miércoles, 1 de julio de 2020

Hoja de ruta (V): La caída de los Estados


(Anteriormente en esta misma serie: Hoja de ruta (IV): La forja de la comunidad).

Queridos lectores:

A medida que van pasando las semanas y los meses se va haciendo más patente la incapacidad de los Estados para hacer frente a la crisis que, más que desarrollarse, va arrollando todos los sectores productivos de la economía. Empresas de todo tipo se ven abocadas a la quiebra: desde la compañía de coches de alquiler Hertz hasta varias aerolíneas (y las que vendrán), desde el Cirque du Soleil hasta la petrolera Chesapeake. Precisamente esta última quiebra es de alto impacto, porque es el símbolo del fin del fracking en los EE.UU.: Chesapeake es (era) la mayor compañía especializada en fracking. Caída Chesepaeke, el futuro que le espera al resto de compañías del sector está claramente marcado; y con el fracking agonizando solo cabe esperar un brusco descenso de la producción de petróleo en los próximos pocos años.

No solo estas cadenas de quiebras totales y parciales (es en este contexto que se tiene que incluir el abandono de Nissan de su planta de Barcelona, preludio de otros que vendrán) anticipan una aceleración en el proceso de hundimiento de nuestro sistema económico, incapaz de sobreponerse a los límites biofísicos del planeta. También son un buen ejemplo de la inoperancia de los Estados que, aunque están dotados legal y moralmente de los mecanismos para intervenir la economía, no se atreven a traspasar ciertas líneas "de libre mercado" (ya saben, esa falacia lógica). Cualquiera con perspectiva histórica se puede dar cuenta de que hasta la Segunda Guerra Mundial  e incluso las décadas posteriores el concepto de que los recursos del territorio estaban supeditados al bien general se tenía bastante más claro, y nadie se atrevía a desafiar al Estado cuando se intervenía y movilizaba la economía por un fin superior. Pero eso se terminó. Que delante del mayor reto que seguramente han conocido los países occidentales en muchas décadas se sea incapaz de coartar los espurios intereses del gran capital y no se hayan tomado, ni siquiera por aquellos gobiernos considerados más progresistas, medidas intervencionistas adecuadas para hacer frente a la magnitud del desastre es una muestra clara de la decadencia moral e intelectual en la que estamos inmersos - pues nadie osa desafiar a los poderes supremos de nuestra sociedad, los cuales son obviamente algo diferente al Estado y las instituciones democráticamente elegidas.

Un ejemplo de la falta de capacidad de intervenir de manera real y efectiva por parte de los gobiernos tiene que ver con la discusión sobre el Ingreso Mínimo Vital y la más ambiciosa propuesta de Renta Básica Universal (RBU). Aparte del ruido y las alharacas que ha generado la salida a escena de la RBU, este debate es un ejemplo perfecto de falso debate. Al margen del coste real que acarrearía implementar la RBU y los supuestos efectos negativos sobre el mercado del trabajo (según dicen algunos, porque la gente no querría trabajar si puede vivir sin hacerlo)), el mayor problema de una RBU sería que generaría un efecto inflacionario que neutralizaría su efectividad. Efectivamente, si la gente dispone de mayor cantidad de dinero gracias a esta renta extra, el precio de bienes y servicios subiría hasta llegar a un nuevo precio de equilibrio, sin que de manera práctica nada hubiera cambiado. En realidad, la verdadera solución al problema de creciente penuria que padecen tantas familias que ahora se han quedado sin trabajo y sin ingresos serían los Servicios Básicos Universales; es decir, no monetizar la ayuda, sino hacer la ayuda física y concreta sobre los problemas que se quieren contrarrestar (alimentación inadecuada, falta de acceso a energía asequible, educación de calidad...). Unos Servicios Básicos Universales serían probablemente más baratos que la RBU y irían a la raíz de los problemas reales, pero nadie propone esto en el debate público. Y es que los Servicios Básicos Universales atentarían, de nuevo, contra ese mercado que tiene que regular todos los aspectos de la vida de las personas;  esos servicios gratuitos para todo el mundo quitarían "oportunidades de negocio" a tantos emprendedores (y, sobre todo, a las grandes empresas). Por tanto, es un debate que no se abre, y se centra toda la discusión en una dirección diferente, equivocada y fallida, con lo que nos encontramos una vez más con la situación de la hormiga bajo la manzana. Por demás, la falta crónica de recursos del Estado (por una parte por esa concepción de que se tiene que vivir al día sin excedentes, y ahora agravado por el descenso de ingresos vía impuestos) hacen la vía del rescate imposible. No se va a poder organizar el rescate desde arriba, cuando para empezar ni siquiera vamos a la montaña donde se encuentran las personas que esperan ese rescate.

