Queridos lectores:
Ángel Rodríguez me ha ofrecido la traducción al castellano del discurso que el Almirante Hyman G. Rickover pronunció durante una cena de gala de la asociación de médicos de Minesota. El
discurso llevaba por título "La energía y nuestro futuro" y tocaba con una vigencia y actualidad los temas que abordamos en este blog que resulta extraordinario, teniendo en cuenta que han pasado ayer hizo exactamente 65 años. Y aunque peca de cierto tecnooptimismo nuclear (lógico en quien sirvió en submarinos atómicos), sus reflexiones resultan tremendamente pertinentes.
Es un discurso largo, pero sin duda lo encontrarán interesante.
Les dejo con el Almirante.
Salu2.
AMT
Me siento muy honrado de encontrarme aquí esta noche, aunque les aseguro que para un lego como yo no es fácil enfrentarse a una audiencia de médicos. Uno solo de ustedes, sentado en su despacho, puede ser formidable. Pero mi charla no tiene connotaciones médicas. Esto será sin duda un alivio para ustedes teniendo en cuenta sus honorarios.
Esta noche me gustaría abordar un tema que, espero, sea de su interés como ciudadanos responsables: la importancia de los recursos energéticos para el futuro de nuestra sociedad.
Vivimos en lo que los historiadores algún día llamarán la era de los combustibles fósiles. En el presente [Nota: 1957] el carbón, el petróleo y el gas natural suministran el 93% de la energía mundial [Nota: Hoy día es el 83% de la energía primaria]; la energía hidráulica representa sólo el 1%; y el trabajo de hombres
y animales domésticos el 6% restante. Esto es una inversión radical de las cifras correspondientes a 1850, hace tan solo un siglo. Entonces los combustibles fósiles suministraban el 5% de la energía mundial, y los hombres y los animales el 94%.
Cinco sextos de todo el carbón, petróleo y gas consumidos desde el comienzo de la era de los combustibles fósiles se han quemado en los últimos 55 años. El hombre conoce los combustibles fósiles desde hace más de 3.000 años. En algunas partes de China, el carbón se usaba para la calefacción y la cocina domésticas, y el gas natural para la iluminación ya desde el año 1000 a.C. Los babilonios quemaron asfalto mil años antes. Pero estos primeros usos fueron esporádicos y de poca importancia económica. Estos combustibles no se convirtieron en una fuente
importante de energía hasta que se inventaron las máquinas que funcionan con carbón, gas o petróleo. La madera, por ejemplo, fue el combustible más importante hasta 1880 cuando fue reemplazada por el carbón; y este, por su parte, ha sido superado recientemente por el petróleo, al menos en Estados
Unidos.
Una vez en pleno apogeo, el consumo de combustibles fósiles se ha incrementado a un ritmo impresionante. Todos los combustibles fósiles utilizados antes de 1900 no durarían ni cinco años a la tasa de consumo actual. En ningún otro lugar del mundo estas tasas de consumo son mayores y crecen más rápido que en los
Estados Unidos. Nuestro país, con solo el 6% de la población mundial, consume un tercio del aporte global de energía; esta proporción sería aún mayor si no fuera porque usamos la energía de manera más eficiente que otros países. Cada americano tiene a su disposición, una energía anual equivalente a la que se obtiene con ocho toneladas de carbón. Esto es más de seis veces el consumo de energía per cápita que el resto del mundo. Aunque no tan espectaculares, las cifras de consumo correspondientes de otros países industrializados también están por encima del promedio. El Reino Unido, por ejemplo, consume
tres veces más de energía per cápita que el promedio mundial. Un alto consumo de energía va asociado a un alto nivel de vida. Así, la enorme energía de origen fósil que controlamos alimenta máquinas que nos hacen a cada uno de nosotros dueños de un ejército de esclavos mecánicos. La potencia muscular del hombre es de unos 35 vatios, equivalente a una vigésima parte de un caballo fuerza. Es decir, estas máquinas proporcionan a cada trabajador estadounidense una energía equivalente a la de 244 hombres. De igual forma, 2.000 hombres empujan su automóvil por la carretera, y su familia cuenta con 33 ayudantes domésticos. Cada maquinista de tren controla una energía equivalente a la de 100.000 hombres; cada piloto de avión, la de 700.000 hombres. Incluso el más humilde de los estadounidenses disfruta de los servicios de más “esclavos” que los que alguna vez fueron propiedad de los nobles más poderosos, y vive mejor que la mayoría de reyes en la antigüedad
Echando la vista atrás, y a pesar de guerras, revoluciones y otros desastres, los cien últimos años bien debieran parecernos una Edad de Oro. Que esta Edad de Oro continúe depende totalmente de nuestra capacidad para mantener el suministro de energía en equilibrio con las necesidades de nuestra creciente población. Pero antes de entrar en esta cuestión, permítanme repasar brevemente el papel de los recursos energéticos en el auge y caída de las civilizaciones.
