor intención, y su caterva de trolls (los que están a sueldo y los voluntarios entusiastas, que también los hay) optan por redoblar los cantos de sirena del negacionismo climático, tildando estos estudios de exagerados y apocalípticos, de dogma climático y de impulsar una agenda de tintes comunistoides con esta excusa.

Pero mientras unos y otros rebufan por los dos lados del espectro político, el poder económico ha tomado buena nota de los estudios y es perfectamente consciente de lo que hay en juego. De hecho, yo diría que en (ciertas) altas instancias hay ahora una visible incomodidad que poco a poco se va tornando en pánico.

Desde el punto de vista de esta gente, la que realmente rige los destinos de nuestra sociedad, la aproximación lógica a este problema es apostar por la geoingeniería, es decir, la modificación artificial del clima basada en un despliegue masivo de medios de todo tipo. Para ellos, éste enfoque es el lógico porque, aparte de implicar no cambiar para nada la deriva del sistema económico actual, se está creando toda una nueva oportunidad de negocio. Ya hace tiempo que se le hace publicidad a este tipo de "solución" y se intenta presentarlo como una opción viable y razonable. Estoy seguro de que a partir de ahora se van a redoblar los esfuerzos para que la opinión pública lo acepte como "la solución natural". El problema con la geoingeniería es doble: por un lado, se generan efectos secundarios indeseables e impredecibles, porque no tenemos ni una comprensión tan completa ni un control tan total sobre los procesos involucrados; por el otro lado, la escala a la que se tendrían que desplegar estas medidas para que tuvieran algún efecto es tan colosal que no es factible físicamente, no digamos ya económicamente. Quizá las únicas medidas que podrían crear un efecto a la altura de lo que se necesita sería quemar todos los bosques del mundo o una guerra nuclear - y creo que en esos dos casos los efectos indeseados resultarían bastante evidentes hasta para los más cerriles.

Un plan sencillo.

Podría pensarse que no hay nada que hacer delante este gigantesco problema, y que por tanto estamos condenados.

Nada más lejos de la realidad, al menos desde el punto de vista material, técnico. Salvo si realmente ya hemos superado un punto de irreversibilidad, aún estamos a tiempo de parar esto. Físicamente, aún es posible. Y ahora explicaré cómo.

Sé bien que los que braman desde lo que ellos llaman izquierda tacharán esta propuesta de "ingenuidad política". Cabe preguntarse si lo que ellos hacen no es todavía de una mayor ingenuidad, teniendo en cuenta que no consiguen cambiar nada. Mejor intentar cambiar algo y fallar que no intentarlo absoluto.

Por su parte, los que braman desde lo que ellos llaman derecha tacharán esta propuesta de "agenda globalista socialista davosiana comunista para acabar con la libertad" y no sé cuántos disparates más. Creo sin embargo que la destrucción de todo restringirá muchísimo más la libertad de las personas y las oportunidades de hacer negocios.

En todo caso, como es más que previsible que habrá una fortísima oposición por motivos ideológicos y para nada basados en la evidencia científica, y debido a que el esfuerzo que se requiere es escala planetaria, la primera cosa que creo que se debe hacer es dedicar un par de años a hacer todo el trabajo científico y técnico de evaluación de la magnitud del problema y llegar a un consenso sobre el estado actual y los riesgos potenciales. Quizá no tenemos esos dos años para perderlos, pero me temo que no tenemos elección, teniendo en cuenta cómo funcionan las comunidades humanas, incluyendo las científicas.

Una vez concluidos los trabajos de la comisión científica, se tendría que celebrar una gran conferencia planetaria, que forzosamente debería durar muchos meses, con grupos de trabajo verdaderamente interdisciplinares y sin la habitual injerencia de intereses espurios rebajando el tono de los textos. Esta conferencia debería salir con medidas concretas, concisas y de carácter fundamentalmente técnico.

En cuanto a las medidas, lo que se podrá discutir cómo se reparten pero la cosa es bastante simple: tenemos que reducir con carácter inmediato las emisiones de CO2 en un 90%. "Inmediato" quiere decir a la mayor brevedad, y por poner un plazo antes de un año. Luego, de manera más paulatina, habría que ir reduciendo el 10% restante. Haciendo eso, y teniendo en cuenta los mecanismos naturales de la Tierra de reabsorción de CO2, en un par de décadas deberíamos comenzar a notar efectos positivos y, si hemos tenido suerte, habríamos evitado el peor escenario.

