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Queridos lectores,
El post de hoy ha sido escrito por una persona con vocación de historiador que aquí tendrá el sobrenombre de Calícrates. Tiene una visión muy interesante del momento histórico que estamos viviendo, que he considerado oportuno compartir con todos Vds. Espero que sea de su interés.
Salu2,
AMT
LA
VERDADERA DOCTRINA DEL SHOCK
La
doctrina del Shock (The Shock Doctrine, 2009) es una película
documental basada en el libro homónimo de la periodista e
investigadora Naomi Klein. Nos narra que en junio de 1951
representantes de agencias de inteligencia occidentales se reunieron
en secreto con profesores universitarios de Montreal. Como resultado
se financió una investigación sobre el aislamiento sensorial en la
universidad de McGill. El aislamiento es una forma de producir una
monotonía extrema, provoca una reducción de la capacidad crítica,
nubla la mente, y el sujeto se queja de que ni siquiera puede
fantasear (¿les recuerda Guantánamo?). Los investigadores se dieron
cuenta del arma tan potencialmente terrible que podía llegar a ser.
Algunos abandonaron el proyecto. Pero éste siguió adelante bajo las
órdenes del Jefe de Psiquiatría Ewen Cameron y con objetivos mucho
más ambiciosos: borrar a los sometidos a tratamiento la mente,
dejarla en blanco para reprogramarlos desde cero. Cameron combinaba
el electroshock con las curas de sueño y la repetición de mensajes
grabados. La CIA no tardó en poner en práctica los hallazgos de
Cameron. Se buscaba un momento de máxima tensión o parálisis, en
el cual el sujeto está mucho más abierto a la sugestión, mucho más
dispuesto a obedecer que antes de sufrir el shock.
En
la misma época de los experimentos de Montreal, y tal vez con
conocimiento de aquéllos, un partidario de otro tipo de shock
trabajaba no muy lejos de allí. Milton Friedman era profesor de
economía de la universidad de Chicago. Creía que la terapia de
shock económico impulsaría a las sociedades a aceptar un
capitalismo más puro y desregulado. Para que nos demos cuenta de su
increíble influencia política, especialmente a partir de la década
de los ochenta, Klein da cuenta en su libro de que cuando Friedman
cumplió 90 años, la Casa Blanca organizó una celebración en su
honor y se pronunciaron discursos. El Secretario de Defensa, Donald
Rumsfeld, que llegó a decir que el homenajeado era “la encarnación
de una realidad, la de que las ideas tienen consecuencias”. Ya lo
creo. Y bastante dramáticas para los que las experimentaron en sus
carnes.
Sin
embargo Milton Friedman no podía creer seriamente en el mercado
libre, y menos en la capacidad de gestión de las megacorporaciones
privadas. Cualquiera que conozca el funcionamiento interno de las
grandes multinacionales sabe que la clase dirigente corporativa puede
llegar a ser incluso más corrupta e ineficiente que la política.
Por no decir que la una no es sino el reverso de la otra. Los fines y
objetivos de Friedman, y en general de los economistas de la Escuela
de Chicago, eran muy otros.
Resulta
evidente que el sistema de libre mercado es claramente disfuncional,
especialmente a la hora de calibrar situaciones a medio, y no digamos
a largo plazo (pensemos en las actuales extrañas oscilaciones del
precio del petróleo). Pero es que además, parte de la base de que
todos los actores que acuden al mercado tienen el mismo peso. ¡Como
si un broker internacional que controle e invierta capitales de
fondos de pensiones por cientos de millones de dólares tuviera la
misma capacidad de influir en el mercado que una viejecita que ha
ahorrado trescientos euros! Digámoslo claramente. El libre mercado
esta hecho a medida a los depredadores comerciales o financieros, que
por eso lo predican.