El acceso a excedentes energéticos es un requisito indispensable para cualquier tipo de civilización, ya que, si el hombre únicamente tiene acceso la energía que proporcionan sus propios músculos, debe gastar toda su fuerza, física y mental, en obtener sus necesidades básicas. Los excedentes de energía proporcionan la base material para una vida civilizada: un hogar acogedor en lugar de un simple refugio; ropa bonita en vez de una mera cobertura para mantenerse caliente; comida
apetecible en lugar de cualquier cosa que satisfaga el hambre. Los excedentes energéticos proporcionan también la liberación de los trabajos más duros sin esta liberación no puede haber arte, música, literatura o saberes. No creo necesario insistir más en esto. Lo que elevó al hombre, uno de los mamíferos más débiles, por encima del mundo animal fue que pudo usar su cerebro para ingeniar
formas de aumentar la energía a su disposición y usar el tiempo libre ganado de esa manera para cultivar su mente y su espíritu. Cuando el hombre depende únicamente de la energía que le proporciona su propio cuerpo, se ve abocado a una existencia miserable.
El primer paso del Hombre en la escala de la civilización data del descubrimiento del fuego y la domesticación de los animales. Con estos recursos energéticos pudo desarrollar una sociedad pastoral. Pero para ascender a una civilización agrícola necesitaba más energía. Esta energía extra se obtuvo del trabajo de miembros de grandes familias patriarcales, aumentado por esclavos comprados o adquiridos
como botín de guerra. Incluso en la actualidad, hay comunidades atrasadas que dependen de este tipo de energía.
El trabajo de los esclavos era necesario para las ciudades-estado y los imperios de la antigüedad; con frecuencia tenían poblaciones de esclavos más grandes que su ciudadanía libre. Dichas sociedades carecían de incentivos para buscar fuentes alternativas de energía, siempre y cuando los esclavos fueran abundantes y su existencia no estuviera moralmente reprobada; esta falta de incentivos bien pudo
haber sido la principal razón por la que la ingeniería avanzó muy poco en épocas pasadas.
La disminución en el consumo de energía per cápita siempre ha llevado en el pasado a la decadencia de las civilizaciones y una involución a una forma de vida más primitiva. Por ejemplo, se cree que el agotamiento de la madera fue la razón principal de la caída de la civilización maya en este continente y del declive de civilizaciones otrora florecientes en Asia. India y China alguna vez tuvieron grandes masas forestales, al igual que gran parte del Medio Oriente. La deforestación no solo disminuyó la base energética, sino que tuvo un efecto desastroso adicional: al carecer de cubierta vegetal, el suelo se perdió con las lluvias y, con la erosión del suelo, también se redujo la base nutricional de estas
sociedades.
Otro motivo del declive de las civilizaciones se puede deber a la presión de la población sobre la tierra cultivable disponible. Se llega a un punto en el que la tierra ya no puede mantener las personas o a los animales domésticos. Primero desaparecen caballos y mulas. Incluso el versátil búfalo de agua es finalmente desplazado por el hombre, que convierte energía dos veces y media más eficientemente que los animales de tiro. Es importante recordar que mientras animales domésticos y maquinaria agrícola aumentan la productividad por cápita, el máximo de productividad por acre solo se logra mediante el cultivo intensivo manual.
