Queridos lectores:
Una de las mayores dificultades para poder tomar decisiones efectivas en el mundo al cual vamos es la comprensión de lo que está pasando. Décadas de manipulación y retorcimiento de los datos, de paulatino retroceso en los derechos y libertades de los países (a sí mismos denominados) avanzados, y de progresivo deterioro de las condiciones de vida de la mayoría (ahora acelerado por la epidemia de la CoVid-19) han alimentado no solo la angustia, sino el resentimiento de una gran parte de la población contra sus gobernantes y contra los líderes de opinión. Precisamente en el momento de mayor incertidumbre, cuando mayor unidad debería haber, proliferan las voces críticas pero que tienen mensajes muy diferentes, a menudo contradictorios entre ellas. Es muy difícil elegir a quién seguir en medio de este barullo, y muchas veces esa elección es guiada por la emoción más que por la razón, sobre todo en un momento en que la clase media teme, quizá más que nunca, perder sus magras conquistas y privilegios.
La semana pasada hice un experimento sociológico de comunicación. Escribí dos posts sobre el mismo tema: cómo el auge del (absurdo) negacionismo de la crisis de salud que plantea la CoVid-19 en realidad es en realidad favorecido por ciertos think tanks vinculados a una parte del gran capital, que comulgan con la psicopática idea de dejar que la enfermedad se expanda rápido, mate a quien tenga que matar y podamos volver cuanto antes a hacer negocios como siempre (obviando los múltiples fallos en ese plan, incluida la poca persistencia de la adquirida inmunidad). Uno de esos posts tenía un tono más reposado e intentaba ser más analítico y matizado, al estilo de los que yo escribo siempre aquí. El otro post tenía un tono chulesco y abiertamente insultante, usando un lenguaje directo y abusando de generalizaciones excesivas. Sin lugar a ninguna duda, el que tuvo más éxito fue el segundo: en el momento en que escribo estas líneas, el post faltón y grosero ha tenido casi 38.000 visitas, en tanto que el analítico tiene poco más de 14.000. Y aunque unas cuantas personas se sintieron ofendidas por el post informal (aunque todo el mundo podía legítimamente no identificarse con la persona a la que me dirigía), la queja que más frecuentemente me llegó fue que era demasiado largo. En la actualidad, leer un post de la extensión de un artículo periodístico se considera un exceso, lo cual es preocupante porque el verdadero conocimiento solo se puede adquirir con la lectura lenta y detallada.
Quizá por ese ansia que facilitan las TIC de consumir contenidos rápidamente se produjeron algunos malentendidos de grueso calibre. Posiblemente el origen de esos malentendidos pueda rastrearse en el deterioro de la comprensión lectora que favorece el frenesí de internet, pero en algunos casos he podido identificar una respuesta muy emocional, nacida de los nervios y la angustia del momento que vivimos. Ha habido gente que se ha sentido atacada por cosas que simplemente no se han dicho en ninguno de los dos posts, el caso más ridículo siendo el de una persona ofendida porque se mencione un medicamento sin que en ningún momento se diga nada malo ni bueno sobre él. Curiosamente, hay otro grupo de gente que se ha ofendido justamente por lo que no digo: desde los que consideran que yo doy apoyo a las medidas del Gobierno español por no decir explicitamente que no lo hago, hasta los que consideran demostrado que oculto deliberadamente datos clave porque no hablo de ellos, cuando no vienen a cuento de lo que se discute en los posts.
Está también los que critican que me posicione en contra de esos movimientos acientíficos y supersticiosos cuando, a su entender, hay causas mejores y más importantes que atender ahora mismo. Rizando el rizo, me he encontrado con no pocas personas que me reprochan que ataque a los magufos (palabra que, por cierto, no aparece en ninguno de los dos artículos) cuando, al parecer, yo mismo pertenezco a esa comunidad; básicamente, que soy un traidor a mi propia causa.