El
libre mercado sólo funcionaría correctamente en una situación
ideal. Pensemos en una población de reducidas dimensiones donde
hubiera tres panaderías, y cada uno de los panaderos dispusiera de
establecimientos de muy similar estructura comercial, así como del
mismo músculo financiero. Entonces los precios del pan serían los
correctos, justos para el consumidor y para los productores, y el
mercado estaría perfectamente autorregulado. Pero estas situaciones
ideales no se han nunca, ni se darán jamás. Pensemos que uno de los
panaderos en cuestión recibiera un suplemento de capital (adquiriera
una herencia, le tocara la lotería, etc…), y no anduviera sobrado
de escrúpulos. Podría ocurrírsele empezar a vender sus productos a
precio de coste, con el fin de hacer quebrar a sus competidores y
quedarse a largo plazo con el monopolio del pan en el poblado. Para
luego, claro, volver a subir los precios. Esto puede parecer ciencia
ficción, o un cuento de Dickens, pero es lo que ocurre diariamente a
gran escala en nuestros mercados globalizados. Si alguien te habla de
las bondades del libre mercado, o es un ignorante o es un
manlintencionado. Cabe también la posibilidad de que se trate de un
joven estudiante de económicas, muy entusiasmando con su reciente
descubrimiento de Adam Smith, esto es, un teórico sin contacto
alguno con la realidad, con lo que bien pudiera ser incluido en la
primera categoría. No. Milton Friedman era un gran economista, con
vasta experiencia, y no podía creer en estas sandeces. ¿Cuáles
eran los verdaderos objetivos de la Escuela de Chicago? ¿Qué
buscaban o que querían prevenir?
Vayamos
más lejos y entremos en lo políticamente aún más incorrecto. Lo
visto en relación al libre mercado ¿no le ocurre igualmente a
nuestro deslumbrante sistema partitocrático? ¿Premia verdaderamente
la integridad intelectual o la demagogia más ramplona? Vamos a los
hechos. En 1979 el Presidente americano James Carter dio el discurso
más importante de su presidencia, con el asesoramiento del díscolo
Secretario de Energía, James Schlesinger. Alertó a los americanos
sobre la excesiva dependencia del país del petróleo, e hizo
entrever la necesidad de un cambio radical de política energética,
con sacrificios para los ciudadanos. ¿Cuál fue el resultado? ¿Fue
sacado a hombros del ruedo por sus alborozados conciudadanos? No. Fue
noqueado sin piedad por un vaquero californiano, actor de segunda
fila, que probablemente no escribió jamás ni uno solo de sus
discursos, y que interpretaba ante el atril con la misma falta de
convicción que en la gran pantalla, pero que prometió un nuevo
amanecer para América. Seamos honestos. Independientemente de
nuestras ideas políticas, que por otra parte no son sino trampas que
nos pone el sistema para favorecer la estabulación mental, ante el
inevitable declive energético, que afectará dramáticamente a
nuestro nivel de vida, si concurriera electoralmente alguien que nos
expusiera francamente la necesidad de sacrificios, frente a algún
trilero que nos hablase de un nuevo despegue camino del infinito, de
la vuelta al crecimiento económico, gracias a la fusión caliente o
fría, el motor de agua, o la ayuda de tecnología extraterrestre. ¿A
quien votaríamos? Tomémonos unos segundos antes de contestar.
Es
la hora de decir abiertamente que el sistema de libre mercado, y la
democracia representativa tienen disfunciones por el mismo motivo:
alientan el cortoplacismo. Friedman era una persona de gran
inteligencia, y no creía ni en lo uno ni en lo otro. Incluso creo
que creía aún menos en lo segundo que en lo primero. Pronto lo
comprobaremos.