Nos debería hacer recapacitar que la gente pobre de Asia, que rara vez se va a dormir con el hambre satisfecha, no hace tanto tiempo estaba mucho más civilizada y vivía mucho mejor que la gente de Occidente. Fueron las historias sobre las maravillas de la civilización en China traídas por Marco Polo las que dirigieron los ojos de Europa hacia las riquezas de Oriente y llevaron a los marineros a desafiar a la mar en sus pequeñas embarcaciones en busca de una ruta directa al fabuloso Oriente. La “riqueza de las Indias” es una frase que todavía se usa hoy en día, pero cualquiera que sea la riqueza que pueda haber allí, no parece evidente por el modo de vida actual. Asia no pudo mantener los avances tecnológicos al ritmo de las necesidades de su creciente población y se hundió en tal pobreza que en muchos lugares el ser humano se ha convertido nuevamente en la principal fuente de energía, ya que otras se han vuelto demasiado caras. Esto es evidente incluso para el observador menos sagaz. No se trata más que una reversión a una etapa más primitiva de la civilización con todo lo que ello implica para la dignidad y el bienestar humanos.
Cualquiera que haya visto como un granjero chino sufre al llevar el peso de su carretilla cargada por un camino de adoquines, o quien se haya estremecido al pasar junto a una interminable procesión de portadores dirigiéndose a un mercado en Java: esbeltas mujeres dobladas por el peso de las grandes cargas que transportan sobre sus cabezas, o cualquiera que simplemente haya visto las fríos números convertidos en sudor y lágrimas, se dará cuenta de la humillación que supone para el ser humano cuando su propia fuerza muscular se convierte en la única fuente de energía que puede permitirse. La civilización se marchita cuando los seres humanos se degradan de esta manera.
Allí donde la esclavitud representó una fuente importante de energía, su abolición tuvo el efecto inmediato de reducir el consumo de energía. Así, cuando el cristianismo condenó la institución tradicional del esclavismo, la civilización decayó hasta que se pudieron encontrar otras fuentes alternativas de energía. La esclavitud es incompatible con la creencia cristiana de que incluso el más humilde individuo es hijo de Dios. A medida que el cristianismo se extendió por el Imperio Romano y los amos liberaron a sus esclavos, en obediencia a las enseñanzas
de la Iglesia, la base energética de la civilización romana se derrumbó. Esto, creen algunos historiadores, pudo haber sido un factor importante en el declive de Roma y la vuelta a una forma de vida más primitiva durante la Edad Media. La esclavitud desapareció gradualmente en todo el mundo occidental, excepto en su forma más leve de servidumbre. Que fuera recuperada mil años después simplemente muestra la capacidad del hombre para ahogar su conciencia, al menos por un tiempo, si las necesidades económicas son grandes. Al final, ni las necesidades económicas de las plantaciones en el Nuevo Mundo fueron suficientes como para mantener viva una práctica tan repugnante a las más profundas convicciones del hombre occidental.
Bien pudieran ser las reticencias a depender del trabajo de los esclavos lo que llevó a los europeos a buscar fuentes alternativas de energía, provocando así la revolución energética de la Edad Media que, a su vez, allanó el camino para la revolución industrial del siglo XIX. Cuando la esclavitud desapareció en
Occidente, la ingeniería avanzó. Los hombres comenzaron a aprovechar el poder de la naturaleza utilizando el agua y el viento como fuentes de energía. La mejora del barco de vela, en particular, que reemplazó a la galera manejada por esclavos del mundo antiguo, se convirtió en la primera máquina que permitió al hombre controlar grandes cantidades de energía inanimada.
El siguiente convertidor importante de energía utilizado por los europeos fue la pólvora, una fuente de energía muy superior a la fuerza muscular del arquero o del lancero más fuerte. Con barcos que podían navegar en alta mar y armas que podían superar a cualquier arma de mano, Europa era lo suficientemente poderosa como para apoderarse de grandes áreas vacías del hemisferio occidental en las que verter sus excedentes poblacionales para construir nuevas naciones.
Con los barcos y las armas también obtuvo el control político sobre áreas pobladas de África y Asia de las que extrajo las materias primas necesarias para acelerar su industrialización, complementando así su dominio naval y militar con la supremacía económica y comercial.
Cuando una sociedad de bajo consumo de energía entra en contacto con una sociedad de alto consumo de energía, esta última siempre parte con ventaja. Los europeos no solo lograron niveles de vida mucho más altos que los del resto del mundo, sino que además lo hicieron mientras su población crecía a tasas muy superiores a las de otros pueblos. De hecho, el porcentaje de europeos respecto de la población mundial total se duplicó en apenas tres siglos. De ser la sexta parte en 1650, la población de ascendencia europea pasó a ser casi un tercio de la población mundial en 1950.
