sábado, 5 de octubre de 2013
La decadencia de las élites
Queridos lectores,
Como muchos de Vds. sabrán, hace unas semanas la capital de España, Madrid, presentaba (creo que por tercera vez) su candidatura para albergar una futura edición de los Juegos Olímpicos. A pesar de la fanfarria mediática que daba por segura la elección de la capital del Reino para albergar este magno evento de gran proyección internacional, lo cierto es que Madrid fue descartada en primera ronda, lo cual fue considerado por muchos medios españoles como una ignominia y una afrenta. Al margen de la brutal desconexión de la realidad que tienen los medios de comunicación españoles, la anécdota que ha marcado esta derrota fue el discurso en inglés de la alcaldesa de Madrid, Ana Botella. A mucha gente les sorprendió lo sobreactuado de tal discurso, las forzadas pausas de entonación, el acento poco fluido de la primera edil madrileña... y sobre todo una expresión que en España se ha considera muy desafortunada: "enjoying a relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor".
Lo cierto es que el inglés que usa la señora Botella es bastante estándar; limitado, sí, pero aceptable. La pronunciación es inteligible y la entonación lenta pero correcta. Se nota que ha estado mucho tiempo ensayando este discurso, que la han asesorado bien, y estoy seguro de que ha hecho un gran esfuerzo para dar lo mejor de sí misma. Inclusive la expresión "relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor" tiene mucho más sentido de lo que alguna gente se cree; en un discurso tan preparado un detalle así no puede responder al azar o al descuido. Fíjense que si en vez de haber sido la alcaldesa de Madrid hubiese sido la de Roma o la de París, hubiera dicho "relaxing cup of macchiatto in Piazza Navona" o "relaxing cup of caffé au lait in Champs Elisés" y todo el mundo lo hubiera considerado correcto, con un cierto encanto incluso. Todavía más: cambien "el café con leche" por "Rioja" y entonces no se vería motivo para la chirigota que puertas adentro ha generado esa frase.
Porque en realidad la frase en cuestión habrá pasado más bien inadvertida fuera de las fronteras españolas, pero aquí llegó a causar un auténtico tsunami de pullas y bromas de mejor o peor gusto que se cebaban en la primera edil madrileña. ¿Por qué tan nimio detalle ha sido tan divulgado y vituperado? Al margen de otros muchos factores hay algo que ha enconado los ánimos. Ciertamente haber perdido la nominación, pero hay algo más: hay una cierta rabia contra aquellos que nos gobiernan, contra nuestra élite política que se ha encumbrado en posiciones de mucha responsabilidad sin tener especiales aptitudes ni méritos para ello. Al español de a pie se le exige tener cada vez más méritos, más formación, más experiencia profesional, mientras que muchos profesionales de la política tienen un nivel cultural y unas aptitudes bastante inferiores a las de las nuevas generaciones de españoles que se ven condenados a emigrar. En el caso de la señora Botella conviene quizá recordar que llegó a presidir la municipalidad más importante de España de rebote, al marchar el alcalde electo, Alberto Ruiz Gallardón, a ocupar el puesto de Ministro de Justicia en el actual Gobierno de España; y que en muchas ocasiones se ha cuestionado su valía, idoneidad y legitimidad para ocupar el puesto que ocupa.
Aproximadamente por las mismas fechas circularon por internet algunos escritos denigrando una celebración masiva de cumpleaños que tuvo lugar en una pequeña ciudad de la meseta castellana. Se ve que 650 jóvenes madrileños se dieron cita allí para celebrar el cumpleaños de diez de ellos, que en un período de pocas semanas cumplían, todos ellos, 30 años. Se da la circunstancia de que la mayoría de estas personas son hijos de reputadas figuras del mundo político y empresarial español. La fiesta en sí seguramente se movió en los parámetros de la típica juerga juvenil en España, con mucho alcohol, algo de sexo furtivo y mucha balandronada jalonada con las dosis justas de zafiedad. Sin embargo, no pocos de los que después supieron del evento lo consideraron desproporcionado e incluso ofensivo. De nuevo, visto de fuera puede parecer una manera un tanto garrula de divertirse pero no se entiende, sin ponerlo en contexto, qué resulta ofensivo. Y sin embargo las razones son sencillas de entender para el español de a pie. Por una parte, hay un cierto elemento de ostentación - no es muy común poder organizar un evento e invitar a 650 personas -, ostentación muy dolorosa en un país con seis millones de parados y una creciente emigración que huye de un país sin oportunidades para los jóvenes. Por otro lado, no deja de ser curioso que todavía a los 30 años el modo de divertirse de estas personas sea la propia, reprensible pero más entendible, de chavales de 16 años, quizá de 20 años; ofende pues la comparación entre ese estilo de vida un tanto disipado y el de tantos ciudadanos que a esa edad luchan por mantener un trabajo y quizá son ya padres de familia. Por último, resulta una vez más poco aceptable que nuestras élites del futuro (pues en un país con tan poca movilidad social como España los hijos de serán los señores del mañana) tengan una manera tan zafia y poco refinada de divertirse; demuestran en su manera de concebir el ocio tan pocas aptitudes y altura de miras como en la manera de concebir el negocio. Ítem más cuando estas macro-reuniones sirven para reforzar el vínculo, para remarcar la pertenencia a una clase privilegiada que lo es por razón de sangre, de hidalguía en el sentido literal de la palabra, antes que por mérito alguno, mientras el país se desembaraza literalmente de las generaciones mejor formadas y en principio mejor preparadas de su historia. Por decirlo rápido y pronto: ofende ver a los patanes regodearse en su vida regalada mientras la gente de verdadero mérito sufre o se va y los demás simplemente sufrimos.
