viernes, 14 de febrero de 2020

Business as unusual (in statu quo post)



Queridos lectores:

Una de las consecuencias directas que ha tenido para mí el temporal Gloria ha sido que he tenido que coger el AVE para ir a trabajar a Barcelona, en vez de ir en el tren convencional, como he hecho siempre.  Las fuertes inundaciones en la zona de Massanet cortaron durante un par de días la vía convencional; después, el servicio volvió a funcionar con una sola vía y restricciones de velocidad. Así, si normalmente me toma unas dos horas y media desde la puerta de mi casa hasta la de mi laboratorio, este tiempo se veía incrementado en al menos una hora más, y encima con cierta incertidumbre, ya que el servicio se vio interrumpido al menos en media docena de ocasiones. Así que me decidí a utilizar el servicio del tren rápido, cuya circulación estaba asegurada y cumplía con los horarios.

¿Por qué el temporal no afectó al AVE? Porque en la zona de Massanet pasa por un gran viaducto lo suficientemente elevado para que no le haya afectado las inundaciones. Eso sí, la gran cantidad de viaductos y taludes del AVE hace que su mantenimiento resulte mucho más caro que el de la vía convencional, pero por diversos motivos siempre hay más dinero para mantener el AVE y menos para el tren convencional. Sin embargo, seguramente resultaría mejor inversión mantener en mejor estado la vía convencional.

Una cosa que me ha llamado poderosamente la atención de este cambio en mi rutina es que tardo aproximadamente el mismo tiempo en llegar al trabajo. 

Por la mañana, me levanto solo unos 5 ó 10 minutos más tarde de lo que solía: el AVE que tomo sale unos 40 minutos más tarde que el tren convencional que hasta ahora tomaba, pero como la estación del AVE está a unos tres kilómetros de casa (la del tren convencional, solo a 300 metros) tengo que salir con bastante antelación (puedo ir caminando o en autobús, tardo aproximadamente lo mismo); además, hay que llegar a la estación del AVE con cierta anticipación, ya que hay que pasar un control de seguridad con escáner de rayos X y todo. 

El trayecto del AVE es bastante rápido: en 55 minutos se planta en Barcelona, frente a la hora y 55 minutos del convencional. Pero, una vez en Barcelona el AVE te deja en la Estación de Sants, en el extremo opuesto de la ciudad con respecto a donde está mi laboratorio. Así pues, tengo que coger un tren de cercanías hasta la Estació de França, y desde allí caminar unos 10 minutos largos hasta mi laboratorio: en total, algo más de 45 minutos contando la espera del tren de cercanías. Por contraste, con el tren convencional me bajaba en la Estación de Clot-Aragó, tomaba el metro y luego tranvía y en unos 20-25 minutos estaba en el trabajo. Al final, llego al laboratorio más o menos a la misma hora, 5 minutos arriba, 5 minutos abajo; y más o menos lo mismo me pasa a la vuelta. Eso sí, el trayecto en AVE es mucho más lioso y requiere más tiempos muertos, con varios cambios de medio de transporte que requieren tiempos de espera.

El tren convencional, con su ritmo pausado pero su forma mucho más simple y humana de acceder a él y de alternar con los otros medios de transporte, me da mucha mejor calidad de transporte para el mismo tiempo total. Porque en esas casi dos horas que me tiraba en el tren tenía tiempo de leer, de trabajar y de escribir posts como éste. Ahora estoy tardando lo mismo, pero dispongo que menos  tiempo para hacer lo que yo querría.

Y sin embargo se favorece el barullo y el ajetreo absurdo de lo moderno, de lo rápido, que en realidad no es lo uno ni lo otro, pues no hay nada tecnológicamente nuevo y más que rapidez lo que hay es apresuramiento.

Algo más me ha llamado la atención durante estos días, y es el tipo de personas que frecuenta el AVE. Nada realmente sorprendente: hombre con traje, mujeres con tacón. Yendo y viniendo de Madrid, todo porte y distinción. Empresarios y cargos de empresas medianas y a veces grandes, que hablan todo el rato por su móvil, compra, vende, dile a Luis que son 10.000 como habíamos quedado... Son los mismos que luego se arremolinan en la cafetería y la llenan de grandes voces y, a veces, de astracanadas. Son los amos del país, los que sacan España adelante - o así parecen creérselo. Yo paso entre ellos y los miro con la curiosidad distraída de quien ya está acostumbrado a ir al zoo pero que ocasionalmente encuentra un ejemplar distinguido. Ellos y ellas me miran con cierto asco, como si les fastidiara que yo aparezca, esperpéntico, en un medio que no es el mío. No les culpo.