Al mismo tiempo, la mayor parte del mundo no pudo incrementar sus fuentes de energía al nivel que crecía su población. De hecho, el consumo de energía per cápita disminuyó en muchos lugares. Es esta diferencia en el consumo de energía la que ha resultado en una brecha cada vez mayor entre un tercio de la población que vive en países de alto consumo energético y la mayoría de dos tercios que vive en áreas de bajo consumo energético.
A los llamados países subdesarrollados les está resultando mucho más difícil alcanzar el nivel de vida de la minoría afortunada que lo que le resultó a Europa transitar de un bajo consumo a un alto consumo de energía. Por un lado, su tierra cultivable per cápita es mucho menos favorable; por otro, no pueden dar salida a las poblaciones excedentes para facilitar esa transición ya que todos los espacios con baja densidad poblacional han sido ocupados por personas de ascendencia europea.
Casi todos los países de bajo consumo energético tienen una densidad de población muy grande que perpetúa la dependencia de la agricultura tradicional intensiva que, por sí sola, apenas puede producir alimentos suficientes para su gente. No tienen suficientes acres per cápita para justificar el uso de animales domésticos o maquinaria agrícola, aunque mejoras en las semillas, en la gestión de los suelos o en las herramientas podrían traer algunos avances. Sin embargo, una parte muy importante de su población activa debe permanecer trabajando la tierra, y esto limita la cantidad de energía excedente que pueden producir. La mayoría de estos países deben elegir entre usar este pequeño excedente de
energía para elevar su muy bajo nivel de vida o posponer las recompensas presentes en aras de ganancias futuras invirtiendo ese excedente en nuevas industrias. La elección es difícil porque nada garantiza que las privaciones del presente no sean en vano. Esto es así debido a la rapidez con la que las
medidas de salud pública han reducido las tasas de mortalidad, dando como resultado un crecimiento de la población tan o incluso más alto que el de las naciones de alto consumo energético. La de estos países es una elección amarga; explica gran parte de su sentimiento antioccidental y podría presagiar periodos prolongados de inestabilidad mundial.
La estrecha relación que existe entre el consumo de energía y el nivel de vida puede ilustrarse con el ejemplo de la India. A pesar de su continuado esfuerzo planificador llevado a cabo desde su independencia de Reino Unido, los ingresos per cápita en India siguen siendo de tan solo 20 céntimos diarios; su mortalidad infantil es cuatro veces la nuestra; y la esperanza de vida es menos de la mitad que la de los países industrializados de Occidente. Estas son las consecuencias del bajísimo consumo de energía de la India: un catorceavo del consumo promedio mundial; una octava parte del nuestro.
También es muy preocupante el hecho de que, si bien la producción mundial de alimentos aumentó un 9% en los seis años de 1945 a 1951, la población mundial aumentó un 12%. No solo la población mundial está aumentando más rápido que la producción mundial de alimentos, sino que, lamentablemente, los aumentos en la producción de alimentos tienden a ocurrir en los países que ya están bien alimentados y tienen un alto nivel de energía, en lugar de los países con mayor pobreza energética, donde los alimentos son más escasos. Creo que no hace falta insistir en la importancia de los recursos energéticos para nuestro propio futuro.
La civilización occidental descansa sobre una base tecnológica que requiere enormes cantidades de combustibles fósiles. ¿Qué seguridad tenemos entonces de que nuestras necesidades energéticas seguirán siendo abastecidas por los combustibles fósiles? La respuesta es, a la larga, ninguna.
La Tierra es finita. Los combustibles fósiles no son renovables. En este sentido, nuestra base energética difiere de la de todas las civilizaciones anteriores. Estas podrían haber mantenido sus fuentes de energía usando prácticas agrícolas conservadoras. Nosotros no podemos hacer eso. El combustible fósil que se quema desaparece para siempre. Los combustibles fósiles son más efímeros que los metales. Estos últimos también son recursos no renovables amenazados por el agotamiento final, pero siempre se puede rescatar algo de la chatarra. Los combustibles fósiles no dejan residuos cuando se queman y no hay nada que el hombre pueda hacer para reconstruir las reservas que ya se agotaron. Los recursos fósiles se crearon originalmente a partir de la energía del sol hace 500 millones de años y sus reservas finales tardaron eones en acumularse.