La imposibilidad de tapar con las manos las grietas en el dique de la economía capitalista que está colapsando se manifiesta en las repetidas llamadas desde los diversos sectores económicos afectados (que al final son todos) para que se efectúe un rescate, cada uno para su sector, con dinero público; cuando lo que en realidad se debería plantear es la reconversión y si llega el caso  la liquidación de según qué actividades. Hay quien llega a reclamar un nuevo Plan Marshall, y como ahora no hay unos EE.UU. económicamente pujantes para financiarlo, se pide que este Plan Marshall sea de Europa para Europa. Es una concepción económica completamente viciosa y casi se podría decir onanista: recuerda a la falsa discusión sobre la necesidad de retirar las subvenciones que perciben los combustibles fósiles, sin entender que son los combustibles fósiles los que proporcionan los excedentes que permiten financiar todo lo demás. Pensar que el dinero es en sí mismo un fluido mágico capaz de obrar cualquier milagro que se pretenda es no comprender los flujos físicos del mundo, de dónde sale la energía y cómo ésta se invierte para realizar todas las actividades económicas y sociales. Sin duda la culpa del predominio de esta visión mágica la tiene en que se conceda excesiva importancia a los economistas clásicos, los cuales basan sus deducciones en una extrapolación de tendencias pasadas bien tabuladas pero cuyas causas realmente no entienden, precisamente por su desdén hacia el mundo físico que es en realidad el que hace y posibilita el fenómeno económico (y todos los otros fenómenos, en realidad).  Hay que superar la teoría económica predominante hoy en día, hay que abandonar el crecentismo antes de que nos arrastre al abismo, pero, ¿cómo lo vamos a hacer si los Gobiernos están trufados de economistas, que replican con tanto desdén como ignorancia cuando se les habla de las limitaciones físicas que impone el finito mundo real?

Nadie habla de decrecimiento, solo se habla de recuperar la normalidad. Y, a medida que va siendo más evidente que las contradicciones larvadas de nuestro sistema que la CoVid ha expuesto y acelerado significan que no se podrá volver a lo de antes, e incluso que se inicia un camino de descenso secular que ya no podrá ser detenido, se habla de "nueva normalidad", en un intento de crear un discurso que haga aceptable lo que cada vez será menos aceptable, una situación en el que la Gran Exclusión de la clase media tomará fuerza, inexorable, con el paso de los años y las décadas. Se dirá, durante décadas incluso, que los problemas y dificultades que experimentaremos serán consecuencia de "la crisis de la CoVid" y de la pérdida de confianza que generó en la gente. En ningún momento se reconocerá que el gran problema era el inevitable descenso energético; en modo alguno se reconocerá que la degradación ambiental pasaría una factura impagable; de ninguna manera se aceptará que las reglas económicas tradicionales no solo no podían funcionar, sino que nos abocaban al desastre - a este desastre... Nada de eso se reconocerá, y se querrá mantener la ficción de que todo ha sido un accidente (la CoVid) y que en cuanto superemos este trauma todo volverá a ser leche y miel. De hecho, los Estados no pueden salir de este discurso, porque sin el entramado actual (actividad económica, impuestos, centralización de las decisiones, concentración del poder...) no podrían funcionar. No se puede esperar que sin más un cuadrado encaje en un hueco triangular.

De hecho, el mismo modo como se ha desarrollado la crisis sanitaria nos muestra la fragilidad de los Estados modernos. En el pasado las cuarentenas eran habituales, y la gente se adaptaba a ellas, sin más. Las mejores obras de Isaac Newton y de William Shakespeare fueron escritas durante largas cuarentenas. No es que todo fuera un camino de rosas:  con excesiva frecuencia moría mucha gente, pero a pesar de ello todo seguía. Algunas epidemias fueron tan graves que causaron un retroceso duradero durante décadas - especialmente ignominioso es el recuerdo de las epidemias de la Peste Negra - pero el sistema cambiaba de escala y seguía virtualmente funcional, a pesar de - o precisamente por - lo primitivo que era.  Comparemos esto con la situación actual. Tenemos una capacidad técnica y científica que a nuestros ancestros les parecía propia de dioses, y sin embargo tenemos un sistema muy frágil. Y no es por la ciencia y la técnica en sí que es frágil, sino por esa idea predominante del justíssim in time, de la enfermiza obsesión por el beneficio creciente.  Es en aras del matenimiento de la tasa de regeneración del capital que el sistema se ha vuelto muy poco redundante ("¿Para qué? Eso es un desperdicio de recursos y una pérdida de beneficios") y por tanto muy frágil. Delante de una pandemia con tan baja mortalidad que en épocas pretéritas no se hubiera tomado en serio, nuestro tejido productivo tiembla y nuestros Estados no tienen mecanismos para evitar el hundimiento de la economía. Seguramente,  no merece la pena salvar algo tan poco práctico y tan poco resistente, además de poco duradero.