Me ha interesado especialmente esta última crítica. Obviamente, yo no me considero ningún magufo (en el sentido habitual del término: algo magufo pretende ser científico pero no lo es), pero obviamente ningún mafugo cree serlo, no en ese sentido. Es más: sé que en muchos foros se me considera como tal o al menos como un iluminado o catastrofista por hablar del declive de los combustibles fósiles y de los recursos naturales. Lo interesante de aplicarme a mi tal apelativo no es solo mi profesión (soy investigador del CSIC, físico y matemático de formación), sino que además no casa nada ni con las fuentes de datos que manejo en mis análisis (los informes de la Agencia Internacional de la Energía, del Departamento de Energía de los EE.UU., de BP o de consultores como Rystad Energy) ni con el encaje de mi actividad sobre energía dentro del sistema de ciencia estándar (tengo varios artículos sobre energía publicados en revistas científicas; he participado en un proyecto europeo sobre estos temas liderado desde mi grupo; participo frecuentemente en actividades organizadas por el CSIC, incluyendo eventos de cierta proyección como la pasada cumbre COP25; he asesorado a diversas administraciones públicas, incluyendo por ejemplo una comparecencia en el Parlamento Vasco dentro de la Comisión de Energía, etc, etc). Y que nadie se equivoque, defiendo siempre la misma posición: hablo de peak oil, de la dificultad de la transición renovable y de otros problemas de sostenibilidad de nuestra sociedad. Siempre. Y lo hago desde el propio sistema de ciencia. Es decir: mi actividad es completamente mainstream, no soy en absoluto un verso suelto, un outsider. Porque la ciencia es crítica, y siempre que las cosas se fundamenten correctamente no solo se aceptan: es que forman parte de su actividad oficial, aunque a veces nuestra actividad sea incómoda para nuestros responsables políticos. Y hablando de eso, conozco a unos cuantos representantes políticos y gestores que aceptan y comprenden lo que les digo, y lo siguen con lógica preocupación, aunque después no logren integrarlo en su agenda.
Hay mucha gente que se cree que la única actividad que realizo sobre energía es este blog y dar algunas charlas. Obviamente, es mucho más que eso. Por eso llama la atención que haya quien crea que lógicamente yo debería estar en la órbita magufa y simpatizar con ella. Pues no: nunca he estado ahí, y nunca he simpatizado con ellos. Que algunas personas no sean capaces de distinguir un discurso fundamentado en los datos y en el razonamiento de la mera superchería solo evidencia una manifiesta incapacidad de evaluar por uno mismo la validez y el valor de los argumentos. En esa incapacidad, todo se torna opinión y por tanto todo tiene el mismo valor, todo es igual, lo oficial y lo no oficial. Añadiendo a esto la falta de percepción sobre quién soy yo en realidad, se toma mi discurso por "no oficial" (¡qué gran ironía, sobre todo últimamente!) y por tanto lo que yo digo debe ser magufo. Triste signo de los tiempos que nos toca vivir, no ser capaz de reconocer la verdad ni aunque la tengas delante de la cara.
Otra cosa que me he encontrado por los foros estos días es una curiosa obsesión, por parte de gente que se supone que me ha leído, con decir que mis previsiones son fallidas (incluso aunque a veces, condescendientemente, se me reconozca que tenga razón en general en lo que digo).
Como norma general, más que hacer previsiones lo que yo hago es señalar tendencias. Es decir: estamos aquí, nos dirigimos en esa dirección, siguiendo por esa dirección llegaríamos allí. Pero aparentemente no sirve de mucho que introduzca numerosas frases matizando que hay muchos factores que sin duda acabarán cambiando el curso general, y que en buena medida se corrige el rumbo precisamente en virtud de estas tendencias detectadas (no porque las detecte yo, sino porque las detecta mucha gente y particularmente los gabinetes que asesoran a gobiernos y grandes empresas). Algunas de estas tendencias, empero, son difíciles de corregir, o las políticas que se proponen van por completo desencaminadas: aquí yo suelo incidir más, siempre con la vocación de servicio público, siempre con la intención de que las cosas sean corregidas. Bien es cierto que a veces me equivoco al evaluar algunas tendencias concretas: faltan datos y yo soy falible, y además no estoy exento de tener mis propios sesgos cognitivos. Cuando lo detecto, intento enmendarlo al máximo y ser más prudente en ocasiones ulteriores.