Según
el evangelio Friedmanita la economía del libre mercado era
indisociable de la libertad y la democracia. Se tiende a pensar que
el primer experimento Miltoniano se produjo con los Reaganomics y la
política Thatcheriana. Pero, como con escalofriante eficacia
demuestra “The Shock Doctrine” esto no es cierto. El primer lugar
del mundo que sirvió de tubo de ensayo a los Chicago Boys fue Chile,
bajo la dictadura de Augusto Pinochet, y en el marco de una férrea
dictadura militar. El plan económico miltoniano, denunció Orlando
Letelier, Ministro de Exteriores del último gobierno de Allende, se
impuso por medio de miles de asesinatos, el establecimiento de campos
de concentración por todo el país y el encarcelamiento de más de
100.000 personas en tres años. Friedman reconoció la importancia
del “experimento” chileno y, para mayor escarnio, el año del
asesinato de Letelier se le concedió el Premio Nobel de economía.
Pero aquello no era más que el principio. El 24 de marzo de 1976 un
golpe militar derrocó al gobierno de Isabel Perón en Argentina. Los
cachorros de la Escuela de Chicago accedieron inmediatamente a
puestos económicos relevantes en el gobierno militar, y aprovecharon
la oportunidad para introducir importantes reformas económicas y
sociales. Un año después del golpe los sueldos habían perdido el
cuarenta por ciento de su valor, se cerraban fábricas y la pobreza
se disparó. Como en Chile hubo que aterrorizar al pueblo para que
aceptara estas medidas económicas. Se empezó por hacer desaparecer
personas, con secuestros perpetrados a plena la luz del día. Los
métodos de los militares argentinos, como los de los chilenos,
habían sido aprendidos en la Escuela de las Américas, dirigida por
militares norteamericanos. Eran técnicas básicas de tortura:
desnudar a la víctima, herirla con objetos punzantes, romperles
extremidades, marcarla a fuego,… y se emplearon no solo con
soldados o terroristas sino contra estudiantes, sindicalistas y todo
aquél que se opusiera a la política de libre mercado del régimen.
Argentina llevó su régimen de terror un paso más lejos que Chile.
Entre los desaparecidos había cientos de mujeres a quienes
permitieron dar a luz antes de asesinarlas. La elección de estos dos
países citados para iniciar los ensayos probablemente no fue casual.
Eran estados con grandes recursos y potencialidad económica.
A
principios de los ochenta Friednamitas declarados asumieron el
control de los gobiernos británico y norteamericano. Sus métodos,
claro está, no fueron los mismos que los aplicados en Latinoamérica.
Pero entonces ocurrió algo que nos puede dar luz sobre los
verdaderos objetivos de la Escuela de Chicago. A lo largo de dicha
década la U.R.S.S. colapsó económicamente. Su enorme burocracia
obsoleta, la ineficiente asignación de recursos, y especialmente el
escaso rigor en política monetaria, acompañado como es lógico de
la imposición de un sistema de precios tasados, condujeron a la
escasez y al estraperlo. Aparte, y como ya se ha indicado en algún
post, de que maniobras comerciales de ciertas potencias extranjeras
expulsaron a los soviéticos del mercado del petróleo, que
constituía su principal fuente de divisas, lo que aceleró la
catástrofe. Se formaban largas colas ante tiendas de comestibles
(otchered), y los mostradores estaban prácticamente vacíos, para
desesperación de los pacientes compradores. A pesar de lo cual la
implosión del estado soviético se condujo desde arriba, sin
explosiones sociales notorias, como consecuencia del rígido esquema
autoritario del régimen. Imaginémonos una situación así en un
país de Occidente. La rabia y la desesperación serían tan
absolutas que podría pasar cualquier cosa. Aquí es donde entra
Milton Friedman, y este es el motivo por el que centró el interés
de las élites dirigentes desde los años ochenta, sí, desde el
momento en que empezaron a tener conciencia de las consecuencias de
un futuro escaso de energía.
Ante
una situación de falta de recursos lo lógico, quiero decir, lo
impepinable, es consumir menos. Esto se puede hacer de dos maneras.
Mostrando de forma poco inteligente que el dinero con que pagas los
salarios es puro papel mojado, vía soviética, o dándole valor
mediante una política monetaria restrictiva, esto es, haciendo más
costosa su obtención, por ejemplo bajando salarios, suprimiendo
pagas extraordinarias o no revalorizando pensiones. ¿Les suena?