Para que quede claro, esto no es decrecimiento. Esto es tirar a fondo y a la desesperada del  freno de emergencia. Con el decrecimiento se busca conseguir de manera paulatina y progresiva un descenso material y energético de manera que no se comprometa el bienestar de la gente. Aquí no. Aquí se alteraría de manera drástica y radical las condiciones de vida de todo el mundo,  sobre todo en los países más opulentos. Hay que ser honestos: la calidad de la vida bajaría. Todo estaría racionado, hasta los alimentos y el agua. Sería implementar una economía de guerra, con una obsesión que dominaría todas las acciones e intenciones, luchar para evitar esta catástrofe.

No es un escenario cómodo, agradable y progresivo lo que se ofrece. Es simplemente la única manera que tenemos de intentar evitar lo peor, y  es la única manera que está a la altura del tamaño y la gravedad del problema que nos desafía. Por eso es duro y desagradable, porque el peligro que afrontamos es muchísimo peor.

No es el futuro que querríamos, es el futuro que podríamos tener. El único realmente viable.

Sí, ya sé lo que dirán. Que no es políticamente viable. Que nunca se hará. Ahora vuelvan al principio del post y miren el mapa de cómo quedará el mundo. Piensen en los 3.000 millones de personas que se verán directamente impactadas por esta tragedia y que probablemente tendrán que abandonar sus lugares de residencia. Sí, lo que propongo es una locura. Pero no hacer nada y que sobrevenga esto es una locura mucho mayor. Tendremos que acostumbrarnos a luchar por estas locuras que nos ofrecen un futuro incómodo e indeseable si queremos simplemente tener un futuro.

Ya les dije que éste no era un post cómodo.

Por terminar: siempre me ha fascinado un libro de John Michael Greer que leí hace años. "La riqueza de la naturaleza: economía como si la supervivencia importase". Con mucha finura, JMG plantea el problema desde el propio titulo. Porque efectivamente el planteamiento económico habitual es que la supervivencia, tanto la nuestra como la del resto de seres vivos que nos acompañan en este planeta, no es algo que deba ser tenido cuenta. Por eso no podemos entendernos: nosotros hablamos el lenguaje de la vida y lo vivo, los otros, no. No sé de qué hablan, pero sé que no es de la vida.


Salu2.

AMT

P. Data: Otro día, si acaso, les contaré que por lo que parece el brazo sur de la MOC también está colapsando. Cosa que sé porque en este caso se trata de mi propio trabajo con investigadores del National Oceanographic Center of Southampton.

jueves, 8 de febrero de 2024

El coste de negar el decrecimiento

Queridos lectores:

En los últimos dos meses, he tenido ocasión de participar en varios programas de televisión y radio de alcance nacional (español). En todos ellos hemos hablado sobre decrecimiento, siempre con la excusa de las palabras de la reina de España pero siempre yendo bastante más allá en la discusión. Yo habría preferido mil veces que hubieran hablado con los académicos que en España han trabajado (Joan Martínez Alier) o trabajan (Giorgos Kallis, Jason Hickel, Xoan Doldán, Óscar Carpintero, Íñigo Capellán, etc) sobre el decrecimiento y que tienen no pocos trabajos técnicos y prácticos sobre la cuestión; pero el problema es que los medios de comunicación prefieren hablar con aquellas personas en las que por una u otra razón se ha fijado la atención pública. Así que he intentado defender lo mejor que he podido la idea del decrecimiento, pensando que en todo caso en este momento lo importante es introducir el concepto en la discusión pública y ya vendrán más adelante quienes ampliarán los horizontes.

Lo más curioso del momento actual es cómo la palabra "decrecimiento" está saliendo con mayor frecuencia y en los lugares más insospechados. Hace unos días, en una entrevista a Salvador Illa, líder de los socialistas catalanes y previsible candidato a presidir la Generalitat de Catalunya, él proponía su modelo de desarrollo: candidatura para unos próximos Juegos Olímpicos de Invierno (en una comunidad donde la nieve escasea en las montañas), extensión de la tercera pista del aeropuerto de El Prat (sobre el mar, cuando se anticipan eventos cada vez más extremos y ya será difícil mantener las infraestructuras actualmente existentes) y un macrocasino cerca de Barcelona (¿para atraer más turistas? ¿En una ciudad ya desbordada por la presión turística? ¿Y qué tipo de turistas? Y por no hablar por la más que previsible disminución del turismo en una situación de desindustrialización en Europa y recesión continua...). El caso es que de repente y sin venir a cuenta el Sr. Illa dijo que no se podía aprovechar la sequía (en Cataluña está batiendo marcas históricas, 3 años seguidos ya) para "intentar imponer el decrecimiento". Es un doble lapsus muy interesante, el del Sr. Illa. En primer lugar, porque como es obvio nadie impone el decrecimiento: como mucho, se estará proponiendo desde algunos círculos académicos, pero desde luego no desde ninguna estructura de poder real. Que el Sr. Illa diga esto significa que se siente amenazado por esta idea del decrecimiento, hasta el punto de que cree que se intenta imponer de alguna forma. La segunda parte del lapsus es que, trasponiendo los términos de su frase, se entiende que el Sr. Illa cree que sí que se puede intentar imponer el crecimiento.