Los negocios, siguen los negocios. Es lo único importante, que los negocios sigan saliendo adelante. Da igual a qué precio.

Estos días he tenido que realizar diversos viajes, unos por AVE en medio de esta fauna, otros en avión. Hace muy poco asistí a una reunión de científicos que trabajamos en el medio marino, realizada para preparar el programa de trabajo del CSIC en este área para los próximos 10 años. Fue una reunión un tanto larga, quizá incluso pesada aunque imprescindible para hacer ese trabajo. Y mientras íbamos discutiendo los diversos temas, los investigadores que iban hablando dejaban de vez en cuando caer algún dato terrible: la extensión de la contaminación de plásticos, el ritmo de acidificación de los océanos, la extensión masiva del anisakis por las pesquerías, el rápido incremento de la frecuencia de tormentas en el Mediterráneo que rompen las estadísticas que usan los actuarios... Los científicos van desgranando esos hechos terribles de manera profesional, casi desapasionada (casi: a más de uno se le nota la crispación cuando explica su hecho, aquél que mejor conoce por su trabajo), intercalados en medio de un discurso más técnico y formal. Comentan esos hechos terribles no porque quieran regodearse en nuestra miseria o porque busquen que les consolemos por nuestra mutua desgracia, sino porque en medio de la discusión son técnicamente pertinentes. Pero no son simples hechos neutros más, sino la constatación de un desastre sin precedentes. Si algún periodista hubiera estado en aquella sala y hubiera prestado atención a estos esporádicos puñetazos de verdad, seguramente habría salido alarmado a avisar al mundo.

Algo así ha pasado recientemente en Cataluña. El grupo de Ciencias de la Tierra del Barcelona Supercomputing Center acaba de terminar una simulación, dentro de un programa internacional, para determinar cómo podría ser el clima del planeta hacia el año 2100 en un determinado escenario de emisiones. Es un trabajo periódico que hacen de revisión de las predicciones, y este año han incluido nuevas mediciones y mejores modelos. Conclusión: el planeta podría calentarse 5ºC para 2100, peor del 3,5ºC que ya estimaban con ese mismo escenario.  La noticia saltó rápidamente a parte de la prensa y de ahí a la televisión catalana, pero ahí ha quedado todo, no ha trascendido a nivel estatal. Algunos periodistas han intentado subir la voz de alarma, pero rápidamente se ha aplicado la sordina.

Hay más noticias inquietantes últimamente. Un reciente estudio publicado en Science Advances advierte que las corrientes oceánicas se habrían estado acelerando un 15% por década durante los últimos 30 años. Dado que el océano es el gran redistribuidor de calor y humedad del globo, los impactos sobre el clima en nuestras latitudes podría ser demoledor. Nadie habla de ello. Si quieren tener una visión más completa de todo lo que se está desencajando en este mundo, ahí tienen la serie "Peor de lo esperado" en el blog de referencia "Usted no se lo cree". Pero nadie habla de todo esto.

De lo que todo el mundo habla es del coronavirus.

A día de hoy, se tiene constancia de que 1.370 personas han muerto y 60.349 han sido infectadas en China por la cepa COVID-19 de la subfamilia de los coronavirus. Eso nos da una tasa aparente de mortalidad del 2,27%, que es muy parecida a la de la gripe. Lo cierto es que seguramente la tasa de mortalidad real es inferior, porque hay muchos infectados que simplemente no desarrollan síntomas y lógicamente no son registrados en ninguna parte: se estima que los registrados son solo el 30% de los totales, lo cual daría una mortalidad de menos del 1%. Lo que hace especialmente peligroso a este virus es que es muy contagioso: no es lo mismo que el virus con una mortalidad del 2% infecte a una de cada mil personas (parecido a lo que hace la gripe en España cada año) a que uno con una mortalidad del 1% infecte a una de cada diez. Siguiendo con el caso de España, y tomando una población de 50 millones para redondear, en el primer caso se infectaría 50.000 personas y de éstas morirían el 2%, es decir, 1.000 personas, mientras que en el segundo caso se infectarían 5.000.000 de personas y morirían 50.000, es decir, 50 veces más que en el primer caso. Obviamente, la incidencia de este coronavirus va a ser muy inferior al 10%, pero eso no quita que la amenaza del coronavirus COVID-19 debe ser tomada seriamente por quien le corresponde, que son los epidemiólogos y los responsables de salud pública. Se trata de una cuestión técnica, y de contener la expansión del virus durante un mes más o menos, a la espera de que con la llegada de la primavera se vaya el frío (el cual tiene un efecto negativo sobre las defensas de las personas) y, sobre todo, que el mayor contenido en radiación ultravioleta de la radiación solar esterilice las superficies y detenga la propagación del virus (por eso nos resfriamos menos y no cogemos la gripe de primavera al otoño). Durante el próximo mes veremos que la epidemia llega a una fase de contención y finalmente el número de casos comenzará a disminuir hasta desaparecer en el plazo de unas pocas semanas - lo más probable es que a mediados de abril la actual epidemia sea ya historia.