Observemos que el resultado es el mismo, el consumo desciende. Pero
la percepción psicológica de las masas es completamente diferente.
Entendámoslo
con un ejemplo práctico. Faltan recursos. Llegamos a una tienda y
hay una cola de media calle. Después de dos horas de espera
conseguimos acceder al establecimiento y en el mostrador sólo queda
una manzana pasada. ¿Cuál creen que sería la reacción de las
multitudes en un poco disciplinado país occidental ante una
situación así? Examinemos un segundo supuesto. El hito de partida
es el mismo. Faltan recursos energéticos y por ende todos los demás.
Sólo tenemos cuatrocientos euros para pasar el mes, porque se nos ha
acabado la prestación de paro, y a duras penas cobramos el subsidio.
Pero llegamos a un supermercado y… todo es maravilloso, cestas
rebosantes de frutas, carnes, pescados envasados bajo luces que
realzan su frescura. Aunque de hecho sólo nos llega el presupuesto
para una caja de galletas. Conclusión: soy un inútil. No he sabido
reciclarme laboralmente, no tengo suficiente movilidad laboral,
debería haber aceptado aquel trabajo de picapedrero que me ofrecían
en Indonesia. Yo soy el culpable. El Miltonismo es un sistema de
control de masas, ante una situación de escasez que se viene
previendo desde los años setenta, y que hoy llama a nuestras
puertas. Su obsesión privatizadora es secundaria, resultado del
componente inflacionario (destructor de valor monetario) que,
consideran, tiene la gestión pública de servicios considerados por
ellos no esenciales (casi todos) en una fase recesiva (previsión del
Peak Oil) y no en una preocupación por la calidad de aquéllos. Las
políticas neoliberales nunca han buscado realmente el crecimiento
económico, por saber de antemano que éste, a la larga, era
insostenible.
El
monetarismo a ultranza, la regla o disciplina monetaria, es la única
verdad de las doctrinas Miltonianas. Todo lo demás es relleno falso,
excipiente para tragar mejor la medicina y que no resulte tan amarga.
Las teorías de Friedman, las de verdad y no las de cartón piedra de
camuflaje, fueron promovidas como respuesta a las convulsiones
sociales que produciría la futura e inevitable escasez energética. Por eso gozaron de especial aceptación durante el periodo
Reagan-Thatcher, esto es, después de la defenestración política de
Carter y de optarse sin empaques por el mantenimiento a cualquier
precio del BAU, aun a pesar de conocerse de antemano del desenlace
del largometraje. Pero el sistema debía se puesto a punto. Requería
ensayos y ajustes, a través del método de prueba y error, para
encontrarse perfectamente operativo cuando debiera ser aplicado por
pura necesidad. El medio: la terapia del shock. La provocación
artificial de conflicto y la experimentación de lo que podría
hacerse para parar el primer golpe cuando asomase la penuria
petrolera. En principio podemos pensar que, en efecto, es útil
evitar o mitigar el caos que se cierne sobre nosotros. O tal vez no.
¿A quien beneficia que no se desencadene la anarquía y la
sublevación social? Podríamos pensar que a todos. Pero ¿a todos
por igual? No, a algunos más que a otros.
La
teoría Miltoniana, a pesar de sus declamaciones en favor del
capitalismo popular, especialmente en su aplicativo thatcheriano, muy
influido también por el “orden espontáneo” de Friedrich Hayek,
es básicamente una doctrina elitista. Fue promovida, mimada y
aplicada por las oligarquías político-corporativas, para la defensa
de sus intereses en lo inmediato, y ante las crisis por venir. Por
esto mismo consta, como el célebre bajo relieve de Notre Dame de
Paris, de un libro abierto y otro cerrado, esto es, de una
formulación pública para la ilustración o más bien desinformación
de las masas, y de una agenda oculta, reservada a los iniciados en el
culto Friednamita, sus futuros beneficiarios.