Ante el hecho fundamental de que las reservas de combustibles fósiles son finitas, la duración exacta de estas reservas es clave en un aspecto: cuanto más duren, más tiempo tenemos para inventar formas de vivir con fuentes renovables o renovables o de sustituir nuestras fuentes energéticas y de ajustar nuestra economía a los grandes cambios que podemos esperar de su agotamiento.
Los combustibles fósiles se asemejan al capital en un banco. Un padre prudente y responsable utilizará ese capital con mesura para transmitir a sus hijos la mayor parte posible de su herencia. Un padre egoísta e irresponsable lo desperdiciará en una vida de desenfrenos y no le importará lo más mínimo lo ocurrirá con su descendencia.
Ingenieros que, por su trabajo, están familiarizados con cálculos energéticos; industriales con visión de futuro que saben que la energía es el factor principal que debe entrar en toda planificación; gobiernos responsables que se dan cuenta de que el bienestar ciudadano y el poder político de sus países dependen de obtener los suministros energéticos adecuados... todos ellos han comenzado a preocuparse por los recursos energéticos. Muchos estudios realizados en nuestro país en los últimos años y buscado obtener información precisa sobre las reservas de combustibles fósiles y sus necesidades futuras.
Por supuesto, las estimaciones que dependen del factor humano nunca son exactas. El tamaño de las reservas recuperables depende de la capacidad de los ingenieros para mejorar la eficiencia de su extracción y uso. También depende del descubrimiento de nuevos métodos para obtener energía a partir de recursos de peor calidad costes que puedan soportarse sin impactar al nivel de vida. Las estimaciones de las necesidades futuras, a su vez, se basan en gran medida en las cifras de población que siempre suponen un elemento de gran incertidumbre, especialmente si el hombre llega a un punto en el que es capaz de controlar su modo de vida.
Las estimaciones actuales de las reservas de combustibles fósiles varían en un grado asombroso. En parte esto se debe a que los resultados de los cálculos difieren mucho si no se tiene en cuenta el costo de extracción o si no se tiene en cuenta el crecimiento de la población; o, lo que es igualmente importante, no se da suficiente peso al aumento del consumo de combustible necesario para procesar metales inferiores o sustitutos. Estamos llegando rápidamente a un punto en el que el agotamiento de los metales de mejor calidad nos obligará a recurrir a las calidades inferiores, lo que requerirá en la mayoría de los casos un mayor gasto de energía por unidad de metal.
Pero la más importante distinción entre las estimaciones de reservas optimistas y pesimistas es que los primeros generalmente hablan del futuro inmediato (los próximos veinticinco años más o menos) [Nota: hasta la década de los 80], mientras que los pesimistas piensan en términos de un siglo a partir de ahora [Nota: hasta mitad del silgo XXI]. Un siglo o incluso dos es un lapso muy breve en la historia humana.
Parece más sensato considerar el largo plazo, incluso si esto nos enfrenta con algunas verdades incómodas. Porque es una verdad incómoda que, según las mejores estimaciones, las reservas de combustibles fósiles recuperables a no más del doble del coste actual se agotarán en algún momento entre los años 2000 y 2050, si se mantienen las tasas de crecimiento demográfico y de nivel de vida actuales. Primero desaparecerán el petróleo y el gas natural, el carbón se acabará después. Quedará carbón en la tierra, por supuesto. Pero será tan difícil de extraer que los costos de la energía se elevarían a niveles económicamente intolerables, por lo que será necesario descubrir nuevas fuentes de energía o reducir drásticamente el nivel de vida.
Durante más de cien años hemos alimentado un número cada vez mayor de máquinas con carbón; durante cincuenta años hemos bombeado gasolina y petróleo a nuestras fábricas, automóviles, camiones, tractores, barcos, aviones y hogares sin pensar en el futuro. Ocasionalmente, la voz de una Cassandra se ha alzado para luego silenciarse rápidamente cuando un descubrimiento afortunado ha hecho revisar al alza las reservas estimadas de petróleo, o cuando se ha encontrado un nuevo yacimiento de carbón en algún lugar remoto. Se pueden esperar menos descubrimientos de este tipo en el futuro, especialmente en los países industrializados donde se ha realizado un mapeo extenso de los recursos.