El problema con el crecimiento es que no se puede imponer, menos aún que el decrecimiento. Y es el que el crecimiento requiere de unos condicionantes físicos: tiene que haber disponibles cantidades crecientes de energía y recursos (solo para empezar y por no hablar de las limitaciones ambientales, cada vez más determinantes). Y dado que eso es lo que empieza a escasear de manera más notoria, el problema es que el crecimiento no se produce por pura imposibilidad física. Por eso el Sr. Illa se siente amenazado, pero no comprende que lo que atenta contra el crecimiento no es el decrecimiento, sino la Termodinámica (o, en última instancia, la propia idea de crecer para siempre en un planeta finito, ahogada en sus propias e irresolubles contradicciones).

Por su lado, los pelmas de siempre y algunas nuevas que se quieren subir al carro de hacer méritos siguen con la tabarra de llamar colapsistas o similar a los decrecentistas (y con un accésit especial de incordiarme en las redes sociales con esta murga: parece ser que tocarme directamente las narices a mi forma parte del training para conseguir según qué cargos en la administración). Últimamente, como el término "colapsista" ha quedado un tanto desgastado por el manoseo ventajista de algunos políticos disfrazados de académicos (hasta el punto de que yo diría que, en parte por ese machuconeo obsesivo, lo de ser colapsista está ganando cierto glamour; tiene mérito la torpeza de esos políticos que están convirtiendo al pobre y pionero Félix Moreno en oscuro objeto de deseo - un cariñoso saludo a Félix desde aquí), nuestros y nuestras inefables están volviendo al más clásico "apocalíptico" (aunque tampoco falta el original que va y le explica a mi hija que yo soy un "trumpista colapsista" - vaya Vd. a saber qué coño quiere decir eso, aunque estoy seguro de que en su cabeza sonaba tan bien como su modelo energético para Cataluña en un Excel de 5 columnas). Claro que si siguen en ese camino de retroceso terminológico acabaremos en el más clásico "disidentes" o inclusive, yendo ya a los que nunca pasan de moda del todo, "herejes". Resulta particularmente ridículo que algunas de las que con la palabra "apocalíptico" azotan esgrimen que no hay ningún problema con la producción de petróleo, y que más bien el problema es que no se acaba de reducir su consumo. Y dicen eso en un momento en que la producción mundial de petróleo (bien, crudo más condensado, que es lo que puede convertirse en combustible líquido) puede haber caído ya el año pasado más de un 4% con respecto a los máximos de 2018.

Imagen de https://peakoilbarrel.com/september-world-oil-production-rebounds/


No solo eso, sino que actualmente se anticipa que la caída de la producción de petróleo va a acelerarse en los próximos años: Arabia Saudita renuncia a sus planes de expansión de producción y en EE.UU. se anticipa un cierto frenazo en la producción de fracking (y no pierdan de vista la suspensión de nuevas exportaciones norteamericanas de gas natural).Y eso por no hablar de los numerosos países que están experimentado una escasez nunca antes vista de combustibles, particularmente diésel (por algo será), peligro que acecha también a Europa y máxime cuando una de las reclamaciones repetidas en las protestas de los agricultores estos días es la de una rebaja en el precio del diésel. Por eso, resulta sorprendentemente necio negar los datos que muestran que lo que está costando mantener es la producción de petróleo, y no precisamente su consumo, por más deseable que sería que fuera este último el que estuviera cayendo.

También es característico de estos futuros subdirectores generales de algo (esa nueva clase hispánica, los subdalgos) el considerar que la única opción que existe para luchar contra el Cambio Climático es apostarlo todo al modelo de transición energética basado en la Renovable Eléctrica Industrial (REI). El REI consiste en un modelo de grandes parques de generación eléctrica renovable, distribuida a larga distancia a través de la red de alta tensión hacia los actuales grandes centros de consumo y producción industrial. El problema con el REI son las mismas preguntas incómodas que formulábamos hace 3 años y que siguen siendo vigentes hoy en día. Peor aún, cuando cada día que pasa se acumula la evidencia de que el modelo REI no funciona: ahí tienen a Gamesa perdiendo otros 426 millones este último trimestre y con la amenaza de una demanda colectiva por daños y perjuicios de sus aerogeneradores defectuosos, a Örsted suspendiendo dividendos al menos hasta 2026 y retirándose de España y Portugal y a la deuda astronómica de Acciona, además de los crecientes curtailments a la solar. Todo eso en un contexto en el que el consumo de electricidad a través de la red de alta tensión lleva cayendo, con altibajos, desde 2008: 

Evolución del consumo eléctrico en España a partir de REE. Cortesía de Sergi Saladié.