¿De
verdad creemos que nuestra clase dirigente (corporativa y política,
insisto son lo mismo) no conocen de hace largo tiempo la situación a
la que nos dirigimos? Recuerdo que hace ya lustros, por una carambola
no fácil de explicar, tuve acceso a cierta documentación de una
persona de esas que acceden a los aeropuertos a través de la zona
Vips. Se trataba de unos dossieres, elaborados por una empresa
especializada, de la que nunca había oído hablar. Me quedé
embobado leyendo. En un tono asertivo, no como artículo de opinión,
te explicaba el como, cuando y porqué de la situación política de
aquél entonces, los verdaderos motivos de ciertas decisiones, y lo
que con toda certeza ocurriría en el próximo futuro, con la
contundencia no ya de una previsión, sino de una auténtica profecía
autocumplida. Quitémonos la venda de los ojos. Quienes se mueven en
ciertos niveles, lo saben todo. Y multitud de informaciones no
alcanzan nunca las páginas de los diarios. Y eso que, presumo, sus
directores son suscriptores de publicaciones como la que aquél día,
puntualmente, llegó a mis manos.
Milton
Friedman, sus excelentemente pagados apóstoles y discípulos, sus
think tanks de apoyo, y la prensa económica comprada de saldo, no
son otra cosa que las fuerzas de choque de la plutocracia
internacional. Ellos son los primeros interesados en el mantenimiento
a cualquier precio de un atisbo de orden social, porque son los que
más tienen que perder de su destrucción. ¿Qué tiene esta
pseudoaristocracia planetaria postmoderna? Esencialmente liquidez,
dinero, invertido en paraísos fiscales. El mantenimiento del valor
de sus activos monetarios es el pilar de su supremacía económica y
social.
Es
cierto que los elitistas tienen otros activos. Obras de arte, joyas y
metales preciosos, acciones de empresas que no valdrán nada en caso
de colapso económico, así como propiedades inmobiliarias. También
redes clientelares, bastante soberbia y un inmenso desprecio por lo
que califican como “la masa sucia”, esto es, todos nosotros. Pero
nada de esto se come. Sus propiedad rústicas pueden producir
alimento, pero alguien tendrá que cultivarlas. Siempre necesitarán
mano de obra semiesclava. Y por mucha “seguridad privada” que
contraten para defender sus lechugas tras vallas electrificadas saben
que las masas enfurecidas y hambrientas arrasaran con todo lo que se
les ponga por delante. Por todo lo cual es muy probable que la
apuesta a largo plazo no les salga bien. Y ellos lo saben. El
monetarismo Friedmaniano no es más que una primera trinchera. Luego
tendrán que recurrir a otros métodos más contundentes.
Hemos
llegado al final del camino Friedmanita. Al momento de la verdad. La
actual crisis, que como sabemos no terminará nunca, ya no es una
terapia, un experimento. Es el shock real que esperaban desde hace
décadas los eminentes economistas de la Escuela de Chicago, y la
verdadera razón por la que despreciaban las teorías Keynesianas
(desde este punto de vista, tal vez con cierto conocimiento de
causa). El decrecimiento de nuestras disponibilidades energéticas,
hace ya imposible el crecimiento económico, necesario para mantener
en pié el BAU. ¿Cuánto tiempo mantendrán las “ideas dinámicas”
del profeta de los elitistas a raya a las masas? Depende de nosotros.
De momento los fogones están al mínimo. Pero no nos engañemos.
Todo irá a peor. Y los que cuecen la rana, esto es, a todos
nosotros, tarde o temprano se verán obligados a abrir la espita. La
ignorancia es nuestro mayor enemigo. Y no puede haber peor
demostración de incompetencia que la de quien se deja cocinar en
agua hirviendo, pudiendo desde el principio salvarse con solo dar un
buen salto. Eso sí, al vacío.
Calícrates