También es ilustrativo el caso de algunos Estados que, en vista de la desgracia económica que se venía encima y sabiéndose incapaces de hacerle frente con los únicos mecanismos a su alcance, han decidido negar la evidencia y con argumentos torticeros convencer a su población de que no hacía falta hacer nada. Para hacer aceptable una idea tan obscena (dejemos que la epidemia se propague y que muera quien tenga que morir, antes de sacrificar en lo más mínimo la actividad económica), se han manipulado conceptos científicos y técnicos de manera abominable. Por ejemplo, se ha "tomado prestado" el concepto de inmunidad de grupo que se aplica para explicar los beneficios de la vacunación  (si hay suficiente gente inmunne en una población, ésta hace de escudo que evita que la enfermedad se propague a otras personas susceptibles de enfermar) y se ha dado por hecho que dejando circular la enfermedad más o menos libremente se podría conseguir esa inmunidad de grupo; ésta ha sido la estrategia inicial del Reino Unido o de Suecia. Pero mientras en el caso de una vacuna uno sabe, después de años de estudio y desarrollo de la vacuna, que esa inmunidad se consigue, no existe ninguna garantía de que la mera infección por la CoVid vaya a proporcionar esa inmunidad; además, no existe manera de controlar una infección para que se propague solo por la población "no de riesgo" sin afectar a la de riesgo. Por no hablar de que dejar que una enfermedad nueva se propague de manera tan masiva por un territorio puede causar que se vuelva endémica, o que origine nuevas mutaciones más peligrosas o muchos otros efectos indeseados. En suma, es de una suprema inconsciencia e irresponsabilidad no tomar medidas de contención. Los países que inicialmente apostaron por ese laissez passer vírico y luego rectificaron, como los EE.UU. o el Reino Unido, están teniendo problemas para contener el avance de la CoVid en sus respectivos territorios pero por lo menos sus mortalidades están en retroceso; otros países que optaron por no hacer nada o muy poco, como Suecia o Brasil, no están controlando la propagación de la enfermedad, y aunque el verano ayuda a disminuir la mortalidad tienen ya las mayores mortalidades de sus regiones respectivas y esperan un repunte terrible en cuanto superemos el equinoccio otoñal.

La estructura de nuestros Estados no está preparada para producir y gestionar excedentes para las épocas de vacas flacas, y no puede adaptarse a nada que no sea ir al mismo ritmo desbocado. Pero justamente, por entrar en la época del descenso energético que forzará un descenso del ritmo económico, y la concomitancia de otras crisis como la climática o la ecológica (de la que la CoVid es simplemente una manifestación), los Estados no pueden adaptarse a la nueva situación. No cabe esperar ninguna reacción correcta por parte de ningún Estado; solo podemos adaptarnos - y apartarnos- para que no nos arrastren en su caída.  Cosa de la que hablaremos en el siguiente post, con el que cerraré esta serie.


Salu2.
AMT

(Posteriormente en esta misma serie: Hoja de ruta (y VI): Navegando en aguas turbulentas).

Post Data: Los lectores habrán observado que me he tirado más de un mes sin publicar un post, seguramente el mayor receso que haya hecho nunca en este blog, incluso más que cuando en 2014 tuve un grave trance de salud. Algunos incluso, preocupados, me han escrito para interesarse precisamente por mi estado de salud. Estoy bien; la razón de este receso ha sido una combinación de carga de trabajo y las dificultades para conciliarlo con la telescuela de mis hijos y el cuidado de la casa en general, aparte del acompañamiento de los míos, sobre todo teniendo en cuenta que al ser mi mujer médico ella sí que no tiene tiempo libre para nada. Con el curso académico acabado y algunas entregas de los contratos que llevo realizadas la carga ha disminuido; aún es bastante pesada, pero espero que me permita ir sacando los diversos posts que tengo comenzados.

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