Sin embargo, algunos divulgadores científicos nos quieren hacer creer que no hay motivo para la preocupación, que las reservas durarán miles de años y que antes de que se agoten, la ciencia habrá obrado un milagro. Nuestra pasada historia y confort del que disfrutamos actualmente nos han llevado a una idea romántica de que las cosas que tememos nunca sucederán realmente, que todo sale bien al final. Pero los hombres prudentes deberían rechazar las falsas ideas tranquilizadoras y harían bien en enfrentarse a la realidad de los hechos para poder planificar sabiamente las necesidades futuras.
Echando la vista hacia el futuro, desde mediados del siglo XX, no podemos estar demasiado seguros de que los altos estándares de vida actuales continúen durante el próximo siglo y más allá. El precio de los combustibles fósiles pronto comenzará a aumentar a medida que se agoten las mejores reservas, así mismo se requerirá de un mayor esfuerzo para obtener la misma energía de las reservas restantes.
También es probable que el combustible líquido sintetizado a partir de carbón sea más caro. ¿Podemos estar seguros de que cuando los combustibles fósiles económicamente recuperables desaparezcan, la ciencia habrá desarrollado tecnología para mantener un alto nivel de vida a partir de fuentes de energía renovables?
Creo que sería prudente suponer que las principales fuentes de combustibles renovables que podemos esperar aprovechar antes de que se agoten las reservas fósiles suministrarán solo entre el 7 y el 15 % de las necesidades energéticas futuras. Las cinco fuentes renovables más importantes son la leña, los desechos agrícolas, el viento, la energía hidráulica y el sol.
Es dudoso que la leña y los desechos agrícolas puedan usarse como sustitutos debido a las crecientes necesidades de alimentos. Es más probable que la tierra se utilice para la producción de alimentos que para reforestación; los desechos agrícolas pueden ser más necesarios para fertilizar el suelo que para alimentar las máquinas.
Las energías eólica e hidráulica pueden proporcionar un pequeño porcentaje de nuestras necesidades energéticas. Además, al igual que ocurre con la energía solar, se requerirán costosas estructuras, aprovechando terrenos y metales que también escasearán. Nada de lo que sabemos hoy en día justificaría confiar demasiado en la energía solar, aunque probablemente resultará factible para calentar hogares en localidades favorables y para cocinar en países cálidos que carecen de madera abundante, como la India.
Más prometedor es el futuro de la energía nuclear. Aunque no se trata propiamente de una fuente renovable, al menos no en el estado actual de la tecnología; sin embargo, su potencial para la auto-regeneración y la enorme producción de energía que se obtiene a partir de pequeñas cantidades de material fisionable, así como el hecho de que dichos materiales son relativamente abundantes, parecen colocar a los combustibles nucleares en una categoría diferente a la de los combustibles fósiles. Sin embargo, la eliminación de los residuos radiactivos de las centrales es un problema que debe resolverse antes de que haya un uso generalizado de la energía nuclear. Otro límite de la energía nuclear es que no sabemos cómo emplearla de otra manera que no sea en grandes centrales para producir electricidad o suministrar calefacción. Por sus características inherentes, el combustible nuclear no puede utilizarse directamente en máquinas pequeñas, como automóviles, camiones o tractores. Es dudoso que en un futuro próximo pueda proporcionar combustible económico para aviones o barcos civiles, excepto para los muy grandes. En vez de desarrollar locomotoras nucleares, podría ser interesante mover trenes con electricidad producida en centrales nucleares. Estamos al comienzo de la tecnología nuclear, por lo que es difícil predecir lo que se podrá conseguir.
El transporte, el elemento vital de todas las civilizaciones técnicamente avanzadas, podría estar asegurado, una vez hayamos superado el alto costo inicial de electrificar los ferrocarriles y reemplazar los autobuses con tranvías o trenes eléctricos interurbanos. Pero, a menos que la ciencia pueda realizar el milagro de sintetizar el combustible para automóviles a partir de alguna fuente de energía aún desconocida, o a menos que los cables de los tranvías impulsen los automóviles eléctricos en calles y carreteras, sería prudente prepararse para la posibilidad de que automóviles, camiones, autobuses y tractores desaparezcan definitivamente. Antes de que se acabe todo el petróleo y no se pueda ya hidrogenar carbón para obtener combustibles líquidos sintéticos, es posible que el costo del combustible para automóviles haya subido hasta un punto en el que los automóviles privados sean demasiado caros y el transporte público vuelva a ser un negocio rentable.