16 años ya, tiempo más que suficiente como para cuestionarse si realmente funciona el modelo de sustituir todo el consumo energético por electricidad renovable generada en grandes parques, y si se van a cumplir alguna vez las eternas promesas del coche eléctrico y del hidrógeno verde (que tienen ya décadas de recorrido con limitado progreso, por más que se intenten vender como apuestas recientes y prometedoras).

Me gustaría poder encontrar un nombre con el cual designar a los adalides del REI, pero es complejo porque, cuando se examinan con cuidado sus biografías, se encuentra que son muy dispares y variopintas: desde anarquistas partidarios de la acción directa reconvertidos a europeístas recalcitrantes hasta directores generales de entes vinculados a combustibles fósiles ahora defensores a ultranza de las "energías verdes", pasando por economistas que desconocen cuál es la unidad internacional para la energía, empresarios de empresas muy contaminantes que son ahora ejemplo de transición verde o ingenieros antaño antinucleares y hogaño talibanes, pasando por una extensa caterva de oportunistas y business makers, y un número decreciente (a medida que van viendo el percal) de personas que apuestan por el REI de buena fe. En pos de ese término común, examinamos qué iguala a esta gente tan diferente. 

La primera cosa es su fe inconmovible en el REI: para ellos, transición energética es igual a REI. No solo eso, sino que "renovables" es igual a REI. Por eso, cuando alguien critica, aunque sea de manera razonada y argumentada, al REI, en seguida se le tilda demagógicamente de "antirrenovable", como si no hubiera ninguna otra manera de explotar la energía renovable. Al mismo tiempo, creen (o dicen creer) que la única solución al problema del Cambio Climático es el REI y que, de hecho, el REI solucionará automáticamente todos los problemas ambientales que tenemos o podríamos tener.

El segundo rasgo distintivo de este colectivo es su absoluto desprecio a toda evidencia científica o técnica que contradiga o ponga en peligro su visión REI. Es en cierto modo consecuencia del primer rasgo, pero si bien cuando aplican su primer rasgo abundan en argumentos de carácter más o menos técnico y apelaciones a la ciencia, en este segundo rasgo, de manera contradictoria, se niega toda validez a la ciencia presentada, en muchos casos sin más explicación y en todos casos sin ninguna argumentación científicamente consistente. Peor aún, son capaces de usar los mismos argumentos demagógicos (llamar "antirrenovables") del primer rasgo pero contra los científicos que denuncian las incongruencias del REI. Pero como en este caso resulta más difícil argumentar en su contra, es aquí donde redoblan su apuesta y es cuando aparecen los términos "apocalíptico" y "colapsista" (fíjense como se lo suelen aplicar principalmente a académicos, por razones que en su día ya comenté).

El tercer rasgo es que su modelo REI se apoya siempre en grandes empresas. De hecho, suelen poner todo tipo de pegas a modelos tipo comunidades energéticas, a veces con un actitud bastante agria. Su modelo es un modelo a lo grande, de la industria y para la industria.

Conocidos estos tres rasgos podemos buscar ya un término que defina a las personas que muestran estas actitudes. Se podrían escoger otros quizá, pero yo voy a preferir el de "industrialistas", por ser quizá el más aséptico. Para esta gente, el único modelo que vale es uno de características industriales, fundamental para mantener el sistema industrial actual. En el fondo esta gente son extractivistas y su objetivo, aunque sea inconsciente, es continuar con el saqueo del planeta. Además, la visión industrialista es la visión del poder político, da igual quien gobierne, porque es la visión del gran poder económico. O sea que en el fondo estas personas están a favor del mantenimiento del status quo político y económico.

El problema comienza cuando la disfuncionalidad del REI ya no puede ser disimulada. Por un lado, no se está produciendo ninguna sustitución energética, y en los países occidentales en los que ha habido recientemente un incremento porcentual del consumo de energía renovable es habitualmente porque cada vez se consume menos energía. Por el otro, el modelo REI es un modelo colonizador, extractivista y ambientalmente muy poco respetuoso, y se está aplicando despiadadamente sobre todo en zonas rurales, donde las inconsistencia del modelo saltan a la vista (no siendo la menor de ellas que crea más problemas ambientales que los que dice resolver). Y por último, como empieza a haber un problema real de acceso a los recursos por el encarecimiento energético y en algunas zonas incluso falta de abastecimiento, se empiezan a crear problemas nuevos.