Lo que evidentemente no puedo corregir son cosas que no he dicho. Me he encontrado demasiadas veces, incluso recientemente, con gente que resume mi posición diciendo "Turiel dice que se acaba el petróleo", lo que a veces se remacha con un "y aquí seguimos". Esta simplificación es especialmente irritante, porque yo nunca he dicho que se vaya a acabar el petróleo en un futuro cercano. Lo más probable (si no hay un cataclismo mundial, pero eso no es de esperar) es que dentro de un siglo sigamos extrayendo petróleo. Siempre he dicho lo mismo, pero por lo que se ve da igual.
Para el que todo esto le pille de nuevas lo repetiré una vez más (y recuerdo que hay un prontuario a disposición). De lo que siempre se ha hablado en este blog es del peak oil, y de sus consecuencias sobre nuestra economía y nuestra civilización. El peak oil o cenit de producción de petróleo es el momento en que la producción de petróleo llega a su máximo posible, y a partir de aquí comienza a disminuir progresivamente cada año. Eso es el peak oil: no que no haya, sino que cada vez hay menos. El petróleo no se acaba: simplemente, llega para menos.
El proceso de declive de la producción de petróleo puede ser más rápido o más lento, dependiendo de qué hagamos. Hace dos años la Agencia Internacional de la Energía (AIE) publicó esta gráfica bastante alarmante con sus previsiones hasta el año 2025 (comenté el informe anual de la AIE en profusión en este post):
Cabe decir que estas previsiones de la AIE no eran en absoluto arbitrarias: eran la consecuencia lógica de la fuerte desinversión de las petroleras observada durante los últimos años (Antoni Brufau, presidente de Repsol, sin ir más lejos, dijo hace un par de años que no creía que quedaran yacimientos rentables en el mundo). Como se ve en el gráfico, la AIE anticipaba que para 2025, de la demanda esperada de 100 millones de barriles diarios (Mb/d) quedaría insatisfecha en 34 Mb/d, cantidad que se podría reducir a 13 Mb/d si EE.UU. multiplicaba por 3 su producción de petróleo de fracking y si además en el resto de mundo se invirtiera mucho más de lo que se estaba haciendo. Fíjense que, incluso en ese escenario ideal, la AIE decía que en 2025 faltaría el 13% de toda la demanda, porque no se podría producir, porque faltarían pozos. Y recuerden que esto lo decía en noviembre de 2018, es decir, antes de la llegada de la CoVid. Las cosas ya no estaban muy bien, antes de la CoVid.
En los últimos 5 años, la producción mundial de petróleo ha crecido solamente porque la producción de petróleo de los EE.UU. ha crecido. Sin los EE.UU., la producción de petróleo del mundo llevaría ya unos años estancada, o incluso en ligera recesión si miramos desde 2019.
Gráfica de Peak Oil Barrel, http://peakoilbarrel.com/march-non-opec-production-slides/ |
La gráfica de arriba muestra la evolución de la producción de petróleo crudo + condensados de todo el mundo excepto EE.UU. La línea verde son los valores reportado mensualmente, que oscilan mucho por diversos factores (mantenimiento, averías, cambios en la demanda, almacenes que se llenan y se vacían, etc). La línea roja es un promedio móvil de 12 meses, que así nos muestra la tendencia desestacionalizada. Y, como se ve, desde 2015 aproximadamente hay un cambio de tendencia, en el que la producción ya no crece sensiblemente más sino que oscila, e incluso desde finales de 2018 cae. En suma: que no llegáramos al peak oil a partir de 2015 dependía en exclusiva de los EE.UU.