El automóvil es hoy en día el uso energético menos económico. Su eficiencia es del 5% frente al 23% del ferrocarril eléctrico (diésel). Es el más voraz consumidor de combustibles fósiles, representando más de la mitad del consumo total de petróleo en este país. Y el petróleo que usamos en los Estados Unidos en un año le tomó a la naturaleza unos 14 millones de años crearlo. Curiosamente, el automóvil, que es la mayor causa individual del rápido agotamiento de las reservas de petróleo, podría ser el primero en sufrir por el agotamiento de combustible. La reducción en el uso de automóviles requerirá una reorganización muy costosa del modo de vida en las naciones industrializadas, particularmente en los Estados Unidos. Parecería prudente tener esto en cuenta en la futura planificación de ciudades y emplazamientos industriales.
Las reservas conocidas actuales de materiales fisionables son varias veces las reservas netas (económicamente recuperables) de carbón. Antes de que termine este siglo, se llegará a un punto en el que el coste de los combustibles fósiles habrá aumentado lo suficiente como para que el combustible nuclear sea económicamente competitivo. Antes de que llegue ese momento tendremos que esforzarnos en aumentar fuertemente nuestros conocimientos científicos e ingenieriles. También deberemos estimular a muchos más jóvenes estadounidenses a convertirse en ingenieros metalúrgicos y nucleares. De lo contrario, no tendremos el conocimiento o la gente necesarios para construir y hacer funcionar las plantas de energía nuclear que, en última instancia, tendrán que satisfacer la mayor parte de nuestras necesidades energéticas futuras. Si comenzamos a planificar ahora, podremos lograr el nivel requerido de conocimiento antes de que se agoten nuestras reservas de combustibles fósiles, pero el margen de seguridad es pequeño. Esto también se basa en la suposición de que se podrá evitar una guerra atómica y que el crecimiento de la población no excederá el que ahora estiman los expertos en demografía.
La guerra, por supuesto, desbarata todos los planes del hombre. Incluso un mero aumento de la tensión, aun sin llegar a la guerra, podría tener efectos de largo alcance. Por un lado, una escalada en la tensión podría conducir a una mayor conservación de los combustibles producidos localmente, a un aumento de las importaciones de petróleo y finalmente a una aceleración en la investigación que pudiera dar lugar a inesperadas fuentes de energía. Por otro lado, la carrera armamentista resultante agotaría las reservas de metales más rápidamente, acelerando el momento en que se tengan que utilizar metales de inferior calidad, con el consiguiente mayor gasto de energía. Las naciones subdesarrolladas con yacimientos de combustibles fósiles podrían verse obligadas a desviarlos de su venta al mundo libre o podrían decidir conservarlos para su propio uso futuro. El efecto sobre Europa, que depende enormemente de las importaciones de carbón y petróleo, sería desastroso y tendríamos que compartir nuestros propios suministros o perder a nuestros aliados.
Salvo guerra atómica o cambios inesperados en la curva de población, podemos esperar un aumento de la población mundial de dos mil quinientos millones en la actualidad a cuatro mil millones en el año 2000; y de seis a ocho mil millones para 2050. Se espera que Estados Unidos cuadruplique su población durante el siglo XX, de 75 millones en 1900 a 300 millones en 2000, y alcance al menos 375 millones en 2050. Esto equivaldría casi exactamente a la población actual de India, aunque esta tiene poco menos de la mitad de nuestra superficie nacional. Asombra contemplar una gráfica del crecimiento de la población mundial desde los tiempos prehistóricos, hace decenas de miles de años, hasta por ejemplo el año 2000. Si visualizáramos la curva de población como una carretera que comienza a nivel del mar y sube a medida que aumenta la población mundial, deberíamos verla estirarse sin cesar, casi a ras de suelo, durante el 99% del tiempo que el hombre ha habitado la tierra. En el año 6000 a.C., cuando empiezan los registros históricos, la carretera se encontraría a una altura de unos 70 pies sobre el nivel del mar, lo que correspondería a una población de 10 millones. Siete mil años después, en el año 1000 d.C., la carretera alcanzaría una altura de 1,600 pies; la cuesta se volvería algo más empinada, y 600 años más tarde la carretera llegaría a una elevación de 2,900 pies. Durante el corto lapso de los siguientes 400 años, de 1600 a 2000, la carretera daría un brusco giro hacia arriba con una inclinación casi perpendicular y subiría directamente a 29,000 pies, alcanzando la altura del monte Everest, la montaña más alta del mundo. En los 8000 años desde el comienzo de la historia hasta el año 2000, la población mundial habrá crecido de 10 millones a 4 mil millones, y el 90% de ese crecimiento habrá tenido lugar durante el 5% final de ese periodo, en 400 años. Se necesitaron 3000 años desde los primeros registros para lograr la primera duplicación de la población, 100 años para la última duplicación, pero la próxima requerirá tan solo 50 años. Los cálculos indican que uno de cada 20 seres humanos nacidos en este mundo está vivo en la actualidad.