España tiene sin duda aspectos particulares (su reducida movilidad social, la a veces poco disimulada connivencia entre la clase social y el alto empresariado, la corrupción de las instituciones, la falta de equidad y eficacia de la Justicia,...) por las que destaca negativamente en Europa, aunque si uno toma cierta perspectiva verá que los problemas referidos se reproducen por doquier, de Oriente a Occidente y de Norte a Sur. Hagan memoria Vds. sobre las revelaciones acerca de las juergas que no hace tanto se corría el actual primer ministro inglés, la excesiva afición al alcohol que profesaban antiguos presidentes ruso y americano, las francachelas indecentes de cierto ex-primer ministro italiano, los líos de faldas de tantos y tantos cargos políticos desde un secretario de Estado hasta el mismísimo Presidente de los Estados Unidos de hace ya algunos años... Y si nuestras élites son moralmente poco virtuosas en la esfera privada, no pocas veces transcienden despropósitos de gran magnitud en la esfera pública, escándalos continuos de corrupción y tráfico de influencias, y la famosa puerta giratoria que permite -y no sólo en España - que el presidente o ministro de hoy sea un bien remunerado consejero en una gran empresa el día de mañana.
Incluso cuando la podredumbre de nuestra clase política no sale directamente a la luz es inevitable fijarse en la baja calidad del debate político. Los programas políticos de los partidos, que eran auténticos libritos cuando yo era niño, raramente pasan ahora de dípticos, cuando no son flyers o tweets. En muchos países cuesta distinguir las diferencias no ya programáticas sino ideológicas entre el partido hegemónico de derechas y el partido hegemónico de izquierdas, y en no pocos casos en los que tal diferencia se da en lo formal no se acaba realizando en lo práctico. La reciente campaña electoral alemana, a pesar de lo mucho que había en juego - a fin de cuentas, el futuro de Europa y la propia viabilidad económica de Alemania - tuvo un tono bastante bajo que fue acordado entre los partidos con representación parlamentaria; invitaba antes al bostezo que a la reflexión. Los debates televisados parecen más coreografías y puestas en escena que verdaderas muestras de liderazgo y de contenido. Es una realidad inescapable: las democracias liberales en Occidente presentan un perfil cada vez menos político y cada vez más mediocre. La desustanciación de la política podía ser tolerable durante la situación de bonanza, pero en medio de la crisis tan profunda que atravesamos nuestros líderes descafeinados, casi iletrados, son incapaces de dar la cara en medio de una situación que desborda, y más al que tiene menos preparación y menos empaque.
Mientras, las consecuencias de su inacción y su incapacidad son sufridas por una gran masa de ciudadanos, a los cuales se intenta contener con medias verdades y mentiras directas que escondan que mientras en el mundo los recursos comienzan a escasear los flujos que alimentan el gran capital descontrolado no se ralentizan sino que se aceleran. Pero la gente, a pesar de no conocer los datos precisos, instintivamente identifica la causa última de que su mal sea mayor de lo que debería. En el ciudadano de Occidentre se alimenta una rabia contra la élite que hasta ahora era patrimonio de los llamados países en vías de desarrollo. Así se entiende el cada vez más frecuente apelativo "la casta" para referirse al conglomerado indistinguible político-empresarial. Esta desconexión entre el pueblo y sus élites es gravísima, pues es el paso previo a que la rabia se desborde y se acaben derrumbando los antiguo símbolos del poder, como los moais derribados por los habitantes de la Isla de Pascua cuando la antigua religión cayó en desgracia, incapaz de responder a los problemas de la gente. El paralelismo es inquietante: hace 20 años en España los banqueros eran gente admirada, envidiada; eran los líderes, la referencia a imitar; ahora decir banco o banquero suele ir acompañado de expresiones de desprecio y de ira. La religión del dinero fácil pasa sus horas más bajas.
El primer paso para solucionar esta crisis, que también es moral y de valores, es modificar el sistema económico para que deje de estar centrado en un crecimiento que es hoy ya imposible. Hay que también repensar el sistema de las élites dirigentes. No puede ser que se recompense la mediocridad, o se garantice el linaje, o se otorgue un lujo asiático a los que temporalmente y por mandato de la ciudadanía detenten el poder. No es sólo una cuestión de justicia social; es una cuestión de estabilidad social, y es necesario para poder prosperar como sociedad.
Salu2,
AMT
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