Lo que no tiene sentido es el nivel de histeria que se ha disparado, especialmente espoleada por los medios de comunicación. En España la noticia económica del momento es la cancelación del congreso mundial de telefonía móvil por miedo al coronavirus COVID-19, pero lo cierto es que en todo el mundo se están dando numerosos indicios de fuerte parón económico: cae la demanda de petróleo, cae la demanda de cobre y en general cae la demanda de todo tipo de materias primas. Lo más curioso de todo eso es que estas caídas en demanda comenzaron varias semanas antes del estallido del brote de Wuhan, lo cual ratifica la impresión de que se está usando el problema, serio, de salud pública que representa la expansión del coronavirus COVID-19 para justificar la recesión económica.

Hace meses que hay síntomas de que el mundo se encamina hacia una nueva recesión económica, y de hecho los grandes gurús económicos vienen dando por hecho que en 2020 se va a producir otra gran crisis económica. Como avanzábamos en el post de previsiones para este año, durante la primera mitad de 2020 se va a intentar hacer lo posible para domesticar la recesión, de manera que se produzca de manera más gradual y menos dañina, sobre todo para los intereses del gran capital. Básicamente, se está intentando liberar algo de presión por la espita, con la esperanza de evitar lo peor, aunque se alargue la agonía en espera de tiempos mejores. Agonía que se cierne sobre muchos sectores, en particular el del automóvil, que ve peligrar decenas de miles de puestos de trabajo en los próximos años, en una reconversión que se anticipa durísima (y que poco tiene que ver con la quimera del coche eléctrico para todos).


Todo lo cual nos prepara para esa segunda mitad del año que, según yo anticipaba, se caracterizará por una grave crisis por una subida disparada del precio del petróleo. La última gráfica sobre la producción de petróleo de la OPEP que nos trae Ron Patterson en Peak Oil Barrel nos muestra que la producción de la OPEP lleva cayendo consistentemente desde hace unos meses, y evidentemente desde mucho antes del estallido del brote de Wuhan. 



De momento la caída no ha llevado a los mínimos de enero de 2009, pero se acerca peligrosamente, y este "ajuste" que ha propiciado el virus de Wuhan puede llevarla por debajo de ese fatídico nivel, recordemos, el que se produjo por la grave caída de actividad económica de la crisis económica del 2008-2009. Pero durante la década larga que ha pasado desde entonces los costes de explotación no han hecho que subir; la caída de precio del petróleo que estamos sufriendo ahora no será soportable por los grandes productores, que tendrán que cerrar yacimientos y abandonar aún más proyectos de los que ya están abandonando. Esta salida desordenada del petróleo, que ya dura unos años y para la cual el COVID-19 es la puntilla, va a provocar un aumento descontrolado del precio de aquí en unos meses (en línea con lo esperado por la propia Agencia Internacional de la Energía) y una profundización en la espiral de destrucción de oferta - destrucción de demanda.

En este contexto, ¿qué están haciendo los gobiernos? ¿Qué está haciendo el Gobierno de España? ¿Están viendo venir el desastre que avecina, o creen, como siempre, que el mercado se autorregula para bien? ¿Creen sinceramente que las medidas que proponen en la Ley de Cambio Climático y Transición energética que están a punto de aprobar aborda los problemas que tenemos ya, de forma inminente? ¿Se creen de verdad que fomentando la falsa solución del coche eléctrico y el innecesario y redundante fomento de las renovables van a cambiar en algo la situación actual? ¿No es el momento de dejar atrás las falsas soluciones? ¿No han escuchado lo que dicen los científicos?

Señores del Gobierno: el tiempo se está acabando, y Vds. aún no han entendido dónde está el peligro, y siguen yendo por donde no hace falta ir, por donde no se va a ningún lado. Éste no es el camino. Así, no.

Salu2.
Antonio

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