El rápido crecimiento de la población no nos ha dejado tiempo para reajustar nuestras ideas. No hace mucho más de un siglo, nuestro país, el mismo lugar en el que me encuentro dando este discurso ahora, era un desierto en el que un pionero podía encontrar su libertad independientemente de otros hombres y su gobierno. Si había mucha gente, si el humo de la chimenea del vecino le molestaba, podía, y a menudo lo hacía, hacer las maletas y mudarse al oeste. Nuestro país surgió en 1776 como una nación de menos de cuatro millones de personas, repartidas en un vasto continente que disponía de riquezas naturales aparentemente inagotables. Conservamos lo que parecía escaso, el trabajo humano, y derrochamos lo que parecía abundante, los recursos naturales, y hoy seguimos haciendo lo mismo.
Gran parte de la naturaleza salvaje que forjó el carácter estadounidense ha sido enterrada bajo ciudades, fábricas y suburbios donde las ventanas van a dar a patios traseros y desde donde el humo de la chimenea del vecino es claramente visible. La vida en comunidades superpobladas no puede ser igual que la vida en la frontera. Ya no somos libres, como fueron los pioneros, para satisfacer nuestras necesidades más inmediatas sin preocuparnos por el futuro. Ya no somos tan independientes de los otros hombres y del gobierno como eran los estadounidenses de hace varias generaciones. Una parte cada vez mayor de lo que ganamos debe destinarse a resolver los problemas causados por el incremento de población: gobiernos más grandes; presupuestos municipales, estatales y federales también más grandes para pagar más servicios públicos. El mero hecho de proveernos de agua potable y gestionar los residuos es cada vez más difícil y caro. Se necesitan más leyes y organismos encargados de hacer cumplir la ley para regular las relaciones humanas en nuestras abarrotadas urbes y carreteras que las que se necesitaban en la América de Thomas Jefferson. Ciertamente, a nadie le gustan los impuestos, pero debemos hacernos a la idea de tener impuestos altos si América es más grande.
Creo que este es un buen momento para pensar seriamente en nuestro compromiso para con nuestros descendientes, aquellos que vivirán el fin de la era de los combustibles fósiles. Nuestra mayor responsabilidad, como padres y ciudadanos, es brindarles a los jóvenes estadounidenses la mejor educación posible. Necesitamos los mejores maestros y para preparar a nuestros estudiantes para un futuro mucho más complicado que el presente, y necesitamos un número mayor de hombres y mujeres competentes y capaces. Esto significa que no debemos retrasar la construcción de más escuelas, universidades y guarderías. Esto significa que debemos aceptar pagar impuestos más altos para mantener un cuerpo docente y de maestros bien capacitados, incluso si eso supone negarnos caprichos pasajeros como comprar un coche más grande, una televisión o un electrodoméstico nuevo. Deberíamos darnos cuenta, creo yo, que estos pequeños sacrificios serán más que compensados por los beneficios que reportarán a la América del futuro. Incluso podríamos, si quisiéramos, reducir un poco el consumo de combustibles y de metales aquí y allá para que los jóvenes tengan un mayor margen para los ajustes que se necesitarán en un mundo sin combustibles fósiles.
Me gustaría dejarles con una última reflexión: Un consumo alto de energía siempre ha sido un requisito previo para ejercer el poder geopolítico. La tendencia es que el poder político se concentre en un número cada vez menor de países. En última instancia, la nación que controle los mayores recursos energéticos será la que domine el mundo. Si reflexionamos sobre el problema de los recursos energéticos, si actuamos inteligentemente y a tiempo para conservar lo que tenemos y para prepararnos bien para retos del futuro, aseguraremos esta posición dominante para nuestro propio país.