Queridos lectores,
Javier Pérez, con su estilo directo, aborda la cuestión de la moneda y en particular de un fenómeno que ha conocido un auge y ahora caída: los bitcoins. Yendo al origen, a lo que debería representar la moneda, llega a profundas e interesantes conclusiones. No les dejára indiferentes
Salu2,
AMT
Bitcoins, billetes y mercado de esclavos
El signo de los tiempos es discutir cual es el mejor símbolo de valor, o su mejor almacén, porque cada vez nos cuesta más imaginar un bien que logre mantener la riqueza. La última discusión que leí al respecto analizaba las ventajas e inconvenientes de los bitcoins frente a la moneda fabricada y respaldada por el Estado, y resultó que ambas se basaban en la misma cosa: nada en absoluto.
La ventaja de la moneda gubernamental es que el propio gobierno se compromete a aceptártela, aunque sólo sea para que le pagues los impuestos. La ventaja del bitcoin es precisamente que no te va a cobrar impuestos, y que usarás esa moneda parea transacciones basadas en una seguridad jurídica garantizada por los demás, porque tú no vas a pagar impuesto alguno.
Así las cosas, parecía triunfar en aquel debate el viejo patrón oro hasta que alguien sacó a relucir la terrible realidad de que en los casos (casi todos) en que el oro solamente se usa como depósito de valor, tenemos a la sociedad empleando grandes cantidades de energía y creando daños medioambientales y humanos para sacar el oro del fondo de una montaña y depositarlo acto seguido en el sótano de un banco. ¿Hay algún acto más estúpido ¿ Puede haber un derroche mayor de energía? Pues con los bitcoins pasa aproximadamente lo mismo, aunque el recurso empleado es electricidad, microprocesadores y tiempo de computación.
La respuesta, desde mi punto de vista, es precisamente la energía. Habría que buscar una moneda que midiese de algún modo la cantidad de energía a la que tiene derecho su portador, y como la energía se utiliza para absolutamente todo, la moneda podría abarcar cualquier tipo de bien o servicio.
De hecho, reflexionando sobre este asunto, caí en la cuenta de que en cierto modo y manera eso era lo que hacían exactamente los antiguos al fijar los precios en el mercado de esclavos. Dejando aparte otras posibles (y probables) preferencias de los compradores, el precio de un esclavo reflejaba con mucha eficiencia la cantidad de energía que se esperaba de él en balance neto, es decir, descontando la que había que aportarle en forma de alimento y cuidados.
Así que con esta idea, o quizás sólo ocurrencia, me puse a buscar el precio de un esclavo y al final he encontrado ese precio: según el economista americano Paul Ormerod, un esclavo sano de entre veinte y treinta años valía en su momento en el mercado de Nueva Orleans el equivalente a 210.000 dólares de hoy, una vez aplicadas las tablas de actualización monetaria. Dependiendo de la edad del esclavo, así variaba también su precio, y os aseguro que no hay gráfica más ajustada que esta sobre la esperanza de vida, porque las demás hablan de suposiciones, pero esta habla de dinero…
En Roma, otro conocido mercado de esclavos, el precio de un esclavo era de promedio unos mil quinientos denarios, precio que subió a lo largo del siglo II a. C. hasta alcanzar los veinticuatro mil sestercios. Este dato lo cita Catón, para que no se diga que no menciono fuentes.
Teniendo en cuenta que se da como válido que un denario viene equivaliendo a unos 90 € de hoy en día, un esclavo costaba en Roma alrededor de los 120.000 € de estos momentos. Por supuesto, la actualización de la moneda desde entonces se ha hecho un poco a ojo, basándola en precios sectoriales como el pan, el vino, o el jornal diario por trabajar en una viña.
En cualquier caso, aunque sepamos que las cifras son necesariamente inexactas, sí que sirven para que nos hagamos una idea de que el que tenía un esclavo procuraba cuidarlo mucho más que el que tenía un jornalero. Dicen que en esta diferencia, y no en causas éticas, está la verdadera clave de la guerra civil norteamericana, pues el Norte ardía en deseos de prohibir la esclavitud para poder abaratar la mano de obra de su industria, ya que pagaba mucho menos en salario a sus obreros de lo que los patrones del Sur daban en especie a sus esclavos. Las guerras suelen ir de eso, o de espacio vital…
Existe, además, un dato objetivo, que describe bastante bien este asunto: los esclavos del Sur vivían, de media, nueve años más que los trabajadores libres del Norte.
En cualquier caso, no hace falta irse tan lejos para darse cuenta de que la gente trata mucho mejor su propio coche que los coches de alquiler, aunque pague por ambos.
Pero regresando a nuestro tema, creo que el ejemplo ilustra perfectamente la necesidad de cualquier mercado de reflejar las transacciones de energía, tanto a nivel presente como en expectativa futura.
Y cuando antes nos demos cuenta de ello, mejor será para todos. Quizás si la moneda vinculase de algún modo más directo la riqueza con la energía no caeríamos en esa enorme tontería que padecemos actualmente: creer que porque imprimimos dólares, podemos imprimir barriles de petróleo.
Evitar semejante majadería ya sería suficiente.
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