La tormenta perfecta de todas esas contradicciones se ha encontrado en el sector primario y particularmente en los agricultores y ganaderos. La escasez de recursos ha llevado a la subida del precio del gasoil, de los fertilizantes y de las semillas Los problemas ambientales han llevado a nuevas y más estrictas regulaciones ambientales, que son necesarias pero que han sido mal explicadas y peor acompañadas, en aras del sacrosanto libremercado que no es tal; y a lo que ahora se ha añadido a la sequía que afecta a toda Europa y especialmente a ciertas zonas de España. No solo la sequía: la alteración de los patrones climáticos (30ºC se han registrado este enero en algunos puntos España) está causando problemas graves en las cosechas. Y como guinda del pastel, el saqueo indisimulado que representa el REI.

Llevamos meses explicando que el campo lo está pasando mal, que los costes se disparan y que las cosechas menguan, mientras los intermediarios mantienen o incluso aumentan sus márgenes. La lógica de la explotación capitalista ha llevado a considerar que era más importante el REI (por su promesa inalcanzable de garantizar la continuidad al sistema industrial) que mantener el sector agropecuario. Hasta que las gentes del campo han dicho basta y se han rebelado, por toda Europa.

Algunos medios se quejan de que los agricultores están siendo manipulados y mediatizados por la extrema derecha, y que incorporan en su discurso diatribas absurdas contra la Agenda 2030 o contra la inexistente manipulación climática vía chemtrails (un mito de largo recorrido y con interpretaciones que han variado con el tiempo). Pero, ¿qué esperaban? Nadie ha querido acercarse a ver los problemas de este colectivo. Nadie ha tenido el valor de explicar que el gasoil va a seguir caro porque escasea, que fertilizantes y semillas van a seguir caros porque escasea el gas natural, que los pesticidas nos están matando a todos... Son muchos años ocultando la verdad, ¿cómo se podrían reconocer todas las mentiras de golpe? Los agricultores solamente quieren recuperar su antiguo modo de vida, que dejen de atropellarles y que les respeten.

¿Quién va a tener valor para decirles que va haber que transformar radicalmente la agricultura y la ganadería para adaptarlas a un descenso en la disponibilidad de recursos que es inevitable?

¿Quién va a tener el valor de decirles que el Cambio Climático les va a hacer la vida mucho más difícil y las cosechas más inciertas, después de décadas de negar los problemas e incluso ahora, en medio de una sequía nunca antes vista, aún se intenta hacer ver que no es tan grave?

Los agricultores y ganaderos deberían sentirse arropados y acompañados por el conjunto de la sociedad. Una sociedad que ha de estar dispuesta a pagar el precio real de la producción agropecuaria, aunque los alimentos tengan que aumentar mucho de precio (o precisamente porque deben aumentar mucho de precio). Hay que abandonar la fantasía tecnócrata de los economistas liberales que piensan que aquí es preferible que sacrifiquemos el sector primario en aras de la industria, porque un país que descuida su producción de alimentos está condenado

Ahora vayan los industrialistas a los agricultores y ganaderos y explíquenles que hay que apostarlo todo al REI, aunque sabemos que no funciona, aunque cause grandes impactos ambientales, aunque a ellos no les abarate costes. 

Ahora vayan a los agricultores y ganaderos y explíquenles que tenemos que sacrificar su sector para intentar sacar adelante el REI, que ya importaremos los alimentos de fuera, que lo importante es la industria, aunque todo indica que el REI no está evitando (ni evitará) el hundimiento industrial de Europa.

Ahora vayan a los agricultores y explíquenles que Vds. se han equivocado y que ellos van a tener que seguir pagando el pato.

Éste es el coste de negarse a aceptar que el decrecimiento es la única solución real a nuestros problemas. Un decrecimiento que para ser tal debe ser democrático y planificado; si no, es empobrecimiento, no decrecimiento. Un decrecimiento que es un plan de gestión de las dificultades que tendremos informando honestamente sobre los retos presentes y futuros, y tomando entre todos las decisiones más justas para afrontarlos.

Los verdaderos apocalípticos, los verdaderos catastrofistas, los verdaderos colapsistas, son quienes apuestan por el REI a pesar de la clamorosa evidencia de su fracaso y que se niegan a rectificar. Porque son ellos los que nos llevan al hundimiento de nuestra sociedad.

Salu2.

AMT