Esa gráfica resume bien el origen de una de mis "previsiones fallidas", que me recuerdan hasta presentadores televisivos venidos a menos: yo hace años decía que la fecha probable del peak oil era el 2015. Lo llevaba diciendo desde el principio de este blog, en 2010 y lo dije en mi primera charla al gran público, la de la UNED de octubre de 2010 y en muchas posteriores. Y no fue así gracias al espectacular aumento de la producción de petróleo en los EE.UU., que de llevar décadas en decadencia se multiplicó por dos en pocos años gracias al fracking:
Evolución de la producción de petróleo en los EE.UU. Datos del Departamento de Energía de los EE.UU. |
Como muestra la gráfica, a partir de 2010 la producción de petróleo estadounidense remonta con fuerza: eso es el milagro del fracking. Milagro que se hizo perdiendo dinero a manos llenas, como explicamos en su momento:
De 2011 a 2014, las 127 compañías productoras de hidrocarburos más grandes del mundo perdían dinero al ritmo de 110.000 millones de dólares al año, y eso con los precios medios del petróleo más altos de la historia. Para más detalles, leer "La ilógica financiera". |
Hacia finales de 2015 era evidente que el negocio hacía aguas y que los inversores no solo no iban a ganar dinero con el fracking, sino que podrían no recuperar su inversión. A finales de 2016 la producción de petróleo de fracking había caído un 15% (es la montañita que se ve en la parte derecha de la curva del Departamento de Energía de los EE.UU). Y entonces Donald Trump ganó las elecciones y dio múltiples exenciones de las compañías petroleras, y el fracking retomó su senda ascendente, hasta conseguir, hace unos meses, que EE.UU. fuera, por poco tiempo, el primer productor de petróleo del mundo, con 13 Mb/d. ¿Se consiguió entonces que el fracking fuera rentable? Que va: la cosa fue a peor.
Flujo de caja libre de las principales compañías de fracking estadounidense. Para más detalles, leer "Evolución del fracking en los Estados Unidos". |
El hecho es que en 2019 ni la subida del fracking en los EE.UU. pudo ya compensar la caída de la producción de petróleo del resto del mundo. El máximo de noviembre de 2018 de momento no ha sido superado.
Producción mundial de petróleo crudo y condensados en los últimos años y previsiones para los próximos años, de acuerdo con el Departamento de Energía de los EE.UU. Para más detalles, consultar "Non OPEC W/O U.S. on production plateau" de Peak Oil Barrel. |
Es verdad que en esta gráfica faltan dos categorías de los denominados petróleos no convencionales, concretamente los biocombustibles y los líquidos del gas natural, pero no cambian para nada las tendencias. El hecho es que en 2019 la producción de petróleo no remontaba el máximo de 2018, y luego llegó la CoVid.
La caída de la producción de petróleo por la caída de demanda va a causar una pérdida permanente de al menos 3 Mb/d (como reflejan las previsiones del Departamento de Energía de los EE.UU.), y probablemente será bastante más, viendo la actual carnicería en el sector del fracking en los EE.UU. (con quiebras significativas recientemente, como la de Chesapeake y la de Chaparral). El fracking se hunde, y no va a llegar al rescate. Nadie puede ya cubrir ese agujero que la AIE anticipaba para 2025.
Gracias al fracking, el peak oil no tuvo lugar en 2015, como yo anticipaba. Tuvo lugar en noviembre de 2018. Eso sí: la enorme deuda acumulada por el sector garantiza que la caída será más abrupta. Las compañías petroleras se preguntan abiertamente si merece la pena seguir buscando petróleo, y de hecho la mayoría desinvierten del sector o, como Repsol, se dedican a comprar centrales eléctricas de todo tipo.
¿Cambia en algo que el peak oil no fuera en 2015 sino en 2018? Sí, cambia una cosa. Que ya no hace falta preguntarse más cuando será el peak oil. Ya pasó.
No se sorprendan, por tanto, del incremento de tensiones con respecto al petróleo (sobre todo, el de verdad) que se están comenzando a vivir. Si no hay petróleo suficiente para todos, habrá conflictos. A
partir de ahora, lo que cabe preguntarse es cómo gestionar el descenso, qué países se llevarán la peor parte y cuáles serán capaces de
aguantar un poco mejor. España no es de los países peor situados, dada su pertenencia a la Unión Europea, pero otros países no van a salir tan bien parados.
Salu2.
AMT